Elvira Hernández, Premio Nacional de Literatura: “La poesía no niega la realidad, pero le da un plus de sentido que permite que se pueda observar mejor” Por Javier García Bustos Publicado en The Clinic, 8 de septiembre 2024
El pasado miércoles recibió la noticia. Era la segunda poeta mujer en adjudicarse el Premio Nacional de Literatura, después que se lo dieron a Gabriela Mistral, en 1951: el mismo año que ella nació en Lebu. Elvira Hernández llegó hasta la Biblioteca Nacional, en pleno centro de Santiago, para recibir el saludo de las autoridades, incluso del presidente Gabriel Boric, quien por teléfono le transmitió su admiración: “Elvira querida, mis respetos y no te imaginas la alegría que me da este premio que te tienes tan merecido”.
“El miércoles me hicieron ver esos números”, dice Elvira Hernández. “El 51, pero también otros números, como el 73, porque yo tengo 73 años y han pasado 73 años desde que una mujer poeta no recibía el premio. Y el 73: el año fatal, donde comienza la dictadura. Parece que el universo está plagado de números”, dice la poeta, después de pedir un té negro, en un local del Parque Bustamante.
Su literatura es reconocida entre la poesía femenina de la década de los 80, donde sobresale junto a nombres como Carmen Berenguer, Soledad Fariña y Verónica Zondek. “Gran parte de la poesía de Elvira Hernández opera y abre su escritura poética en el motivo del viaje: desplazamiento en el espacio en ¡Arre! Halley ¡Arre!, entre dos continentes en Carta de viaje. Desplazamientos en y por la historia urbana en Santiago Waria, como también desplazamientos por el destino ambiguo de su emblemática en La Bandera de Chile”, apuntó Raquel Olea.
Es jueves por la tarde. Hace 24 horas recibió la noticia del Premio Nacional. Sin embargo, la autora se reúne con Alexis Barros, un exalumno de un taller literario, para presentar su libro Sparta gym, en la librería Inquieta, muy cerca de la estación Metro Baquedano. Formadora de nuevas generaciones, atenta a diversas lecturas, Elvira Hernández es delgada, de mirada profunda, y usa una melena que aparece en la portada del libro No soy tan moderna. “Era un compromiso que tenía con Alexis hace tiempo”, dice en voz baja, como justificando su presencia en el lugar, donde recibe aplausos por su reciente galardón: el máximo trofeo de las letras nacionales.
Su literatura habla de la cotidianeidad, de los conflictos sociales, de las relaciones de poder, de la precariedad del ser humano, y traspasa la contingencia para instalar la crítica. Algunos de sus libros son La bandera de Chile, Santiago Waria, Álbum de Valparaíso y Pájaros desde mi ventana. Cuando ocurrió el estallido social, en 2019, algunos de los versos de La bandera de Chile aparecieron en los muros de la ciudad. Es su primer libro y uno de los poemarios más importantes de la poesía latinoamericana. Pero a ella le interesaron otras cosas: “Para el estallido social vi muchas mujeres extranjeras desorientadas en los paraderos de micros. Conversaba con ellas y las ayudaba”, relata.
“La Bandera de Chile escapa a la calle y jura volver”, apuntó en ese título que circuló, desde comienzo de los 80, de manera clandestina, con el seudónimo que se conoce. “Es un nombre burdo, no tiene aura”, dice por Elvira Hernández, quien nació como Rosa María Teresa Adriasola Olave. Sobre su heterónimo agrega: “Siempre he pensado que el poeta no tiene que ocupar el primer lugar. No puede ser el centro de la mesa. Hay que pasar desapercibido”.
—Parece que los poemas que trascienden cobran relevancia en diferentes momentos, más allá de su contexto de cuando fueron escritos, ¿no? —Creo que todas las cosas con las que choca uno a diario son un pretexto para poder ahondar en ciertas cuestiones que van quedando ocultas, pero que tienen que ver con un cierto sistema de vida, que se ha instalado con propósitos que quedan en la penumbra y que la poesía logra escarbar. La poesía saca a la luz cosas que no hemos visto. La realidad es un mecanismo envolvente que no permite tomarle el peso a todas las cosas que ocurren en el mundo. Todo lo que uno escribe tiene un tiempo y una caducidad. Ahora, que en el estallido social los versos de La bandera… estuviesen en las calles ¡Nunca pensé que La bandera de Chile iba a llegar hasta esta época!
