Ariel Pérez Rosas Poeta y ensayista chileno [Santiago, 1960] radicado en La Paz, Bolivia, desde 1983. Ha publicado: ¿Quién cortó las araucarias? (1985), El último apaga la luz (1991), Decían los encuentros (1994), Muerte irregular (1995), Al sur de las nubes (1998), Cantos de agua (2003), Algo sin sombra (2006), Palabras de la nada (2010), Marioneta inmóvil (2017), Poemas descalzos (2019), El otoño está presente (2022), y Cénit de fuego (2024).
Formó parte del grupo literario Club del Café o del Ajenjo, junto a los poetas Gary Daher Canedo y Juan Carlos Ramiro Quiroga, con quienes publicó Errores compartidos (1995) y la revista de poesía "Mal menor" (1996).
Ha participado en diferentes festivales de poesía y como jurado en importantes concursos de literatura. Sus poemas y ensayos han sido publicados y antologados en diferentes países de Latinoamérica, Estados Unidos y España.
Su gran persona, amistad y poesía que descubrí gracias al Encuentro Ciudad de los Anillos de Santa Cruz, en Bolivia, este 2024, me reveló una voz profundamente reflexiva, que habita entre lo metafísico y lo existencial. Los temas recurrentes en su obra parecen ser la búsqueda de identidad, el viaje interior, y el constante diálogo con la muerte, el tiempo y el vacío. En sus versos hay una rica simbología que conecta lo cotidiano con lo trascendental, donde lo humano se despoja de certezas para enfrentarse a la incertidumbre del destino.
La construcción poética de Pérez Rosales es minimalista en su forma, pero vasta en su significado. Utiliza imágenes poderosas y, en ocasiones, surrealistas, que evocan paisajes tanto físicos como espirituales. En sus textos, aparecen referencias a grandes escritores y poetas (como Borges), así como alusiones a geografías históricas y míticas (Roma, Babilonia, las Yungas), que expanden el espacio poético a una dimensión casi atemporal.
El juego entre sombras y luces, así como el constante recurso al yo desdoblado —"Soy una subespecie de mí mismo"—, refleja una introspección lúcida y, a menudo, cruda. La muerte, en particular, se presenta de manera casi familiar, personificada en una "silla negra meciéndose", mientras que el poeta observa desde una inquietante serenidad.
En resumen, su poesía parece navegar entre lo existencial y lo cósmico, con un lenguaje denso en símbolos y un tono que oscila entre la aceptación y la resistencia frente a los grandes enigmas de la vida y la muerte.
—Comencemos por tus primeros años en Bolivia. ¿Qué te llevó a radicarte en La Paz en 1983 y cómo ha influido esta ciudad en tu escritura? —Llegué a La Paz una tarde de verano. Mi primera impresión cuando bajé del tren, fue descubrir las nubes bajo mis pies, y no sobre mí cabeza, como estaba acostumbrado. Me bajé, por error y desconocimiento, en El Alto, una zona joven ubicada en la meseta altiplánica de la ciudad de La Paz, misma que, dos años después, en 1985, se constituyó en ciudad. Y allí, en medio de las nubes que se abrían allá abajo, en ese paisaje casi ficticio, estaba la ciudad de La Paz, que me recibía con sus brazos abiertos. Yo estaba desconcertado y algo asustado, pues el exilio súbito no sólo es cruel, sino también te pone algo paranoico, además de sacarte de tu centro y de tu núcleo afectivo. Te sientes solo y vulnerable.
El espacio que habitas siempre te interpela y te condiciona. No hay modo de que eso no ocurra. La ciudad de La Paz es una amalgama intercultural, desde su propia fundación, que, en realidad, fueron dos, pues se fundó dos veces, en diferentes lugares y en diferentes momentos. Desde ese hecho primigenio, es que la ciudad de La Paz marca una diferencia con otras ciudades latinoamericanas. Es como haber nacido dos veces.
La Paz, tiene una densidad particular, producto de la hibridación y el mestizaje histórico que la ha constituido, y de su misticismo montañoso de altura, como me he permitido en denominarlo. La influencia de La Paz en mi escritura es radical, pues, es desde ese “misticismo montañoso de altura”, donde escribo. De hecho, he publicado dos libros que tratan esa consustancialidad entre la ciudad de La Paz y mi persona: Palabras de la nada (2010) y El otoño está presente (2024). El primero habla de la relación de mi corporalidad con ese espacio urbano; y, el segundo, es una suerte de crónica ficticia de la historia cultural y social de La Paz, escrito en prosa poética a través de sus personajes del mundo artístico, principalmente poetas, y de sus paisajes.
