Egor Mardones (Tomé,1957) presenta Taxi driver (Al aire libro), primer poemario individual, que desarrolla el tópico del viaje en laberinto, y cuya principal singularidad es el tono cinematográfico, con un hablante similar al taxista interpretado por Robert de Niro. Comienza: "Sentado al volante del taxi/ emerjo de una espesa niebla/ como aquellas que preceden las actuaciones/ de los grupos de rock/ y entro lentamente en escena/ a las calles de la citi/ a la página en blanco". Permanentemente refiere a los medios audiovisuales: "Te digo cual Humphrey Bogart a Ingrid Bergman: 'A tu salud, nena´". Rescata nuestra oralidad callejera: "Ni siquiera Dios sabe si vuelvo". Al modo contemporáneo, mezcla pachotada, arcaísmo y referencia culta: "A punto/ de mandarme largar hasta nunca desta apestosa galaxia/ Mc Luhan". Asimismo, The Doors, Talking Heads, Sumo, Charly García y otros, son la banda sonora de estas desesperanzas e ironías sobre amores frustrados, penurias del trabajo y la vida urbana en general. El prólogo de Soledad Bianchi es una buena sugerencia para leer estos versos y prosas breves, de gran intensidad vital, que apelan, consecuentemente con el guión, más a la mirada que a la escucha.
Hugo González Hernández (San Carlos,1973) entrega 50 sonetos (Circe), su primer poemario. Aquí casi siempre endecasílabos, estos sonetos se agrupan según variados asuntos. El valor de la palabra y la poesía: "Tiempo integral y fundamento humano/ [...] aullido del espíritu poseso" ("A la palabra"); el amor de pareja: "Ingenuos personajes [con] la luz de un solo mandamiento:/ conocernos de nuevo cada día" ("Sendas unánimes"); nuestra geografía fluvial: "Serpiente clara en surcos transversales/ hebra de luz sobre los pedregales" ("Río Loa"); la cotidianidad urbana: "Santiago se despierta en el letargo/ después de tanta noche marchitada/ y toma rumbo sin pensar en nada" ("Santiago"); homenajes: "Pinta la noche sobre el mar hirviente/ con su paleta en cánticos ardidos" ("A Rafael Alberti"), "Una canción de amor, comprometida/ con su raíz de eterno magnetismo" ("Canto para ti, Violeta"). Éstas y otras experiencias son traducidas en una palabra hermana del
canto; de hecho, el prólogo de José Miguel Varas alerta precisamente sobre las virtudes cantoras del autor, "payador y guitarronero". Así, González explicita no sólo el origen musical de toda versificación, sino además la celebración de la vida, y la unión entre estética y ética como forma de sabiduría, propias de la tradición oral del verso castellano.
Ángel Valdebenito Verdugo (Freire,1978) trae Patria (Eds. del Temple), su tercer poemario. Tras advertirse: "Patria mía dilecta y bien montada,/ yo soy ese utilero que durmió en tus pastos,/ ardiente el corazón", se despliegan diversas acepciones del vocablo "patria" referido a Chile. Los disturbios callejeros: "Han bloqueado algunas calles quemando/ neumáticos y palos de algún parque" ("Adoquines del Tucapel"); la arbitrariedad de nuestra heráldica ("Nunca vi un cóndor volando sobre Freire"); la dudosa jerarquía capitalina: "En este eriazo de asfalto sin obstáculos/ presumo mi rectitud" ("Recta"); la reiteración impersonal del trabajo: "clavo alambre estaca serrucho hombre martillo huincha" ("Para hacer un cerco"); el dudoso progreso: "Ha llevado el carrito/ no sabe si para atrás o para adelante./ A ratos quisiera negar la pertinencia/ de aquel fulgor del que tanto hablan" ("Oda fáctica primera"); la escena cotidiana de barrio, como épica final de tono menor: "Usted limpiando ceremoniosamente esta vereda,/ [...] serena eternidad de esta cuadra,/ su ombligo del mundo./ [...] Usted sabe lo que viene:/ el vacío entre las paredes de vulcanita" ("Vereda"). Sin métrica ostensible ni regularidades estróficas, con algunas prosas, Valdebenito evalúa esta patria, en cuya crítica evidencia un amor grande.
Propuestas distintas entre sí, pero semejantes en la pasión vivida por y en la palabra. Junto a destacables visiones, alucinadas en Mardones y dolorosas en Valdebenito, Hugo González ostenta además la unidad de un lenguaje en forma, donde el verso tiende a ser justo, sin admitir intercambios. En la seguridad del rigor incesante, ante todo con la palabra, este poeta luce habilitado para otros desafíos en el ejercicio poético.
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Ardores poéticos.
Egor Mardones, Hugo González, Ángel Valdebenito.
Por Roberto Onell H.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 21 de noviembre de 2010