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Entrevista con la poeta chilena Elvira Hernández por su obra de 35 años
‘Después del punto final, el poeta debe pasar al anonimato’
Por Simón Granja Matias
Publicado en El Tiempo, Colombia. 13 de septiembre de 2020
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Por una parte, el transcurso del tiempo, el paso y el peso de los días, y por otra, la indagación en los trabajos y los quehaceres humanos, partiendo por el oficio de vivir para luego seguir por los de escribir y leer. Por eso, 'Los trabajos y los días', el título que tomó la editorial Lumen para la antología de poemas de Elvira Hernández, es el más apropiado para recoger la obra, ya de 35 años, de la poeta chilena.
El editor del libro, Vicente Undurraga, dice: “ 'Los trabajos y los días' lo tomamos de la obra de Hesíodo por parecernos que describe con precisión y belleza la sustancia y obsesión central de la literatura de Elvira Hernández”. Y no es para menos, pues la poeta logra hasta meter pájaros en una gota de agua.
En una gota de agua / los pájaros se sacian / se refrescan / se miran. Debemos transformarnos / Se dicen. Alguna vez fuimos dinosaurios”.
Además de lograr una escena en una simple gota, la poeta es la cuarta mujer en recibir el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y la quinta chilena. El honor lo comparte con poetas como el mismísimo Nicanor Parra, o Ernesto Cardenal, nicaragüense, y la cubana Fina García Marruz, entre muchos otros tantos destacados.
La antología recoge la voz de sus comienzos con su famosa 'La bandera de Chile' hasta el libro inédito de 'Pájaros desde mi ventana'.
En este recorrido se evidencia aquello de lo que Elvira ha sido testigo, desde la dictadura de Pinochet, durante la cual la tuvieron encerrada cinco días porque la confundieron con alguien más, hasta el fracaso del regreso a la democracia y los discursos falsos que tienen hoy cegado al mundo entero.
—“El poeta es un hombre como todos / Un albañil que construye su muro: un constructor de puertas y ventanas”. Esta podría ser la definición que daría Nicanor Parra sobre qué es un poeta. ¿Usted se acoge a esa definición?
—A mí me interesa una concepción de poeta que tienen los mapuches. Los mapuches sienten que cada cual puede hacer un poema, y cuando hace el poema es poeta y cuando lo dejó de hacer, ya no lo es. Pero nosotros nos hemos apropiado de ser poetas, escribimos algo, publicamos un libro, y con eso nos desplazamos por el mundo diciendo que somos una generación, que somos poetas, y entonces le damos permanencia y nos coronamos con ese nombre de poetas. Pero a mí me interesa eso otro, el momento en el que uno escribe y en el que sale algo.
—O sea, ¿se es poeta desde el momento en el que se pone la primera palabra hasta que pone el punto final?
—Sí, y después uno debería sumergirse en el anonimato. Estas cosas con los medios de comunicación son peligrosas porque empiezas a tener una visibilidad, y el poeta tiene que ser más invisible porque es la única manera de poder salvarse... es aquí cuando el poeta empieza a estar en peligro.
—¿Por el ego?
—Claro, es posible que el ego comience a engordar.
—¿Por eso usted tiene un seudónimo?
—Sí, en parte fue como un biombo porque durante muchos años Elvira Hernández no tenía rostro ni nada, era un nombre... poco a poco empezó a adquirir corporalidad.
—¿Se pondría otro seudónimo más?
—No, no porque ese es ella.
—¿Entonces usted es una cuando escribe poesía y otra cuando no?
—Sí, yo creo que hay momentos en los que yo soy un ser común y corriente.
—¿Recibe más atención en el exterior que en su propio país?
—Sí, la literatura –y, bueno, el arte en general– no es algo que les interese a los medios, ni escritos ni radiales. Porque lo que interesa es la banalización del ciudadano. El arte pone sus acentos en el ser humano y en su situación, y a la sociedad no le interesa que el ser humano piense sobre sí mismo, y que entre en la gran industria de la entretención y que su vida sea una entretención permanente y no se cuestione nada.
—¿Por qué se da eso?
—Yo creo que sociedad de consumo es un concepto clave porque incluso cuando hay atención sobre el arte se hacen encuestas para saber qué ocurre, se utiliza la palabra ‘consumo’; ¿qué libros has consumido?, ¿has consumido cine? Se está contando todo numéricamente, cuántos libros se han vendido, cuánto ha sido la taquilla del teatro, de la música, entonces siempre se está midiendo de forma cuantitativa porque así se puede multiplicar por pesos, dólares... son otras cuentas. Y yo creo que la preocupación de quien escribe es otra. Es poder llegar a decir algo que esté apuntando a algo, más todavía si se va a publicar porque eso significa ocupar una cantidad de árboles, y si se van a ocupar esos árboles para publicar palabras vacías, es un despropósito.
—¿Usted a qué le apunta cuando escribe?
—Nunca se sabe eso, no se sabe a qué se le apunta. Eso es lo paradojal. Porque uno no escribe preconcebidamente, sino que uno sorpresivamente se encuentra escribiendo, y lo que no apunta en el papel ya está diciendo algo.
—¿Usted convierte los pájaros en poesía?
