Enrique Lihn se ha colocado en un sitio decisivo de la poesía chilena con tres libros: Nada se escurre, Poemas de este tiempo y de otro y La pieza obscura. Se le conocían cuentos incluidos en antologías y diarios; pero en Agua de Arroz, se inicia en un género difícil, con cuatro relatos no breves. Se repite en su nueva experiencia literaria el conocido rigor de quien no improvisa ni se entrega a la facilidad. Escasamente anecdóticos y concentrados en el análisis de situaciones complicadas, estos cuentos se caracterizan por la originalidad. En el primero de la serie, el que da el nombre a la colección, Lihn presentaba un estudio sicológico de un fracaso matrimonial. El protagonista es un tipo alcohólico y frustrado en su vida sexual con una mujer de la que se distancia. Un ambiente opresivo, de soledad y angustia, rodea al poeta protagonista. En forma indirecta y alusiva se va planteando la situación a través de inserciones elocuentes y rotundas. También Agua de Arroz es ejemplo de evasión del realismo, en un proceso de complejas indagaciones psicológicas.
“Y luego bebía raras veces, nunca sola. Se limitaba a tolerar los vicios ajenos y a compartirlos discretamente llegado el caso, reservándose el derecho a condenarlos después, como si en cierto modo no los hubiera fomentado. Al menos, era la conducta que había observado con él. Una trampa para el incauto oficiante que cree haber iniciado en su rito al asistente ideal, en el mejor de los medios posibles, cuando en realidad se prestaba a un experimento en la pieza de su futura esposa. A los hombres hay que conocerlos en la intimidad de sus debilidades. Para analizarlo, Norma lo había dejado diluirse en una solución de humores espirituosos".
El trozo anterior es característico y en su examen radica el secreto de la manera de Lihn, distinta a la de otros narradores de su generación. Una óptica diversa se halla en el tratamiento de una historia sórdida, sin aparente coherencia. Pero el resultado, por encima de fútiles acontecimientos, es sorpresivo y valioso. El contraste del bebedor vencido por su desastre moral y la niña es un indicio de la capacidad de Lihn. "Qué soledad la suya (la del poeta). La de un juguete viejo, en el cuarto de guardar. Le parecía irradiarla. Una señal de inutilidad, el signo de su condición absurda.”
En Huacho y Pochocha, se encuentra, de nuevo, la curiosidad intelectual de Lihn en un relato urbano de prolija técnica. Véase como empieza a desarrollar la tabulación el escritor: "De la Historia de amor de Huacho y Pochocha subsisten las huellas conmovedoras que me fuerzan, periódicamente, a aventurarme en una empresa imposible: reconstituirla. La imaginación no es un buen guía para internarse en realidades que la sobrepasan". Y otra observación sobre el método narrativo imperante en el cuento:
"Son historias que alguien de buena voluntad le cuenta a usted en sordina por cierto que en otros términos y no sin riesgo de su persona, en el escenario mismo donde se las esconde como a un tumor contagioso. El narrador puede haber sido Huacho, a quien seguramente vi por primera y última vez en esa taberna de los extramuros que visité hace veinte o más años, en un juvenil acto de curiosidad temeraria". (Página 51).
En Estudio, el tercer cuento, quizá el débil de la serie, se trazan recuerdos de la existencia en un colegio de religiosos, donde el narrador permaneció interno. Se pintan diversos tipos, con defectos y taras impuestos por el medio, a un muchacho tímido y que desconfía de sus compañeros. "Necesitaba confiar en alguien, contar con alguien. De nada le valía —trató de pensarlo— haber sorteado tantos obstáculos si nadie lo ayudaba en lo sucesivo a salir adelante. Una presencia, nada más, amistosa". En otra parte, Lihn expresa lo siguiente: "Sobre ambos pesaban inhibiéndolos, sus lecturas de la primera infancia y las ideas de los mayores. Este mundo y el otro. Se movían en una zona incierta, entre el temor complaciente de caer en la puerilidad y la remota esperanza descorazonadora de apuntar a una verdad estable".
