RESCATE DE JUAN EMAR
PEDRO
LASTRA
"Y sépase que este
antecesor de todos, en su tranquilo delirio, nos dejó como testimonio
un mundo vivo y poblado por la irrealidad siempre inseparable de lo
más duradero".
Pablo Neruda:
"J.E.", prólogo a Diez, 1971.
I
Que esta nota sobre Juan
Emar invoque la noción de "rescate" es al mismo tiempo una necesidad y
una denuncia. Una necesidad porque la obra de Juan Emar ha sido
desconocida en su propio país casi tanto como en el extranjero, y una
denuncia porque ese desconocimiento delata la ineficacia de la crítica
para leer aquellos textos que enfrentan subversivamente el orden
impuesto por las ideas recibidas (conducta que además empieza por negar
el sentido más profundo de lo que dice defender, pues toda tradición
válida fue también en algún momento insurgencia y desafío). El propio
Juan Emar registró certeramente estas pobrezas en su libro
Miltín 1934:
"Los señores críticos sufren
acaso de este mal: 'El miedo negro de equivocarse'. Entonces se
escribe un articulito con puertecitas de escape para todos lados".
(1)
Para Juan Emar no hubo ni siquiera
esos "articulitos con puertecitas de escape", porque el desconcierto que
provocaron sus cuatro libros de los años treinta fue total entre
críticos e historiadores de la literatura chilena. Conoció una
hospitalidad más ancha, sin embargo: la de los poetas de su generación
-Huidobro, Neruda, Vallejo- y de la siguiente- Eduardo Anguita, Braulio
Arenas; tempranamente también un homenaje que debió sorprenderlo: la
inclusión de dos relatos suyos en un libro agresivo destinado a
cuestionar la vigencia naturalista en la prosa chilena de la década, la
Antología del verdadero cuento en Chile dispuesta y
prologada por Miguel Serrano (otro de nuestros excéntricos
significativos) en 1938. Juan Emar fue el único narrador de una
generacion anterior que esos jóvenes iconoclastas
reconocieron.
Y a
estas menciones -más cuatro o cinco artículos fervorosos de escritores
actuales- se reduce la bibliografía de Juan Emar (2). Señalado lo cual
se entenderán mejor las siguientes palabras de Neruda: "Yo tuve la dicha
de respetarlo en estas repúblicas del irrespeto" (3).
II
Juan Emar es el seudónimo
de Alvaro Yañez Bianchi (1893-1964). Su biografía es esquiva y yo
prefiero que así sea, que su leyenda personal sea la de su escritura, la
de su " tentativa infinita" y hasta ahora apenas vislumbrada por
nosotros. Atraigo sólo estos datos para la mínima comprensión del
desconocido: viajes, largas permanencias en Europa, relaciones con el
arte y la literatura de vanguardia; en resumen, una trayectoria más bien
interiorizada, que Neruda (siempre zahorí) describió como un andar "de
país en país, sin entusiasmo, sin orgullo ni rebelión, desterrándose por
sus propios decretos" (4).
La
extensión de esos destierros se corresponde sin duda con la extensión de
una obra cuyo original aún inédito abarca entre cuatro y cinco mil
páginas, y de la que los libros publicados parecen ser fragmentos o
desgajamientos que se constituyen y autoconforman en una zona de
corrientes entrecruzadas; de tensiones y temperaturas poéticas que
invaden el espacio narrativo y solicitan -mutatis mutandis- ese "lector
diagonal" reclamado por Cortázar para Lezama Lima.
De la obra inédita, titulada Umbral,
se han publicado no más de quince o veinte páginas, pero quienes han
tenido acceso a los originales insinuan la pertenecia de los libros
editados al conjunto de Umbral o por lo menos a su
misma atmósfera (5). Esos libros (las novelas Miltín
1934, Un año y Ayer, de 1935,
y el volumen de cuentos Diez, de 1937) aparecieron
cuando aún prevalecía la norma mundonovista (la verdad es que imperaba
sin un real contrapeso), y aunque la época comenzaba a experimentar los
efectos del trabajo de zapa que los poetas realizaron antes que nadie
incluso en la prosa (6), la propuesta de Juan Emar resultaba excesiva
para las limitaciones del medio.
III
La
adopción de un seudónimo es siempre sintomática, pero en su grado más
alto puede revelar -y de hecho revela- una conciencia extrema de la
naturaleza imaginaria de toda creación poética (7). En la literatura
chilena este es el caso de Juan Emar, y a ese rasgo alude desde el
título el artículo de Eduardo Anguita: "Juan Emar fuera del mundo" (8).
