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Elvira Hernández: "Nunca me he sentido neovanguardista"
Los trabajos y los días (Lumen, 2016). 300 páginas
Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros
El Mercurio. Domingo 13 de Noviembre de 2016
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El sol de media tarde cae a plomo sobre avenida Luis Pasteur, a la vuelta de su casa. Treinta grados por lo menos. En el café no hay nadie. "Yo prefiero el calor", dice Elvira Hernández (Lebu, 1951), aceptando de buena gana la hora del encuentro. Habla con una voz plácida, de timbre juvenil, sin estridencias, aunque a veces titubea al buscar la palabra justa o al recordar ciertas experiencias de su vida a las que prefiere referirse tangencialmente. Notorio es su bajo perfil, que no necesita cultivar, porque le sale espontáneo, reservada como es por naturaleza y necesidad.
Considerada por la crítica una de las voces más importantes de la poesía chilena actual, su obra sin embargo ha tenido una circulación discontinua y azarosa. "Nunca me he sentido presionada por publicar. Veo las publicaciones en términos de los ofrecimientos más que de una búsqueda", comenta.
Diez libros de poesía editados en 35 años. El más conocido, La bandera de Chile, fue escrito en 1981 y apareció en Buenos Aires una década más tarde, el mismo año en que salió en Colombia El orden de los días, iniciado en 1982. Esta fue la razón por la cual su editor en Penguin Random House, Vicente Undurraga, explica en la nota final de la antología Los trabajos y los días (Lumen) que los libros están dispuestos de acuerdo a su fecha de escritura y no según el año de publicación. El título, tomado en préstamo de Hesíodo, también es decisión del editor: "Por parecernos que describe con precisión y belleza la sustancia y la obsesión central de la literatura de Elvira Hernández: el transcurso del tiempo, el paso y el peso de los días, por una parte, y la indagación en los trabajos y quehaceres humanos, partiendo por el oficio de vivir y siguiendo por los de escribir y leer, por otra".
A manera de prólogo, Los trabajos y los días incluye un poema del libro inédito Cultivo de hojas, escrito entre 1999 y 2007. "En la raíz de todo está mi madre / como un manto de tejido bajo tierra / un sombrío huerto de hierbajos tósigos / un vuelo de mariposillas terrosas", dice la primera estrofa. "Es tierra que espera por mí / tras haberme soltado la jauría / de células que me prohíjan", continúa la tercera.
Elvira Hernández admite el tono mistraliano del poema y no descarta en él referencias personales. "Mi mamá está viva, yo la estoy cuidando, es una persona que tiene sus años. Es imposible no tocar el punto, esa venida al mundo donde el corte del cordón umbilical nunca se produce en el momento en que lo corta el médico. Esa alimentación materna sigue muy presente tanto en la vida como en la escritura, y diría que en esta última más tiempo todavía, porque la escritura es memoria. Y memoria ancestral también: no solamente puede ser la madre individual, sino que otras madres".
María Teresa Adriasola no recuerda cuándo empezó a usar el seudónimo de Elvira Hernández ni por qué motivo lo eligió. "Hubo un momento, en los años 70, en que había que firmar algo", dice. "No era un nombre poético, para nada, y eso siempre ha producido confusiones. Hubo una época en Chile de nombres poéticos, simbólicos. Este, en cambio, es el anonimato total. Después me mostraron textos anteriores a La bandera de Chile firmados como Elvira Hernández. Había mucha circulación en esos años de trípticos y otros papeles. Me han preguntado por qué elegí un seudónimo tan vulgar. Otra gente pensaba que mi verdadero nombre era Elvira Hernández y me lo cambié por uno más vistoso".
Escritura vigilada
En 1975, la autora entró a estudiar Literatura al Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. Hasta 1973 había sido alumna de filosofía en el Instituto Pedagógico. "Durante la Unidad Popular yo escribía, pero era algo secreto", recuerda. "En el fragor de los días era imposible tener un intercambio literario con alguien. Me acuerdo de una revista que se llamaba La Quinta Rueda; colaboraban Antonio Skármeta, Ariel Dorfman y Manuel Jofré, que escribía poemas. Yo la miré y dije 'esto es una rueda de repuesto, por lo tanto es otra cosa'. Pero si hubo algo en todos esos años que realmente me interesó, fue un librito de Hernán Valdés que me hizo un clic existencial: Apariciones y desapariciones, unos poemas con reminiscencias de Praga, recogidos después en una antología por Alfonso Calderón".
Recuerda los años posteriores al golpe de Estado como un período de formación. "No se lo doy a ningún escritor. Tuvimos que hacer esfuerzos gigantescos para conectarnos con una tradición, en circunstancias que las grandes voces poéticas desaparecen, se van, las librerías son vaciadas y los catálogos no existen", señala. Iluminador fue en ese momento el hallazgo que realizó en la Biblioteca Nacional de un manuscrito de Rodrigo Lira. "¿Será esto poesía?", anotaba el poeta. "Era la pregunta que nos formulábamos todos. Si lo que estábamos escribiendo era poesía", dice Elvira Hernández.
