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Enrique Lihn: “Soy un gran poeta cuando quiero”

Por Eduardo Guerrero del Río
Publicado en Revista Mensaje, N°619, junio de 2013



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A causa de un cáncer pulmonar (“la paranoia es el nódulo/ de mi pulmón derecho y la sombra en el izquierdo”), el 10 de julio de 1988, en su domicilio, fallece el escritor Enrique Lihn. Ya han pasado veinticinco años y, en consecuencia, a través de estas líneas, quisiéramos recordar a este multifacético escritor nacional. Otro poeta, Óscar Hahn, señala certeramente los derroteros artísticos de Lihn: “Poeta, novelista, cuentista, dramaturgo, ensayista, actor, pintor, dibujante y cineasta incipiente, en él la creatividad era una urgencia compulsiva, una fuerza implacable que lo impulsaba a mantenerse siempre en movimiento, como si tuviera las horas contadas”.

Nace en Santiago el 3 de septiembre de 1929, “en casa de mi abuela materna, que me hizo el sujeto de una intensa afectividad”. En uno de sus poemas, define a la infancia como “el tema de unos juegos florales/ relativamente feroces, pero en fin, música/ alrededor de una glorieta vacía”. A la edad de doce años, “por la influencia de mi tío Gustavo (Carrasco) y porque mis inclinaciones artísticas eran fuertes”, entró como alumno vespertino a estudiar a la Escuela de Bellas Artes (“insistí tanto, que me admitieron”) y, al año siguiente, ingresó al curso de Pablo Burchard, comenzando ya a esa edad una incesante vida bohemia. “En el Parque Forestal teníamos un lugar de concentración: prácticamente vivíamos ahí”. Escritores como Enrique Lafourcade y Jorge Edwards, en diversos textos, dan cuenta de este momento cuando se refieren a la cotidianidad de los miembros de la generación del cincuenta; en lo específico, en el artículo “Enrique Lihn: Santiago, París, Manhattan”, Adriana Valdés menciona que “en los relatos de ambos, Lihn, junto a Giaconi y otros, figura —a veces caricaturescamente— como personaje clave, acompañado por una cierta aura de oscuridad, de noches largas, de bohemia y de lecturas de los existencialistas”.

INICIO POÉTICO

A los diecinueve años, le muestra sus primeros poemas a Nicanor Parra, estableciéndose a partir de ese momento una gran amistad; incluso, crean el “Quebrantahuesos”, un diario mural hecho de recortes y collages, catalogado por Lihn como de un “surrealismo irrisorio, un surrealismo de baja estofa”. Su primer libro aparece cuando Lihn tenía solo veinte años, en 1949: Nada se escurre: “ese libro está ligado a mi profunda amistad con Alejandro Jodorowsky por aquellos años”; agrega: “la amistad juvenil —de los 18 a los 20 años— más influyente: Alejandro Jodorowsky, desideratum para mí del histrión lúcido y delirante. Hicimos juntos teatro y títeres; lo acompañé en su aventura de fundar la Escuela de Mimos”. Seis años después, en 1955, aparece Poemas de este tiempo y de otro, antología que reunía poemas de los últimos seis años. Según Francisca Noguerol, en ambos textos se manifiesta la influencia del poeta peruano César Vallejo.

En 1963, se publica La pieza oscura, una especie de reflexión sobre la infancia, libro que lo consolida en el panorama de la literatura chilena (“La pieza oscura clausuró ese período de inseguridad en mi trabajo poético”), en cuyo prólogo, Jorge Elliott —aludiendo al texto— habla de un “murmullo subterráneo, subjetivo, subsexo, subansia que la recorre”. Al respecto, en su ensayo sobre Lihn, Jorge Polanco afirma: “a través de un título simple, pero con una gran amplitud metafórica, el poemario sugiere una vuelta a la infancia, conteniendo figurativamente con su nombre el temor y la curiosidad por lo extraño”. En 1966, Poesía de paso gana el premio Casa de las Américas (Cuba), conjunto de poemas escritos en su mayoría en un viaje que realiza a Europa como becario de la Unesco para estudiar museología, a mediados de los sesenta (“el discurso connotativo que atraviesa silenciosamente la serie sugiere el extrañamiento a la vez que familiaridad de un poeta hispanoamericano con lo desconocido entrañable europeo”). Hacia fines de la década, en 1969, publica La musiquilla de las pobres esferas, con el cual se ratifica la importancia de Lihn en el contexto poético chileno; en este texto, como último poema, aparece su ya clásico “Porque escribí”: “Ahora que quizás, en un año de calma,/ piense: la poesía me sirvió para esto:/ no pude ser feliz, ello me fue negado,/ pero escribí”. Y culmina: “Pero escribí y me muero por mi cuenta,/ porque escribí porque escribí estoy vivo”.


