LIHN, LA POÉTICA
DE LO OTRO
Por Marcelo
Mellado S.
Escritor,
profesor y colaborador de la Revista de Crítica Cultural.
En Página Abierta. Nº. 44, 8 al 21 de julio de 1991
El lugar de Enrique Lihn en la literatura nacional es uno seguro y
ubicable, pero a distancia de los centros de decisión consagratoria;
refractario a los procesos de canonización a que la institución
literaria somete a aquellos que les interesa entrar al panteón
de las letras locales.
Su
obra poética es víctima, por un lado, del tributo que
debe pagar a la obra parriana: Lihn vendría de la antipoesía,
generacionalmente hablando, de aquella práctica poética
que marca distancia con la épica nerudiana y que se reconoce
distintivamente por la instalación de un gesto oral-coloquial
en la poesía; en este punto, su búsqueda se orienta
hacia una indagación intelectual de lo poético, hacia
la constitución/transformación de un sujeto poético
otro. Aquí comienza la orfandad paradojal de Lihn y que sería
su compañera, aquella solitaria praxis productiva que,
a pesar de todo, reconoce padre (toda una orfandad sin parricidio).
Por otro lado, está el quiebre cultural impuesto
por la dictadura, lo que implicó un ajuste institucional cuyos
resultados se advierten en la invención arbitraria de una continuidad
poética que coronaría a Zurita como el vate del período
-un no f(o)iliado, un sin antecedente del pasado poético maldito
por las circunstancias, un pajarito nuevo fácilmente neutralizable
por la política del período.
Habría una cierta relación de simetría
entre dos fórmulas de inserción poético-cultural
(en una de ellas estaría Lihn) que se distinguiría en
su modo de relacionarse con los centros institucionales: tenemos los
proyectos de Parra/Zurita, sancionados consagratoriamente por los
aparatos en que no dejan de tener cierta importancia táctica
algunos equívocos en política contingente, y las propuestas
Lihn/Martínez (Juan Luis), que se instalan en una línea
paralela, pero no análoga. Con esto, no pretendo decir que
éstos hayan sido omitidos por el aparataje sancionador, en
ningún caso. El juicio que ellos reciben no dejan de consignarlos
y validarlos con asignación de sitios específicos en
nuestro Parnaso, pero, interpretando metafóricamente estas
asignaciones, se trataría del cuerpo (institucional) que "sanamente"
acepta la enfermedad y la muerte como algo propio, algo de su pertenencia
residual.
La simetría aludida también tendría
un correlato político a secas, pero que ilustra algo las relaciones
entre cultura y política: Parra y Zurita como aceptados por
la derecha y el otro par asumido por los márgenes o bordes
de la cultura otra o subculturas signadas por la izquierda (no diga
«izquierda» a secas porque estas lateralidades, en apariencia
opuestas, se han institucionalizado para un mismo lado en la recomposición
democrática); todo esto dicho en un nivel de generalidad más
que brutal.
ESE SUJETO
Al recordar estos tres años de desaparición
de Enrique Lihn, quiero rendirle un tributo a su ausencia, no tanto
a la persona del escritor ya muerto, sino a ese cuerpo de obra que
se las jugó y se las juega en un proyecto desconstructor de
la literatura, desarmador de su cánones y brutalmente crítico
con la palabra institucional y sus presupuestos. Se trata de recordar
afectuosamente ese gesto intelectual permanentemente polémico
y desafiante. Recordar su ausencia es echar de menos su productividad
múltiple: cada uno de sus actos de escritura -poéticos
o narrativos, y los ligados a la crítica o la escena teatral-
eran (son) interrogaciones críticas del fenómeno llamado
literario.
Hay dos áreas en las que Lihn desarrolla esta voluntad
desconstructiva en su proyecto narrativo y en su crítica, alcanzando
ésta los niveles de lo público aunque sin gran resonancia;
recordemos su polémica con la crítica mercurial con
su texto sobre el antiestructuralismo del paradigmático Valente.
