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Brevedad y silencio: diálogo con Ennio Moltedo

Por Macarena Roca Leiva
En Confluencia, Volume 29, Number 2, Spring 2014. University of Northern Colorado.



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Ennio Moltedo Ghio (Viña del Mar, 1931 - 2012) publicó once poemarios: Cuidadores (1959), Nunca (1962), Concreto azul (1967), Mi tiempo (1980), Playa de invierno (1985), Día a día (1990), Regreso al mar (1994), La noche (1999), Obra poética (2006), Emporio Noziglia (2010), Las cosas nuevas (2011). Además, en cooperación con Pablo Neruda, 44 poetas rumanos (1968). Sus poemas han sido incluidos en numerosas antologías hispanoamericanas, entre ellas: Antología general de la poesía chilena (Bruguera, 1969), Geografía poética de Chile (Antártica, 1993), Poesía chilena contemporánea (Andrés Bello, 1994). Fue Miembro de la Academia Chilena de la Lengua por su compromiso en el quehacer intelectual de la región y por su trayectoria poética. Obtuvo numerosos premios nacionales por su trabajo intelectual y trayectoria humanista, se desempeñó como editor y director literario de la Universidad de Valparaíso, Director de la Sociedad de Escritores de Chile (SOCHEL), y miembro del Consejo Editorial de la Municipalidad de Valparaíso.

Recibió una postulación al Premio Nacional de Literatura, la cual se fundó en la trayectoria de más de cincuenta años en el trabajo de la poesía nacional que ha conformado la propuesta más concreta y seria de poesía en la región de Valparaíso. Ennio Moltedo nunca escribió para ser publicado o premiado. La automarginación de la generación del cincuenta y de los círculos literarios, tuvo su origen en la opción por la provincia como lugar de residencia. Desde allí, y por sesenta años, registró en poemas en prosa escenas urbanas, imágenes catalizadoras de recuerdos y visiones de la ciudad-puerto que mostraban la pérdida de la trascendencia en el sujeto. La obra de Moltedo evidencia el valor de la palabra y su origen en el silencio, el sentido ético de la poesía, y la soledad como eje de reflexión y autoconocimiento. Su completa fidelidad de composición nos revela un proyecto sostenido a lo largo del tiempo que muestra un claro manejo del poema en prosa, formalizando en él todas las características del género.

Esta conversación se realizó en casa de Ennio Moltedo la tarde del 7 de septiembre de 2011. Entre tazas de café y pilas de libros sobre su mesa de centro, el poeta se refirió al valor que posee la palabra, la configuración del poema en prosa, la importancia del silencio y su lugar como escritor en el repertorio de la poesía nacional.

Una de las primeras observaciones que surgen de la lectura de tu poesía es el valor que se le otorga al poema en prosa. Hay una larga tradición proveniente de la modernidad francesa y española, pero que en el caso chileno es bastante inusual.
— Tiene relación con el valor poético del poema en prosa y el poco acercamiento teórico que hay sobre el tema. Nuestra crítica nacional no lo ha considerado, tal vez por esta idea de que es un des-género, un tipo de discurso que por no entrar en la formalidad canónica queda simplemente fuera de los estudios. Nos decimos vanguardistas, pero en Chile todo es muy apegado a la norma, muy conservador.

Utrera Torremocha dice que el poema en prosa es una modalidad discursiva más libre que el verso, más acorde a la expresión de la verdad y más cercana al lector. ¿Tiene relación con estas características el que escojas este formato?
— El poema en prosa es muy particular y en mi caso, absolutamente espontáneo. Concuerdo con que es la forma de hacer poesía más veraz y directa. Siempre intento que mis textos sean honestos. Nada de figuras retóricas confusas. Como sabes, el poema en prosa es un híbrido, pero para mí, el problema no está en la escritura, en el uso de este formato, sino en lo poco estudiado que es, el desconocimiento y la distancia que genera. Por otra parte, todo suena a lo mismo, sin serlo: poema en prosa, prosa poética, verso libre. Mis poemas son el encuentro - o la suma - de la brevedad expresiva, la narratividad del hecho, y el lirismo con que este es observado.

¿Qué entiende Moltedo por poesía?
— Roberto Bolaño decía que se encuentra más poesía en la prosa que en el verso. Estoy de acuerdo con él, ya que para mí la poesía no es sinónimo de verso, claro que yo tengo otras razones. Una de ellas es que me incomoda la poesía. Esto es completamente orgánico, no es un resultado ni raciocinio que realizo a estas alturas de mi vida, sino que me sucedió de muy joven. Tú entras en la poesía y de repente te empieza a molestar el verso, abres un libro y ¡¡ah poesía!! No has leído nada, solo la ves, porque está allí, desflecada. Posee la acreditación obligada de niña bonita. Se le rinde pleitesía y honores sin importar cuál es el contenido del mensaje. Me sucedió que leí mucha prosa y me encontré siempre más cómodo en ella. Sin embargo, cuando la leo, no vuelvo nuevamente sobre ella, pero sí a la poesía porque esta es eterna. La prosa es un elemento constructivo y la poesía es aérea. Pienso que debe haber un término medio, por eso cuando leo en prosa, no solamente la belleza formal sino que también un contenido interesante, digo: ¡aquí está la belleza! La poesía me empalaga porque la adjetivación es melindrosa y sentimental. No quiero caer en ella.