MOTIVO LITERARIO DEL VIAJE

De la década de los setenta, destaca París, situación irregular (1977), una especie de libreta de apuntes en donde el motivo del viaje se transforma en un eje semántico significativo, al igual que en otros poemarios: Escrito en Cuba (1969) (poema-novela hecho en fragmentos), Estación de los desamparados (1973), A partir de Manhattan (1979), Pena de extrañamiento (1986). A decir de Adriana Valdés, la “tensión de viaje” está en toda la obra de Lihn. “En París, situación irregular, como en un escenario, se imitan o miman distintos tipos de discurso. Hay la oratoria académica, el gesto del emisor de noticias, la gesticulación sintáctica del que escribe una carta o hace una rápida anotación en su agenda”. En apoyo de lo anterior, se debe señalar que este motivo literario se transforma en una constante de la literatura latinoamericana del siglo XX, a partir de la primera generación surrealista (por ejemplo, el cubano Alejo Carpentier) y que su connotación va más allá de lo meramente espacial; a veces, se transforma en un viaje interior, subjetivo, filosófico. En este caso particular, además, se da la vinculación del poeta con la ciudad: “Anciana de París que cierras al atardecer tu ventana inimaginable, ten piedad de mi amor por esta ciudad que, como tú, no me reconoce”. En A partir de Manhattan, nos encontramos con otro poema clásico del poeta: “Nunca salí del horroroso Chile/ mis viajes que no son imaginarios/ tardíos sí —momentos de un momento—/ no me desarraigaron del eriazo/ remoto y presuntuoso”.

Quisiéramos aludir brevemente a otros dos poemarios, ambos publicados el año 1983: El Paseo Ahumada y Al bello aparecer de este lucero. El primero de estos es una denuncia de la dictadura: a través de un personaje marginal, El Pingüino, se va develando una realidad cotidiana en un contexto opresor: “En Huérfanos entre Ahumada y Estado las papas de la mendicidad se están quemando dulcemente”, “caso omiso hacen de todos ustedes esos robots que se mueven armados hasta los dientes/ con sus lobos de mano y sus metralletas eléctricas”. Alejandro Zambra, en el prólogo a la edición del año 2003, señala que El Paseo Ahumada “corresponde al espectro más radical de la obra de Lihn: el hablante se apropia de la jerga callejera para amplificarla a través de versos largos y prosaicos, pero no por ello menos certeros poéticamente”. En cambio, Al bello aparecer de este lucero es un poemario centrado en el tema amoroso; por ejemplo, el poema “Sólo por ti y para todo lector” finaliza con los siguientes versos: “Por ti y no de ti está hecho el poema/ Si es por mí, para ti (ojalá lo leyeras)/ no sin luego romperlo en pedacitos/ —constituye una prueba para la acusación—/ Pero descuida: no guardas, lindura, en tus calzones/ el único ejemplar de esto que hago por ti/ Guardo copias, preciosa, te destino/ a unas Obras Completas, y, en la vida, a estos besos”.

