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PRESENTACIÓN DE “CAURITO”
de Juan Carlos del Río. Editorial Economías de Guerra, 2012.

Por Ernesto Guajardo




 

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Nunca he matado un gato
o hace mucho tiempo
o lo he olvidado.
(Jacques Brel, “Cesgens-lá”)

1.- Lo aparente, la textura, lo primero que se percibe.

El engaño, la trampa: creer que lo que se dice es sencillo, que la historia que se poetiza es sencilla. No es así porque no es así la vida. De ahí la multiplicidad de aproximaciones que se despliegan en el texto. Esas fragmentaciones del decir, esas sucesivas apariciones en escena de los hablantes.

“Así es la vida, tal como es la vida”, dejó escrito Vallejo. Pero la vida en las vidas mínimas, aprovechándome de González Vera, es una tensión llevada en todas las dimensiones: hacia toda profundidad, hacia toda altura, hacia todo margen.

Entonces, cuando uno lee Caurito “lee” una historia pero, por sobre todo, se permite sospechar, inquietarse, avizorar lo que existe tras los versos, detrás de los caracteres o al fondo de los espacios en blanco. Aquí, la serpiente invisible de la poesía que proponía Dylan Thomas adquiere uno de los rostros de la violencia.

2.- Esa vida, tu vida, mi vida. La vida nuestra.

Creer que Caurito son palabras sobre los otros es una senda tan tranquilizadora como errada. El propio poeta nos advierte y nos incluye: “todos soñamos ese sueño”, nos dice. Y uno ve la ruda en la casa de la madre en El Quisco, y recuerda la ruda en el patio de la casa que se arrienda. Se lee y se piensa que el olor de las cáscaras, en el tostador o en la estufa (pienso también en Kurt Folch). Ese olor es una señal nítida de una pertenencia extendida.

Este tránsito que va del fragmento cotidiano a la totalidad me parece muy nítido en el poema V que, precisamente, el de la búsqueda. Incluso la forma de construcción de los versos se tornan en una persistencia que horada la conciencia, al mismo tiempo que, en la multiplicidad de imágenes que construye va rodeando al lector. No quedan muchas salidas: se debe ver la violencia que se sospecha, a través de cierta violencia cotidiana en el devenir (“los saludos a las autoridades”, “los meses acumulados”, “todos estos años”).

Creo que existen en los versos de Caurito una suerte de expansión de estos fragmentos, de estos detalles de la vida, de aquello que se suspende en el tránsito. Véase, por ejemplo, el poema VI “Diagrama de flujo”, véase –ahora literalmente hablando– la mañana escolar de Juanito Miranda. Uno desciende por los versos, pero, de pronto, lee: “apareció en la sala como un presagio”, y el ojo queda sorprendido, como un pie en el aire, de noche, sobre una geografía desconocida. ese verso es solo uno de los ejemplos que decíamos al inicio: no leamos con inocencia estos versos. Aquí nada es inocente, nadie es inocente.

3.- Yo, el Otro, los otros. Nosotros.

El poema VIII se inicia con los versos que abren múltiples ventanas en la azotea del cuerpo: “Yo no soy otro / soy yo mismo”. Funciona como una bomba de contacto: se activan ni bien se leen.

Primero llevan al clásico de Rimbaud (“Yo es otro”), luego a Sartre (“el infierno es el Otro”). Esto último me lleva a Jacques Brel y a los versos citados al principio de todo esto, de su canción “Cesgens-lá”. Y esa familia que se disuelve me podría disparar hacia el infinito sino me detengo en esa alteridad estallada. “Yo no soy otro / soy yo mismo”, me parece de una radical brutal, de un abordaje a la realidad sin trampas, sin máscaras y, por sobre todas las cosas, sin traiciones por parte del poeta respecto de su obra. Aquí, así como a lo largo de todo el poemario, los fragmentos estallados de la vida no se “ponen en bonito”, sin que ello lleve en absoluto a ese otro facilismo que es una suerte de “estética del feísmo”. Una vez más, el antiguo tema: ética y estética.

Uno, como lector, podría hacer propios esos versos iniciales, y decir: “Yo no soy otro / soy yo mismo” y continuar diciendo: “Nunca he matado un gato / o hace mucho tiempo / o lo he olvidado”. ¿Podemos, en verdad, decirlo?

En esos dos versos iniciales se encuentra la imposibilidad de la disolución del sujeto, es el reconocimiento de las dimensiones límites del ser, el preámbulo en donde la materia se impondrá al espíritu: “aquí nadie actúa / aquí todo es real”.

4.- El nombre.

Por último, quiero detenerme en el título, Caurito. Quizás mi pasado parroquial me hace trampas aquí. De otro modo no me explico el pensar tan despreocupadamente en la progresión caurito-cabrito-cordero-sacrificio.

Porque cabrito, según Corominas, efectivamente viene de cabruno, capruno; de capra. Cabrito es una cabra parada en dos patas. Y la palabra aparece en América Latina en el siglo XVIII.

La idea de sacrificio me lleva a Abraham y su hijo Isacc: el tortuoso y violento “amor” de Dios. Y no nos olvidemos de Chronos.

Caurito, una suerte de animita verbal.

PRESENTACIÓN DE ERNESTO GUAJARDO,
MARZO 23, 2012.
SAN ANTONIO.



 

 

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