—Tu obra abarca más de tres décadas de creación literaria. ¿Cómo sientes que ha evolucionado tu voz poética desde tu primer libro "Quién cortó las araucarias" hasta tu más reciente obra Cénit de fuego? —Creo que ha ido evolucionando desde el espacio del afuera hacia el espacio del adentro. En mis dos primeros libros: “Quién cortó las araucarias” (1985) y “El último apaga la luz” (1991), habla una voz que observa los hechos históricos y sociales, y reacciona poéticamente ante ellos, se podría decir que son casi reactivos, más no panfletarios, jamás pretendieron serlo. Esa postura ante la poesía, la tuve siempre clara. La poesía no puede prestarse para ello. La realidad por muy cruda y desgarradora que puede llegar a ser, no puede transformar al poeta en un simple reportero de la historia, la poesía está más allá de todo afán de representación histórica. A partir de mi tercer libro, “Decían los encuentros” (1994) mi voz poética comienza a hablar abiertamente de un mundo más interior y reflexivo, que, al pasar de los años, se ha ido haciendo cada vez más profundo. Ya no soy aquel que habla de los seres y las cosas como exterioridades, sino, por el contrario, son las cosas y los seres, quienes hablan a través de mí o, por lo menos, así lo siento. Mi espiritualidad (no religiosidad), comienza también a cobrar un rol protagónico en mi poesía; sin embargo, esa espiritualidad, a diferencia de lo que les ocurre a muchos, me ha permitido profundizar mi lenguaje también, no solo en lo formal, sino también, en la densidad del mismo. Ahora mis poemas son más “contundentes”, e incluso, para algunos, “más duros”.
—Fuiste parte del grupo literario Club del Café o del Ajenjo. ¿Cómo influyó esta colaboración con otros poetas en tu desarrollo como escritor y qué crees que aportó este grupo a la literatura boliviana? —La influencia ha sido importante, dicen. Cuando creamos el “Club del Café o del Ajenjo”, había una efervescencia poética muy importante y fecunda en La Paz, estoy hablando de los años ochenta y principio de los noventa. Los grupos literarios anarquistas dominaban la escena pública, “Camarada Máuser”, “Papel higiénico”, “Vidrio molido” y “El cielo de las serpientes”, por ejemplo, eran algunas de las publicaciones que, grupos literarios, tales como “Los beneméritos de la utopía” y “Los jinetes del apocalipsis”, entre otros, aparecieron en esa época. Eran grupos jóvenes y muy activos. Sin embargo, había también otros y otras poetas que, de manera aislada y solitaria, estaban escribiendo desde otros espacios simbólicos y desde otras epistemologías, que no estaban alineados con ninguno de estos grupos. Gary Daher, Juan Carlos Ramiro Quiroga y mi persona, comenzamos a consolidarnos como grupo, en el ya histórico “Encuentro de Copacabana”, que reunió a casi un centenar de poetas de todo el país, aunque la consolidación definitiva vino después, en mayo de 1994. A diferencia de los demás grupos, nosotros nos impusimos el reto de trabajar en modo taller, de leernos, de aprender unos de otros, de desarrollar la crítica respetuosa y constructiva, de imponernos una ruta de trabajo.
La experiencia en sí, y el aporte de ella, quedó registrado en el libro colectivo “Errores compartidos” (1995), mismo que a la fecha se ha transformado en una especie de clásico en el ámbito académico, no sólo de Bolivia, sino también de otras latitudes.
Lo cierto es que “El club del café o del ajenjo” rompió muchos esquemas, pues los poemas escritos en él, aunque nunca dejaron de ser de alguno de nosotros en particular, recibieron el aporte crítico y sugerencias de los otros miembros, y eso, decidimos hacerlo evidente; lo hicimos púbico, en Errores compartidos, incluso, se mostraron dichos aportes. Los ataques de la crítica conservadora no se hicieron esperar. Habíamos roto la tiranía del yo y eso no les gustó a algunos. Era como desnudarnos en público. La fuerza de lo colectivo, salía a la escena literaria.
Sin embargo, en el marco del “Club del café o del ajenjo” no sólo se escribieron poemas y se realizaron publicaciones, tales como el libro ya mencionado y la revista “Mal Menor”, sino que, además, participamos en numerosas lecturas públicas y se organizó el Primer Encuentro de Literatura Boliviano-Chilena, mismo que reunió a importantes figuras de la literatura chilena y boliviana, tales como José Donoso, Jorge Tellier, Raúl Zurita, Teresa Calderón, Carmen Berenguer, Verónica Zondek y Thomas Harris, entre otros, por el lado boliviano estuvieron Blanca Wiethüchter, Humberto Quino, Roberto Echazú, Gary Daher, Juan Carlos Ramiro Quiroga y Marcela Gutiérrez, entre otros. En dicho encuentro, en total, participaron 20 escritores de cada país. Yo tuve la suerte de participar como parte de la delegación boliviana. Fue una experiencia curiosa, cuando menos, en mi condición de chileno viviendo en Bolivia. Fue la primera vez que me sentí parte del quehacer de la literatura boliviana, de verdad.
