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El territorio enfrentado: apuntes sobre 80 días
Por Ernesto Guajardo
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80 días es un proyecto múltiple: texto, fotografía, música. Acá solo pretendo hablar de lo escrito, asumiendo que ello implica dislocar el conjunto, pero es más una determinación que una opción lectora: poco sé de fotografía y mucho menos de música, como para intentar indagaciones sobre ellas.
Los textos son de Jaime Pinos, las fotografías de Alexis Díaz y la música –la Escenografía Sonora– fue realizada por Carlos Silva. El proyecto se remonta hace 10 años atrás, y fue desarrollado entre los meses de julio a septiembre de 2004. Los textos y las fotografías expresan un territorio delimitado: toda la superficie que queda incluida entre Plaza Italia, Río Mapocho, Avenida Matta y Estación Central.
Esta voluntad cartográfica queda expresada en el texto que inaugura el libro: “Coordenadas”, se ha realizado una demarcación del territorio, se nos dice. Coordenadas físicas, urbanas, por un lado, y coordenadas de sentido, emotivas y mentales, por el otro. Lo que aquellas tienden a delimitar, estas buscan expandir. Una tensión que, como un aire que se despliega entre los intersticios, recorre las páginas de 80 días. Retorna en “Azar”, por ejemplo:
“El Transeúnte escoge direcciones, define su trayecto. Sus elecciones frente a cada encrucijada, la suma de sus itinerarios a campo traviesa por la ciudad, dibujan el diagrama de los días en este laberinto. El Transeúnte toma direcciones obligadas, su trayecto es definido por los pasos de los otros. La suma total de los itinerarios y sus relaciones mutuas por distancia o por intersección”.
Esta conciencia de cartografiar un territorio me llevó a recordar unas láminas que alguna vez había visto, en las cuales se apreciaban las representaciones gráficas de las redes y matrices de las matemáticas modernas, aplicadas a la arquitectura urbana, a la marcación de los territorios. La tendencia a la cuadrícula, aunque la figura variara. Esto, a su vez, a recordar un ejercicio militante ochentero: recorrer la novena comuna (Rondizzoni, Exposición, Blanco Encalada, Club Hípico) y registrar en un pequeño trozo de papel todo buzón, todo semáforo, toda farmacia... Registro, representación y apropiación, o más bien, pretendida apropiación del territorio. El intento de reconocimiento sobre el territorio, el deseo de creer que ello puede dar el control del mismo. Por último, ese ejercicio me hizo pensar en el más actual Plan Cuadrante de Seguridad Preventiva (PCSP) o Plan de Vigilancia por Cuadrantes. Preguntarse por el territorio es interrogarse sobre el Poder, y sobre los poderes posibles. Es un ejercicio que va más allá de la signatura.
Una superficie se marca por una razón, para transformarla en territorio, y todo territorio contiene relaciones sociales, historicidades, discursos, dispositivos de control e índices de resistencia a los mismos. “Sólo por saber dónde está uno parado, en qué mundo entre los mundos. Por demarcar el territorio donde se reconoce el silbido de los semejantes, esa música” (“Poética”).
Los textos “Pánico” –referido a los mecanismos del miedo como colaboradores del orden– o “Separación”, para ofrecer una visión más amplia sobre la distribución espacial de las clases sociales en la ciudad de Santiago. O bien “Pasajes”, que establece la evolución de ciertas territorialidades del mercado, que finaliza en la contemporaneidad de “Vitrinas”. Todos ellos nos ofrecen diversas aproximaciones a los contenidos de la delimitación escogida. El último de los citados, “Separación”, es muy claro en ello:
“La ciudad está organizada según el principio de la segregación. Ciudades dentro de la ciudad, los guetos se sitúan a uno y otro extremo de la escala social. Arriba, los ricos, amurallados, consumen el producto de la acumulación. Abajo, los pobres, a la intemperie, se consumen en el rigor de la supervivencia. Un tramado de impermeables membranas, mantiene ambos territorios sociales rigurosamente incomunicados. Al interior de sus respectivos sectores, demarcados por el límite del temor o la sospecha, ricos y pobres se mueven evitando traspasar la frontera interna. El extenso muro invisible que oculta a unos de otros, que los separa a uno y otro lado de la ciudad dividida. La vida está organizada según el principio de la competencia. El sistema productivo impone el individualismo a ultranza como moral e ideología. La selección natural como norma de convivencia. La vida privada como único lugar de los afectos. Lo demás, el espacio público, un eriazo hiperpoblado, la experiencia cotidiana de la separación. La multitud de los solitarios, el abismo de distancia que media entre una y otra biografía. Cada uno en su claustro, en su diminuta celdilla hermética, viviendo su vida. La multitud de los desconocidos, nuestros semejantes, ese vacío en que nos movemos, a golpes o a empujones, codo a codo con nadie”.
Sin embargo, no todo es indagación en el espacio público. El libro también propone repliegues a lugares más íntimos (“Bar”, “Eriazo”, “Domicilio”, e incluso en cierta medida “Ventana” nos remiten a esas zonas). Pero ellos también se encuentran asediados por el orden hegemónico, y la alienación y la desesperanza son los tonos fundamentales con los cuales son descritos. En particular, en “Domicilio” me parece encontrar algunos puntos de contacto con ciertas reflexiones de Martín Cerda, en La palabra quebrada, sobre el espacio familiar, el hogar como una situación diferenciada del habitar en lo público. Pero lo que en Cerda son descripciones de cómo se constituye lo identitario puertas adentro, acá es su disolución. Y, esa clausura se transforma, entonces, en una clausura radical, ya que, ¿dónde, sino, en el espacio de sus relaciones sociales más propias, más resguardadas, más personales, podría avanzar el individuo en la construcción de una progresiva reapropiación de su enajenada condición de ciudadano?
80 días no debe responder esa pregunta, pero la sugiere, y en ello radica su lucidez.