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LA MUERTE DEL PRESIDENTE ALLENDE

Por Erik Martínez Richards
Publicado en SIMPSON 7, N°10, 2023


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Anuncia la palomita blanca

La mesa reluciente con las luces a los lados
mientras la cámara tomaba la escena desde arriba:
ahí estábamos sin guión ninguno
solo al pasar nos dijeron que debíamos
conversar sobre los sucesos por venir en la ciudad.
De pronto se hizo un enorme silencio alrededor
sentí que todo se había detenido
todos los personajes quedaron inmóviles.

Alguien debía decir algo,
poniendo al centro una caja de fósforos de color rojo,
símbolo de la Moneda, discutimos los acontecimientos
que sucederían tal cual, el asalto de los militares,
los tanques y ametralladoras en las calles.
Muchos otros también lo presintieron.

El calor de las tres de la tarde sobre el mantel de hule,
se nos hizo pesado;
alguien debía levantarse de la mesa
con una excusa cualquiera,
alguien debía responder mascullando cualquier cosa,
siguiendo el hilo de las conversaciones por supuesto,
repetidas en todas las casas, en todas las oficinas.
Por meses todas las conversaciones elucubraban
sobre los hechos que todos sabíamos se nos venían encima.

El cielo se había teñido de un color rojo oscuro como la sangre.

 

 

11 de septiembre, hace cincuenta años

En ese día nublado de septiembre, Santiago de Chile,
yo estaba en medio de la Plaza Italia
y muchedumbres se desplazaban en todas direcciones
luchando por avanzar más rápido,
tratando de alcanzar un autobús.
Cruzaban la calle gentes apresuradas,
y ví vehículos oscuros que se alejaban
en un perfecto orden, según una velocidad uniforme,
mientras yo caminaba pensando
cómo el espacio euclidiano no es sino una mera ficción,
y al mismo tiempo se apilaban en mi cabeza,
en enormes montones monstruosos
las series infinitas de Cantor formando cordilleras sucesivas
cuyas cimas resultaban inalcanzables.
Pretendían escalar los andinistas, pero se sucedían en series interminables
nuevos cerros y nuevas cimas mientras la última cima
seguía imperturbable en la distancia.

Sobre la ciudad, con un vuelo pesado y poderoso
aparecieron entonces los Hawker Hunter.
Rompieron el cielo de Santiago a esa hora precisa del día;
con su bruñida superficie
desde donde rebotaban brillos encandilantes,
su panza repleta con su pesado contenido:
(era exactamente lo que habíamos estado esperando por tantos días,
por tantas semanas quizás,
así lo habíamos anunciado,
así lo habíamos repetido una y otra vez incansablemente)
pareció temblar el suelo,
resonó en la lejanía
el ronco estruendo de unas explosiones;
me pareció que en el aire se repetía una y otra vez
en todas las direcciones del espacio
la ola que llevaba el eco de un grito seco y apagado,
y distintamente recuerdo un anillo de fuego en el cielo,
alrededor de toda la ciudad,
mientras se desprendían columnas de humo,
por donde se encontraba el palacio de gobierno.

Entretanto en Washington, a miles de kilómetros al norte,
una docena de hombres en mangas de camisa
se reunieron en torno a la figura redonda de Henry Kissinger
que leyó en voz alta con un acento inconfundible
el mensaje recién recibido:
"El águila alzó ya el vuelo con su presa en las garras".

 

 

La muerte del Presidente

Allende vio las llamas del incendio.
Cortaron las comunicaciones.
El gas lacrimógeno se condensó por los corredores
y corría el agua por las escaleras.
Se quemaba el salón Carrera.
Cayó hecha añicos la vitrina
donde se exhibían los documentos fundacionales de la República.
El presidente agachándose para hablar por un teléfono
sin que le temblara ni la voz ni la mano,
improvisando pronunció sus últimas palabras para el país.
Poco después alguien lo vio entrar al salón Independencia,
por un instante pareció todo en silencio,
sólo la madera en llamas crepitaba calladamente.
¿Sintió como si el piso se hundía bajo sus pies,
sintió que una marea lo arrastraba hacia el fondo de la tierra?
Se le había abierto un abismo debajo de sus pies
(pero eso nadie lo había previsto)
y cayó por una gran espiral que lo devoraba con una oscura fuerza magnética;
sonó en sus oídos con toda su estridencia el gran piano de la noche
y sintió el vértigo de caer
girando girando arrastrado por la enorme fuerza
que pesaba sobre sus brazos, sobre su pecho;
y entonces entremedio de la balacera,
como un aullido en otra dimensión, se escuchó el disparo.
Retrocedió el doctor Guijón en medio de la humareda
la estructura entera del edificio crujía
como un navío azotado por un huracán;
muy a lo lejos se escuchaban voces agitadas.
Abrió la puerta del salón y sobre el sofá rojo
vio recostado el cuerpo de Allende
sin ojos, sin cráneo, completamente desfigurado
(quizás como en un cuadro pintado por Francis Bacon)
Había terminado la pesadilla.
La bala le destrozó la cabeza,
el cerebro se había esparcido por el techo de la habitación,
la sangre y la masa cerebral por las paredes y el techo.

