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Enrique Lihn: "Diario de muerte"

FILEBO
Publicado en Las Ultimas Noticias. 23 de julio de 1989



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¿Se podrá tocar a estas horas el alma de Lihn con el pétalo de una rosa? ¿O el espíritu de Lihn? ¿O el recuerdo de Lihn? Al parecer, no. El círculo de sus amigos, que cerró estrechas filas con motivo de su muerte, pondría el grito en el cielo. “Se está atacando a Lihn en despoblado”.

Lihn no creía en la inmortalidad del alma. Se caracterizaba por poseer un ,juicio crítico negativo acerca de muchas cosas. Sin reconocerlo expresamente, creía en la inmortalidad de la palabra. Por eso escribía. Para eternizarse en forma oblicua. Para no dar su brazo a torcer.

Es decir, víctima de la desorientación, del desasosiego de su voraz o feroz inteligencia, quería y no quería. De un lado, la tentación de durar, de perdurar. De otro, el propósito suicida de hacerse trizas.

Las mujeres, desde luego, le fascinaban, pero no le duraban.

Un día, almorzando bajo un toldo de verano en el patio de mi casa, miró en derredor y dijo: “Esto hubiera deseado yo: tener una casa”.

El “Diario de Muerte” (Editorial Universitaria, 1989), que albaceas atentos como Adriana Valdés y Pedro Lastra ordenaron con los poemas que Enrique Lihn escribió ya en conocimiento de su fin próximo e inevitable, es una obra testimonial, un documento patético de los dolores últimos de un poeta, pero no el libro más esclarecedor de su existencia. Ni siquiera el más estremecedor o de belleza más aterradora.

Ciertas frases, algunos versos felices peraltan a veces el conjunto; no llegan, sin embargo, a justificarlo. Quizá estas páginas pudieran incluirse como apéndice documental en una reedición de su poemario “La Pieza Obscura”, por ejemplo. Llega el instante de revisar a Lihn sin el temor polémico de su presencia.

Niño de oro de nuestra literatura, investigador nocturno de sus propios laberintos, complejo y contradictorio en la elección de sus herramientas, aparte su imagen desgarbada y tierna de muchacho enfurruñado, aunque eutrapélico y hasta desopilante en el trato de la tertulia, Enrique Lihn fue poeta y narrador que se creía “outsider” en un mundo que lo colmaba de atenciones. La toma de conciencia de la enfermedad implacable lo condujo a escribir con desesperación una especie de testamento en versos. Hay dos maneras de medir el resultado. Elijamos la patética, no la estética.

Su intelectualizada visión del devenir póstumo se pone de relieve en estas 1íneas: “Estoy tratando de creer que creo / no es el mejor punto de partida / pero al menos dudo de mi escepticismo / como de una racionalidad sin antecedentes / no ha sido para mí, en su larga trayectoria, / un particular motivo de orgullo ...” (Estoy tratando de creer, p. 80).

Todo hombre que muere cree ser el único mortal de este universo. Es injusto. Injusto en el caso de Lihn para los que no alcanzan a decir ni pío.


 

 

 

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Enrique Lihn: "Diario de muerte".
Por Filebo.
Publicado en Las Ultimas Noticias. 23 de julio de 1989