—La poesía es un género que parece estar en constante cambio. ¿Cómo ves la evolución de la poesía en América Latina desde los años 80 hasta la actualidad? —Es un largo recorrido y difícil de hacer un análisis de conjunto de la misma. Como ya lo he mencionado otras veces, a mi parecer, las poesías latinoamericanas gozan de una muy buena salud -nótese que hablo en plural-, más y ahí está el problema, tienen mala salud editorial, por lo menos, así lo veo yo, en el caso boliviano.
A mi parecer, la poesía a la que te refieres, se ha caracterizado por poseer distintos y hasta contradictorios puntos de fuga y perspectivas epistemológicas, políticas y creativas distintas, de ahí su gran riqueza. Sin embargo, tal riqueza, también ha tenido algunos embates que creo importante señalar: primero, una suerte de estancamiento histórico o poesía post traumática, derivada de la irrupción de las cruentas dictaduras que se vivieron en las décadas de los setenta y ochenta en Latinoamérica, tendencia que lleva aproximadamente 50 años y que, si bien surgieron como una legítima y urgente respuesta a la coyuntura histórica, se mantiene hasta el día de hoy, resultando en una suerte de anacronismo; segundo, el surgimiento de una poesía socio-políticamente correcta, marcada por prácticas discursivas que introducen de manera sistemática contenidos derivados de la Sociología, discursos reivindicativos justos, no cabe duda, pero traspolados de universos epistémicos y simbólicos ajenos a la propia poesía; y, tercero, el surgimiento de una tendencia de ir hacia la narrativa, me refiero, a la propensión de escribir/contar cuentos en formato de versos. Y no me refiero a la prosa poética, que es, como su nombre lo indica, poética, sino a colocar en verso, aquello que responde a otro género literario: el cuento. Me da la impresión de que ahí se plantea una confusión. He visto, vivido y oído bastantes ejemplos de este fenómeno en algunos de los festivales en los que he tenido la suerte de participar en los últimos años.
Estoy consciente que lo que estoy planteando, para algunos, resultará molesto e incluso desatinado; sin embargo, no quiero dejar de mencionarlo. Lo dejo ahí, como detonante para una reflexión más profunda.
—Has publicado tanto poesía como ensayos. ¿Cómo se relacionan estos dos géneros en tu trabajo? ¿Escribir poesía y ensayo cumple funciones diferentes para ti como creador? —Están estrechamente vinculados, aunque no cumplen la misma función. El ensayo me permite desarrollar mis ideas de manera amplia y explicativa, argumentar y plantear problemas y preguntas; y, por qué no, de esbozar algunas respuestas. Si bien mis poemas, de algún modo, tratan sobre las mismas preocupaciones existenciales, ya que soy yo mismo quien los escribe, responden a una lógica y necesidad distinta. Podría decirse que son más esenciales. Dicho de otra manera, intentan traducir lo esencial de mi mundo de vida y de mi vivir, en el acto del habla. Empero, si bien las preocupaciones existenciales son las mismas, el locus es distinto. Mis poemas no tratan de explicar, ni de argumentar nada, no tienen la presunción de respuesta o develación; simplemente son. No creo que cumplan ninguna fusión distinta que no sea la de volcarse a la poesía en sí misma. Como diría Nietzsche, mientras mis ensayos hacen brotar de mí, mi lado apolíneo, mis poemas hacen brotar en mí, mi lado dionisíaco. Como militante de la palabra, me reconozco como una síntesis/diálogo permanente de ambas posibilidades.
—Tu obra incluye títulos como Muerte irregular y El otoño está presente. ¿Cómo aborda tu poesía los temas de la muerte y el paso del tiempo? —El concepto “muerte” en mi poesía ha ido evolucionando de manera evidente. En un comienzo, cuando comencé a referirme a ella, lo hacía desde su exterioridad, es decir, desde la materialidad del cuerpo sin vida, que, dado el contexto histórico en el que surgieron esos poemas, era la referencia inmediata que tenía de ella. A medida que mi trabajo interior se fue consolidando, la muerte dejó de ser para mí, esa pura materialidad, para transformarse en un camino de crecimiento interior; me estoy refiriendo a su dimensión simbólica. Es la muerte mística la que ahora me ocupa. Me refiero a ella de manera constante, dialogo con ella, me relaciono con ella. Por su parte, el paso del tiempo es consustancial a la poesía en general y a la mía, por supuesto. De uno u otro modo, el tiempo siempre constituye al poema. La muerte y el tiempo se relacionan de manera dialéctica en mi poesía.
