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Presentación de Arenas de Ernesto Guajardo
(Viña del Mar, Ediciones Altazor, 2014), realizada en La Sebastiana, el 30 de enero de 2015.
Por Patricio González
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En Ediciones Altazor llevamos algún tiempo recogiendo lo primordial de la literatura regional. Y no digo esto con arrogancia provinciana, ni tampoco con ese mal uso del término “regional” que nos hace creerlo como sinónimo de provincianismo y limitación imaginaria. Regional en un sentido amplio, en el sentido de lugares y espacios, situaciones y aconteceres. Regional referido a una zona, a varias zonas, a regiones que acontecen más como hecho de lenguaje e imaginación que como datos geográficos de burocracia administrativa.
Desde Valparaíso, desde Viña, desde San Antonio, desde Quilpué, desde Limache, desde Quebrada Verde, desde Casablanca… desde esa infinitud de regiones y zonas que son atravesadas por el lenguaje y articuladas por la fantasía, en Ediciones Altazor hemos dibujado un espacio, un imaginario. Y queremos seguir haciéndolo con ganas, con entusiasmo, con asombro.
Siempre, en mi calidad de editor, he creído que la crónica es el género más adecuado para dar cuenta de esa experiencia. Una crónica que no sólo sea recuento de datos o un anecdotario simpático de nombres, lugares o situaciones. No, más que eso: intervenciones desde el lenguaje para invitarnos a inventar en el decurso de la lectura, una recreación imaginativa de rica variabilidad, de rica textura, de asombro y de talante poético y sensible.
Tengo en mente tres nombres claves de nuestro repertorio: Ennio Moltedo, Luis Andrés Figueroa, Gustavo Boldrini. Hay otros, qué duda cabe. Carlos León, Claudio Solar, pero también Manuel Astica Fuentes y el genio de Joaquín Edwards Bello.
Si leemos a estos autores, todos ellos hacen de la crónica un género que es límite de sí mismo. Ya sea como poema en el caso de Figueroa, ya sea como cuadro de costumbre en el caso de Edwards Bello, ya como exploración detallada y fina de la realidad en Boldrini, ya resonancia de su mundo tan personal en Moltedo.
La riqueza, variedad y maestría en la prosa de todos estos autores, nada tiene que envidiar a un Roberto Merino a un Francisco Mouat, nada. Y es así que esa fluidez de comunicación entre el mundo de la capital y la costa no tiene por qué ser un límite odioso.
Y en ese sentido, nos parece que Arenas de Ernesto Guajardo es un libro notable, de una prosa evocadora, sinuosa, que nos transporta en su peculiar ritmo y en sus asociaciones descriptivas, a un estado de contemplación activa, llena de lucidez y sutiles detalles.
A Ernesto lo conocemos como poeta, también como editor. Y ahora, con este volumen, incursiona en este género que es tan caro para todos nosotros.
Ernesto no es un afuerino, no es un santiaguino desaforado que busca sensaciones en la costa o en esa imagen alicaída de un Valparaíso bohemio, de ninguna manera. Él ya es uno de los nuestros, él ya es parte de esa historia de la crónica regional que tienen a Moltedo, Boldrini y a tantos más, como sus más fieles representantes.
El talante de Ernesto sin duda que es lírico: en eso sus crónicas son verdaderos poemas en prosa, tal como pueden ser las crónicas de Luis Andrés Figueroa o Ennio Moltedo. Un lirismo que busca la síntesis entre materia e imaginación, un lirismo que busca la fusión entre la escritura y su materialidad respecto de la evocación que nos hace sentir y de la que nos hace cómplices.
No deseo extenderme más de lo debido en esto.
Sólo agradecer a Ernesto la confianza para estar publicando con nosotros, pero también feliz por lo que significa sentirlo como un escritor con el cual podemos compartir este tiempo y todos estos espacios y lugares a través de la intensidad de la palabra.