En un plano obvio, la frase se refiere a su muerte, pero en otro, más
rico de sentido, a la intensidad del "extrañamiento" que Anguita
reconoce como "manifestación del desdoblamiento propio del espíritu, que
viviendo en ste mundo, no es de este mundo y registra, con impávido
rostro, el movimiento de la vida".
Porque lo primero que debe tenerse en cuenta es la delimitación
de fronteras entre el espacio imaginario realizada por Juan Emar al
asumir una condición de narrador siempre incluido en el mundo ficticio
como personajes de ese mundo, que además es un territorio otro -como
Santa María, de Onetti; Comala, de Rulfo, o Macondo, de García Márquez.
En la novela Ayer se llama San Agustin de Tango, y en
una nota al pie de página aparece localizado en estos términos:
"San
Agustín de Tango' , ciudad de la República de Chile, sobre el río
Santa Bárbara, a 32 grados de latitud sur y 73 grados de longitud
oeste; 622,708 habitantes. Catedral, basílica y arzobispado. Minas de
manganeso en los alrededores"
(9).
Ese
libro incluye un mapa más o menos minucioso en el registro de ciertos
lugares: una prisión legal, una cárcel católica, la Taberna de los
Dezcalzos (donde se bebe habitualmente agua de tilo), la Plaza de la
Casulla, el Zoológico de San Andrés, etc. Tales precisiones no describen
ningún sitio ubicable en la geografía real, sino en aquella que la
imaginación inventa e impone. Lo mismo ocurre en Miltín
1934 donde una de las ciudades es Illaquipel, famosa por su
flora y su fauna: fucsias gigantescas cuyos pétalos forman "profundas,
lóbregas galerías aterciopeladas y carnosas" que es necesario recorrer
marchando de a uno en fondo; o un extraño animalillo llamado
perenquenque, travieso triturador de cadenas de oro y de puñales. Estas
múltiples direcciones de lo imaginario expresan una conciencia que vive
plenamente la literatura como actividad instauradora, y anticipan
aspectos singulares de lo que años después empezaría a denominarse "lo
real maravilloso".
Los
habitantes de estos pueblos tienen nombres que a menudo proyectan
resonancias de la geografía chilena en el personaje novelesco: el pintor
Ruben de Loa, Rudecindo Malleco, Matilde Atacama, Estanislao Buin, el
hombre Martín Quilpué. Para estos personajes de San Agustín de Tango, de
Illaquipel o de los alrededores de Miltín -que con variaciones son
siempre el mismo y único mundo de Juan Emar- lo insólito adviene con
naturalidad, el anacronismo suele ser la norma, el principio de
causalidad no rige o es manifestación de otro orden absoluto o secreto;
por último, los objetos pueden irrumpir entre los hombres como entes
dotados de propósitos y terminar imponiendo sus designios enigmáticos.
Pero siempre el narrador (y en esto reside gran parte de su eficacia)
asume imperturbablemente la realidad -la superrealidad- que vive. El
tono narrativo gobernado por ese humor esencial que se vincula a la
tradición rabelesiana es otro de los factores decisivos para lograr el
distanciamiento irónico que requiere la configuración de ese
mundo.
Un ejemplo muy ilustrativo
del anacronismo elevado a la categoría de procedimiento literario normal
a que aludí más arriba, y del tono regocijado de la exposición, es el
relato de una batalla entre indios y españoles en 1541, en la que los
contendientes emplean gases asfixiantes, ametralladoras, pistolas
automáticas, y los tanques -como grandes hipopótamos o ágiles gacelas-
caen sobre compañías enteras de españoles o de indios. El triunfo
español es celebrado frenéticamnete por el conquistador Pedro de
Valdivia y sus huestes con el himno "Juventud, juventud, torbellino, /
Soplo eterno de eterna ilusión", mientras los indios prisioneros modulan
pesarosos, y entre dientes, los "Barqueros del Volga" (10). Todo esto
para justificar la palabra "Miltín" -nombre de un lugar que procedería
del nombre de un cacique araucano: ambos, lugar y personaje históricos,
son por cierto igualmente creados. Sólo Huidobro, entre nosotros, había
acudido a parecidos recursos en sus novelas, y es oportuno consignar esa
cercanía estimulante, apuntada también por el mismo Emar en una nota al
episodio de "Abril 1º" de Un año, que de paso convierte
su agradecimiento por una imagen novedosa que le habría sugerido
Huidobro en una veloz reflexión sobre la escritura dentro de la
escritura (11).