Tratando de responderla se pasaba horas leyendo en la biblioteca jesuita del Centro Belarmino y asistía a recitales organizados en iglesias. "El poeta pasa a ocupar un lugar marginal. Más que hacerse notar, es alguien que tiene que notar lo que está ocurriendo, y no al revés. Observar, pero no ser observado", dice.
Lo aprendió de una manera brutal. En 1979, un año antes de escribir su primer libro, La bandera de Chile, fue detenida en la calle por agentes de la CNI. Nunca ha elaborado un testimonio de lo que le sucedió. "Es una cosa que todavía no puedo hacer, porque hay que tener la perspectiva adecuada", explica.
— ¿Esa experiencia hizo cambiar su manera de expresarse?
— Yo creo que sí, porque escribí La bandera de Chile bajo mucha presión. Me seguían todos los días. Me llamaban por teléfono. Continué asistiendo a clases y, como República era un barrio militar, a veces pasaba un jeep y yo sentía que venían por mí de nuevo. Entonces ya no lograba poner atención. Me sentaba a la orilla de la ventana para sentir que vigilaba todo. Si iba a seguir escribiendo, tenía que dar cuenta de todo eso, pero no como testimonio, porque mi experiencia personal, analizada en su contexto, era algo mínimo en comparación a lo que les ocurrió a cientos de personas.
— ¿De dónde salen el estilo seco, epigramático, las elipsis, los blancos y silencios de "La bandera de Chile"?
— Pensé cómo se podía escribir en estos momentos. Había un aniquilamiento completo de la palabra en la medida en que no podías decir nada. Si difícilmente desarrollabas una vida pública censurada, no ibas a sacar una poesía florida; habría sido algo muy raro, incoherente. Sentí que hubo un desprendimiento de la manera en que yo manejaba las palabras. Iban saliendo de a poco, porque no tenía casi ninguna. Era como empezar a hablar de nuevo. Nunca busqué ser hermética. Incluso diría que me posicioné cerca de la antipoesía y un lenguaje que puede ser irónico, donde la metáfora tiene poca acción o ya está incorporada al léxico.
— ¿Es cierto que el profesor Jorge Guzmán la obligó prácticamente a firmar con seudónimo "La bandera de Chile"?
— Sí. Yo empiezo a escribir el libro en 1980 y se lo mostré en algún momento. Él me dice: "No se le vaya a ocurrir publicarla con su nombre, porque nuevamente la vamos a tener presa".
— La crítica la vincula con la escena de avanzada y la neovanguardia de fines de los 70. ¿Cree que es un malentendido?
— Yo nunca me he sentido neovanguardista. Estaba en ese momento viviendo un período de formación en el que sentía que todo lo que había avanzado como autora secreta no valía nada. Entonces, difícilmente podría haber tenido una actitud vanguardista o neovanguardista, porque estaba en pleno proceso de conocimiento de la poesía chilena, que era lo que a mí me interesaba, para luego seguir con la de América Latina.
— ¿Tuvo guías en esa búsqueda?
— Por suerte estaba Enrique Lihn. Fui una gran lectora de su obra, participé con él en algunas cosas, pero no fui de su grupo, creo que no fui de ninguno. En esos años era clave el director de la revista "Manuscritos", Ronald Kay, quien se articulaba a lo que estaban pensando Raúl Zurita, Juan Luis Martínez, Diamela Eltit, Eugenia Brito y Juan Castillo. Por otro lado, estaba Patricio Marchant. Trabajé con él también, porque yo venía de Filosofía en el Pedagógico. Marchant era alguien para quien la poesía era lo más importante dentro del desarrollo cultural chileno, y no como una cosa meramente estética, sino que tenía una mirada de la poesía como un lugar donde se puede desarrollar pensamiento, asistemático obviamente, pero que permite reflexionar sobre ciertas cosas ya no solo en el ámbito eurocéntrico.
— Tal vez el intento de clasificarla a usted en la neovanguardia venga del libro de ensayos que editó el año 2000 junto con Soledad Fariña acerca de Juan Luis Martínez.
— Puede ser. A mí me interesó justamente porque Martínez hace un rayado de cancha. Siento que toda nuestra poesía queda del otro lado y tenemos que empezar a pensarnos de otra manera. Yo en ese momento, interesándome mucho su poesía y teniendo una suerte de diálogo con él, me instalo a este otro lado y me atrinchero en lo lingüístico, no en lo visual ni en lo conceptual. Esa tal vez es una de las decisiones conscientes en que he dicho sí, estamos en otro momento, donde todo comienza a ser más visivo, pero yo me voy a instalar en el otro lado, aun cuando no sea cuestión de época.
— ¿Qué siente al ver su obra ordenada en una antología tan amplia como "Los trabajos y los días"? ¿Cuáles son los libros que más la satisfacen?
— No lo sé, yo me siento muy en curso, para mí esto siempre es muy tentativo, no tengo una perspectiva en este momento. Además las condiciones han cambiado. En algún momento pensé que la dictadura había sido el momento más difícil, pero creo que hoy las circunstancias de la poesía son críticas. Basta con observar los resultados de las mediciones de lectura y de comprensión, y escuche cómo hablamos, para darse cuenta de que el lenguaje y la palabra están en jaque. La poesía es nuestro mayor patrimonio. Pienso que tengo que permanecer en esa trinchera y seguir escribiendo con la misma energía de antes.