La escritora de 73 años fue galardonada esta semana con el Premio Nacional de Literatura, convirtiéndose en la segunda poeta en la historia en recibirlo, después de Gabriela Mistral. Parte de la generación de los 80, la autora de "La bandera de Chile"
ha documentado las grietas políticas y sociales en los últimos 40 años. "El poeta tiene que cumplir la
función de observar, no de ser observado", sostiene.
En alguna parte habían visto algunos de sus versos de un libro que aún no había publicado. Elvira Hernández (Lebu, 1951) no sabía cómo había pasado, pero empezó a repetirse: un día, la escritora Diamela Eltit le avisó que en una protesta estudiantil unos escolares habían puesto en las murallas de su colegio extractos de "La bandera de Chile", ese poema que escribió en 1981 con el símbolo patrio como espejo de las disputas de la dictadura. Lo intentó publicar, sin suerte; hizo dos o tres copias con papel calco y, sin que ella se diera cuenta, empezó a circular. En 1987 en la revista LAR apareció la primera reseña del libro, sin que este aún estuviera publicado. Se le fue de la manos. Tanto que a veces, aun hoy, Hernández revisa sus páginas y se resigna: "Bueno, este poema lo habré escrito yo".
"Es una sensación de irrealidad al momento de la escritura", dice Hernández, pensando en la idea de no reconocerse siempre en sus textos. Un arrebato la hunde en el proceso poético y, sin embargo, en el caso de "La bandera de Chile" terminó conectándola con autores decisivos de la década de los 80 como Juan Luis Martínez, Raúl Zurita, Diego Maquieira, Tomás Harris o Alexis Figueroa. El juicio es del crítico Federico Schopf que prologó la primera versión editada de aquel título, publicada en 1991 por el sello argentino Libros de Tierra Firme. En la nota, Schopf sostenía que el poema hacía de la bandera un signo de lo que ocurría en el país: "Va de toma —toma de sitios de los sin casa— en toma: toma del poder por los militares, en que se hace 'extranjera en su propio país', se despedaza repartida a los cuatro vientos del exilio y termina siendo 'usada como mordaza'".
Más de 30 años después de las palabras de Schopf, el miércoles pasado el jurado del Premio Nacional de Literatura echó mano del impacto de "La bandera de Chile" para entregarle a Hernández el galardón: "Es un ejemplo de cómo su trabajo puede traducir el sentimiento de toda una época". No fue una sorpresa que usaran ese clásico de la poeta como argumento y, en realidad, tampoco lo fue que recibiera el premio. Con más de cuatro décadas de trayectoria y una decena de libros de poesía, en los últimos años la obra de Hernández ha vivido una acelerada revalorización: editoriales como Cuneta, Alquimia, Ediciones UDP, Lumen y Fondo de Cultura Económica han reeditado sus libros ya descatalogados y lanzado antologías de su obra. Incluso en 2018 ganó el Premio Iberoamericano Pablo Neruda. Ella, fiel a su reserva habitual, estuvo lejísimos de ser la instigadora de su revalorización.
"Mi voz no tiene sentido / Escribir es ausentarse / Leer es reconocer la ausencia que nos aísla / Escribirte y dejarme leer / No puedo suplantar tu reconocimiento / Leer y escribir son dos movimientos antagónicos, como dos solitarios impulsos de amor que buscan hacerse uno, hacerse pedazos / La intimidad está declarada / Los nombres solo pueden interesar a la policía / Yo no soy el espectáculo", escribió en 1987 Hernández fijando una poética en que el protagonismo personal está ausente. Y acaso por eso cuando el miércoles pasado llegó hasta la Sala Ercilla de la Biblioteca Nacional a recibir el Premio Nacional la poeta hizo gala de una reserva aún más intensa de lo acostumbrado: "Estoy tremendamente emocionada, creo que esta vez me van a faltar palabras", dijo justo antes de una llamada inesperada del Presidente Gabriel Boric para felicitarla.
"Estaba como fuera de lugar. No me parecía todo tan real. Yo diría que es un momento difícil, no es un momento en que yo hubiese podido explotar de alegría, aunque la sentía", dice Hernández a "El Mercurio" al día siguiente de que se conociera que había ganado el premio. Con estudios en Filosofía en el Pedagógico a inicios de los 70 y parte del programa de Literatura en el influyente Departamento de Estudios Humanísticos de la Facultad de Ciencias y Matemáticas de la U. de Chile a fines de la década, la escritora hizo desde esos espacios una ruta conectada con la vanguardia literaria de la época y con la resistencia cultural de la poesía de la generación de los 80 que, como se ha repetido, la llevó a ser la segunda poeta chilena en recibir el Premio Nacional de Literatura nada menos que después de Gabriela Mistral.
—¿Qué significa para usted seguir la senda de Mistral en este premio?
—Este es un instante muy efímero, vendrán otras poetas. Tengo que estar en el lugar que me corresponde, que es lugar protector que te entrega la poesía: un espacio no muy figurativo. El poeta tiene que cumplir la función de observar, no de ser observado".
