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El Totoral: un cementerio y su poema
Por Ernesto Guajardo
Publicado en El Líder de San Antonio, sábado 12 de febrero de 2021, p. 10
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En el Litoral Central cada lugar tiene su propia postal. Y a veces posee también huellas casi secretas, pequeños guiños que se fueron esfumando con el tiempo.
¿Quién recuerda hoy, por ejemplo, ese tembloroso poema titulado “La visita”, de Eduardo Anguita? En sus versos quedó registrado, para siempre, el cementerio parroquial de El Totoral.
Sabemos que esta visita se realizó a mediados del siglo XX, nos lo dice el propio poeta: “Estamos en 1950, en un huerto marchito en Totoral, la colina donde resbalan los muertos / y las enredaderas, / La colina de los amigos. ¡1950! Tanto tiempo perdido estaba aquí, tierra adentro”. Y tenemos un testigo presencial del hecho: Luis Sánchez Latorre, quien dejó escrito en su libro Memorabilia: impresiones y recuerdos: “veo a Eduardo Anguita orando ante una tumba del cementerio de El Totoral, oración que el tiempo convertirá en el prodigioso poema críptico ‘La visita’”.
El poeta nos dejará más indicios entre los versos de su poema: los epitafios de quienes se amaron.
“Muerta el 11 de mayo de 1857. Pronto se reunirá a ella su inconsolable esposo”, indica el de ella. “Aquí vino a reunirse a su querida esposa el 6 de enero de 1902”, el de él.
¿Quiénes fueron en vida? ¿Podríamos reconstruir los rostros tras estas huellas? Eso queda para un arqueólogo de textos.
Pero no solo versos nos quedan sobre El Totoral, también tenemos libros que, desde diversas perspectivas, nos ayudan a encontrarnos con la historia de este pueblo: Memoria oral de El Totoral, cuya selección y prólogo corresponden al poeta y profesor Juan Eduardo Díaz, quien vive en Punta de Tralca, y que nos permite conocer la memoria los antiguos habitantes del lugar. O bien el libro Historia y cultura de Isla Negra y del Litoral de los Poetas, de Luis Hernán Morales Pichunante, antropólogo social residente desde hace mucho en Isla Negra. Sobre ambas obras volveremos en otra ocasión.
Cuando uno se extravía el bosque de las letras, todo puede transformar en libro. Pareciera incluso una patología, una agradable patología, a decir verdad.
Entonces uno visita, una vez más, El Totoral, y se reencanta con la edición de la Biblia en latín que se puede observar en el pequeño museo colonial, o bien pasar al restaurante “Los Tronquitos” y detenerse a contemplar los centenares de lomos de libros que rodean, desde lo alto, las mesas de los comensales.
Inevitable recaer en el lugar común: alimento para el cuerpo y el espíritu.