Su proyecto lo podemos resumir en la siguiente cita suya: "Una
literatura que surja de al autoreflexión, del pensamiento sobre
sí misma". En este sentido, su obra narrativa es modélica,
su proyecto intelectual es uno y es su obra narrativa la que en gran
parte lo vehiculiza con eficacia: la constitución del sujeto
de la escritura.
INTERROGANDO
Lihn traza con su escritura un proyecto que interroga
los límites y los procesos de la producción sancionada
como literaria: la facultad de literatura de la palabra, sus políticas
y escenarios posibles fueron sus obsesiones de producción de
obra. En su novela El arte de la palabra, Lihn instala su palabra
interrogativa que indaga en el simulacro de lo narrativo -indagaciones
ya comenzadas con sus cuentos Agua de arroz y Huacho y
Pochocha, publicados en la década sesenta-. Dicha búsqueda
se materiliza en la invención de un sujeto indagante narrador/narrativo,
llamado Gerardo de Pompier (personaje que supera el espacio de lo
narrativo, convirtiéndose en una especie de duende de su trabajo
intelectual), un clown retro poético-narrativo, esponente
de una palabra arqueológica que, parodiando el acto de lo narrativo,
lo traviste en juego inverosímil. Esta puesta en jaque de lo
verosímil narrativo es reafirmada en su otra propuesta novelística.
La orquesta de cristal, otra parodia/simulacro de obra narrativa,
su frustración interpretativa. La irrupción del inverosímil
como desacralización de la actitud narrativa e intelectual,
el mismo acto de escribir como ejecuci´n quebradiza. Yodo un
kafkismo casi sin dato verosímil, una burocracia narrativa
que opera como una maquinación anecdotizante de un sujet que
narra porque no tiene nada que contar.
Su antinarrativa se convierte a veces en a-narratividad
al incursionar, vía novela, en lo ensayístico como crítica
a la oralidad de la novela; dicho en términos semiológicos,
el discurso entimemático (la novela al servicio del ensayo),
aunque salga medio pedantón.
UN APOSTADOR
Su ausencia pone de manifiesto una carencia de interlocución
y polémica necesarias en nuestro ambiente cultural. Con Lihn
muere una cierta modernidad cultural local que apostó fuerte
-y casi siempre perdió- : fue un gran jugador del lenguaje
literario y supo de la derrota; es decir, del triunfo de no haber
sido neutralizado por la ocupación de lugares autocomplacientes.
No diremos de él que era un marginal, de esa palabra han profitado
muchos que ahora son agregados culturales u ocupan cargos ficiales
como administradores de una continuidad, sinla voluntad ruptural que
los regía; si diremos que eraun otro, uno que se jugó
y optó por lo otro; por le trabajo con la escritura sin claudicaciones,
por la producción material intelectual sin más, sin
ocupar espacios sustitutivos. Su radicalidad en este punto lo puso
fuera del circuito facilista de la contestataria política.
Sin embargo, sus dardos c´riicos apuntaron a aparatos poderosos
de la maquinación político cultural. En este sentido,
Lihn hizo política: desmontó ideologías -como
la mercurial- en el área específica del microespacio
de la crítica, en momentos en que muy pocos lo intentaron por
ese derrotero, ya sea po irresponsabilidad político cultural,
por falta de consistencia o por inconciencia política (cultural).
Más aún, algunos profitaron del espacio. Lihn fue, sin
lugar a dudas, víctima de la musiquilla de las pobres esferas.
Su muerte también fue una productividad o parte de su propia
obra, un gesto crítico de la muerte -de la escritura-, una
ensoñación paródica.
La vida se despide de sí misma,
cifrándose
en esperanzadas fantasmagorías
que duran lo que dura
el trance de la muerte.
Mejor barrerlo todo
tener la cabeza limpia
como un espejo que la Señora
coja para mirarse en él
y rompa con su aliento
todopoderoso
(del Diario de Muerte)
imagen: dig.
sobre una fotografía de Alvaro Hoppe