TEXTO E INTERTEXTO EN
"CHUCHEZUMA" DE JUAN EMAR
Adriana Castillo de
B. Centre des Recherches Ibériques
et Latino-américaines Université de Perpignan
Dentro del espacio
de la narrativa chilena y latinoamericana contemporánea, la presencia de
Juan Emar es un poco la de un fantasma de las letras. Se sabe de él,
está en el aire porque alguien lo menciona, otro le dedica algunas
palabras o lo sitúa al lado de Huidobro o de Neruda, o próximo a los
medios del arte. Todo esto sin que se sepa qué escribió exactamente,
dónde publicó sus obras y cuándo y, sobre todo, dónde están esos
escritos y dónde sus lectores.
Emar es, en
general, una sucesión de interrogantes sin respuesta. Conocer el hombre,
el creador, su obra es arduo. Los accesos son difíciles y cifrados.
Desde hace ya cierto tiempo, sin embargo, los intentos de apertura se
dejan ver. Desde los 80 adelante, se comienza a superar el vacío. Era
hora. Emar es, ciertamente, un narrador respetable, refinado y complejo,
eso es evidente; original más que nada; único también. Es bien probable
que sean precisamente estas dos marcas de su trabajo -su condición
única, su condición original- los que hagan de él un narrador aparte, un
excluido, un productor a quien en la hora de los recuentos se olvida, y
cuya posición dentro del espacio cultural es marginal
(1).
Este vacío caracterizador de la
situación de Emar narrador es problemática y de gran complejidad. Hay
evidentemente causas de orden personal, social y cultural que,
mezcladas, la determinan. Hay también, desde luego, razones que
conciernen la obra en sí. Producción escasamente difundida, por un lado,
obra que obtuvo una recepción mitigada, por otro (2). Obra que se ha
quedado, más que nada, en la virtualidad porque son pocos los que hasta
aquí la leyeron o reflexionaron críticamente, en cuanto escritura, en
cuanto realidad textual, como producto, creación de un escritor;
discurso en otras palabras, cadena verbal, código que necesariamente
cuenta con un destinatario, un lector, alguien que recepcione, acoja,
ame, o repudie lo enunciado. Alguien que, de acuerdo con el pacto
propuesto por el autor, recree, interprete, transforme la virtualidad en
eso otro que hace, precisamente, del escritor un escritor, es decir, la
textualidad.
La situación
de Emar se configura así como la de un narrador sin lectores -o, en
rigor, con muy pocos (3)-. Uno de los componentes de este problema -uno
de los muchos- viene del texto mismo. De lo que la narración, la
escritura en sí proponen. Ahora bien, lo que distingue al texto emariano
es su naturaleza abierta, su carácter de propuesta constante. Insumido a
concepciones tradicionales ofrece al lector una historia que, en
esencia, es, más bien, un abanico de opciones de diversas historias. El
lector se encuentra, entonces, frente a una textualidad siempre en
movimiento, calidoscópica en otras palabras, que se traviste
continuamente, entregándose a metamorfosis en serie que desconciertan y
asombran al que lee. La estrategia textual avanza así por territorios
propios en los que el pacto Autor-Lector funciona de otro modo (4). En
efecto, Emar exige para sus historias un Lector modelo capaz de saltarse
las convenciones dominantes en el narrar chileno tradicional. Un lector
cómplice, disponible y dispuesto a transgredir, dejándose llevar, como
antes lo hiciera el propio Autor que ahora le somete sus historias. De
ahí, tal vez, que la insumisión, esa resistencia que el texto opone, no
sea en el fondo, otra cosa que esta manera nueva de contar. Manera
inédita en los años 30 de la narrativa chilena: inédita para muchos, aún
hoy día.
Reflexionar sobre esto es,
precisamente, lo importante. Descifrar cómo se genera la textualidad, de
qué elementos se nutre y cuál es el producto que entrega, parecen en
este caso, aspectos relevantes porque, un hecho es indudable: Emar es un
buen narrador que cuenta historias. Que ellas desestabilizan, dejando
fuera de foco a un lector común, también. Hay en todo ello algo de
inquietante y de enigmático que funciona bien en la reacción de
fascinación o rechazo que la lectura de Emar puede provocar. Son, en
todo caso, estos factores los que hacen de él un escritor raro, fuera de
serie en el panorama de la narrativa chilena
contemporánea.
"Chuchezuma" de Juan Emar es, de acuerdo con lo
que precede, un buen ejemplo de relato inquietante. Largo, entrecortado
por muchos blancos, se encuentra inserto como segundo texto, de una
segunda sección en un volumen cuyo título es Diez. Por su
situación textual, siempre al medio, "Chuchezuma" puede considerarse
como formando parte del centro mismo de la obra (5).