La
recurrencia a lo desmesurado en el recuento de cosas y situaciones
-central en la obra de Emar- no sólo cumple la función de afirmar la
irrealidad de su mundo, sino la de legitimar la realidad de las
visiones poéticas. O dicho de otro modo: esa insistencia es también un
signo que proclama las posibilidades de enriquecimiento del mundo,
cuando se suman a lo que entendemos y vivimos como factualidad los
productos que la imaginación es capaz de imponer apenas cae abolido el
prejuicio racionalista. Por eso lo que en Emar empieza como demarcación
de fronteras de lo real y lo imaginario termina ofreciéndose como canje
y fusión de esos espacios en la dínamica zona de las figuraciones
suprarreales.
Creo que
la intensidad de su apertura hacia virtualidades que devinieran
incesantemente actos u objetos nuevos explica en parte la indiferencia
de Juan Emar por lo que la Academia llamaría "labrarse un estilo". No se
requiere gran esfuerzo para sorprender lo que desde esa perspectiva
serían las "limitaciones de su escritura": deslizamientos verbales
cercanos al mal gusto, cierto candor de primitivo, renuncia a la
búsqueda de la eufonía como valor en sí mismo. También podría vincularse
a esa apertura su rechazo al concepto tradicional de argumento, porque
en seguida se advierte hasta qué punto asume el riesgo de adelgazar el
hilo narrativo que desenvuelve (en Miltín 1934 aun más que en
las otras dos novelas) hasta el ocultamiento o la casi total
desaparición, cada vez que su conflicto o el de otro de los personajes
lo absorbe y lo desvía hacia la reflexión irónica, reiterativa o
simplemente absurda. Y mientras llega la hora de una crítica que
carácterice estas preferencias como posibilidades o rasgos funcionales y
no sólo como defectos, lo imaginaré a menudo leyendo en actitud
aprobatoria y con algún regocijo estos versos de Enrique
Lihn:
"...ah, y
el estilo que por cierto no es el hombre sino la suma de sus
incertidumbres"
(12)
Se han
mencionado sin impertinencia los nombres de Proust, Kafka y Michaux para
delinear sus posibles influencias y relaciones. No son observaciones
infundadas. Tampoco lo es afirmar la propiedad y originalidad con que
hizo suyos lo tradicional y lo contemporáneo hasta ser para nosotros en
más de un sentido -como insinúa Neruda- un antecesor secreto, todavía
invisible.
IV
He
mencionado el carácter insólito de los acontecimientos en el mundo de
Emar, y antes de terminar esta nota es necesario ofrecer una muestra
textual brevemente enmarcada en su contexto.
La novela Un año, que asume la forma de un diario,
refiere los sucesos del primer día de cada mes, en una relación
memoriosa destinada a rescatar momentos significativos de Juan Emar o de
los personajes cuyas aventuras comparte. El 1º de enero el narrador sale
de su casa con un ejemplar de La Divina Comedia ilustrada por
Doré. Decide contemplar la ciudad y os campos lejanos desde lo alto de
una torre, y al subir la escalera ocurre esto:
"... a la
altura del vigésimonono peldaño, di un trastabillón (¡qué linda
palabra!) y La Divina Comedia se me soltó de bajo el brazo y
rodó. Rodó escalera abajo. Llegó a la puerta, traspuso el umbral,
dio tumbos por la plaza. Se detuvo cerca del centro, se detuvo de
espaldas y abierta, grandemente abierta: página 152, canto
vigésimotercero. A un lado, el texto; al otro, una ilustración: entre
altos despeñaderos aislados y sobre un suelo liso, un hombre por
tierra, desnudo, de espaldas, los brazos abiertos [...] crucificado
[...]. Dante y Virgilio miraban a aquel hombre
[...]
