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Tópico Ovidiano en Enrique Lihn

Por Rodrigo Arriagada Zubieta


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En la contemporaneidad, el mito ovidiano de Eco y Narciso ha encontrado múltiples refracciones que principalmente hacen hincapié en la personalidad del personaje. Así, el narcisismo sería el rasgo de la conducta que se da en todo aquél que- consciente de su grandeza y plenitud, manifiesta el amor a sí mismo como símbolo de conformidad y plena posesión respecto de la propia identidad, para lo cual también con frecuencia se ha puesto énfasis en la concupiscencia de un cuerpo bello. Sin embargo, al releer al poeta latino nos encontramos con un aspecto ignorado del mito y que parece contrariar la perspectiva general que se tiene del mismo. Éste es el que la angustia que secunda al amor de Narciso luego de verse reflejado en el estanque y de enamorarse de su propia imagen, se produce no porque su belleza sea inigualable e inalcanzable, sino porque se concibe a sí mismo estando entre las cosas, existiendo entre objetos inanimados o como un doble de sí mismo, (Ahora los dos, unidos en un mismo corazón, exhalaremos juntos una misma alma) lo cual plantea la tragedia del desasimiento de algo distinto de la conciencia: del cuerpo y su instalación pasajera en el mundo, considerado como un otro.

En la literatura chilena existe al menos un poeta que ha reactualizado continuamente el mito ovidiano, en la dirección que hemos señalado. La poesía de Enrique Lihn da cuenta de un sujeto volcado obsesivamente sobre sus propias emociones y palabras, y constantemente reflexionando sobre la extrañeza que le causa la simple constatación de existir, lo cual se manifiesta en sus letras- en contadas ocasiones- en la figura del hablante mirándose al espejo, como un modo de cuestionar su ser en el mundo, a partir de la verificación de la transmutación de su rostro. En el poema no hay Narciso que Valga, nos encontramos frente a un Narciso consumido por la temporalidad, reticente a mirarse en el espejo, porque su propia imagen envejece a expensas de la conciencia: A los cincuenta y dos años el espejo es el otro/ No hay Narciso que valga ni pasión de mirarse en el otro a sí mismo.

Esta imagen de caducidad, de contrariedad respecto de uno mismo es idéntica a la que expresa Narciso en la fábula ovidiana, porque no es que el joven se sienta atraído y angustiado por la belleza de una imagen novedosa que es inaprensible por ser algo otro que desconoce y que resulta sorprendente a sus ojos; no hay ignorancia o ingenuidad en él. Por el contrario, su tragedia deriva de la consciencia de la coincidencia, del hecho de que ese cuerpo le pertenece pero que, paradojalmente, lo posee a él y no al revés, y que será la decadencia de aquél y de esa belleza pasajera lo que lo llevará hacia la muerte: Yo soy ese; me he dado cuenta, y mi imagen no me engaña; me abraso en el amor de mí mismo y agito y llevo ese fuego/ Ojalá pudiera separarme de mi cuerpo, que estuviera ausente lo que amo. Ya el dolor me quita las fuerzas y no me queda mucho tiempo de vida y me extingo en la flor de mi vida. (Ovidio: 1974; 42).

Considerado arquetípicamente se suele señalar que la falla moral de Narciso radica en una ingenuidad que le hace conceder a la experiencia y a la forma un interés total, sin averiguar lo que esa bella sombra es, lo cual se equipara con el pensamiento platónico, en el sentido de que se considera que una persona que se ha entregado al goce de los sentidos ha errado en el conocimiento, al ir tras la sombra de una imagen perecedera que le impide elevarse a lo universal. Distinto de esto, pensamos que Narciso es consciente, y representa la imagen de la persona que, arrebatada por la evidencia de un misterio, el de la vida, el de la temporalidad y de la identidad, renuncia a la existencia, dejándose morir lentamente en la soledad de la fuente y en la plenitud de su juventud, previo aferrarse a la última contemplación de la belleza. Contradice así el proverbio tradicional en que se basa la moral griega: conócete a ti mismo, guía de conducta para obtener la felicidad, mediante el ejercicio de la razón. Narciso, en cambio, sabe que la vida es la flor efímera en la que se consumirá finalmente, y consciente de eso, reniega de dicha posibilidad.