Estudiante por siempre
Elvira Hernández, quien en 2018 recibió el Premio Iberoamericano Pablo Neruda y el Premio de Poesía Jorge Teillier, cuenta que tuvo una infancia compleja en Lebu. “Fui muy difícil tratar de entender muchas cosas. Fue como tratar de abrir una puerta y poner una llave y no abrir, poner otra llave y no abrir, poner otra llave y quebrarla. Hasta que cumplí 14 años, me di cuenta de cosas y abrí, finalmente, esa puerta”, reflexiona.
Su padre fue oficial de Carabineros. A su madre, quien se llamaba como ella, María Teresa, le gustaba pintar. Llegando a Santiago, desde Lebu, se instalaron en una casa en Vitacura, donde hoy vive la poeta. Elvira compartió con su mamá hasta que murió en 2021, con 97 años. “Mi mamá nunca leyó mis cosas. Mi papá era muy buen lector. Y sí leyó mis poemas”, añade.
La joven estudió Filosofía en el Pedagógico y luego Literatura en el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. Le gustaba leer poemas de Violeta Parra, César Vallejo y Pablo de Rokha. En ese mítico lugar conoció a Nicanor Parra, Enrique Lihn, Ronald Kay y Jorge Guzmán, el profesor que le recomendó que firmara su primer libro con un heterónimo.
Esto último sucedió luego que la autora fue detenida en la calle, en 1979. Llevaba propaganda antidictadura. En un inicio pensaron que era “La Mujer Metralleta”. Pasó cinco días en el cuartel Borgoño, donde fue torturada. Después durante un año, cuenta, la policía secreta de la dictadura, la CNI, estuvo detrás de ella. Ahí fue cuando se sentó a escribir La bandera de Chile y eligió su nombre sencillo y “sin aura” para firmar sus libros. El título fue publicado recién en 1991, en Argentina.
—¿Alguna vez ejerció como profesora formal ante los estudios que realizó? —Estudié en el colegio católico Instituto Santa María, de Chillán, que era muy interesante, pero no podíamos ahondar en los estudios. Entonces llegué a estudiar Filosofía, porque nada sabía. Y me di cuenta, al poco rato, que iba a tener que estudiar toda la vida. Por eso me he declarado una estudiante permanente. Las cosas ocurren demasiado rápido, con transformaciones aceleradas. Pronto comenzó la muerte de la filosofía, la muerte de esto otro… ¡Todo estaba muriendo! Y aparecía una realidad nueva: la antipsiquiatría. Después todo empezó a ser post: postmodernismo, posverdad… Uno aprende a que las verdades absolutas crujen. ¿A qué se aferra uno? Esto implica también instalarse en un lugar bien marginal.
—El editor Vicente Undurraga escribió que “si María Zambrano fue la más poeta de las filósofas, Elvira Hernández podría ser la más filósofa de nuestras poetas -y la más poeta de las poetas, también” —Con Vicente descubrimos que los dos amábamos a María Zambrano. Una pensadora que se instaló en esa polémica de la poesía disputándole a la filosofía el lugar de conocimiento. Zambrano oscila entre ambos mundos, porque no abandona la poesía. A mí me interesa la reflexión, porque el poeta habla desde la calle. Entiende lo que hacen los filósofos, pero el poeta hace la traducción de la realidad y se instala siempre en la calle.
—Escribe en el libro Pena corporal: “Más importante que tener madre es tener mánager/ser parte de un team”. —Hoy hay que producir contenido sobre uno mismo. Pienso con esto, por ejemplo, en que hoy los nuevos departamentos no tienen un lugar para instalar un escritorio. Un espacio para uno. Los espacios son mínimos. El televisor entró al hogar para quedarse y, a veces, multiplicarse en diferentes partes de una casa. Desapareció el espacio para el pensamiento, donde se podía reflexionar.
—En Carta de viaje apunta en un verso: “Vivimos en un cajón de circo”. —Vivimos en una sociedad más circense, más vinculada al espectáculo. Hay que tener temple de actor para vivir, para repetir la escena y la poesía está muy lejos de eso. Hoy las palabras están tan vaciadas. Todo pasa a ser desechable. Hay un grado de corrupción, donde las palabras están incluidas. Por ejemplo, que millones de personas le crean a Donald Trump, es preocupante. Ahora, ya comenzó la franja electoral en Chile y oí una campaña con ofrecimientos múltiples, como destinada a personas adultas como si fueran niños.