Como se
habrá advertido, se trata del episodio que se refiere a Caifás,
condenado a sufrir eternamente las pisadas de los caminantes por haber
aconsejado la muerte de Cristo. El narrador continúa:
Empezó a
llover. Cayó el agua despiadadamente. La Divina Comedia se
mojaba, se filtraba [...]. Bajé, llegué junto al libro, me agaché,
estiré una mano y lo cogí [...]. Entonces tiré hacia mí. Y aquí,
¡atención! [...] mi mano retrocedía acercándose. Allá, como su
presa, el libro abierto también. Y con el libro venían los
despeñaderos, el suelo liso y dos figuras: Dante y
Virgilio. ¡Atención! Dos figuras. No tres. Porque el hombre
crucificado, crucificado siempre, no venía. A pesar de sus tres
clavos, resbalaba por sobre su página, mejor dicho dejaba resbalar la
página, el libro todo bajo él. Al cabo de un momento sus pies
salían fuera por la base. Sus piernas, su espalda, sus brazos en cruz,
su nuca que, al dar contra el pavimento, sonó con golpe seco. Los
tres clavos se hundieron en las piedras" (13).
El hecho
imaginado por Dante e ilustrado por Doré -ficción ya doblada en el libro
que Juan Emar lleva consigo- se prolonga en otra ficción ( que es el
relato de lo que le sucede al narrador), sugiriendo múltiples
proyecciones y desplazamientos que significan la incertidumbre de toda
realidad. He aquí otro hermoso e intranquilizador ejemplo del motivo que
Oscar Hahn denomina "los mundos comunicantes" (14).
La situación reseñada como acontecimiento insólito
es la primera de una serie de doce en la novela Un año.
Parecida estructura es la de Ayer: también se trata de
un minucioso recuento de sucesos inhabituales presididos por una lógica
del absurdo, pero en el transcurso de un solo día: el anterior al
presente del relato. En ambas obras el procedimeinto de la composición
es similar: el tiempo fragmentado se proyecta como búsqueda de una
unidad posible -un año, un día-, pero al final de uno u otro acecha la
amenaza del recomienzo que define el proceso de la disolución de ser en
la corriente de la temporalidad. La escritura rehace y recupera el
tiempo perdido, y es así momentáneo acto salvador, cuyo grado más
terrible de ironía registra la página final de Ayer: el
narrador intenta reconstruir una y otra vez los hechos del día
transcurrido y de pronto siente que su cuerpo se afloja y "se desparrama
por encima de las sábanas". Su mujer conjura entonces este peligro
dibujando el cuerpo de Juan Emar, que podrá permanecer
encerrado por las líneas. La novela concluye de este
modo:
"Es verdad.
Ahora mi cuerpo, dibujado allí, está comprimido de todos lados; ahora
ha vuelto a ser. -En cuanto al día vivido, mujer mía [...], lo
resumiremos y encuadraremos en tu dibujo de mi cuerpo. Las formas que
tú has hecho, lo conservarán en el papel y fuera de mí. Así es que
ahora, vamos a dormir. -Sí -responde-, vamos a dormir"
(15).
En
resumen: Creo que en las novelas y en los cuentos de Juan Emar se
despliegan algunas auténticas dimensiones metafísicas destinadas a
revelar -por las vías del absurdo y de lo irreal absoluto- la intuición
de una conciencia del ser "disperso en la multiplicidad de lo real"
(16). Lo que su obra dice -desde lo fragmentario de la composición hasta
el obstinado divagar de los personajes- es la urgencia de una recaptura
de la unidad en la suma deseada y siempre inalcanzable de otras
posibilidades de plenitud. Tales preocupaciones y la eficacia de su
planteo narrativo (más allá de negligencias que afectarían sobre todo el
equilibrio del discurso) exigen una dedicación crítica que estos apuntes
quisieran estimular.
State University of New York at Stony
Brook
NOTAS
1.- Juan Emar: Miltín
1934. Ilustración de Gabriela Emar y otras ilustraciones. Santiago
de Chile, Editorial Zig-Zag, 1935. 241 p. La cita corresponde a la
página 42. ... Caracteristicas bibliográficas de los otros libros
de Juan Emar: Un año. Tres ilustraciones de Gabriela Emar. Santiago de
Chile, Editorial Zig-Zag, 1935. 80 p.; Ayer. Ilustración de
Gabriela Emar. Santiago de Chile, Editorial Zig-Zag, 1935. 113 p.; Diez.
Cuatro animales. Tres mujeres. Dos sitios. Un vicio. Santiago de Chile,
Ediciones Ercilla, 1937. 202 p. Hay segunda edición de este libro, con
prólogo de Pablo Neruda: Santiago de Chile, Editorial Universitaria,
1971. 171 p. (Colección Letras de América, 44). 2.- Los
artículos que conozco y que he revisado provechosamente en esta ocasión
son los siguientes: - Eduardo Anguita: "Juan Emar fuera del mundo".