—El agua es un elemento recurrente en tu obra, como en Cantos de agua. ¿Qué simbolismo tiene el agua en tu poesía y por qué crees que este elemento aparece repetidamente en tus versos? —El agua es vida, la poesía también es vida, somos esencialmente seres poiéticos de agua. Los poemas son un constante fluir. Las aguas, en todas sus formas (aguasangre, aguavino, aguamar, agualáctea, aguahielo, aguavida, etc.) refieren de uno u otro modo, a las aguas primordiales. Por ejemplo, en la mayoría de los mitos andinos, el agua representa la fuente de vida y de la energía de la fecundidad de la tierra y de los seres vivos que habitan el cosmos. En la medida que he ido conociendo y comprendiendo esta dimensión del agua, su evocación en mis poemas, se ha ido haciendo más explícita, pero también más simbólica. No he dejado de referirme a su dimensión material (ríos, cascadas, mar, lluvia, charco, lágrima, etc.), pero también me refiero a ella evocando una cosmovisión que es consustancial al mundo espiritual andino, una cosmovisión que refiere a ella como agua-madre, como un elemento fundamentalmente creador, transmutador y purificador.
—Muchos de tus poemas parecen explorar la búsqueda de la identidad y el arraigo. ¿Cómo ha influido tu experiencia como poeta chileno radicado en Bolivia en estos temas? —La identidad y el arraigo son derechos inalienables de los seres humanos. Hace ya bastantes años que yo definí mi poesía como una poesía fronteriza. Una poesía que se construye desde el espesor de la frontera, como un espacio que une, no que separa. Ese espacio fronterizo, desde el punto de vista cultural, tiene sus propias características, dimensiones y cualidades. Como tal, genera una identidad propia, que no se asemeja a los territorios que le dan existencia, por el contrario, se encuentra en sus bordes. Empero, esa “frontera” no es geográfica, tiene un carácter esencialmente simbólico y cultural.
La frontera como fenómeno, genera una identidad propia, y como tal, genera su propio lenguaje. En este marco, el lenguaje se transforma en un elemento constitutivo y constituyente del poeta, quien, con su hacer poético, va produciendo nuevos sentidos, sentidos que, a su vez, van transformando al propio lenguaje. Mi arraigo se encuentra en ese espacio fronterizo, desde ahí construyo mi poesía. Yo vivo y habito la frontera. En realidad, creo que, de uno u otro modo, todos lo hacemos. Es importante tomar conciencia de ello.
—La naturaleza juega un papel importante en varios de tus libros, como en Al sur de las nubes. ¿Qué rol desempeña el paisaje en tu poesía? —Un rol fundamental. El concepto de paisaje lleva implícito la existencia de un sujeto observador y de un objeto observado. Hay una suerte de traducción de la realidad. Los poetas además de ser seres poiéticos por excelencia, también son seres traductores, por definición.
El paisaje no siempre tiene una dimensión geográfica, también tiene una dimensión metafísica. La naturaleza tiene implícita, en la medida en que alguien la observa/traduce, ambas dimensiones. Por ejemplo, en las cosmovisiones andinas y amazónicas, ambas dimensiones siempre están presente y en constante diálogo. Sin ir más lejos, nuestro propio cuerpo, entendido como territorio y como naturaleza, se constituye en un paisaje en sí mismo. Ahora bien, si como poetas no podemos escribir sino desde nuestro cuerpo, es claro, entonces, que escribimos desde nuestro propio paisaje.
—Tu obra Marioneta inmóvil sugiere una reflexión sobre la fragilidad humana. ¿Qué significado tiene para ti este libro y qué te motivó a escribirlo? —Años antes de escribir ese libro, mi esposa Tania y yo tuvimos un accidente automovilístico que casi nos costó la vida. Ese accidente se produjo mientras viajábamos por el Altiplano. El primer impulso/necesidad de escribir sobre el movimiento, provino de esa experiencia que casi me deja sin poder caminar. Sin embargo, ese primer impulso y necesidad fue transformándose poco a poco en un ejercicio reflexivo más profundo, que fue tomando dimensiones más amplias. Poco a poco, el libro comenzó a evolucionar también, casi fuera de mi control. Por ejemplo, en su proceso de escritura, me fui dando cuenta que existe un movimiento inmóvil del que todos somos parte y del que no somos conscientes. Me di cuenta también de que, de algún modo, todos somos una suerte de marionetas movidas por entes e hilos invisibles que definen, aunque no determinan, nuestro vivir. Ese libro, en realidad, es una suerte de apología del movimiento y de un sujeto colectivo (todos nosotros) que, poco a poco, va generando un movimiento propio y singular, al ir despojándose, cortando los hilos que lo sostienen y, también, de quién o quiénes los mueven.