Una tarde de invierno, en el París de 1932, el héroe
-un yo innominado- recibe un telefonazo. Un amigo pintor le invita esa
noche a su taller, quiere mostrarle su última obra. Luego de comer, se
dirige, caminando a casa de éste. Un presentimiento vago le invade. Casi
al llegar a destino, una mujer cruza su camino. Llevado de un impulso la
sigue, abordándola. Ella acepta pues, dice, también obedecer a un
presentimiento. La pareja deambula por París que, a su paso, se
transforma en mundos cada vez más extraños. El héroe, invadido de
sensaciones contradictorias, se deja conducir. La mujer, enigmática,
adivina sus reacciones más íntimas. Se separan. Ella desaparece, él
vuelve a su vivienda donde encuentra a un hermano. Luego de larga
discusión y profunda reflexión decide reencontrar a la mujer. Recorre
París dejándose llevar por la intuición. En una taberna descubre a
Chuchezuma acompañada de un hombre. Luego de un breve diálogo, ella y él
se dan cita para días después. De nuevo, Chuchezuma desaparece. Tras
nueva reflexión, él decide provocar el reencuentro de inmediato. Se
reinicia la búsqueda por las calles de París y atravesando barrios
solitarios y misteriosos, llega a una casona vacía. Penetra en ella y al
fondo de un vasto salón, reencuentra a la mujer. Permanecen juntos hasta
el alba. Esa noche el héroe ve la tela de su amigo pintor y, en ella,
reconoce a Chuchezuma.
Interrumpida
por numerosos cortes, por anécdotas al margen, por disgresiones o
comentarios aparte del narrador, por el surgimiento de juegos temporales
o largas descripciones, esta anécdota, centrada en el encuentro y
desencuentro de una pareja en París, es de difícil
aprehensión.
Hay en efecto, acompañando
la clave evenemencial -encuentro, desencuentro, encuentro- una serie de
minianécdotas circunstanciales, en apariencia sin ninguna relación entre
sí. Las historias del lobo garú y los vampiros, por ejemplo, o la otra
que concierne al mundo de Bertino, el hermano, sobre divanes y comidas,
surgen y desaparecen en la textualidad, sin una lógica explícita. Dicho
de otro modo, el narrador dejándose llevar por la pulsión de la
escritura procede por deslizamientos y rupturas sucesivas -¿estética
surrealista a la manera de Breton? ¿Faits glissades,
faits-précipices? (6)-, entregándose voluptuosamente a la creación
textual de la cual surgen, entretejiéndose, deslizándose unos en otros,
una serie de eventos imprevisibles, fortuitos e inexplicables. Ellos
parecen -y mucho- ser el resultado feliz de un "azar objetivo" y de una
escritura automática salidos de una sensibilidad
surrealista.
Subrepticios se deslizan
también los espacios en este cuento. No sólo porque el desplazamiento es
constante sino, también, porque el París que recorren los personajes
deviene progresivamente paisajes típicos y risueños del sur de Chile o
desolados mundos nocturnos que podrían ser de cualquier parte. Hablando
figuradamente, puede decirse que espacios y acontecimientos se suceden
en "Chuchezuma" como en una especie de cinta continua que girara en
banda sobre un eje dislocado. De ahí, entonces, esta impresión de
deslizamiento, de fuga adelante que afecta al lector.
La única instancia fija en esta escritura es la del
narrador. Él orienta con mano firme su mundo. Tanto más cuanto que se
trata aquí, de un narrador protagonista. La percepción de la realidad o
irrealidad, sueño o ilusión provienen, en consecuencia, de su
conciencia, de su ser. Los otros personajes, escasos, son por ende sus
criaturas, incluso si, como en el caso de Vargas Rosas, el pintor, se
está frente a un personaje-persona, a un contemporáneo de Emar y
conocido miembro de la sociedad literaria y artística chilena de la
primera mitad de siglo (7).
La presencia
dominante del narrador revela sin ambages al autor, chileno,
cosmopolita, cultivado; más aún, lo delata como hombre de su tiempo,
burgués, amante de las artes y la cultura, francófilo al mismo tiempo
que chileno auténtico. En este orden de cosas, el título de su cuento es
ya toda una declaración de orígenes y principios sumado, incluso, de una
declaración de amor. ¿Qué chileno al hojear las páginas de Diez
o revisar su índice no se detendrá sorprendido -por decirlo fríamente-
frente al título "Chuchezuma"? Este nombre, sobrecargado de
connotaciones auténticamente chilenas, refleja de cuerpo entero a Emar,
su deseo de libertad, su voluntad entera de transgresión
(8).
Chuchezuma, heroína emariana, "pelo
castaño claro, tez blanca, ojos verdes, diecisiete años", precisa el
narrador, que agrega, "desciende directamente de Moctezuma". La misma
Chuchezuma explica sus orígenes afirmando: "A lo largo de mi linaje han
venido a salpicar sobre él muchos hombres rubios del norte, a salpicar
sobre la larga, larga hilera de madres color aceituna y ojos de noches
cálidas. Hasta que nací yo". Mestiza es la condición de Chuchezuma.
