Diamela Eltit


 
 

 


EMOCIONES, HABLAS Y FRONTERAS EN LOS VIGILANTES

 

Por Bernardita Llanos

Adentrarnos en la lectura de la novela Los vigilantes (1991), de Diamela Eltit, supone entrar a un espacio textual sujeto al deseo y la tortura de una mujer. El epistolario que forman las cartas de la narradora se dirige a un destinatario ausente, esposo y juez, que introduce y sostiene la deslegitimación de lo femenino. La ideología de genero traza el lugar político de la mujer y el significado de lo maternal dentro de un discurso masculino que se establece como ley y verdad.

La crisis de la familia es aquí parte de una crisis mayor de la modernidad y las formas específicas que toma en la marginalidad.(1) La escritura de Eltit expresa una crítica negativa radical que delinea el camino textual que media entre la pérdida, las ruinas y el dolor de un mundo que se erije como anverso de la política neoliberal.(2) La desarticulación social y la "sobrecodificación de los márgenes"(3) se dramatiza en Los vigilantes en el interior de la casa, transformada en lugar de vigilia y enclaustramiento de la madre y el hijo enfermo. Ambos son figuras emblemáticas de la destitución en la ciudad posdictatorial que ha pactado con el orden y los valores del mercado.(4) Desde sus inicios el relato presagia la muerte de la palabra de esta sobreviviente, cuya letra será reemplazada al final por el habla delirante del hijo.

La mujer opone una palabra que altera y cuestiona la racionalidad que organiza el mundo y la autoridad del padre de su hijo, convertido en celador. El marido ausente domina el mundo de la narradora, cuyo poder omnipotente contiene y borra las distinciones entre lo privado y lo institucional.(5) Desde el comienzo, la narradora se ubica en los bordes de un sistema cultural cuya hegemonía se sostiene en la subordinación de género y la de otras formas subalternas.(6) La madre, enclaustrada en la casa fría y sin alimentos, se bate desesperada por su sobrevivencia y la del hijo, hasta ser desalojada. Su aislamiento y su sometimiento se juegan tanto a nivel de las necesidades materiales como de las síquicas, y pierde progresivamente los soportes de su frágil resistencia. Los fallidos intentos por explicar, defender y apelar a la autoridad masculina muestran la interdependencia de lo político, económico y social.

La madre escribe una suerte de informe que desplaza el lazo materno, enfocándose en la demanda y el poder negativo que la somete y restringe a lo doméstico. La casa se convierte en prisión e instrumento de la hegemonía social en la intimidad. Como señala Foucalt y reitera Butler, la prisión nace de la materialización de relaciones de poder son precisamente éstas las que constituyen al sujeto en un proceso de subjetivización.(7) Las cartas podrían leerse como formas de interpelación a un poder que domina la esfera biopolítica en el sentido que Negri y Hart dan a este término. El desarrollo y el movimiento de la comunicación se realizan mediante la multiplicación y la estructuración de las conexiones que controlan la dirección y el sentido del imaginario.(8) La comunicación se convierte en uno de los vectores hegemónicos de la producción y actúa sobre todo el campo biopolítico. El poder como máquina funciona mediante un contexto de equilibrio que borra las diferencias, reduce las complejidades y pretende que su proyecto de ciudadanía es universal.(9) La memoria del pasado queda sustituida por una política formal y calculada que reitera el olvido y la sujeción al orden conformado por una ciudadanía acrítica y disciplinada.(10)

En el margen más extremo se ubica el habla dificultosa y vacilante del hijo-larva. Sus dos monólogos están arraigados en el cuerpo, en particular en lo que sale y entra por su boca (la baba, la leche las lágrimas). Su figura se ubica en los limites de lo humano y constituye el dominio de lo abyecto. Tanto Butler (11) como Kristeva subrayan lo abyecto como una categoría variable dentro del campo cultural contra la cual se constituye lo humano. Los códigos culturales dominantes cancelan lo que socialmente se entiende como una perturbación del orden, de la identidad y del sistema. Lo abyecto atenta contra la normalidad y las prácticas significantes de un campo cultural.(12) El hijo en su deseo por la madre rompe las fronteras del cuerpo al hacer de los fluidos (la saliva/ baba) vínculo con la madre (con su cuerpo).

