Comentario sobre "Eclipse de la poesía" de Ignacio Valente
Por Eduardo Llanos Melussa
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Esta columna provoca en mí efectos paradójicos. Por un lado, celebro que Ignacio Valente exprese claramente su convicción respecto al espejismo (de hecho, suscribiría su diagnóstico en un 95%). Sin embargo, lamento que no asuma cierta corresponsabilidad en el fenómeno que describe, pues él mismo contribuyó a generar condiciones que terminaron propiciando esta burbuja. Lo comprendería él mismo si repasara sus propias reseñas a partir de 1982, aproximadamente (pese a ello, valdría la pena que rescatara las mejores e hiciera una reedición ampliada de "Poesía chilena hispanoamericana actual").
Por otro lado, hace casi treinta años sostuve una dura polémica con Raúl Zurita a raíz de un escrito suyo, publicado bajo el ambicioso título de "Poesía y sociedad". Mi objeción principal era precisamente que él devaluaba allí con singular arrogancia nombres tan valiosos como Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Jorge Teillier, justamente los últimos grandes poetas que produjo Chile (dejando aparte a Parra, respecto al cual siempre hubo mayor consenso). Ignacio Valente apoyó no sólo los buenos momentos de Zurita (concentrados en sus dos primeros libros), sino que indirectamente alentó ese mesianismo neofundacional, que últimamente intensificó hasta extremos caricaturescos en el prólogo a la antología "Cantares" (Lom Editores, 2004).
Agreguemos además a esos profesores que emiten panegíricos grandilocuentes sobre obras de amigos o discípulos, casi como si quisieran ilustrar las conocidas tesis de Harold Bloom.
Así, pues, los lectores tienen todo el derecho de mirar con extrañeza columnas como esta y comentarios como el que aquí hilvano.
La nieve de las más altas cumbres está cada vez más contaminada, y el letal DDT se encuentra incluso en la leche materna.
Aunque hubiera querido escribir algo más alentador, también recuerdo la frase famosa: "a menudo el pesimista es un optimista bien informado."
