"Miltín 1934". Dolmen Ediciones, Santiago
1998 . 224
páginas
Por Ignacio
Valente
.....
Este libro, el primero de Juan Emar, se recuerda sobre todo por una
docena de terribles páginas contra la crítica literaria, que el autor
despreciaba olímpicamente. El resultado parece que fue el silencio
ofendido de la crítica nacional de entonces. Por esos años yo no había
nacido, pero no me hago ilusiones sobre el juicio que merecerían a Juan
Emar estos elogios póstumos que le rinde otro ejemplar del gremio
crítico cuarenta años después. Los despreciaría olímpicamente. Juan Emar
era -¡oh prodigio!- un escritor sin vanidad, sin galería de espejos, sin
respetable público. Todo lo escribió en la verdad de la soledad. De allí
el inconfundible aire de libertad y pureza que rodea a "Miltín
1934" y a sus restantes libros. La energía que otros consumen en
agradar, en impostar la voz, en darse a entender, en labrarse su propio
pedestal, la dedicó él entera a la verdad pura de la reación, al diálogo
honesto con sus propios fantasmas.
......
Esta espléndida libertad se imprime ya en la propia hechura del libro,
que no es novela, ni cuento, ni poesía, ni ensayo, sino de todo un poco,
una especie de caos, que no sigue argumento ni molde alguno, ni siquiera
como pretexto. Es un laberinto o un juego múltiple de espejos, una
suerte de monólogo pirandelliano que el autor sostiene frente al papel,
creando seres a medias, prometiendo historias que no se desarrollan y
desarrollando otras que no ha pretendido. De esta maremagnum surgen
narraciones, diálogos, impresiones personales, trozos de ciencia
ficción, relatos intercalados que se interrumpen en cualquier instante
para recomenzar,a su vez, otro argumento perdido... El "protagonista",el
hombre Martín Quilpué, aparece en forma intermitente y visionaria por
los sueños del autor, marchando a través del libro sin nexo alguno con
sus sucesivos argumentos. La ilación de la obra es justo la que se
espera de un inventario. Y el estilo de Juan Emar es un estilo de
inventario, género metafísico que él ha llevado hasta la
perfección.
...... Llamo estilo de
inventario, en primer lugar, a esa escueta descripción enumerativa que
suele hacer de cosas y personas: "Martín Quilpué vestía como sigue:
sombrero calañés gris claro con cinta negra, traje vestón azul marino
con rayas blanquecinas ...(etc) Doy todos estos datos por lo que pueda
acontecer durante las páginas de este libro... (Martín Quilpué) fuma
cigarrillos Baracoa que enciende con fósforos Volcán. Huele a agua de
Colonia de la Farmacia Universo, calle Chacabuco 1142, teléfono 70173."
Estilo de inventario es, a continuación, ese nexo que nos lleva -por
ejemplo- del personaje al cuadro que tiene colgado en el escritorio de
su casa, cuadro que Juan Emar describirá como asunto de vida o muerte, y
no en relación a su dueño ni al "ambiente", sino como cosa en sí, como
lo haría el catálogo de una exposición. Es, por caso, una marina al
óleo: "Ruge la tempestad... En infernal carrera cruzan por los altos
espesos nubarrones. Abajo, en el rincón de la izquierda, sobre un
peñasco azotado por las aguas... dos insectillos... dos humanos...
poseídos del pánico, mas llenos de valor, pues basta ver cómo luchan
denodadamente... Y se salvarán. Sí, señores, yo lo digo: ¡se
salvarán!"
...... Por cierto que ni la
indumentaria del personaje, ni el contenido del cuadro, ni la hipotética
suerte de los naufragos, desempeñarán papel alguno en la historia
siguiente. Y sin embargo, Juan Emar los describe como asuntos absolutos,
como si cada uno de sus detalles encerrara la clave de toda la
narración. Así con cada persona y cada objeto, en un prodigioso
inventario del mundo. Entre una cosa y otra, el salto mortal. No hay
relaciones; solo hay absolutos. Cada ser encierra al universo entero, es
un microcosmos que debe ser escrito en toda su lenitud interior. Esta
increíble manera de narrar no es una simple extravagancia del autor;
expresa una visión del mundo: la certeza de "que todo es uno, en un solo
instante tan veloz que no termina nunca". El hombre que se mueve en la
sucesión del tiempo y del espacio, entre fragmentos de realidad, debe
esforzarse por describir relaciones, puentes, nexos discursivos,
asociaciones. Pero el que ve las cosas como Juan Emar, en la percepción
inefable de la unidad del ser, en esa intuición dichosa de los genios y
los místicos y los locos, no necesita caer en los discursos de la
racionalidad ni en el puente de las asociaciones. Cada objeto se le dará
como totalidad. Y por eso el caótico desorden de sus relatos será una
via de acceso al orden superior de la unidad del ser. Y por eso su
verdadera aportación recaerá sobre la poesía chilena de este siglo, no
sobre la narrativa. Juan Emar es un poeta.
......
Además, en el interior de aquel orden unitario del ser, los
sucesos efectivos son para Juan Emar lo de menos. Tanto o más importante
es lo que podría haber ocurrido. Cada vez que aborda un situación real,
se desvía de ella en la dirección de lo posible, incluso de lo
estrambóticamente posible, casi diríamos en la dirección de lo
imposible. Así cuando el narrador y sus acompañantes llegan a la orilla
de un gran charco sombrío. "Aunque quiero anotar aquí unicamente lo que
en realidad aconteció, voy a tomarme la libertad de anotar algo que , a
pesar de no haber acontecido, estuvo a punto de acontecer". Por cierto
que, después de este preámbulo, nos ofrece un relato de sucesos
fantásticos que sólo para una mente delirante estuvieron "a punto de
acontecer". Y es que, como él mismo observa en otra parte, "todo ser,
todo objeto no es aislado y único sino un infinito comienzo de
probabilidades, y marchar por ellas, lejos de alejarse de la realidad,
es, seguramente, penetrarla más".
......
Este es el "surrealismo" de Juan Emar. Consiste en la percepción de los
"infinitesimales" de la conciencia, de los elementos insensibles y
marginales que no interesan a la gente sensata, o que sólo cruzan entre
sueños y fiebres por la atención de los cuerdos. Para Juan Emar estos
acontecimientos son el fondo de la realidad, y lo único que vale la pena
contar. Y su descripción, por supuesto, contiene una feroz ironía,
porque desenmascara el mundo de los sensato-burgueses y su aparente
orden. Numerosos ídolos locales caen bajo el filo de esta ironía. La
historia de Chile, el mundo de las artes plásticas nacionales, la
religión convencional, y en fin, toda una serie de costumbres y
solemnidades de sus paisanos. Alvaro Yañez Bianchi se rió generosamente
de su país y de toda la mitología doméstica de su tiempo, no tan
distante del nuestro si se piensa que los mitos son lo más duradero de
una cultura -o de una barbarie-.
......
"Miltín 1934" no es una obra de arte "amena" ni "lograda". Es la
extravagancia inicial del único narrador chileno de este siglo que
merece figurar entre sus poetas, y para quien , más allá del "talento",
la adjudicación de cierto "genio" no es un disparate.