—¿Hay algún punto de inflexión en tu carrera que sientas que marcó un antes y un después? —En realidad, creo que han existido cuatro puntos de inflexión en mi hacer poético: el primero, constituido por el exilio y mi llegada a Bolivia; el segundo, cuando comencé mi camino de descubrimiento y trabajo interior; el tercero, cuando salí vivo del accidente que ya mencioné en la pregunta anterior; y, cuarto, cuando hice mi doctorado en Epistemología, mismo que abrió mi mente al pensamiento crítico. Podría decirse que estos cuatro hitos han constituido al poeta que estoy siendo hoy. En tal sentido, podría referir que existen cuatro “antes y después” en mi carrera claramente identificables. Cada uno de estos hitos me ha marcado de manera profunda y distinta, y me ha aportado una sustancia cualitativamente distinta también.
En realidad, si nos ponemos a pensar, todo el vivir es una sucesión de inflexiones y de un conjunto de “antes y después”. Mencionar sólo estos cuatro, se me transforma casi en un ejercicio teórico.
—Has participado en numerosos festivales de poesía en diferentes países. ¿Qué te han aportado estos encuentros con otros poetas y cómo han influido en tu obra? —Siempre es bueno conocer lo que otros u otras están haciendo, exponerte a nuevas prácticas discursivas y escuchar nuevas voces. Ese conocer, exponerte y escuchar, nutren y enriquecen tu propio hacer poético. Los festivales me interesan más como fuente de enriquecimiento y aprendizaje, que como vitrinas.
—En tus ensayos y artículos has reflexionado sobre la literatura y la cultura. ¿Qué temas te interesan particularmente cuando escribes ensayo? ¿Qué te motiva a escribir sobre estos temas? —Me motiva el vivir y la poesía. Me interesa reflexionar sobre la poesía, en general, y sobre algunos poemas, en particular. Me gusta el arte de la interpretación, la hermenéutica. Me interesa leer y dialogar con la textualidad, descubrir y develar sus secretos. No soy estructuralista, en lo absoluto. Me interesan poco los contextos, pues no soy historiador, del mismo modo, me interesan poco las vidas particulares, pues no soy biógrafo. Me interesa dialogar con la voz del poema -no la del poeta-. En mis ensayos me dejo interpelar por esa voz.
La escritura en sí es un hecho cultural. A algunos les parecerá raro lo que voy a decir, sin embargo, me parece necesario: La cultura es una gran tirana.
Reflexionar sobre la relación consustancial entre cultura y poesía; es algo que me interesa de modo significativo, es cierto, pero dialogar de tú a tú con la voz que subyace en un poema, me interesa más. No me considero culturalista, en lo académico, me defino más bien como un buen escucha y lector, y un buen dialogante.
—El título de tu libro Poemas descalzos evoca una sencillez o desnudez poética en pos del descubrimiento del mundo, de enfrentarse a él. ¿Qué buscabas expresar con este título y cómo se relaciona con el contenido del libro? —Poemas descalzos es un libro raro dentro de mi obra poética, ya que compila poemas dispersos y poco trabajados desde la racionalidad del lenguaje. Tal como lo digo en su introducción, los poemas ahí contenidos casi que se escribieron solos. Se podría decir, que me usaron para cobrar vida. Lo único trabajado realmente en ese libro es la estructura que responde a una necesidad de darle un orden comprensible. Debo aclarar que, por lo general, mis libros son trabajados a partir de un o más hilos conductores. No son compilaciones, excepto este libro. El título responde a esa necesidad de diferenciación. Son, por así decirlo, poemas que no alcanzaron a ponerse los zapatos antes de ser publicados, de ahí lo de descalzos. Vieron la luz, tal y como vinieron al mundo. En “Errores compartidos”, ya había experimentado la posibilidad de publicar el proceso creativo, con correcciones y todo, como ya lo mencioné. En “Poemas descalzos”, quise experimentar la sensación de publicar poemas que incluso no fueron corregidos. La experiencia fue buena y la crítica también.
—El exilio y la migración son temas importantes en la literatura latinoamericana. ¿Cómo te ha afectado vivir fuera de tu país de origen y cómo se manifiesta esto en tu obra? —El vivir se relaciona con un espacio, un tiempo y una cultura. Cuando sales de tu país, sobre todo cuando sales obligado por las circunstancias, los elementos espaciales, temporales y culturales que te sostenían, se desestructuran. Esa desestructuración es un proceso que dura muchos años, tal vez, toda la vida. A la par de que te vas desestructurando, te vas también estructurando en una nueva espacialidad, temporalidad y cultura, te vas hibridizando, por decirlo de algún modo, te vas arraigando, en definitiva. Es un proceso inevitable e irreversible, ese es el verdadero objetivo del exilio, en eso consiste el castigo. El asunto está en cómo asumes o gestionas esa realidad. Como ya lo dije, el poeta solo puede escribir desde su cuerpo, desde lo que es, o, mejor dicho, desde lo que está siendo. Mi poesía siempre ha sido un reflejo de esa “hibridación”. Mi poesía dice lo que estoy siendo, desde el aquí y en el ahora.