En Lihn persiste la nota analítica, su acuidad para descubrir móviles secretos y resortes particulares de la personalidad. Sin caer en el psicologismo exasperante de otros relatistas sabe encubrir el realismo exterior con deslizamientos rápidos en el subconsciente del hombre y sus reacciones. El cuentista evita lo lineal y sus construcciones argumentales se detienen en lo moroso con aciertos estilísticos. Algo vegetativo e impersonal suele cubrir a los personajes de Agua de Arroz, tanto en el caso del poeta malogrado en su vida matrimonial como en el estudiante perdido en el laberinto de la soledad. Lo mismo que en su poesía, Lihn sabe captar la angustia temporal, la desesperación del hombre moderno sumergido en un mundo incomprensivo. Se ha dicho, a este respecto, que Lihn obtiene una conjunción perfecta de los elementos individual y colectivo, proporcionando una visión nítida de la lóbrega atmósfera predominante en tales aulas y, también, de los penosos esfuerzos psíquicos que el pequeño despliega para no ser rechazado del todo por esa atmósfera y, a la vez, para no fundirse de ninguna manera en ella. (Prólogo de Yerko Moretic.)
El cuento más logrado de Lihn es el último, cuyo título es Retrato de un poeta popular. Se ha hecho en primera persona, por medio del monólogo del propio individuo que narra, y refiere sus experiencias alcohólicas. Lo expresivo del Retrato es la incursión feliz en el lenguaje popular, con su colorido y gracia desgarrada. También es una nueva incursión en el universo de los bebedores que antes han descrito, entre otros, Juan Godoy, en Sangre de Murciélago; Daniel Belmar en Los túneles morados, y Juan Tejeda en algunos cuentos. Conviene subrayar un trozo: "Porque para mí, señor, nada más dañino que el licoreo surtido cuando, digamos, estoy por remojarme los bigotes. Si del tinto, pare todo lo demás; empiezo y termino por donde empiezo; tinto, de principio, a fin. Si del blanco, lo mismo, vamos pedaleando con el blanco, sin salirnos de la línea precisa. Caso contrario...”
Y también son pintorescas las líneas siguientes: "Pero la mezcla —como bien dice usted— es lo malo. A eso iba. Buena la sidra. Dulcecita. Plcantita. Pero estoy de tinto. Aprobarla no más, porque, como usted lo dice, procede de su tierra y en ella está el cariño y la cordialidad suya hacia todos nosotros. Porque una cosa así me anduve caramboleando en lo mejor de la cosa. Hasta para beber hay método, mi amigo, oficio, disciplina". Diversos ingredientes se combinan en el acertado relato de Lihn: el humor, desenfadado y socarrón, a veces; el dominio preciso del lenguaje del pueblo, sin deformaciones absurdas, y la transcripción de lo coloquial como en los mejores ejemplos de José Miguel Varas, en Porai, de Luis Cornejo, en Barrio Bravo, y de Nicomedes Guzmán, en La Sangre y la Esperanza.
En la página 148, el monologuista bosqueja una descripción de la mujer que lo tentaba con encantos visibles e invisibles, con notable realismo y colorido: "Era buena la tonta, lo que se llama buena. Y digo tonta, para no faltarle el respeto, calificándola con dureza. Buena por fuera, de las partes que se le veían, de las que se le traslucían y de las que se le adivinaban. Donde usted la hubiera puesto, a la negra, en el gran mundo como le llaman, por el exotismo que dicen. Puro pueblo, pero calidad; en la negrura y en la frescura de la pelambrera, en el grano de la piel que se pasaba de fino, como cuero de curtiduría, para la suavidad del tacto, sin que se le fuera a rajar con la uña. Y por lo menos a mí me gustan, no le voy a decir gordas, pero, digamos, sobradoras y apretaditas de carne. Ahora que traía los brazos desnudos y el escote justo donde no se usa, a lo menos en la Iglesia. Para qué voy a decir cuando agachaba el busto".
En Agua de Arroz se comprueba una iniciación afortunada de Lihn, con material variado que exhibe en una lengua flexible y no ajena a lo poético. Sobre todo, en su vena popular que amplia lo conocido y asegura nuevas posibilidades de su talento de narrador urbano.
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(Ediciones del Litoral, 1964).
Por Ricardo Latcham.
Publicado en La Nación, 12 de julio de 1964.