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El escritor y la vida política
[En La cultura en México, suplemento de la revista Siempre, México D.F., núm. 513, 1971]
Por Enrique Lihn
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La mejor de las relaciones entre el escritor y la vida política de su país, sería activa e idílica; en el caso de tratarse de una buena política y de un escritor capaz de insertarse en ella como profesional de la literatura a la vez que como el tan traído y llevado intelectual orgánico, configurado por Antonio Gramsci para perturbar la conciencia de los escritores latinoamericanos y arrancarles enfáticas declaraciones de principio.
Yo aconsejaría como estímulo un sueldo que no sobrepase enormemente al que reciben otros trabajadores manuales e intelectuales; pienso en China, para continuar en la línea de una imagen recortada en papeles de colores, pero cada cosa tiene su sombra; pues allí, a pesar de todas las breves y plácidas advertencias en contra y las exigencias de elevar el nivel estético, la literatura es la ideología particularmente después de la revolución cultural, así como la literatura se prepara para ser la ideología, en el marco de la revolución cubana.
Volviendo a lo de los factores estimulantes: libertad de expresión, reconocimiento de la especificidad de la obra literaria y de su grado de elaboración estética; requerimiento, por parte de las autoridades políticas, del ejercicio de una conciencia crítica, otra expresión que es precipitada al abismo por los comisarios de turno.
Agrego: pequeños viajes al extranjero, destinados a mirar al país propio, con calma y perspectiva; destinados a refrescarse la cabeza, a hacer los indispensables contactos internacionales para el buen funcionamiento de una "cultura nacional". Pequeños, mínimos viajes al extranjero, sin pompa ni ruido ni un paquete de dólares: gotas de agua en el desierto en que cada cual puede llegar a convertirse, periódicamente; por falta, en mi caso, de Europa. Lo reconozco con humildad y vergüenza, pero en la seguridad de responder a una vieja, podrida y ya casi secreta tradición del escritor latinoamericano.
Factores entorpecedores: la censura, el sectarismo, el oportunismo, el conformismo, el burocratismo: toda esta especie de ismos que proliferan a derecha e izquierda; pero que una democracia socialista, tal como la imaginamos y queremos —nuestra inalcanzable Señora, toda llena de gracia— tendría que rechazar con un persuasivo gesto lleno de energía, por una razón de principio.
Esta es la relación que debe o puede haber entre el escritor y la vida política de su país. Cuestión de imaginarla, sentado bajo un olmo, como el señor Utopos, a la vuelta de sus viajes, rodeado de la amistad coloquial de sus amigos y conocidos (lo del olmo tendría que verificarlo).
Sobre la relación realmente existente no me pronuncio en general, para no caer en las abstracciones vacías. Pero, parcialmente, veo que son más bien miserables: relaciones serviles que tienden a convertir al escritor en un burócrata de tecleo continuo, mal pagado, bajo una luz incierta, y, en lo posible, cargado de hijos. O, relaciones serviles que convierten a algún elegido de los dioses en vaca sagrada, super remunerada y súper viajada, bajo un foco de luz demasiado poderosa (se ven, es imposible sustraerse a ello, los feos detalles, el cucharón que cuelga sobre la barriga, los bolsillos llenos de cocodrilos).
Demasiado a menudo, por lo demás, la vida política de nuestros países no se entiende sino como la vida de los partidos políticos de los mismos. Es excluyente con respecto a los francotiradores —voy a decir, de izquierda— que, por lo tanto, mueren.