Poesía y sobrevivencia
La primera aparición pública de Hernández fue en una fotografía de Inés Paulino. Aparece con una sonrisa en medio del Paseo Ahumada. Fue tomada en 1983, durante la intervención que hizo Enrique Lihn en el mismo paseo, a modo de lanzamiento de su libro homónimo. Lihn leyó sus poemas acompañado por unos jóvenes aspirantes a poetas entre los que estaba Hernández. Tenía 32 años y en ese entusiasmo callejero está cifrado él ánimo de una escritura que quería contener el paisaje urbano. Por esos días, la escritora se había sumado a la incipiente escena cultural de los 80.
"Fuimos una generación que tuvimos mucha comunicación. Íbamos a escuchar a Oscar Hahn, a Manuel Silva Acevedo. También estaba Enrique Lihn. La poesía empieza a agitarse y fue muy importante en ese período de resistencia cultural. Escribían Tomás Harris, Teresa Calderón, Alexis Figueroa, Pía Barros, Verónica Zondek, Marina Arrate, mucha gente. Aparece la poesía mapuche también, Elicura Chihuailaf. Estaba Raúl Zurita y Diamela Eltit. Eugenia Brito, Diego Maquieira. Era un grupo que estaba presente, y sabíamos lo que hacía cada uno. Se editaban hojitas, trípticos, leíamos donde se podía", cuenta la escritora. "La edición era algo prácticamente prohibitivo, no solo por la censura, sino también por el dinero. 'La ciudad', de Gonzalo Millán llegaba desde lejos. Fue un momento duro, pero regocijante en términos de toda la energía que le insufló a la escritura y la remeció también", añade.
Nacida como Rosa María Teresa Adriasola en 1951 en Lebu, cuenta que empezó a escribir de adolescente una poesía que "era muy frondosa de palabras". Con el Golpe de 1973, se deshizo de ese pasado. "Corté todo, me di cuenta de que esas palabras habían perdido toda dirección. Sentí que algo de esa frondosidad la volví a recuperar con 'Pájaros desde mi ventana' (2018). Pero todo ese intermedio fue un camino muy pedregoso. Difícil de poder transitarlo y, claro, muy escueto de palabras", asegura. Y añade: "Todo pasó a ser distinto. Ese fue un período refundacional, cambió absolutamente todo y estábamos con la bayoneta en la yugular. Fue muy brutal hasta que la sociedad empieza a reaccionar a ese Golpe. A moverse y a buscar palabras, porque las palabras nos definen".
La búsqueda de palabras también le trajo a ella un nuevo nombre. Fue una recomendación del escritor Jorge Guzmán quien le recomendó que si quería escribir de la bandera chilena, era mejor que ocupara otro nombre porque ya la tenían identificada. Hacia 1979 la poeta participaba en grupos de resistencia a la dictadura y un día la tomaron detenida en la calle. Según ha contado, la confundieron con la Mujer Metralleta, militante del Movimiento Juvenil Lautaro, y estuvo cinco días detenida en el Cuartel Borgoño de la CNI. Cuarenta años después, en un prólogo para la antología "Yo no soy el espectáculo", recordó esos días: "Sobreviví porque la poesía estaba conmigo y permitió que no desmayara ante la violencia heredada de la que habló Gabriela Mistral. Fuera del cepo en cuerpo y lengua, llevaba conmigo púas incrustadas, lo sentía, y de alguna forma las tenía que sacar, la tenía que decir", anotó.
Lo que escribió fue "La bandera de Chile", y luego siguió con "!Arre¡ Halley !Arre¡" (1986), una plaquette que aludía al revuelo del cometa Halley, para después una pieza de arte postal llamada "Meditaciones físicas por un hombre que se fue" (1987). "Carta de viaje" (1989) se publicó en Argentina y "El orden de los días" (1991) en Colombia, títulos que en sus ediciones originales se fueron perdiendo y situando a Hernández en una zona silenciosa. Convencida por la poeta Nadia Prado, en 1992 lanzó con Cuarto Propio "Santiago Waria", una cartografía urbana que tiene como contrapunto una ácida mirada a la transición a la democracia. Su retrato de la ciudad seguiría ampliándose en "Santiago rabia" (2016) y "Ciudad cero", recogidos en "Estado de sitio" (UDP 2020).
"En cierta ocasión, estando en la Biblioteca Nacional, vi unos papeles que había dejado Rodrigo Lira. Y en esos papeles parecía que Lira se desplazaba conscientemente por la ciudad, decía que llega a patrullar la ciudad. Cuando lo leí, pensé que yo estaba haciendo lo mismo. Estaba escribiendo también sobre esto. Nuestros ejes de desplazamiento eran distintos, pero muchos estábamos haciendo lo mismo. La ciudad era nuestro hábitat y era imposible eludirla", dice Hernández. "Una manera de pensar se lleva a cabo mientras se camina. Muchas cosas ocurren cuando se camina. Ese es el lugar propio del poeta: el poeta siempre está hablando desde la calle, es un lugar en que nos hacemos visibles. Que nos revela", añade.
—"Objeto contundente derribó la letra 's' de la palabra polis / poco es lo que queda", escribe en "Ciudad cero", que alude al estallido de 2019.
