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Enrique Lihn, poeta inagotable

Por Óscar Hahn
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 10 de Agosto de 2014


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Enrique Lihn era muy pesimista con respecto a la recepción inmediata o incluso mediata de su poesía. Más de una vez me dijo que envidiaba sanamente la acogida entusiasta que tenían los narradores del boom entre el público lector, logro que consideraba vedado para él. Fue inútil mi argumentación de que la causa de esa disparidad no eran sus poemas sino el género poesía en sí. Le dije que la poesía no podía competir con la novela ni en materia de audiencia ni de difusión, ni tampoco tenia por qué hacerlo. Lo que Enrique nunca imaginó fue que después de su muerte se transformaría no en un best seller, sino en algo de categoría superior: en un autor de culto.

El libro que instaló a Enrique Lihn como una figura central de la poesía chilena fue La pieza oscura, que incluye poemas escritos entre 1956 y 1962. Es allí donde su voz adquiere una fisonomía propia, inconfundible. Hay en ellos una prosodia singular, una cadencia rítmica y un tono que sólo son suyos. Vale la pena detenerse en dos poemas emblemáticos: "La pieza oscura" y "Monólogo del viejo con la muerte". El tema del primero es el "empalagoso pánico" que produce el despertar de la sexualidad en dos parejas de niños encerrados en una habitación. La escena está narrada desde la perspectiva de uno de ellos, ya adulto, el que se pregunta: "¿Qué será de los niños que fuimos?". La respuesta de Lihn en sus conversaciones con Pedro Lastra es inquietante. Sus recuerdos de infancia no serían sino invenciones de la memoria que se confabula con el lenguaje poético. En el "Monólogo del viejo con la muerte", la Parca se dirige a un anciano y va repasando y recordándole distintas etapas de su existencia. La voz de la muerte es al mismo tiempo la voz del viejo: el hablante y su interlocutor son uno y el mismo. Es una visión original, muy distinta a aquella que presenta a la muerte como un personaje con vida propia, independiente del ser humano.

En 1966, Poesía de paso obtuvo el Premio Casa de las Américas de Cuba, lo que le dio visibilidad internacional. En ese libro, Enrique Lihn desarrolla el motivo del viaje, que persistirá en varias de sus publicaciones posteriores; entre ellas, A partir de Manhattan y París, situación irregular. Lihn es un observador incisivo y mordaz que puede "leer" esas ciudades desde su alteridad y entender el conflicto entre el centro —llámese París, Nueva York o Barcelona— y los márgenes latinoamericanos. Sobre ese trasfondo, el poeta se ve a sí mismo como "un europeo de segundo o de tercer orden. No por mediocridad, sino por fatalidad histórico-cultural. Porque Hispanoamérica está todavía por fundarse", dice.

Enrique Lihn nunca quiso hacer una poesía que fuera una pura combinación verbal tejida con figuras retóricas, sino lo que él denomina una poesía "situada". Se trata de contar hechos que ocurren en un espacio "real", vistos desde la óptica de un yo confesional. Y ninguna poesía es más situada que la de su libro póstumo, Diario de muerte, que fue naciendo al mismo tiempo que su autor se iba muriendo.

La maestría de Enrique Lihn consiste en utilizar las diversas herramientas que ofrece la narrativa, sin sobrepasar las fronteras que separan a la poesía del cuento o de la novela. De una expresión coloquial libre, pero con límites afines a los del versículo, el lenguaje poético de Enrique Lihn derivó hacia una forma que se fue acercando cada vez más a la dicción y al ritmo de la prosa. Lo anterior no fue un impedimento para que se desplazara hacia el otro extremo y ensayara también esa estructura ceñida que es el soneto. En los años de la dictadura declaró que sus sonetos eran una pequeña cárcel que representaba a la cárcel mayor en la que se había convertido Chile. "Frecuentar su poesía es enfrentarse con una voz que lo cuestiona todo", dijo alguna vez Roberto Bolaño. De ese cuestionamiento no se libra ni siquiera la poesía misma. Lihn llegó a llamarla "la musiquilla de las pobres esferas". Y en un poema titulado "Rimbaud" envidia al poeta francés porque "botó esta basura" y "le dijo no a este ejercicio/a esta masturbación desconsolada". El autor de El arte de la palabra siempre tuvo una relación amor-odio con la poesía. No olvidemos que el mismo poeta que la vitupera es el que le rinde tributo con el célebre verso: "Porque escribí, porque escribí estoy vivo". Yen eso no se equivocó.



 

 

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Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 10 de Agosto de 2014