En la poesía de Lihn esta paulatina extinción se cumple también, pero de otro modo. Señala en la vejez de Narciso, Me miro en el espejo y no veo mi rostroHe desaparecido: el espejo es mi rostro, porque de tanto verme en este espejo roto, he perdido el sentido de mi rostro, o la nada que en él, como en todas las cosas, se ocultaba, lo ocultaba, la nada que está en todo como el sol en la noche y soy mi propia ausencia frente a un espejo roto:

En el poeta chileno, la agonía narcisista instalada entre la existencia y la nada, se desenvuelve en medio de su relación con los otros, principalmente con la mujer. El hablante de los poemas vuelve una y otra vez a mirarse en el espejo que es el de la escritura, incapaz de comunicarse afectivamente. En ausencia de la mujer, el hablante lihneano realiza un autoanálisis permanente, en una observación narcisista que se prolonga incluso en presencia de ella: Beso en tu boca el paso de mi aliento, al fondo de la asfixia, dice en un poema de Por Fuerza Mayo, mientras que en el poema zoológico de la pieza oscurael amante, signado como una serpiente encerrada en una celda de cristal, renuncia al amor impuro de la mujer que lo acompaña, al contemplar el verdadero afecto en el instintivo acto amatorio de unas aves acuáticasEn esta alienación frente al hecho amoroso, concebido como una realidad trágicamente impersonal, y donde la comunicación con el otro está vedada por la naturaleza pasajera de las cosas, por lo ilusorio de los sentimientos, resuenan asimismo las sentencias ovidianas: apártate, lo que amas lo perderás, Esta que ves es la sombra de tu imagen reflejada. Nada de sí mismo tiene esa figura, viene y se va contigo; contigo se marchará, si puedes marcharte. (Ovidio: 1974; 42).

La abdicación de la vida, del amor y del deseo por la constatación de la existencia como efímera apariencia hecha de nada, encuentra en Lihn un punto de resistencia en la escritura: este Narciso si bien no a la muerte, está confinado a mirarse al espejo y a autoseducirse con el eco de sus propias palabras, conmutándose así con la figura del escritor. Señala en Escrito en Cuba: El ejercicio obsesionante de la escritura te ha convertido en una especie de Sísifo, y esta sola comparación, digna de ateneo de provincia, basta para excitarte. La imagen de Sísifo se vuelve aquí portadora de una frustración sexual, que es compensada con la escritura en la que el poeta se gratifica. La escritura, en medio del distanciamiento progresivo que el poeta toma ante la vida, ante la historia y las relaciones humanas en el contexto de la contemporaneidad, es asumida como una compensación narcisista que lo vuelve incapaz de realizar el gesto de silencio o de botar esta basura, como dice Lihn al mencionar a Rimbaud y su renuncia a la poesía. Lihn, solitario como Narciso, indiferente al amor y abdicante de la vida, sufre la condena de mirarse al espejo hasta el momento de su muerte y es su poesía la fuente de la que emana su propia y última belleza. Recuérdense, entonces, los últimos versos de Zoológico:

Yo soy la serpiente, casi invisible en su celda de vidrio, en el rincón más sombrío del parque, ajena a la curiosidad que despierta, ajeno a los intereses de la tierra, su madrasta, yo soy ese insensible amante de sí mismo que duerme con astucia, mientras todo despierta.

 

 

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Bibliografía

- Ovidio: Las Metamorfosis, EditorialPurrua, México, 1974.
- Lihn, Enrique: Porque escribí, Fondo de Cultura económica, Chile, 1995.


 

 

 

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