Una desventaja de asentarse en otro país en la edad adulta, como yo lo hice en Chile, es que uno nunca adquirió ese cúmulo de informaciones que hasta los nativos más distraídos van absorbiendo a través de los poros en la niñez y la adolescencia. Siento esa carencia en mis conocimientos de la literatura, entre otros temas. Hace poco, di en algún sitio web con un fragmento de la novela Ayer de Juan Emar. Nunca me había enterado de la existencia de ese autor, y por la frescura de su prosa, su absoluta modernidad —realmente no hay progreso en la literatura—, pensé que era un contemporáneo. Me pareció extraño que nunca me lo había topado en alguna fiesta, o en uno de esos lanzamientos de libro a los cuales uno va para que después asistan los demás al de uno, en el caso de que hubiera; decidí que, a menos de que fuera un solitario, debía vivir en alguna provincia, negándose a viajar a Santiago; me
emocioné al representarme a ese hombre genial llevando su mundo interior cosmopolita y estrafalario por las calles de algún pueblo perdido. Luego supe, por supuesto, que Ayer se había publicado en 1935, que su autor había vivido mucho tiempo en París y que había fallecido antes de que yo naciera.
Un escritor que sí tenía características como las descritas era Ennio Moltedo. Me enteré de su existencia, como suele suceder, cuando se anunció su deceso en los diarios. Hombre de movimientos controlados, nació en Viña del Mar y trabajó, según se reseña en Wikipedia, "en su ciudad natal y en Valparaíso", negándose a viajar a Santiago como protesta contra el centralismo. Con ese nombre y esa trayectoria —también era ejecutivo de empresas como Muebles Guzmán y Cemento Melón—, ya parece una creación literaria de Juan Emar, y esa impresión queda intensificada por el
hecho de que sus poemas son exactamente lo que se esperaría de un viñamarino como ése, atravesados por la presencia del mar y por las listas —afición muy chilena—, templadas por el lirismo; como en "Tal vez", donde las "rejas, cortinas y plantas", las "barandas, escaleras, cama dorada", llevan a esto: "Valparaíso yace y se acoda en su ventana / y mira su propio ojo iluminado".
Era un poeta notable, y lo mejor que sé de Neruda es que Moltedo era amigo suyo. Se cuenta que una vez Neruda no quiso llamarlo a su oficina porque Moltedo en ese momento trabajaba para una empresa norteamericana, Indus Lever, caracterizada, se suponía, por el anticomunismo, y "no vaya a ser que me reconozcan la voz y pases un mal momento". No sé qué da más rabia: la presunción de Neruda al suponer que le iban a reconocer la voz, o la posibilidad, dadas la fama y la voz que tenía, de que puede haber tenido razón.
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El ojo iluminado
Por Neil Davidson
Publicado en Las Últimas Noticias, 21 de marzo de 2015