INCURSIÓN EN OTROS GÉNEROS

También Lihn incursionó en los géneros narrativo y dramático. En todo caso, en su opinión, “los géneros son una cobertura, una especie de título que uno se cuelga. Mi literatura es algo a la intemperie”. Al respecto, en relación con El arte de la palabra (1980), señala: “Lo que hago en El arte de la palabra, por ejemplo, no se aloja en la mansión de la novela ni en la torre de marfil de la poesía: se mete en todas partes cuando puede”; novela definida por Lihn como “una antiutopía”. A esta novela, se agrega La orquesta de cristal, publicada cuatro años antes. En ambas, en todo caso, la temática es la represión. En palabras de Rodrigo Cánovas, “estas novelas constituyen un mero registro de un lenguaje regresivo, de un habla desfigurada por el miedo y la angustia impuestos por regímenes de fuerza”. En un ensayo sobre Lihn, Juan Zapata Gacitúa menciona, a su vez, que “en sus textos narrativos hay una crítica del contexto político e histórico hispano-americano”. Esta incursión en la narrativa se había producido anteriormente con la publicación de Agua de arroz (cuentos, 1964) y con la novela Batman, en Chile (1973) que, en palabras del poeta, “era un juego, una especie de ficción política en que utilizaba la técnica del collage, escribiendo un libro con otros textos. La historia era que venían Batman y Boy a salvar a Chile del comunismo. Son examinados por la policía, que también era comunista, y los despojan de todo su instrumental, quedando convertidos en infrahéroes”. Es decir, a través de un modo cómico, se alude a la intervención extranjera en nuestro país.

Desde 1984, a razón de una obra por año, a Enrique Lihn le atrae el mundo del teatro. Así, La Meka, Niú York, cartas marcadas y La radio son productos teatrales que llegan a la cartelera santiaguina; incluso, en La radio, participa como actor, diseñador de vestuario, y en su dirección y producción colectivas. En todo caso, respecto a esta última obra, se patentiza lo que se dice en relación a su poesía: es un autor de minorías, hermético, distante, racional, que teoriza frente a su quehacer literario y que hace uso del lenguaje, a su vez, para reflexionar en torno del mismo lenguaje. Por eso, cuando Lihn afirma que La radio es “una pieza de teatro fundamentalmente verbal”, está dando una importante pauta para el acercamiento a la obra. Sin duda, un antecedente de este interés de Lihn por el teatro viene dado, en primer lugar, por la mencionada amistad con Alejandro Jodorowsky y, en segundo lugar, por la creación junto a Germán Marín del personaje de Gerardo de Pompier, humorada que se publica en la revista Cormorán a fines de los años sesenta y que, como indica Jorge Polanco, “Lihn lo llevó a escena posteriormente el 28 de diciembre de 1977, Días de los Inocentes, en un autodenominado “Happening contracultural” en el Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura”.


DESPEDIDA POÉTICA

Póstumamente, en el año 1989, se publica Diario de muerte, libro escrito “desde una despiadada lucidez, como una especie de carta final al mundo y a sí mismo” (Adriana Valdés). Por este mismo carácter escritural en momentos en que el cáncer le iba restando fuerzas y, a su vez, adquiría el poeta conciencia de su cercano fin, Diario de muerte se transforma en un texto significativo a la hora de valorar lo que ha sido el aporte de Enrique Lihn en la poesía chilena, en sus casi cuarenta años de producción. Por otra parte, refuerza una temática (la muerte) que la habíamos encontrado en sus textos iniciales (por ejemplo, el “Monólogo del poeta con su muerte” en Poesía de paso, o en La pieza oscura: “hasta que un día ya no puedes luchar/ a muerte con la muerte y te entregas a ella/ a un sueño sin salida”), pero ahora desde una perspectiva mucho más inmediata y, por qué no decirlo, intimista, y en donde también vuelve a resaltar la ironía: “Un enfermo de gravedad se masturba/ para dar señales de vida”.

Junto a otros poetas chilenos como Miguel Arteche, Fernando González-Urízar, Delia Domínguez, Stella Díaz, Efraín Barquero o Armando Uribe, Enrique Lihn se inscribe dentro de una generación que, de una u otra forma, tuvo la difícil misión de relevar a figuras insignes de nuestra poesía (Neruda, Huidobro, Mistral, Parra, De Rokha, Rojas). En el caso de Lihn, con todo su carácter experimental y su constante reflexión sobre el oficio poético, su tarea fue cumplida con creces. En palabras de Jorge Polanco, “la poesía de Lihn es como una herida abierta que sangra profusamente, traspasando a sus poemas una dureza, parodia e ironía que la convierten en una expresión dramática y desgarradora”. Sin duda, parafraseando el título de este artículo, Lihn siempre quiso ser un gran poeta.

 


 



 

 

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