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Enrique Lihn: en el nombre del padre y de la hija
Por Amelia Carvallo
Publicado en Suplemento Ku, 12 de Agosto de 2018
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Lo ve leyendo. A su padre, Andrea Lihn lo recuerda sentado en su escritorio: "Súper metido en su interior, incómodo en el mundo. Era un hombre muy consecuente, pensante, retraído, enojado, apartado. Le estorbaban los problemas domésticos. Era el protagonista de sus escenas".
La actriz Andrea Lihn es la heredera de la obra del poeta, dramaturgo y cineasta que murió hace ya 30 años. Se propuso mediante La Fundación Enrique Lihn cuidar y preservar la obra de su padre. "Me tomé el tema de una forma seria para hacerme cargo de verdad de las cosas que se quieren hacer con mi apellido", afirma. Lihn es su apellido. El de su padre Enrique que escribió los siete libros de "Poesía reunida" (UDP), que según el editor Felipe Gana, son "sus libros más cerrados, casi perfectos (...) y recogen parte fundamental de su obra poética, sus múltiples registros, etapas y voces". En el mismo tomo aparece como prólogo su "Biografía literaria", documento en primera persona en el que Lihn habla de Lihn, ese poeta que nadie quiere olvidar.
— Andrea, cómo era tu padre?
— Genial. Su humor negro era inigualable. Hasta hoy, quienes lo conocimos, lo recordamos con carcajadas. Era director, autor, productor y actor principal. Multifacético. Su capacidad de liderazgo y convocatoria era envidiable. Todo el mundo le creía y quería participar. Cuando hacía sus videos era increíble. No teníamos ni un peso y llegaban a las siete de la mañana actores poetas, cantantes, pintores, todos metidos en nuestra casa dispuestos a hacer las locuras que se le ocurrían al Flaco Lihn que no podía parar de hacer cosas, pero todo controlado, a mi papá nada se le escapaba de las manos. Era un caótico alienado y estructurado.
— Como amigo ¿cómo era?
— A mi papá lo querían mucho. Y lo vi reflejado en sus archivos. Tengo todo guardado. Escribía cartas y luego hacía copias para no perder lo que escribía. Era un acumulador de sus propias historias. Una vez lo vi desde la micro. Yo iba arriba y lo veo cruzando la calle leyendo un libro. Como anda la
gente hoy con los celulares mi viejo con sus libros. Bien extraño. La gente se asustaba cuando cruzaba la calle así. ¡Lo van a atropellar!
LA MARCA
En el año de Orwell, en 1984, Lihn y Pedro Celedón organizaron un happening a partir de la muerte del actor Johnny Weissmuller. La luminaria que encarnó a Tarzán se despidió del mundo aullando como el hombre mono en un asilo de ancianos. Tal imagen no pasó inadvertida para Lihn, que organizó una marcha fúnebre con gente en pantalones cortos subiendo un tremendo ataúd arriba de una micro La Granja, celeste, de esas que hoy no existen. Al final tiramos el cajón Mapocho abajo.
"Mi papá era el clown de los grupos, un actor innato. Con gente se sentía cómodo, a gusto, le encantaba armar proyectos culturales. Recuerdo sus películas, sus videos. Fue un creador eterno. Su mente jamás paró. La escritura, los dibujos, las performances eran el resultado. No paraba de pensar. Era tan crítico con la mediocridad de la sociedad que no se detenía. Era tan consecuente con sus ideales que no transaba con nada. Su forma de habitar en el mundo era desde ese lugar pensante. Cuando dice "¿Por qué escribí? Porque escribí estoy vivo", es que no tenía alternativa. Era la creación o la muerte de alguien que se creó desde la necesidad más que del oficio. Era su forma de comprender el mundo. Solo estaba pleno en lo suyo.
— ¿Te vio alguna vez actuar?
— ¡Ay sí! Muchas veces. La primera vez fue en una obra que hice con Tomás Vidiella. Su comentario fue emocionante. Él no quería que yo fuera actriz. Me costó mucho convencerlo. Me dijo: "en realidad usted tenía dedos para el piano", y listo. Así eran sus comentarios. Secos. Conmigo siempre fue frío, hosco, no me daba besos. La segunda vez fue con Ramón Griffero. Me dijo que tenía que seguir, me alentó y le dio valor a mi decisión. Ahí me fui a Francia, gracias a él creí en mí misma. Lo veía tan sacrificado que no quedó otra que desvivirme por lo mío. Me dio un ejemplo a seguir. Cuando yo estaba en El Trolley con Griffero teníamos poco público y no ganábamos ni uno. Era sacrificio por el amor a ese arte y eso lo vi de él desde siempre. Estaba en mí. Vivir con poco, pero con pasión es una actitud heredada de mi padre.
— ¿Trató tu papá de influir en tus gustos?
