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Trabajos de luz sobre el agua, de Ernesto González Barnert
Por Isabel Gómez
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“AÑOS COMO PIEDRAS NEGRAS
que pule la saliva río abajo”
La poesía abarca un sin número de significados que van construyendo imaginarios sociales. Los seres humanos buscan constantemente encontrar un sentido en las cosas que observan, que analizan y que cuestionan. De esta forma, los diálogos que se construyen, a través del discurso poético, van adquiriendo fuerza para reencontrarse con aquellos mundos interiores, que interpelan nuestra subjetividad y que buscan su sentido de pertenencia. “Nadie aprendió de nuestros errores./ Vivir es otra lengua…” nos dice el autor de: “Trabajos de luz sobre el agua”, libro cuyo acento poético está puesto, allí donde los sujetos sociales interpelan la realidad, desde la observación y la participación en los hechos que van entramando una cotidianeidad diferente, en donde las situaciones vividas nos interrogan mediante íconos, sensaciones, relatos que se entretejen entre sí desde las palabras y los silencios que habitan en nosotros.
En el mundo de las simbologías, el agua es un elemento que nos ha ayudado a interpretar la vida. De esta forma el agua y la vida son parte de una simbología poética que nos trasladan hacia el mundo donde las imágenes se mueven a través de la fluidez, el movimiento, los cambios, la temporalidad, el principio y el fin, entre otros campos semánticos presentes en este libro.
“PONER UNA BANDERA NEGRA/ en el pozo más oscuro/ ha sido escribir de amor donde el silencio/ lo dice más fuerte”. El silencio es el espacio que nos permite retrotraernos en nosotros mismos, erguir hallazgos, a través de la contemplación y el asombro que se va construyendo desde la tenue mirada de los sentimientos. Todo esto acompañado por una crítica y una reflexión que involucre lo ideológico y que de alguna manera nos sirva para interpretar y reinterpretar el mundo que nos rodea.
La levedad de las cosas, a través de la transitoriedad de los días, es otro tópico presente en este libro: “Hace calor, apenas corre viento/ y la levedad de su paso/ prueba que todo acaba demasiado pronto,/ se funde en otra cosa”. Esta levedad se manifiesta en todo orden de cosas, especialmente en aquellas que han instalado un sistema que deja de lado las cuestiones que realmente debiera importar a los sujetos sociales, más bien lo que existe en nuestra sociedad es una crisis de sentido, imperando lo banal, lo carente de significados, imponiéndose un mundo claramente mercantilizado, donde pareciera que la lógica del consumismo está por encima de los seres humanos. De esta forma los sujetos van quedando invisibilizados por un sistema cuyo soporte es lo transitorio, lo fatuo y lo imperecedero dificultando todas aquellas acciones donde la preocupación por el otro no tienen la recepción esperada, esto incide directamente en la creación de un sujeto enajenado, donde es muy difícil construir una identidad social.
“ESTOS POEMAS SACADOS DE LA GAVETA/ podrían ser cotonas al viento,/ golpes de membrillo en el banco de la escuela,/ trapos hirviendo en la cocina a leña./ Una vida que no recuerdo bien/ y, sin embargo, no desaparece”. En estos versos pareciera que la escritura se impone como un ejercicio que nos permite rememorar vivencias que se quedaron suspendidas en la memoria emotiva del autor y que niegan la posibilidad de desaparecer.
Muchos autores se han preguntado cuál es el papel de la poesía, qué la sostiene dentro de un escenario hostil donde pareciera que todo se confabula para que la poesía sea un ejercicio que aparentemente se aleja cada día más de nuestras vidas, sin embargo, la poesía cohabita en nosotros, posesionándose dentro de las cosas que le dan sentido a la existencia, y aunque, como nos dice el autor, “no siempre se incrusta en la vida” siempre se las ingenia para interrogarnos y cuestionarnos la existencia, aprehendiendo lo incorpóreo y lo corpóreo como dos fuerzas que se disputan nuestros imaginarios.
“HAY DÍAS EN QUE ESCRIBO COMO SI ESTUVIERA MUERTO./ Peor: como si recordara a un muerto./ ¿Hay una razón? Sí, hay una razón:/ La poesía no siempre se incrusta en la vida./ A veces es una flor barata, mustia,/ sustraída de otro nicho para este nicho./ Y si me preguntan qué haces loquito/ escondo olímpicamente la cabeza”.
Es así como las palabras van armando un tejido cotidiano que muchas veces no alcanzamos a percibir porque estamos sumidos en una realidad que no nos deja ver con claridad, subvalorando aquellos hechos y situaciones que ameritan mayor atención. “No puedo escribir sin correr sus cortinas/ para que entre la luz…” nos dice González y esa luz bien pueden ser las palabras que van y vienen construyendo corpus desde la subjetividad de lo observado. Entonces los códigos lingüísticos vuelven porque: “MI ÚNICA LEALTAD ES CON LA POESÍA./ Su impacto./ No esperen de mí otra dirección./ Mi timón está hundido en sus sombras./ El oído a su orden./ Todo lo que vaya en su contra va en mi contra./ Es asunto mío./ Se equivocan los que esperan otra cosa./ Mi única lealtad es con la poesía./ Con la herida que cerrándose cauteriza y vuelvo abrir./ No borra./ Yo su da”. El ejercicio transformador del arte y la cultura es un elemento que está contemplado en estas páginas y la poesía forma parte de ese ejercicio, somos leales al discurso poético cuando nos introducimos en la realidad desde una mirada cuestionadora, no solamente contemplativa, la lealtad con la otredad desde un diálogo que se mueve entre las luces y las sombras en las cuales transitamos día a día, porque como nos dice el poeta González, cito: “No me cabe duda que las palabras están hechas/ para decirse a sí mismas”.