—Has sido jurado en importantes concursos literarios. ¿Qué aspectos valoras más en la poesía de otros autores cuando actúas como jurado? —Trato de encontrar nuevas prácticas discursivas, voces distintas, profundidad temática. Valoro enormemente la singularidad poiética. No me atraen los poemas que se apegan a los discursos de moda o a determinadas “fórmulas ganadoras”.
Lo que acabo de decir, no quiero que se interprete (como algunas veces se lo ha hecho), en el sentido de que no me identifico con las causas medioambientales, sobre la diversidad sexual o la causa feminista, por ejemplo. Por el contrario, soy muy consciente de los fundamentos que sustentan dichas causas, lo que representan políticamente y la necesidad de producir trasformaciones sociales, en pos de lograr una sociedad más justa. Sin embargo, considero que, en el orden del lenguaje poético, debemos tener cuidado en no dejarnos traicionar por usos lingüísticos que provienen de otros campos semánticos y que han sido concebidos para otros propósitos.
Partamos de la base de que cada dominio del conocimiento humano y del ser /estar en el mundo, genera su propio léxico y su propia estructura lingüística. Por ejemplo, los ingenieros de sistema hablarán de un modo, los abogados de otro, los médicos de otro, los economistas de otro, los “ONGistas” de otro, etc. Pues bien, no basta con transpolar/plasmar determinados vocablos o muletillas técnicas en un par de versos para pensar que se está haciendo poesía contemporánea, o buena poesía. La poesía, en tanto trabajo sobre, con y desde el lenguaje, debe trascender la epidermis de esos léxicos, su primera capa, para adentrarse a dimensiones más profundas y superiores de los mismos. Me estoy refiriendo a los aspectos más cualitativos de la poesía, a los contenidos y prácticas discursivas más que a los aspectos formales de los mismos, a esos maquillajes burdos que suelen aparecer en muchos concursos.
—El mundo ha cambiado drásticamente en las últimas décadas. ¿Cómo ha afectado este cambio social y político tu poesía y la forma en que abordas ciertos temas? —El poeta siempre está, ha estado y siempre estará inmerso en un mundo en constante cambio, algunos de ellos más drásticos y dramáticos que otros. Desde el punto de vista social y político, las grandes trasformaciones se han venido dando en el surgimiento de un desarrollo tecnológico atroz y despiadado (como producto de una geopolítica aún peor), que está configurando un nuevo tipo de ser humano que, en la mayoría de los casos, no está consciente de ello. La poesía, creo yo, se constituye en una suerte de reserva moral. Uno de los espacios más importantes de resistencia a este modelo de “desarrollo”, es el lenguaje. La lengua es constitutiva y constituyente del ser humano, la lengua dice lo que el ser humano es, y, a su vez, el ser humano va constituyendo lo que la lengua dice. La poesía tiene esa virtud y ese valor. Sin tener una aspiración social o política, en el sentido cotidiano del término, espero que mi poesía aporte a un decir más humano y trascendental, a la constitución de un ser poiético que lucha por expresarse. Mi poesía siempre se ha insertado en esa línea. Los grandes temas, como el amor, la vida, la muerte, el desconsuelo, nuestro vínculo con la naturaleza y el tiempo, y la trascendencia, por ejemplo, son y seguirán siendo esos espacios concretos y simbólicos sobre los cuales, y desde los cuales, el poeta se expresa.
—La relación entre el pasado y el presente parece ser un tema constante en tu obra. ¿Cómo ves la función de la memoria en tu poesía? —La poesía se nutre de la memoria. La poesía se materializa en acto presente, aunque a veces evoque al pasado. En la poesía, la temporalidad juega un rol fundamental, la memoria permite al poeta conectarse con esa temporalidad, ya sea pasada, presente o incluso futura (aunque lo del futuro suene extraño). El pasado, el presente y el futuro, son tres momentos de un único y mismo recorrido; la memoria es esa varita mágica que nos permite situarnos en algún punto de ese recorrido. Borges decía: “El hoy fugaz es tenue y es eterno”. En el poema siempre están presente todos los tiempos y todas las memorias del poeta y del mundo.
