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ABECEDARIO,
Pablo Jofré, Premio Lagar

PREÁMBULO,

Elvira Hernández,
EDITORIAL CUARTO PROPIO

 


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A

Se puede decir que el tema en poesía es algo intrascendente y que si se aparenta alguno, lo que requiere atención no es ese núcleo que parece reunir todo el sentido de los poemas sino los resquebrajamientos que exhibe, las grietas, las rendijas que permiten tocar la materia prima poética: las palabras; las que han llegado hasta ahí en dosis precisas para mostrarnos un mundo al desnudo o su exceso de vestiduras. Serían estas páginas intencionadas aun cuando no se dirigiera a nadie, que es lo que Benjamin concibe para la poesía. Por su parte, la recepción tiene también su historia. El hipócrita lector puede aparentar lo suyo y la lectora –otro interés- dar a conocer su aproximación. Las palabras están ahí entonces echadas como animales de tonelaje y hay que levantarlas para saber lo que miden, si son pesos muertos o, hacia donde se vuelven, o como también podríamos preguntarnos, cuál es su parada. A primera vista –el título del libro- Pablo Jofré ya ha hecho un apartado dentro del lenguaje nuestro, plural, tribal, para sacar de allí las que hará suyas, algo así como tratar de ponerle algunas marcas pues purificarlas es otro asunto.

Las búsquedas poéticas de quienes escriben en el tiempo del siglo XXI no ocurren en un tubo de ensayo o quizá sí, si se busca escapar del tiempo histórico y si además nos atenemos a lo que expresó Wilde, que en arte una propuesta es tan cierta como su contraria. Sin embargo, cuando se escribe siempre hay un horizonte, se le mire o no, se le acepte o se reniegue de él. Nuestro horizonte local ha sido de manera predominante, pero no absoluta, la antipoesía parriana hasta casi las postrimerías del siglo pasado, recibiendo esta su mella interna en años de la dictadura y en forma paralela, también, los vientos de posmodernidad que se colaron en busca de arrastrar y arrasar con todo tipo de historias, incluyendo la de nuestra poesía local. En parte también porque la poesía no depende de una localía y tampoco depende de las modas. Pablo Jofré recibe influjo directo de esos años en que se ha pasado el borrador, con algún éxito, sobre la superficie de una experiencia poética indesmentible, en el país.


B  

En este descampado, zona sin mayores horizontes, donde se precisaría ubicar una perspectiva, el autor ha construido una pequeña pieza verbal, su rompecabezas de palabras que ha ordenado de manera alfabética. Un breve diccionario personal con palabras en español para quien podría armar otro si se lo propusiese, en alemán, dada su condición bilingüe que suma aquel idioma; no obstante, sabemos que desde el sitio de la poesía, todavía, en ese nivel primario y principal de las palabras, se puede asegurar que se vuelve difícil hacer esa calculada contorsión voluntarista y que no se podría hablar de dominio, ejecución o virtuosismo en el “uso” de las palabras sino más bien, de cómo estas han encontrado forma para entrar y recalar en quien escribe o, cómo estas mismas, lo han calado y vulnerado, tatuado, grabándole una identidad. También decir de la inevitable tensión en ese bilingüismo, donde se produce una fricción de un habla sobre otra, superpuestas y enganchadas como las placas terráqueas, cuya sismicidad de seguro ha removido lenguaje y sentimientos posibilitando, creo, la aparición de esa pátina terrosa, desencantada y algo nostálgica en ese español pariente del castellano de Chile. Pablo Jofré es cauto en lo que emprende. Secreto a voces es que en los días que corren, en el ámbito de las letras, hay mucho ruido verbal a la vez que pocas las nueces de lo dicho. “Abecedario”  no son palabras sueltas, amontonadas sino un tejido finamente imbricado, palabras relacionadas u opuestas: ocio y pereza, por caso y miedo y yaya, esta última tan llena de actualidad en la cacería de las yayitas nacionales. Independiente de cómo fue la recolección de estas palabras, sopesa que lo que le ha llegado es así un límite para contener y acotar la realidad –plagiar, dirá y nos resonará todavía el fingir del poeta luso-  pero también será, a su escritura, un <umbral ambiguo>  el que le permite la ilusión de poder ir más allá de ellas -¿en escape?- cuando ha iniciado su acercamiento.


C

Instalado en el límite de estas palabras que le fueron dadas, quien escribe las vuelve hacia sí mismo en un movimiento especular que más quisiera que tuviera una trama de juego que de visión por lo que de entusiasmo no desbordado le proporciona el juego, una cierta manera alegre y creyente de sentir la energía humana que percibe plena de dulzura y benevolencia y, a la que se entrega cuando pronuncia y escribe en aceptación: . Aquella afirmación abre un espacio de confianza con las palabras que desencadena el “ludus”. Hay una inclinación hacia una disposición tranquila de las palabras, que estas pasen piolas, como diríamos en una conversación y evitar que se recorte allí, con ellas por ejemplo, la dimensión de soledad que de todas maneras subyace no sólo en la palabra y poema caravana,  sino esparcida por todo el libro. Irrupción preocupante que se deja sentir atenuada, que de igual manera se agrega a algo como la figura del cliché, erigida en la parálisis de toda forma creativa –que  acecha a todos- al que alude calcar como negación de cualquier jugada, de cualquiera aparición de una agradable sorpresa. Pues así como se observan temores es patente una increíble esperanza y una seguridad en lo por venir.  La apuesta de Pablo Jofré es la apelación al juego invocatorio de un poder ya extemporáneo y así darle un cariz menos grave a la tarea de poner en juego este conjunto de palabras muchas de ellas completamente oxidadas como sublime; apuesta por una apelación al azar, a la rueda de la fortuna, para tentar descubrimientos felices pues no se puede eludir que son estos tiempos de gozo; apuesta a una tirada de palabras en conjuro para extirpar costras de frustración, de nostalgia o raer la palabra xenofobia de un mundo que le es nítido que miente pluralidad de identidades y nacionalidades cuando exige documento de identificación. Toma entonces nuestro escritor el diccionario que para la poesía no es cosa definitoria de nada y lo personaliza, lo transforma, lo emboza, lo convierte en un estuche donde guarda lo que ha decidido conservar: su abecé.

Los lectores que ya han dejado de ser cómplices y los que la complicidad les sigue siendo cara tienen en esta ventana panorama de observación: un cambio de época y de orientación poética a todas luces y sin iluminismo. El poeta devenido en escritor oscila de su instante angustiado de creación ante la página en blanco (abismo), a un espacio urgido de metas (editar), el instante de acoso industrial a la literatura en una sociedad de masas.



 

 

 

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