El Mercurio, 10 de junio de 1964. - Braulio Arenas: "Juan Emar: Un
precursor chileno de la nueva novela francesa". La Nación, 14 de marzo
de 1965. - Jorge Teillier: "Juan Emar, ese desconocido". La Nación, 8
de octubre de 1967. En un texto poético posterior, Teillier alude una
vez más a J. Emar en un verso que implica al mismo tiempo un homenaje y
una valoración: "Sigo leyendo a Juan Emar que inventó en 1934 la ciudad
de SanAgustín de Tango sin conocer Macondo". Vid.: "Treinta años
después", en Muertes y maravillas. Santiago de Chile, Editorial
Universitaria, 1971. (Colección Letras de América, 45). pág.141. -
Cristián Huneeus: "La tentativa infinita de Juan Emar". Revista
Desfile, Núm. 115, 15 de diciembre de 1967, pp. 21-22 (En uno o
dos de los números siguientes se publicó el texto "Dos palabras a Guni",
que es el prólogo de Umbral). - Juan Pablo Yañez: "El autor
casi desconocido". Revista Cormorán, Año I, Núm. 6, febrero
marzo de 1970, p. 14. Incluye fragmentos del prólogo y del tomo Nº II
del "Primer Pilar" de la obra inédita de J. Emar. - Nelson Osorio:
"Un Macondo criollo y olvidado". Las Noticias de Ultima Hora,
31 de mayo de 1971. - Ignacio Valente [José María Ibañez Langlois]:
"Juan Emar: Diez". El Mercurio, 10 de octubre de 1971. -
Ignacio Valente: "Juan Emar: "Ayer y Un año". El
Mercurio, 23 de julio de 1972. - Ignacio Valente: "Juan Emar:
Miltín 1934" El Mercurio, 20 de agosto de 1972. (Todas las
publicaciones mencionadas son de Santiago de Chile). 3.- Pablo
Neruda: "J. E.", prólogo a Diez. Segunda edición, 1971, p.
10. 4.- Id., Ibid, p. 9. 5.- Cf. especialmente el
artículo de Cristián Huneeus citado en la nota 2. También la breve
presentación publicada por J. P. Yañez en Cormorán. 6.-
Recuérdense las obras narrativas de Huidobro y la de Neruda. Otra
propuesta significativa en esos años -y finalmente más afortunada en el
encuentro con un público- fue la de María Luisa Bombal: La última
niebla (1935) y La amortajada (1938), ambas publicadas en
Buenos Aires. 7.- Cf. algunas observaciones que pueden relacionarse
con esta idea en Víctor Manuel de Aguiar e Silva: Teoría de la
literatura. Versión española de Valentín García Yebra. Madrid,
Editorial Gredos, S. A., 1972, (Biblioteca Románica Hispánica), p.
115. 8.- Cf supra, nota 2. 9.- Ayer, p. 5. 10.
Miltín 1934, p. 74 y ss. 11.- Cf. también: Juan Emar: "Con
Vicente Huidobro: Santiago, 1925". La Nación, Santiago de Chile, 29 de
abril de 1925. Incluido en Vicente Huidobro y el creacionismo.
Edición de René de Costa. Madrid, Taurus, 1975. (Persiles-77. Serie
El Escritor y la Crítica), pp. 77-81. 12.- Enrique Lihn: "Mester
de juglaría", en La musiquilla de las pobres esferas. Santiago
de Chile, Editorial Universitaria, 1969. (Colección Letras de
America, 18) 13. Un año, pp. 7, 8, 9. 14. En un
análisis de "Continuidad de los parques", de Julio Cortázar, que
aparecerá en el Nú. 7 (1977) de la revista Texto Crítico del
Centro de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Facultad de
Humanidades de la Universidad Veracruzana, Xalapa, México. 15.-
Ayer, p. 113. 16.- Otra vez mutatis mutandis: sospecho en
Juan Emar parecido empeño al que ocupó la vida de Leopoldo Marechal: un
acercamiento entre estos autores tal vez podría resultar fructuoso.
Desde luego, ciertas reflexiones de Marechal en las "Claves de Adán
Buenosayres" me parecen parcialmente aplicables a la obra de Emar.
(Cf. L. Marechal: "Claves...", en Cuaderno de navegación.
Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1966, pp. 121-141).
En Revista de
Crítica Literaria Latinoamericana
año III Nº 5 Lima Perú. 1er.
semestre 1977
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