—Es un adelanto que he seguido escribiendo muy lentamente, porque la escritura necesita un tiempo de ebullición. Pongo el acento en Violeta Parra, que traza una línea, con la quema de su museo. Y Violeta Parra es el mundo popular. Yo encontré doloroso y simbólico la quema de su casa, eso me pareció una huella. Era imposible eludir el estallido, pero ese momento también abrió un fenómeno que todavía no lo miramos bien".
—El poeta Carlos Cociña, parte del jurado del Nacional, dijo que su poesía entrega un modo de conocimiento. ¿Ha sido su intención entender el mundo?
—Siendo para mí la poesía un lugar de pensamiento, estaba muy conectada con el idioma castellano. Eso me llevó a privilegiar la poesía chilena, que es un gran fundamento del país, la poesía latinoamericana también. En España me interesa mucho María Zambrano, porque se sitúa en ese lugar en que poesía y filosofía tienen un instante de comunicación. La disputa por si la poesía es un lugar de conocimiento es muy antigua, viene de Platón. Esa es tradición que yo no la he abandonado. Yo me siento muy vinculada a la poesía chilena, quizás por el asunto idiomático, que creo que es pilar. Se piensa en el idioma que te proporciona la palabra que yo creo tiene una carga brillante y oscura; el idioma materno que te acompaña y trae cosas que descubren el conocimiento.
—Usted ha dicho también que la poesía le permitió sobrevivir.
—En el fondo, la poesía es un espacio protector. No es gratuito el hecho de que nuestro país tenga tanto poeta. Y creo que a eso hay que darle la importancia del caso porque uno halla ahí muchas cosas. Fui jurado en la Fundación Neruda en un concurso de poesía para niños y te voy a decir que hubo un momento en que lloré: muchos niños transmitían cosas impresionantes y yo decía a estos niños hay que ir a buscarlos. Eso tendría que ser canalizado de alguna manera y uno se pregunta cómo. Son niños que están pidiendo ayuda y no sé si la educación se lo puede entregar.
—Si no es gratuito que tengamos tantos poetas, ¿cómo lo interpreta?
—La poesía en Chile es una anatomía, y hay que hacer ese análisis anatómico. Porque es parte de nuestro cuerpo social, cultural, político.
—Se ha relevado su libro "La bandera chilena", ¿en qué momento entendió que había escrito un libro importante?
—No he llegado a pensar eso. Porque, a medida que el tiempo pasa, uno se dice: 'Bueno, este poema lo habré escrito yo'. El hecho que tenga otro nombre tiene sentido porque existe para mí esa experiencia de sentir, de pronto, cuando escribo algo, que al parecer no lo escribí yo. El momento de escritura para mí es muy cerrado, después no pienso. Es un momento de conocimiento, en el que suelo encontrarme con cosas que no han tenido un pensamiento previo. Yo en verdad escribo a ciegas. No he pensado nunca en las posteridades de las cosas escritas.
Sobre Elvira Hernández
"La lectura de la obra de Elvira Hernández deslumbra y ese deslumbramiento provoca en el lector una vigilia pausada, que es como un pasmo silencioso y humilde, a la que sigue un volcarse sobre la relectura, la reflexión, el ponerse a la escucha de las resonancias y el volver otra vez a sus poemas que a veces se entregan de un modo calmo, otras, golpean y remecen, y otras, piden abandonarse a la vibración propia de sus lenguajes sin dejar que les planteemos preguntas y, en cualquier caso, siempre sorprendiendo.
En la poética de Hernández resplandece un no y un sí, una negación y una afirmación. Su lenguaje está siempre puesto en guarda y apartándose de la secuencia de espejismos y mistificaciones que rodean al hombre en su condición social de dominante y dominado, es un precipitado muy concreto de figuras que marcan los bordes y los centros de la nada con la cual se teje y destejen los trabajos y los días. Su punto de vista es siempre un rincón, un margen, una esquina, un mirar de reojo. Es allí, en ese ángulo, donde su poetizar se sitúa, implacable, certero, lúcido, donde también su poética pone de modo tembloroso, sutil y tierno la faceta de la afirmación, del goce, del deseo y la luz".
Pedro Gandolfo, en la reseña de la antología "Los trabajos y los días".
"La escritura de Elvira Hernández es clave desde las últimas décadas del siglo XX y las primeras del actual. Desde el lenguaje escudriña las formas de percepción, las preocupaciones y las vicisitudes que se viven colectiva e individualmente en procesos sociales duros y complejos. Su mirada, atenta y reflexiva se realiza desde la perspectiva de la mujer y de quienes son marginados o acallados. La profundidad y asombro que produce la lectura de sus poemas y escritos, que desde lo cotidiano y circunstancial, se expanden, amplían significativamente la visión de realidades que a veces al lenguaje le es difícil aludir. Innova la poesía escrita en Chile y en castellano, al hacer del poema una forma de conocimiento y ampliación intuitiva y al unísono reflexiva de la realidad".
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Elvira Hernández:
"Yo escribo a ciegas"
Por Roberto Careaga C.
Publicado en Artes y Letras de El Mercurio, Chile. 8 de septiembre de 2024