En el vecindario, los Otros aparecen como los nuevos ciudadanos, quienes refuerzan la ley de un estado policíaco que homogeniza y proscribe los vínculos con la multitud vagabunda. La narradora es sistemáticamente coartada y castigada por no acatar las normas y hacer uso de la vía pública. Los vecinos la vigilan mientras auscultan "limpian" la esfera pública de presencias inapropiadas o de potenciales criminales de la nación.(13) Esta idea de un orden social basado en la vigilancia ciudadana manifiesta la racionalización urbana que la globalización progresivamente impone a la polis neo-democrática.(14) Se construye así una suerte de sensibilidad amnésica universal que reitera complacientemente una ideología maniquea y autoritaria.

Sola en su reclamo, la madre denuncia a través de las cartas la perversión de un orden regido por la dominancia de Occidente y el mercado. Su palabra refractaria reitera, desmiente y señala las operaciones que excluyen y subordinan las diferencias de género y de clase social, entre otras. En la novela, la esfera de lo doméstico se convierte en el lugar de diversas "escenas" (15) determinadas por el desprestigio y el acoso, formando una suerte de cerco real y simbólico. (16)

La oficialidad afirma una ciudad "consensuada y satisfecha" que aparece como telón de fondo de la escena doméstica donde el amor maternal se expresa a la sombra de un padre/cónyuge cómplice. (17) Las diversas territorialidades del espacio urbano muestran la violencia y el despojo de sujetos errantes y marginales.

La casa configura una especie de "orilla" que se contrae progresivamente hasta hacer insostenible la sobrevivencia de la madre y el hijo, quienes son expulsados a la intemperie urbana. Junto a la multitud anónima ambos representan figuras residuales de una ciudad en ruinas, son el anverso negativo del sistema. La crisis epocal de narrar una historia y la imposibilidad de traducirla culturalmente produce un escritura que textualiza la destitución y los lugares de la desesperación que los imperativos del mercado borran. La novela textualiza la derrota de los sujetos destituidos en una ciudad "corroída por el olvido, donde la mujer [que] escribe la memoria" se niega.(18) A medida que el círculo se aprieta sobre ella,(19) se evidencian los mecanismos de reproductibilidad discursiva junto a la crisis del sujeto femenino.

La fusión que el neoliberalismo realiza entre cultura, mercado y política en la postdictadura, se ve en Los vigilantes confrontada con el reclamo de la otredad femenina como lugar subalterno.(20)

En el relato, la crítica al poder hegemónico ilumina los campos de fuerza que dinamiza y las múltiples formas en que opera en la cotidianidad. El cuerpo femenino aparece como "una patología cotidiana" que se expresa en la carencia (el hambre, el frío, la soledad) y la ausencia (del esposo/ padre). (21) La paradoja del epistolario radica en la construcción de una subjetividad en torno a un otro ausente, percibido como obstáculo (22) y negatividad. La racionalidad social generaliza la relación con el Otro como objeto, negando la validez de la subjetividad y lo femenino. Esta objetivación se combina con la mantención de diferencias absolutas y del control que las transgresiones del hombre como amo suponen. (23)

El derrumbe del mundo colectivo y de las utopías sociales se expresa en la novela en la expulsión de la narradora y su hijo de la casa y el vecindario. El trayecto nocturno por la polis que madre e hijo efectúan confirma el lazo afectivo y el nacimiento de un habla signada por el cuerpo, sus sonidos y fluidos:

"Caemos sobre la tierra babeando,babeando, con la poca saliva que se desliza desde la lengua hasta la boca abierta. Abierta. Nuestra saliva se mezcla y se confunde. Confunde. [...] Quiere arrancarme los pelos y vaciar completamente mi baba por la urgencia del hambre. [...] Levantamos nuestros rostros hasta el último, el último, el último cielo [...] como perros" [129-130].


La circularidad del texto se cierra con esta visión final de un cuerpo sin contornos, partes ni géneros definidos que rompe el diagrama administrativo del poder patriarcal. El monólogo final del hijo apunta a un habla aún sin codificar que escapa a la norma y lo social a través del vínculo cómplice entre madre e hijo. (24) Esta suerte de perfomance lingüístico termina por clausurar al mundo imperante con la explosión del deseo (del hijo por la madre) y su radical antagonismo a cualquier forma de dominación.(25)

En esta última imagen se borran incluso las distinciones entre las especies. Estos cuerpos posthumanos se enlazan y confunden, haciendo de la desidentidad signo de una potencialidad que no ha sido aún culturalmente formalizada.