Mestiza chilena y latinoamericana y su origen, reivindicado en la
mezcla, a través de los tiempos y las generaciones, es sobre todo, una
cuestión de orden femenino. Todo el texto está, además -como el título
lo demuestra-, enunciado bajo el símbolo de la
femeneidad.
Mujer o espíritu, hada o
bruja, sueño o realidad, Chuchezuma, desde que aparece, transforma el
mundo, transforma el texto. Con ella irrumpe, de verdad lo maravilloso
en la textualidad. Rodeada de un halo de misterio, que a veces se codea
con el humor, la mujer es el feliz azar, lo insólito, la propuesta
nocturna -porque todo ocurre de noche- de un absoluto esencial. Absoluto
que se manifiesta como el gozo voluptuoso de la irresponsabilidad, goce
que lleva a "la libertad total" pero que, también, conduce al miedo.
Todo lo que concierne a Chuchezuma es extraño y excitante. Encuentros,
azares, momentos inesperados, coincidencias, se suceden, rebeldes, a una
causalidad lógica. Más que mujer real, Chuchezuma -vampiro o lobo garú-,
es un sueño, o, una pesadilla con contornos muy concretos. En todo caso,
para el héroe es una promesa real que lo incita -y excita- a traspasar
el espejo, a ir más allá. La fascinación y el miedo que ella provoca,
proviene en gran medida, de la invitación a transgredir que su
encuentro, el encuentro con su cuerpo "cuyo contacto pondrá en todo goce
muchas nostalgias" significa.
Chuchezuma, la
mestiza es, en el fondo, una imagen mítica, materialización de un
fantasma o un ensueño femenino de Emar. Mujer textual -que no sexual-,
ella revela a su autor mostrándolo en sus deseos, en su formación y
condición, en sus ideales y en sus ilusiones. Chuchezuma muestra, sobre
todo, en Emar al hombre de su tiempo.
El
Emar de los años 30 es un creador marcado por los avatares culturales
que conmueven la capital de Francia. Las preferencias estéticas de las
vanguardias dejan, ciertamente, su huella estampada en la historia de la
quimérica Chuchezuma. Formal y conceptualmente hablando, este relato
existe bajo los signos vanguardistas. Once secuencias organizan el
conjunto; un conjunto cuya disposición espacial es abierta y
superpuesta. Esta disposición permite, claro, los deslizamientos, sin
transiciones casi, de una anecdota a otra. Ella determina también la
expresión cubista de la estructura quebrada y superpuesta, del mundo. Si
hay una fuerte presencia intertextual de la expresión pictórica en este
cuento, de la pintura vanguardista, más precisamente (9), la presencia
literaria del surrealismo es, también, fuertemente elocuente. En este
orden de cosas, Chuchezuma es, sin lugar a dudas, heroína de contornos
surrealistas. Reflejo mestizo de la Nadja de Breton, llegado de América
Latina y viviendo, mágica, escurridiza, aérea, en París, eso es
Chuchezuma.
Que el relato
de Emar está empapado en los valores del surrealismo no puede
cuestionarse. Que Chuchezuma es una heroína a la Bretón, tampoco (10).
Hacer un estudio comparativo demandaría largo esfuerzo, y no es aquí el
lugar de hacerlo. Baste señalar, sin embargo, que tanto Nadja como
Chuchezuma son portadoras de una proposición: la de la vivencia de la
libertad total. Concretando ea noción, cada una encarna y practica, a su
manera, ese ser en libertad; del mismo modo que, una y otra,
concretizan, cada cual en estilo propio, la figura femenina mágica que
habita el imaginario de sus autores. Porque Nadja no es Chuchezuma ni
ésta la otra. Cada una de ellas es emanación original de sus creadores y
lo que las asemeja es una actitud frente al hombre y a la existencia.
Actitud marcada por el no compromiso y por la valorización de lo
circunstancial y fortuito, como forma trascendente del existir.
Actitud similar y encarnada, además, en
una mujer, es simplemente situación inédita en la narrativa chilena de
los años 30. Tanto más cuanto que el tipo humano de la mujer libre, de
la que se asume sola, no puede corresponder sino a una marginal. De ahí
entonces, que su existencia no pueda significar más que una virtualidad,
un ensueño, largamente acariciado por el autor. De ahí, también, la
razón probable de su denominación.
Y
sin embargo, tanto Nadja como Chuchezuma, son los agentes de una
experiencia iniciática vivida por sus compañeros. Para éstos, el
encuentro con ellas significa un cambio definitivo en su valoración del
otro y de la realidad. Las mujeres son los "genios libres" que les ha
procurado el acceso al otro lado de lo cotidiano ayudándoles allí.