— Mi papá nunca me quiso meter en su onda. ¡Si no quería que yo fuera actriz! Al contrario, tenía mucho miedo de que sufriera lo que sufría él. Era una época complicada. Mucha bohemia, inestabilidad. No quería verme a mí sacrificarme por lo que él
se sacrificaba. Él sabía que era un camino muy difícil de construir y lo tenía tan claro que trató de alejarme de eso. No me hizo partícipe de su trabajo. Nunca me leyó nada. Música sí escuchábamos juntos. La ópera era su gran pasión. De alguna manera fue celoso con su mundo. Y conmigo. Tenía miedo y temor de lo que me pasara.
— ¿Cuál es tu poema favorito?
— "La pieza oscura", indiscutiblemente. Lo digo siempre. Fue el primer poema que leí de mi papá en voz alta. Estaba en París y fue el día en que conocí a mi madre Ivette Mingram. Tengo una historia compleja de infancia. Mi mamá se fue a Europa cuando yo tenía dos años. La volví a ver cuando cumplí siete en el único encuentro familiar entre mi madre y mi padre. De ahí nunca más volví a verlos juntos. Ese día mi papá leyó el poema. Y yo lo interrumpí. Quise leer sobre sus palabras. Me grabaron en una radio portátil, es el momento familiar que marca mi historia.
LA HERENCIA
Ha leído poco de la obra de su padre a sus hijos, los nietos de Lihn. La razón es que emocionalmente le ha costado a Andrea Lihn sobrellevar la herencia".
"No fue fácil para mí la forma en que me llegó todo. Asumí luego de su muerte lo que significaba su obra. En mi adolescencia no estuve muy presente en las creaciones de mi papá. Lo vi de lejos. Él era celoso con sus cosas y eso mismo también se hereda, así que he sido egoísta con la obra de mi padre frente a mis hijos. Me cuesta entender su inconformismo y la crítica a su época. Sin querer no he asumido la herencia que ellos van a recibir más adelante. Estoy esperando que llegue el momento de hacerlos participar. Ser 'hijo de... ' o 'nieto de...' es una carga que se asume con tiempo".
— ¿Cómo recuerdas su muerte?
— Vine a Chile a llorar el año en que Chile sonreía. Yo vivía en Paris y en junio me vine a cuidarlo. Acá estaban en pleno plebiscito y la democracia llegó justo después de su muerte, cuando ganó el No. Chile ahí cambiaba y yo viví encerrada despidiéndome
de mi padre. Me hice cargo de sus archivos, asumí un rol que me quedaba grande. En ese devenir volví a Francia para saltarme el luto. No quise enfrentar el escenario de su muerte en público. Los medios me agobiaron y no pude ordenar mis emociones hasta mi vuelta, seis meses después, cuando las cosas empezaron a correr peligro. Se publicó "Diario de Muerte" a cargo de Adriana Valdés y Pedro Lastra, amigos muy íntimos de mi papá que hicieron de editores en ese momento. Y se me vino encima una herencia que hasta hoy me ha dado identidad. Soy más de mi padre de lo que creía. Ver impreso el libro que se construyó de eso que escribimos durante sus últimos días fue impresionante para mí. Me volví autora de una nueva historia. Hasta hoy mi vida ha estado dedicada al cuidado de ese legado. ¡La obra de mi papá no se detiene!
— ¿Cómo fueron tus últimos días con él?
— Recuerdo que me puso sentada en su cama, semanas antes de morir, amarrándole su lápiz en la muñeca para que no se le perdiera. Terminábamos de escribir juntos "Diario de Muerte", que fue su forma de comprender lo que él estaba viviendo, su forma de despedirse de todos nosotros. Nos enfrentó a la crudeza de su muerte en su último libro, el que escribió en su fase terminal. Así lo recuerdo, como un visionario, tan incomprendido en su época, que hemos necesitado de estas nuevas generaciones para validarlo, por eso está tan vigente.
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Todos con Lihn
Ediciones de la Universidad de Valparaíso, Editorial Overol y Lumen conmemoraron los 30 años de la partida de Lihn con otras cuidadas ediciones de la obra del poeta.
LA PRIMERA POESÍA (1947-1954)
Las tempranas creaciones de Lihn empinándose a la veintena son las que aparecen en el volumen "Nada se escurre" (1949), primer tomo de un estuche doble que completa "Poemas de este tiempo y de otro" (1959, ambos libros por primera vez reimpresos, por Ediciones UV.
En el prólogo, Pedro Lastra recuerda que compró "Nada se escurre" en la librería Salvat de calle Agustinas y que esos versos anuncian "una evidente facultad verbal, diferenciadora y personal" aunque el autor tomara distancia de ellos en su madurez. Por ejemplo: "Quiero sentarme en esta vieja silla/ de recatado terciopelo./
Yo quiero hundirme a tientas en esta vieja silla, /como se
baja hacia el nido del agua,/tan suavemente como se hace el agua,/quiero sentarme en esta vieja silla."