—Por lo menos le produce cierta satisfacción que el presidente Boric lea poesía. —Sin duda. Ojalá se puedan hacer muchas cosas en términos comunitarios. Con Gonzalo Rojas comentábamos esto. En esa época la mayoría de los poetas eran profesores y estaban donde estaba naciendo el lenguaje. Hoy la educación está muy mala. Tiene que haber una línea de comunicación entre el área literaria del Ministerio de las Culturas con Educación. El presidente me dijo que cualquier cosa que quisiera podía contar con él (se ríe). Voy a tratar de decir algunas cosas.
Recuerdo una reunión en el ministerio, creo que fue en el primer gobierno de Michelle Bachelet, donde la palabra “dictadura” no figuraba en los textos escolares y donde la derecha estaba encarnizada en que la palabra correcta debía ser “régimen militar”. Eso ocurrió porque no se había dado una discusión ciudadana. Otro ejemplo, el tema de las isapres. Cuando se está discutiendo y salen algunos con carteles “Con mi plata no”. Resulta que no se puede hacer un pilar solidario porque “Con mi plata no”, pero sí se hace mutualización y entre todos empujamos el carrito de las isapres…. Es una vergüenza.
Libros debajo de la cama
En un tiempo de los años 90, cuenta Elvira Hernández, se instaló a vivir en un pequeño departamento en la calle San Antonio. Cerca de la Alameda. “Un departamento detrás de Almacenes París. Debe haber sido el lugar más contaminado de Santiago”, dice. Por esos años intentó hacer talleres literarios, crear una rutina más elaborada en relación con las exigencias sociales. Pero no. “No soy alguien que pueda preparar la logística”, señala tomándose el té negro, a pasos del Metro estación Baquedano, donde más tarde la poeta se perderá entre la multitud, para volver a meter la llave de la puerta de la casa que habita en Vitacura.
—Es cierto que cuando publicó ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986) era una autoedición y los ejemplares los metió debajo de la cama… —Me entregaron un paquete y bueno, yo cumplía con ser escritora por tener un escrito. Algo que me interesaba. Recuerdo que los metí debajo de la cama y de a poco los fui regalando. Eran años que no convenía mucho ufanarse de publicar un libro. Además que me cuestan mucho los rituales sociales.
—En agosto de 1987 participó en el Congreso Internacional de Literatura Femenina que se realizó en Santiago. ¿Cómo ve el feminismo hoy? —Ese fue un tiempo lleno de ímpetu. Principalmente, resistíamos. Estaba la sensación de que las mujeres podíamos hacer muchas cosas y que no habíamos abandonado el lugar social que se había conquistado en la Unidad Popular. Las mujeres fueron las primeras en salir a buscar a sus familiares detenidos desaparecidos. Además, por esos años estaba el trabajo que efectuó Julieta Kirkwood. Era muy interesante lo que se hacía sobre la revisión de la mujer en la literatura. Recordemos que la generación del 60 fue muy machista. No fue fácil superar esa marca cultural y sexista. Hoy, creo que hay muchos grupos y esa disgregación, quizás, ha impedido que se discuta más. Cada cual se instala en su lugar con su propia creencia, y no importa lo que hay al lado.
—¿Cómo es el proceso cuando escribe? —Uno escribe a ciegas. Esto significa que como he tenido la tentación de mirar, después veo que hay cosas que faltan. Luego de salir de dictadura, de vivir hitos como el estallido social, hay una suerte de convocatoria de la sociedad de decir “Yo estuve ahí”. Hay una tendencia en la poesía de hacer calzar los textos con una realidad exterior, cuando este asunto es discutible. También hay ficción en la poesía, las cosas cambian, pero es una necesidad del poema. La poesía no niega la realidad, pero le da un plus de sentido que permite que se pueda observar mejor.
—¿Qué piensa de la posteridad, luego de obtener un premio como el Nacional? —No pienso en esas cosas, porque vivo en el presente, cuestión que a una la arruina. Y si realmente miro otro tiempo, yo miro hacia atrás. Y bueno, se me acaba el tiempo. Eso lo sé. Vivo en el presente. Vivo en el presente y en el misterio, que es lo que nos permite no despacharnos antes.
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“La poesía no niega la realidad, pero le da un plus de sentido que permite que se pueda observar mejor”
Por Javier García Bustos
Publicado en The Clinic, 8 de septiembre 2024