Una bandera es la sacralización del espacio. De un espacio abstracto.
Entonces en la liberalidad de sus colores empieza el enigma semántico.
Polisémico de lo sacro.
Llamamos emblemas a trapos de tela colorida que izados a palos de madera
(¿a palos de madera?) reproducen una fijación emocional.
Y al contemplarlos (torsionados, contorsionados, extorsionados por la moral
colectiva), o tocarlos o confeccionarlos ¿qué sentimientos nos invaden
con inmerecido deber: llantos, lo que llamamos fervor, lealtad?
¿Qué altos (bajos) sentimientos nos limpian de nuestras muchas pasiones?
Alto/bajo ya es un indicio de nuestro ajenamiento con ellas –descoloridas,
desdramatizadas en un alto mástil.
Una banderita en las manos de un niño.
Una bandera en las manos de un presidente.
Una bandera sexi.
¡Hay quienes mueren por una bandera!
Eso nos cuentan cuando somos escolares y lo creemos.
¿Cuántos cuadros épicos, esculturas, poemas, cuentos, películas nos ha
fantaseado con una bandera? Por ejemplo, esos siete soldados norteamericanos alzando una bandera en una isla del Pacífico, etc.
Olvidaba lo más importante: ay de ti si te burlas de tu bandera.
Ay de tu prole (tariado, tarado), familia, amistades, propios, chupes, correspondientes. Ya fuiste. Ya fueron. Nunca serás. Nunca serán.
Eso equivale a ser un despatriado.
Patria es igual a bandera, aunque patria debería ser casa donde naciste (y no elegiste), el árbol que te dio sombra, la chacra que ayudaste a sembrar con tus padres.
Una bandera más bien es estropajo que duele.
Vi a un coronel –en la frontera amazónica– arrojar con furia a un gato hasta la pared porque se había echado sobre “su” bandera.
Un viejo huayno decía: “banderita peruana, tienes dos colores, por eso tienes dos caras”.
¿Y qué hay de la bandera de Chile, de esa soledad de sus compartimentos que Elvira Hernández se (des)gasta/desbasta en la descripción de su biografía? ¿La desolada, la con estrella solitaria, la parecida a la bandera de Texas? Toda bandera es escritura que se desacraliza. Así lo entiende con extraordinaria lucidez esta gran heredera de la Gabriela, de nuestra Gabriela Mistral. Ya hay mucha leyenda urbana sobre cómo Elvira escribió este poema y cómo lo convirtió en un mensaje de libertad. Su identidad es lealtad a la intransigencia, a su obstinación.
“No tiene bandera” decíamos antes de los extremistas.
“Pasa bandera” de los concesivos.
Y en esta amplitud semántica “La Bandera de Chile” es una afrenta que una poeta devuelve a la decepción.
Alegato contra el nacionalismo barato. De opereta, de cartón, de almidón. El penoso fervor a la nada que descalifica todos los chauvinismos.
Cuando se escribe contra la solemnidad de los íconos, la rebeldía es extrema. Extrema literatura pues. Venganza de la palabra. De la memoria. Extrema libertad cuando vas a desautorizar a tu bandera.
En Elvira Hernández eso va de la chacota parriana, a las torsiones de Gonzalo Rojas y a la caricatura concretista.
No es una frivolidad. Es puro dolor. Por eso perdura su breve texto.
Es vida (prisión, tortura, heridas que jamás cicatrizan).