Conocer la suprarrealidad es alcanzar lo absoluto, el centro de la
verdad. Chuchezuma con "su habilidad de diablillo" conduce y revela a su
amigo esa nueva realidad, después de cumplida su misión puede partir y
habitar en una pintura. Esto también puede explicar su
denominación.
Magia, humor,
misterio, sentimiento de lo absurdo y maravilloso son algunos de los
motivos privilegiados por la estética vanguardista que condimentan las
anécdotas entre cruzadas de "Chuchezuma" y que enriquecen, dando mayor
consistencia y profundidad al entramado textual. En este sentido, la
alusión a Buñuel en el medio de la historia, junto con su película La
Edad de Oro no tiene nada de fortuito. Esta obra de 1930, por su
contenido, por sus personajes, por sus planteamientos es, también,
creación que proclama la transgresión. De este modo, el enmarañado
sistema de referencias intertextuales que componen las alusiones a la
pintura, a la literatura, y a las corrientes estéticas más en boga en el
momento de la escritura de "Chuchezuma", no sólo densifican el texto
emariano, sino que, además le otorgan una dimensión otra, haciéndole
escapar a los estrechos márgenes de la narrativa chilena de la primera
mitad de siglo. Pero si nadie antes de Juan Emar había contado historias
de este orden -y, por eso mismo, los lectores a quienes la producción
estaba naturalmente destinada, no pudieron penetrarla- el mérito de Emar
reside en haber conectado la narrativa chilena con las grandes
corrientes vanguardistas europeas, y de haber puesto, por lo mismo -y
aunque haya sido incomprendido-, la novela y el cuento chilenos en la
misma altura de la poesía que, ella sí, ocupaba ya los primeros puestos
en la producción continental.
NOTAS
1.-
Al azar, proponemos un ejemplo de esta posición: Fernando Alegría en
su Literatura chilena contemporánea, Buenos Aires, Centro
Editorial América Latina, 1968, 60 p., no dice absolutamente nada
sobre Emar. Ni siquiera una mención.
2.- El excelente estudio de
Alejandro Canseco-Jerez, Juan Emar, Stgo. de Chile, Ediciones
Documentas, 1989, 150 p., lo demuestra fehacientemente.
3.-
Escritores sin lectores, poetas, narradores, los hay y muchos.
Nombremos al pasar, por ejemplo a: Alfredo Gangotena, poeta
ecuatoriano cuya obra aparece en el mismo periódo que la del chileno
Emar; a Teresa de la Parra, narradora venezolana, también, del mismo
período.
4.- Los conceptos de estrategia textual, pacto, Lector
Modelo, Autor Modelo que aquí utilizamos son los de Humberto Eco. Ver
Eco Umberto Lector in Fabula. Le róle du lecteur. París, Le
Livre de Poche, 1989, pp. 75-83.
5.- Chuchezuma pertenece a
la segunda parte de Diez, titulada "Tres Mujeres", tres cuentos
cuyos protagonistas son mujeres. Se trata de "Papusa", "Chuchezuma",
"Pibesa". "Chuchezuma" corresponde exactamente al centro de Diez.
6.- Consultar, por ejemplo, textos claves de André
Breton como Nadja o L´Amour fou; o ensayos relativos a
la estética surrelsta como la Histoire du Surréalime de Maurice
Nadeau Breton, editado por Folio, Gallimard y Nadeau por Points,
Editions du Seuil. Los dos en París.
7.- Luis Vargas Rosas, pintor
chileno, director del museo de Bellas Artes en los años 50.
8.-
"Chuchezuma" vocativo literario, transcripción desenfadada y apocopada
de la más violenta de las injurias chilenas. "Chuchezuma" - "Chucha de
su madre", variante de "concha de su madre", "conchesuma", metáfora
altamente peyorativa, degradadora absoluta, cuyo referente es el sexo
femenino, el seno materno. "Ofensa de mayor calibre del Catastro
Nacional de Insultos" según Ramiro Spotorno, Glosario del Amor
Chileno, Santiago, Chile Ediciones Grillom, 1987, p. 73.
9.- Lo
pictórico crea mundo, por ejemplo, el salón invadido de divanes en
Bertino, divanes de colores múltiples que se elevan y ascienden
peligroamente es un cuadro a lo Dalí. El recorrido por el París
nocturno y slitario y, luego, la casa de Chuchezuma, morada vacía,
presentada como una sucesión de volúmenes desnudos y contrapuestos
constituyen representaciones que recuerdan las obras de un
Chirico.
10.- André Breton publico Nadja en 1928 y Emar,
ciertamente, debe haberla leído en ese entonces.
En REVISTA
CHILENA DE LITERATURA
Nº40, 1992
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