—Bueno, los pájaros siempre han sido motivo de buena poesía, y escribir sobre pájaros tenía el peligro de estar diciendo cosas que ya todos sabían. Por lo tanto, si no se va a decir algo que no se ha dicho, es normal no decirlo. Entonces, estos pájaros han tenido un vuelo que hasta el momento, al parecer, no se había hecho.
—El amor, el desamor, la muerte, la traición... son grandes temas de la poesía. ¿Los pájaros también?
—Es que los pájaros siempre han sido motivo, sobre todo cuando la poesía era descriptiva, paisaje, luego entraron a un grado de simbolismo, entonces son muchas recurrencias con los pájaros. De hecho, cuando le pongo como título 'Pájaros desde mi ventana' es un título muy tradicional, y me lo dijeron, pero bueno, sí, quiero que así sea porque voy a partir de ahí.
—La poesía está marcada por el momento que el poeta vive en ese instante? Usted escribió el libro mientras cuidaba a su madre...
—Es un momento de reclusión, de estar ahí, pero al mismo tiempo es una conexión con el mundo y con todo lo que hay. Pero es desde ese punto.
—¿Le leía a su madre los poemas mientras los iba haciendo?
—No, para nada porque la escritura es un acto silencioso, particular y solitario. Con mi mamá, yo soy su hija, y hacemos cosas comunes, y entonces secretamente yo escribo. No tanto a escondidas, pero todo aquel que escribe lo hace marginado, pero lo que escribe lo devuelve a un lector y a la sociedad, y ahí se obtiene la conexión.
—Decía que cuando se escribe poesía no hay una decisión previa de hacerlo, sino que hay algo que lo lleva a ese acto, a sacar palabras. ¿Qué es lo que le despierta a usted ese impulso?
—Yo quizá lo único que sé hacer es escribir. Pero también soy alguien que vive y que hace las cosas que hace todo el mundo. Me levanto por la mañana, voy a hacer las compras, voy a visitar a mi mamá, me preocupo por los pagos, y esa es la vida ordinaria de todos, pero llega la poesía y me saca de ese lugar, de esa máquina que nos lleva a todos a un trabajo, te saca y te confronta. Y entonces te sientes dialogando consigo misma, tienes que llegar a un papel, entonces tengo que interrumpir esa vida cotidiana y ordinaria y sentarme un rato a escribir.
—Gabriel Celaya escribió: “La poesía es un arma cargada de futuro”. ¿Está de acuerdo con eso?
—La poesía busca acercarse a las palabras, ese es su tema. Por lo tanto, los temas son algo secundarios y hoy día pienso que las palabras están en crisis. No sabemos mucho en algunas ocasiones socialmente qué significan algunas palabras. Debido a que las ocupamos a diario, muchas veces se vacían... la palabra se ha vuelto mecánica y por lo tanto ha perdido emoción, festividad, intención... a veces se habla por hablar. Además hay mecanismos, la tecnología saca palabras que a veces no valen la pena que se pronuncien o que se escriban. Y si son las palabras lo que nos diferencia de otros animales, a veces no las cuidamos. Las gastamos. Yo no tengo Facebook, pero he visto cómo hay gente que se destruye a través de este. Todo eso es parte de lo que la poesía observa.
—Hoy en día, hay mucho ruido. ¿Debería haber más silencio?
—Claro que sí, el silencio es lo que les da relieve a las palabras en la poesía. Yo voy a atrincherarme en este lugar donde las palabras todavía intenten sobrevivir.
—Como una defensora de la palabra...
—No, es que yo no creo que las palabras nos definen. Con una palabra se puede hacer mucho, puede dañar a alguien, puede sembrar la desconfianza... no sé con qué palabra ahora se puede hablar de amor...
—¿Entonces?
—Hay que buscarlas.
—¿Buscar palabras distintas para definir el amor?
—Sí, yo creo que es ese llamado al ser humano que constantemente se está creando y recreando. La poesía es un arma verbal, yo quisiera que diera en el blanco, que todavía pudiéramos nombrar el mundo, que en verdad lo pudiéramos hacer. Hoy siento que es difícil.
—Usted es muy reconocida por sus poemas 'La bandera de Chile' y cómo fueron una forma de protestar contra la dictadura. ¿Aún siente que la poesía que escribe es una forma de protesta?
—Yo creo que si llamamos protesta lo de hacer presente ciertas cosas que ocurren, yo creo que sí. Yo creo que lo que más me llama la atención en este momento son los engaños masivos a los que estamos sometidos.
—¿A qué se refiere?
—Por ejemplo, pienso en determinadas palabras, sobre todo a nivel político, en el cual te dicen qué ocurrirá en el futuro si ciertos representantes son elegidos y que habrá un cambio, la palabra ‘cambio’ hoy en día ya no dice nada, pero incurre en el detonar en los seres humanos una cantidad de deseos que no son cumplidos para nada. La tecnología, te dicen, va a democratizar el conocimiento... y al poco tiempo compruebas que no es así, que se tiene acceso a un conocimiento de segunda clase. Se habla dentro del periodismo con un lenguaje en inglés de 'fake news', y eso es un engaño y trae consecuencias, no es decir: toma un caramelo y resulta que es un pedazo de madera. No, esto trae consecuencias.
—La poesía es una guardiana de la memoria...
—Tiene ese carácter de indagar en zonas muy profundas porque cuando digo que la poesía salta, que aparece, es porque sin duda hay un trabajo del inconsciente que llega a lugares donde uno conscientemente no lograría llegar.