La cuidada edición agrega una plaquette desplegable con un preámbulo de Jodorowsky, acompañado de ilustraciones hechas por el mismo Lihn. El psicomago con domicilio en París escribió especialmente para la ocasión "La odisea de Enrique Lihn". Amigos desde las veladas en el café Iris y los vagabundeos por el Parque Forestal, Jodorowsky lo recuerda así: "Peregrino en el encanto de las formas, mensajero de lo esencial, es decir de sí mismo, Lihn desdeñando los ensueños del pensar, hace de todos los caminos su camino. Hoja seca que en un suspiro del tiempo viene a
conceder esperanza a las hogueras, palabras que se deslizan entre el badajo y la campana, serpiente inmemorial que reposa en la roca sin dejar huella, misterio insondable del origen primero, sueño que sueña, abundancia invisible, todas sus horas son siempre hoy".
Jodorowsky sitúa a Lihn en la "dimensión extraordinaria de la Poesía". Como este poema: "No es lo mismo estar solo que estar solo/ en una habitación de la que acabas de salir/ como el tiempo: pausada, fugaz, continuamente/ en busca de mi ausencia, porque entonces/ empiezo a comprender que soy un muerto/ y es la palabra, espejo del silencio/ y la noche, el fruto del día, su adorable secreto revelado por fin."
"Poesía (1947-1954)" Enrique Lihn. Ediciones de la Universidad de Valparaíso. 130 páginas.
DIÁLOGOS DE DESAPARECIDOS
Editorial Overol de un tiempo a esta parte viene rescatando numerosos textos de Enrique Lihn. Prueba de ello son sus ediciones del epistolario amoroso de ficción "Las cartas de Eros" y de un poema visual y algunos poemas dispersos que dieron vida a "Poetas, voladores de luces". El más reciente trabajo que han reflotado es "Diálogos de desaparecidos", donde el escritor hace eco del teatro, expresión en la que encontró el poder de la puesta en escena de las sugerentes voces que lo colmaban.
Este libro es la primera publicación que recoge al Lihn dramaturgo y está compuesto por cuatro textos escritos a fines de los años setenta: un
hombre atormentado en el confesionario, un hijo pródigo frente a sus padres, un esposo muerto que se le aparece a su mujer y un torturador obsesionado con el fantasma de una joven torturada.
En el libro de Juan Andrés Piña "Conversaciones con la poesía", Lihn recuerda así esta incursión en el teatro cuando se le pregunta sobre qué hizo entre medio de 1973 y 1977: "Dar clases, estudiar semiología, leer, con la sensación de que no se podía hacer otra cosa: el período de las catacumbas. Fue productivo, en el sentido de que escribí mucho, aunque supiera que no podía publicar. Recuerdo que escribí una especie de obra de teatro
sobre los desaparecidos: 'Diálogos de desaparecidos"'.
En esas mismas páginas, y frente a la pregunta de si le interesaba el teatro, Lihn responde: "Creo que yo era un histrión, y que utilizaba ese histrionismo en diversos planos, para escamotear ciertas realidades de competencia física en las cuales yo creía que no tenía aptitud. Siempre tenía problemas para enfrentar el heroísmo físico, quizás porque yo había sido muy apollerado, muy amariconado, se podría decir: había vivido mucho con mi abuela materna, que me trataba como un caballero del siglo XIX. Eso me hacía sentir como una persona grande, y me gustaba".
"Diálogos de desaparecidos". Enrique Lihn. Editorial Overol. 64 páginas.
ÁLBUM DE TODA ESPECIE DE POEMAS
Poco antes de morir, Enrique Lihn preparó en 1988 una antología personal de sus poemas que finalmente publicó en 1989, póstumamente, el sello Lumen. Este año se la reeditó manteniendo íntegro el prólogo que el autor escribió para presentar al público español su trayectoria vital y literaria de cuatro décadas.
A modo de anexo en esta reedición, al final se incluye entero el libro "Mester de juglaría". Se trata de siete poemas largos que Lihn seleccionó y prologó en 1987 para la editorial madrileña Hiperión. "Álbum de toda especie de poemas" reunió algunos de sus textos más importantes, pero también otros menos conocidos, acompañándolos de un espléndido prólogo en el que cuenta su vida.
En estas páginas hay un Lihn panorámico, desde el de "La pieza oscura" con sus niños de narices sucias y orejas rojas, hasta los descoloridos años ochenta y los disparos en la noche que sobrevuelan en "Pena de extrañamiento". Acá un extracto del prólogo que el mismo Lihn escribió en enero de 1988: "La desdramatización y el dramatismo son el diástole y sístole de mi escritura, pulsión que se acelera en los muchos poemas que llevan por título 'La despedida', Pena de extrañamiento, etc, incluyendo La pieza oscura, donde el país extranjero es la infancia; el visitante, la memoria; y donde de estos electrodos brota, en el lenguaje, la fantasmagoría que se refleja en él; pues el lenguaje es, también, un fantasma, y el poema, una materialización. Agrego que algunos de mis poemas de viaje son postales que envié, en su oportunidad, a algunas personas. Así como otros han sido cartas y recados, regalos públicos.
Los poemas políticos que figuran en este libro, más bien orientado hacia lo que un poeta español juzgó una épica personal, son los menos, y no militantes. Su referente es la horrorosa dictadura de un capitán general en Chile, y nada más".
"Álbum de toda especie de poemas" Enrique Lihn. Editorial Lumen. 176 páginas