 

 

Instantánea

Hay momentos en la historia que quedan para siempre grabados
como un hierro quemante en la memoria colectiva.
Ese día que mataron al compañero Allende,
sentí que todo daba vueltas
como si estuviera en un carrusel
girando con la fuerza de decenas de caballos desbocados.
Todo el espacio del universo se retuerce,
se aleja a una velocidad incalculable
miles de veces más rápido que el tren expreso al Sur
impulsado por una fuerza oscura todavía incompresible,
pero además gira formando una gran espiral
la totalidad del espacio
y las galaxias también forman espirales en todas las distancias
se alejan dejando en los instrumentos
una signatura de color rojo.

 

 

Allende mira a los que caminan por la plaza

Pobre Chicho, lo han tratado de transformar en una estatua
le hicieron una vestimenta de metal,
le pusieron una túnica pesada de apóstol o profeta;
caminando por un desierto mesopotámico o bíblico
caminando solo perdido en otro tiempo
como si se dirigiera hacia su propia cruz
donde lo esperan relucientes en sus corazas
los soldados del ejército romano.

Había una densa neblina por donde nos movíamos,
una incertidumbre helada que penetraba los huesos.
Pero él parece mirarnos desde otra dimensión.
Y no quedará a la orilla de la Gran Avenida de la historia
--él le da vida a todas esas imágenes
vertidas en metal o martilladas en piedra.
Él ya veía el futuro, en medio del caos,
y habló con el corazón ese día:
Su voz resuena aún en toda la extensa geografía de Chile.

 

 

Breve relación

Yo que solo sé huir por las avenidas de esta ciudad gris,
yo he explorado el lado oscuro de las cosas,
pero porque he probado el hastío de los parques
y la amargura de las calles vacías en la mañana,
conozco los secretos pensamientos de los habitantes mudos,
yo (para continuar con este tema)
también he tenido oportunidad de convivir
con muchachas de grandes ojos negros
y las ví llorar después en los andenes al despedirse para siempre
sin querer ya ocultar ni su dolor ni su sorpresa.
Yo sé cuándo la noche desciende ciega
hasta los cuartos donde atienden hombres vigilantes
que se volverían locos
si lograran escuchar verdaderamente el opaco murmullo
de la electricidad que se desliza por los cables de la ciudad,
pero que esperan atentos y solo escuchan la noche.

Yo también quiero hablar de mi destino.
Quiero pronunciar la memoria
hundida como un cuchillo en el centro de mi cerebro
y hablar de mi ciudad iluminada por cielos
donde se inscribían oscuros mensajes,
cielos que se alejaban hasta lo alto de la luz
de mi ciudad enceguecida,
sin que nadie protestara por el abandono de los hospitales
ni nadie me acompañara para constatar
que los rotativos repetían interminablemente
las mismas películas una y otra vez cuando nadie podía verlas,
la bocina de algún auto sonando hasta colmar la paciencia,
el asfalto emblandecido por el calor del verano.

En la mirada de las multitudes se podía ver
que estaban todos quebrados por dentro,
y acarreaban una mezcla de desesperanza y terror.
Ahora, solo quiero hablar de esa niña
que vagó sedienta por horas
arrastrando una muñeca de trapo,
y desapareció con los labios ennegrecidos
y la mirada asombrada.

Solo quiero mencionar ese cielo implacable
y la locura que sobrevino después de cierto tiempo
y nos llevó a incendiarlo todo,
las calles, las estaciones,
y a quemar edificios históricos
(no quiero entrar aquí en detalles)
y construir paredones virtuales
para la ejecución de los condenados por traición,
entrar a saco en las residencias de los sospechosos
y luego la fatiga (para terminar ya)
y los viajes y otros cielos.

 

 

Muchos años después de noche en mi cuarto de Ottawa

Muchos años después estoy en Ottawa mirando una vez más alrededor en mi cuarto.
La ciudad ya se ha dormido y el teléfono quedó descolgado.
La linterna ilumina segmentos precisos del dormitorio
pegados al techo veo innumerables trozos pequeños de cerebro
sobre las paredes la sangre lanzada con fuerza de chorros mancha la superficie de rojo.

En cada célula del cerebro se guarda ya se sabe una infinidad de memoria.
Cada trozo de cerebro contiene millones de células.

 

 

 




 

 


 

 

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