—Algunos de tus poemas han sido publicados en diferentes países de América Latina, Estados Unidos y España. ¿Cómo percibes la recepción de tu obra en estos diferentes contextos? —Muy bien. En algunos casos mi poesía toca aspectos locales –me refiero a paceños-, es cierto, pero en la mayoría de los casos toca temas que son de carácter común a todas las culturas. Soy un convencido de que la poesía no tiene fronteras, más aún cuando escribes desde los espacios fronterizos. El trabajo con el lenguaje es uno de esos espacios comunes, más allá del idioma en el que lo hagas. Lo que hace la poesía es elevar ese trabajo a su máxima expresión. Los aspectos simbólicos del lenguaje son, por así decirlo, arquetípicos. Para la poesía la diferencia idiomática e incluso cultural, no se constituye en una barrera.
—El título de tu libro más reciente, Cénit de fuego, sugiere un momento culminante. ¿Qué significa este título para ti y qué representa en tu trayectoria poética? —El término cénit tiene una significación astronómica, se refiere al punto más alto del hemisferio celeste, pero también denota el punto culminante o momento de apogeo de una persona, una especie de “estar en la gloria”. Entiendo que la pregunta se refiere a esa segunda significación. Al respecto tengo que decir que, desde mi punto de vista, a nivel individual, no hay camino posible de verdadera trascendencia (gloria), que no sea a través del fuego transformador, me refiero a ese fuego que está en ti. Cuando se llega a esa gloria, entonces se está en el cénit.
Cénit de fuego es un libro ambicioso, se trata de un diálogo permanente (aunque no evidente) entre la muerte, en su sentido metafísico y yo. Al contrario de lo que algunos piensan, su título no refiere a un supuesto estado, ubicación simbólica o espacial, en la que me encontraría, sino más bien, responde a una necesidad, a un deber ser. Es un libro muy joven aún, tiene semanas de haber sido presentado. La verdadera significación y representación que este libro tiene o tendrá en mi trayectoria poética, podré dimensionarla y comprenderla, sólo una vez que su divulgación sea mayor y con el pasar del tiempo. Habrá que dejar que madure en su propio recorrido. Una vez que publicas un poema, o un libro, éste cobra vida propia. Prefiero esperar un poco, antes de aventurarme a responder la pregunta, de manera apresurada.
—¿Quisiera pedirte que nos sugieras 10 libros de Bolivia [Poesía, Ensayo, Novela, etc.] que para ti son imprescindibles? —Bruckner de Jaime Sáenz (poesía); Tirinea de Jesús Urzagasti (novela); Ítaca de Blanca Wiethüchter (poesía); El loco de Arturo Borda (inclasificable); Felipe Delgado de Jaime Sáenz (novela); Periférica BLvd de Adolfo Cárdenas (cuento); Raza de bronce de Alcides Arguedas (novela); Aluvión de fuego de Óscar Cerruto (novela); La palidez de Guillermo Bedregal (poesía); La máscara de piedra de Fernando Montes (ensayo).
—¿Cuatro libros que te hubiese encantado escribir? —Te responderé con cinco: La Divina comedia de Dante Alighieri; Los Gemidos de Pablo de Rokha; El Libro del desasosiego de Fernando Pessoa (escrito bajo el heterónimo de Bernardo Soares); Árbol de Diana de Alejandra Pizarnik; y, El amor de Chile de Raúl Zurita.
¡Qué difícil! Dejé millones afuera.
—Finalmente, pensando en el futuro, ¿en qué proyectos literarios estás trabajando actualmente y qué dirección crees que tomará tu poesía en los próximos años? —La dirección que tomará mi poesía en los próximos años no la sé, la poesía sigue su propio rumbo, espero identificar es dirección y recorrer ese rumbo junto a ella.
Respecto a mis proyectos, estoy trabajando en una compilación de ensayos y prosas, que son la faceta menos conocida de mi actividad literaria. Estoy trabajando, también, de manera paralela, en una investigación (ensayo) que trata de entender cómo y de qué modo, el hermetismo, en sus diversas vertientes, está presente en la poesía latinoamericana, trabajo que posiblemente sea publicado en Chile el 2025; y, finalmente, en un nuevo poemario que ya tiene nombre: La palabra perdida.
— Muestra poética de 8 poemas —
Llegué por fin al comienzo del camino
– y no me arrepiento de lo andado –
miro hacia adelante y veo mi cuerpo alejarse de su sombra
que no es mi sombra
ni mucho menos mi piel
En esta ruta que asemeja al vacío
espero una caricia tierna y escurridiza
una señal de dolor o suplicio
un infierno
¿y por qué no
un monstruo de fantasía?