 

Notas

(1) Cf. Raquel Olea: "Feminism: Modern or Postmodern", John Beverley et al. (eds.): The Postmodernism Debate in Latin American, Durham,1995, pp.192-200.
(2) Julio Ortega: "Diamela Eltit y el imaginario de la virtualidad". Juan Carlos Lértora (ed.): Una poética de literatura menor: La narrativa de Diamela Eltit, Santiago de Chile, 1993, p. 71. Ortega discute en particular el travestismo de la escritura de Eltit en Por la patria, pero su lectura es aplicable también a otras novelas.
(3) Idelber Avelar: Alegorías de la derrota. La ficción posdictatorial y el trabajo de duelo, Santiago de Chile. 2000, pp. 241-243.
(4) Ibid., p. 287.
(5) Gisela Norat: Marginalities. Diamela Eltit and the Subversion of Mainstream Literature in Chile, Newark, 2002, p. 178.
(6) Cf. Ofelia Schutte: Cultural Identity and Social Liberation in Latin American Thought. Nueva York, 1993, pp. 214-215. Schutte discute en este capítulo la crítica a la ideología patriarcal propia del feminismo latinoamericano.
(7) Judith Butler: The Psychic Life of Power. Theories of Subjection. Standorf. 1997, p. 91.
(8) Michael Hart y Antonio Negri: Empire, Massachusetts, 2000, p. 32.
(9) Ibid., p. 33.
(10) Nelly Richard: "Tomarse el cielo por asalto", Residuos y metáforas (Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la Transición), Santiago de Chile, 1998, pp. 222-223.
(11) Cf. Judith Butler: Gender Trouble. Feminism and the Subversion of identity. Nueva York, 1990, p. 111.
(12) Julia Kristeva: The Powers of Horror. An Essay on Abjection. Nueva York, 1982, pp. 3-5. Cf. también Judith Butler: Op. cit., (en n. 11), p. 113. Butler discute aquí la posición que el género tiene y cómo se juegan y fijan ciertas formas de significación.
(13) Christian Parenti: "DC's Virtual Panopticon", The Nation. 3 de junio de 2002. pp. 24-25.
(14) Chile como una neo-democracia neo-capitalista proviene del trabajo dl sociólogo Tomás Moulian: Chile actual. Anatomía de un mito. Santiago de Chile, 1997, pp. 30-34.
(15) Marina Arrate: Por la patria. La novela como una radiografía. tesis de maestría inédita. Santiago de Chile, 1999. Arrate ocupa el concepto de escenas para referirse a los espacios situacionales o contextos que aparecen en Por la patria. Esta idea puede extenderse, a mi entender, a toda la narrativa de Eltit.
(16) Cabe señalar los paralelos entre Los vigilantes y el libro de Eltit y Paz Errázuriz El infarto del alma (1994), donde el encierro,la invisibilidad de los sujetos marginales y las prácticas sociales y lingüísticas marginalizadas se realzan y colocan en el centro del texto.
(17) Idelber Avelar: Op. cit. (en n. 3), pp. 242-246. Avelar releva la forma apocalíptica del tono.
(18) Ibid., p. 242.
(19) Raquel Olea: Lengua víbora. Producciones de lo femenino en la escritura de mujeres chilenas, Santiago de Chile. 1998, p. 76.
(20) Cf. Román de la Campa: Latinamericanism, Minneapolis, 1995, p. 82. De la Campa describe en estos términos el proyecto escritural de Eltit.
(21) Claudine Potvin: "Nomadismo y conjetura: Utopías y mentiras en Vaca sagrada de Diamela Eltit", María Inés Lagos (ed.): Creación y resistencia: La narrativa de Diamela Eltit, 1983-1998, Santiago de Chile, 2000, p. 58. Esta misma patología se ve en la narradora, quien está cercada por la carencia y muestra en las cartas todos los síntomas de la obsesión.
(22) Idelber Avelar: Op. cit. (en n. 3), p. 242.
(23) Jessica Benjamin: The Bonds of Love. Psychoanalysis, Feminism, and The Problem of Domination, Nueva York, 1988. pp. 76-77.
(24) Raquel Olea: Op. cit. (en n. 19), p. 77.
(25) Michael Hart y Antonio Negri: Op. cit. (en n. 8), pp. 89 y 92.




 

En Revista Casa de las Americas. enero-marzo de 2003

 



 

 
 



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