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Seamos dispersos, recuperemos la otra historia
(Presentación del libro “Valparaíso, la memoria dispersa. Crónicas históricas”
de Ernesto Guajardo. Biblioteca Severín, Valparaíso, 26 de diciembre de 2013)

Por Marcelo Mellado



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Un libro como este se agradece, no sólo porque incorpora más saber sobre una ciudad necesaria, un no Santiago que ha sido un eje clave de nuestra República, Valparaíso. Un texto así urdido ayuda a construir una memoria necesaria en un país que se había acostumbrado a la uniformidad histórica. Por otro lado, este texto tributa a un género fundamental para asegurar la diversidad de miradas, y que cierto canon académico ha secundarizado por fragmentario y disperso, nos referimos a la crónica histórica.

Este libro nos ayuda a observar la historia social hurgando en episodios no institucionalizados. Nos pone en contacto directo con la violencia porteña instalada como recurso tácito del poder y, por otro lado, el imaginario literario que eso produce. La estructura es fragmentaria, apelando a una discontinuidad que pone en crisis la ideología la linealidad de la historia y de la ilusión causal.

El texto enfatiza lo local que arma redes o sistemas de trabajo con otras agencias de escritura de la historia, centrado, fundamentalmente en la memoria social; me refiero, fundamentalmente, a los diálogos que el texto establece con el trabajo de Cristóbal Gaete, por ejemplo. Nos estamos refiriendo al hermoso trabajo sobre Pezoa Véliz en Valparaíso que es todo un acierto metodológico y patrimonial.

En otro aspecto a rescatar del texto de Ernesto Guajardo es lo que nos remite a la noción de archivo, entendida como “sistema de la formación y de la transformación de los enunciados”. Estamos citando el Glosario epistemológico de Michel Foucault de Sergio Albano publicado por editorial Quadrata. Porque estas crónicas hacen el levantamiento de distintos registros discursivos que constituyen y, en este caso, reconstruyen una especie de mapa de la memoria social y cultural de una comunidad, basada en imágenes y en relatos de violencia contra el mundo popular; también aparece el tópico de la migración como un neocolonialismo.

Ese saber o esa historia popular anida en diversos documentos o soportes memorísticos al que el operador o investigador apela. Pienso que este trabajo y el de Cristóbal, y el de Ciudad Invisible, en su minuto, aquí en Valparaíso, son parte del diseño de ese archivo transformado en un acto colectivo, o en un colectivo político que observa la experiencia histórica de un territorio como un entramado espacial, más que temporal. La Revolución de los Sastres, por ejemplo, es una referencia que nos remite a funciones paradigmáticas de diseño de redes que problematizan la noción misma de acontecimiento. O el relato del Matasiete que nos habla de la función mercurial de cierto periodismo o que habla del periodismo otro, no determinado por ese monopolio informativo que marca todo el siglo XX en Chile y que nace en el puerto.

El libro de Ernesto Guajardo nos recuerda que un archivo como este, social y político, se construye clasificando diversos tipo de enunciados o imágenes retórico discursivas, en la medida que van armando una trama que se va haciendo coherente o va adquiriendo un sentido para una sociedad (o un sector de ella). Ojo, seguimos citando y tributando a Michael Foucault. Hemos tomado su noción de archivo, pero también el concepto de discontinuidad, en el sentido en que la historia no es una linealidad causal hacia un fin; más bien se trataría de funciones que son producidas por sistemas de reglas de formaciones discursivas.

Aquí nos damos cuenta que hay una razón oligarca que produce un saber histórico, también llamado ideología, pero también hay otros saberes no oficiales que ocupan lugar en el relato, a pesar de su visibilidad opaca, determinada por un modo de distribución de esa discursividad. Eso es lo que nos dice el proyecto de Ernesto Guajardo. Hay otra línea de sucesos que se ordena de otra manera y que dialoga de varias otras formas con otros sistemas de registro, el literario, el periodístico, el social, etc.

Hay varios episodios que aparecen en el libro que pueden ser tomados como referencia de un trabajo textual posterior por investigadores jóvenes, como una incitación al deseo histórico, o de una anecdótica clásica o de una crónica que implique un ajuste de cuentas con el canon historicista. Episodios como La Revolución de los Sastres, El Matasiete, o personajes como Gómez Carreño o Arturo Fernández Vial, entre otros, o el tema del espionaje, son muy fascinantes como objetos, incuso más allá de la memoria histórica, nos referimos concretamente a la novela o a la ficción. La crónica histórica que practica Ernesto Guajardo fragmenta y hace relevante aquello que la historia oficial o institucional desprecia, el detalle, el dato menor o insignificante, entre comillas o ilusoriamente, como si existiera la verdad o aquello que es más importante, cuando hay discursos que jerarquizan o clasifican lo prioritario que siempre va cambiando por reglas de instalación discursiva. Recuerdo que en teoría de la ficción no hay dato menor, todo es relevante, no hay pérdida informacional, no hay entropía; eso decía el maestro Roland Barthes.

En el nuevo régimen de la política o del discurso político la memoria ocupa un lugar fundamental, fundante o refundante, podríamos decir. Lo que se está construyendo es un nuevo archivo de la memoria histórica chilena, en un raro proceso que explotó este último año a nivel mediático. Lo de Ernesto Guajardo va en una línea menos mediática, pero más certera. En este caso, este archivo lo construye una agencia discursiva a la que pertenecería este cronista o este autor. Esa agencia que recupera nuevos documentos y nuevos relatos; en el fondo se recurre…, y esta es una tesis, a la voluntad de ficción, utilizando a narradores como proveedores de documentación, es el caso de Manuel Rojas y el mismo Pezoa Véliz, y el periodismo popular.

La dispersión de la memoria como concepto es una clave frente a la ilusión de orden y linealidad del discurso de la historia académica clásica. Esto queda ratificado por el plan de obra que surge de la lectura que intentamos hilvanar o que descubrimos o intuimos, y que se sostiene en la mirada fragmentaria que es un recurso que provee la ficción o cierta ficción, a partir de los géneros más bastardos a los que se recurre, como la crónica literaria, el periodismo no oficial o no académico, el registro político popular y, en general, el levantamiento de información que surge de modos informales de registro.

En lo personal, me quiero detener en la figura de Arturo Fernández Vial, que es el nombre de mi equipo futbolístico, el que aparece mencionado en el libro. Alguna vez el escritor y actor, y director de cine, Gregory Cohen me contó que quería hacer un trabajo de recuperación de personajes históricos que habían impedido catástrofes, concretamente matanzas y me habló específicamente de Arturo Fernández Vial. El club que lleva su nombre se lo pusieron los ferrocarrileros de la zona porque ayudó a la solución de una huelga que pudo terminar en otra matanza, muy a distancia de un Gómez Carreño o de un Silva Renard.

La modalidad de producir un formato libro a partir de columnas o artículos posibilita el potenciamiento de estos enunciados que surgieron en un momento y resurgen en otro articulados de un modo que los transforma; el sólo hecho de agruparlos y darles un sentido o edición los convierten en un texto distinto. Eso es lo que ocurre con Valparaíso, la memoria dispersa. Un libro necesario para nosotros porque le da sentido a un nuevo momento que se abre, producto de la reposición de un discurso que estuvo vetado, incluso por nosotros mismos, ese que podemos llamar el de la recomposición y restauración del mensaje emancipador.



 



 

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(Presentación del libro “Valparaíso, la memoria dispersa. Crónicas históricas” de Ernesto Guajardo. Biblioteca Severín, Valparaíso, 26 de diciembre de 2013)
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