Como ya lo dije “no soy el señor “K” ni pretendo serlo”
Soy una subespecie de mí mismo
y suspiro treinta y tres veces en la noche
cual insecto que se sabe atrapado
-en Cénit de fuego (2024)-
…
II
El mar que yo veo es blanco como la ceguera de Borges / como la sangre que brota en los caminos de Yungas / que imaginan en el cielo su infinita sombra
Cae como lluvia sobre los techos de Roma / y sobre los seres y las cosas que la habitan / y que en otro tiempo fueron motivo de un poema de Borda
Roma está aquí en La Paz / invisible / vestida de cactus y de flores / No desapareció jamás después que la trajeron / ni en la profundidad de la noche / ni en el sueño de los poetas que habitaron su cuerpo dormido / en las puertas y ventanas del Ave Sol / allí / en la calle Goitia
El César que yo conozco no es el César ni es obeso / se transformó en el cancerbero de la calle Jaén / y de la cruz iluminada con fluorescentes verdes / entre bares / tambos de alcohol y montañas de mandarinas
Roma tampoco es La Paz / pero está en ella / en su espíritu de roca / y en los muros de adobe y cristal que existen entre Obrajes e Irpavi / que / aunque no están / se yerguen junto a un río cubierto de estrellas negras
-en El otoño está presente (2022)-
iii.
Una silla blanca
quieta
frente a una superficie blanca
infinita
Sola ella
esperando quien quiera sentarse
en su regazo
y en cuya sombra que se extiende a lo lejos
hay una silla negra
meciéndose
en la que se encuentra sentada
la Muerte
-En Poemas descalzos (2019)-
Receta para sonreír
Planee un acto inmoral cualquiera
con tiempo y lujo de detalles
calcule bien su probabilidad de éxito
y el costo existencial de llevarlo a cabo
Decida el día
con la exactitud de un calendario digital
tome sus recaudos en la eventualidad de que falle en el intento
piense bien y con sosiego
calme sus nervios
y encomiende su alma a Dios
no piense en otra cosa
y decídase a actuar en consecuencia
Cuando todo esté planeado
y no quede duda alguna
mire el reloj de la pared
y abra la puerta
no antes de mirar el espejo
para descubrir en aquel rostro que le observa
esa sutil sonrisa
de quien se sabe perdido
-en Poemas descalzos (2019)-
vi.
Se dice que caminó sobre las aguas, el fuego, la arena del Sahara y entre los jardines de Babilonia
Se dice que voló entre las negras nubes, desnudo y bajo la lluvia
Se dice que comió carne humana y verduras silvestres, tomó vino y té de Ceilán
Se dice que era un hombre común, y que, como todo hombre común, era algo distinto
Se dice que las mujeres lo amaron sin condiciones, por sobre todas las cosas y los seres que habitan el mundo
Se dice que transitó descalzo sobre las piedras andinas hasta que sangraron sus pies, y que se enamoró de ellas por los siglos de los siglos
Se dice que su bondad no tenía límites, que lo dio todo, sin recibir nada
Se dice que plantó árboles nativos, que escribió libros y que tuvo hijos mestizos
Se dice que nadie conoció sus sueños, nadie sus rencores, nadie sus tormentos
Se dice que fue un paria, un mal nacido, incluso un blasfemo
Se dice que nació antes de haber nacido y que murió después de haber muerto
El silencio del decir
es la única palabra confesa
-en Poemas descalzos (2019)-
Sin darnos cuenta, pero con algún presentimiento, la muerte se hace cada vez más cercana. No son los cuerpos quienes dibujan el paisaje. Es el paisaje mismo, junto a las montañas y las nubes quienes dibujan los cuerpos. El tiempo trae a cuestas algunos desengaños, por eso la tardanza es perdonada y necesaria. Llegar es partir hacia algún sitio, como un punto de fuga que se acerca desde algún fondo y que nos perfora buscando su propio destino. Aquí estoy, en mi propia nada. He aquí mi silencio, mi voz alterada, mi febril agonía.
-en Marioneta inmóvil (2017)-
De las manos del poeta salen pájaros huidizos
La ciudad vuela de un espíritu a otro
/ sobre las alas de la palabra /
-en Palabras de la nada (2010)
En mi cuerpo habita desde siempre el sueño de otro sueño:
la sombra de un amor que se libera cuando ama
Ahora que mis manos anhelan tu presencia
me hago territorio
y te busco . . . . . . . agua
Veloz sobre mi cuerpo
la sangre llega al río . . . . . . . y el río a la palabra
Y es que hay un lenguaje más antiguo que la luna:
el de morir sin morir…
Mi sombra y tu sombra se funden
en la trama infinita del tiempo
-en Cantos de agua (2004)-
29
El violeta es distinto, mujer de nubes
Entra y sale de las cosas
Nos pinta los Labios
Nos cubre con el velo de su templo
A veces entra en mí y un bosque de rosas brota en el camino
Entonces comprendo el misterio que esconde la serpiente
El embrujo de mis manos en el embrujo de tu cuerpo
Una cruz levanta vuelo
desde mi cuerpo me habla con su lenguaje de fuego
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista con el poeta y ensayista Ariel Pérez Rosas
“La cultura es una gran tirana”
Por Ernesto González Barnert