La vanguardia tuvo un gran recelo hacia el adjetivo por su poder descriptivo y decorativo en el lenguaje. Sentencias como “la miel sobre la miel da asco” de Vicente Huidobro o “no hay que confundir poesía con vaselina; vigor, con camiseta sucia" de Oliverio Girondo nos reseñan claramente que la poesía requirió una higienización de lo poético.
— Tienes mucha razón. Esas ideas si bien son propias de la vanguardia, se instauran en el arte y en el desarrollo de la escritura del siglo XX.

En el poemario La noche (1999) hay textos muy breves que son verdaderas microficciones. Todo aparece en un golpe de imagen. Por ejemplo el número 12: “Me han enviado al fondo del mar. Sin oxígeno, por supuesto. En traje de calle y con sobre azul en mano”. ¿Cuánto importa el ingenio en la poesía?
— El ingenio es locuacidad y la locuacidad es síntesis. Para mí está en decir mucho con muy poco. La muerte obligada es tremenda…para el que la vive y para los que la sobreviven. Nunca lo olvidas.

El 48 muestra una concisión total: “¿Toga, capuchón, mameluco?”. El número 92 me parece, además de sintético, tremendamente humano. “¿Y qué haremos con todo el amor acumulado en países lejanos? Devolución de cenizas”. El problema de los desaparecidos políticos, de los exiliados, y de los disfraces sociales que jerarquizan y determinan el actuar, es profundo y delicado. Además, la brevedad discursiva actúa como punta de lanza en el lector. Hay un arrobo en el descubrimiento de la imagen.
— Es el asombro en la contemplación de un acto. Creo– y no quiero parecer pretencioso – que el humor y la ternura son vitales para estas construcciones poéticas. En algunas se logra mejor que en otras, pero siempre El material lingüístico es el mínimo, pero las aperturas que posibilitan son muchas. Mi poesía es mera materialidad que el lector puede usar en la construcción de su propio sentido.

¿Con qué más relacionas el poema en prosa?
— Con la arquitectura. Por una parte con el uso de la espacialidad y por otra, y creo que la más importante, con la observación de un acto que se conceptualiza. El poema en prosa es icónico. Es más que una narración poética compacta. Hay en él una construcción lingüística ligada a la imagen y desde Cuidadores (1959) hasta Las cosas nuevas (2011), mis poemas son observaciones urbanas e históricas, pero también acercamientos existenciales. Para mí, este género es muy instantáneo. Siempre estuve en torno al discurso de los arquitectos que es muy fuerte y penetrante. Ellos son profundos y extensivos de su estética, de su visión del espacio y del volumen. Lucas (Renzo Pecchenino) por ejemplo, estudiante de arquitectura y gran dibujante, fue un amigo muy cercano. Me acostumbré a la visualidad, a los efectos de la observación espacial. El poema en prosa es breve pero muy intenso. Todo está concentrado, tal como en la arquitectura.

La ciudad en tu poesía está deslindada de lo político, de la actividad coyuntural del país. No hay datos que indiquen momentos puntuales ni informaciones que enraícen el poema en la historia mediata, exceptuando el texto La noche. Tu mirada de lo urbano está en el ámbito de la nostalgia y de la pérdida. Es una poesía que se detiene en la mutación de la ciudad y en las migraciones que en ella se dan.
— Mira, siempre he optado por el espacio de la provincia (tal vez por esto soy un poeta menos conocido frente a los grandes de mi generación) Me interesa observar cómo el sujeto ve modificada su vida debido a los avances técnicos y al crecimiento de la ciudad. Es el cruce de memoria y olvido el que me atrae. Creo que el poeta debe retratar existencialmente ese cambio del hombre… Es su deber. La migración que trastoca los espacios urbanos y el uso que se le da a lo largo de las décadas modifica la percepción que el hombre tiene de sí mismo. Miremos hoy Viña del Mar. Ya no existe el pasaje Bohn ni sus pescaderías. Al sumergir al tren, el par Viana- Alvares modificó su rostro. Antes, esa zona estaba cortada en dos, hoy caminas por la bandeja central y recibes el viento de la costa, sobre todo a la hora del cambio de mareas. Reparar en ello es testimoniar el paso por el mundo.

Ese testimonio posee una carga ética o mejor aún axiológica. Se observa desde tu primera publicación. ¿Podrías leer “Cuidadores” (1959)?:
— “Desde el balcón colgaremos los pies para contemplar mejor el brillo de los paraguas negros. Pequeños sombreros de papel cubrirán pobremente nuestras cabezas. Sentados sobre la baranda, con las manos cobijadas bajo los faldones vaciaremos a coro un hueco para que no se apague el buen cirio. Seremos los primeros cuidadores del frío y del granizo del invierno. Resguardaremos los caminos hasta que se agote la enorme pena. A los necesitados les entregaremos ladrillos y paracaídas. Los niños mojados podrán seguir navegando. Al amanecer cambiaremos los sombreros por otros de plumas largas. Así, de vuelta a la ciudad, al mejor rincón de la casa. Al comienzo nos preguntarán tantas cosas como al volver por primera vez del trabajo. Ahora los pisos estarán gastados y no gemirá la música en los molinos de antaño. En torno al fuego iremos dejando fábulas de nuestros recientes quehaceres. Juntaremos los sombreros y cantaremos acordes inéditos hasta la próxima caída del rayo” (25).
El compromiso con la palabra y con la existencia del hombre es una preocupación en mi poesía. Esto también se extiende al rol que asumí en la Academia Chilena de la Lengua. El poeta es siempre un celador.

¿Ves rasgos láricos en tu obra? La pérdida de la Edad de Oro, la nostalgia por ese lugar que se habitó y ahora está en ruinas.
— Sí, los hay. Nos conocíamos con Jorge Teillier. Su poesía sobre la provincia me parecía muy sentida, humanizada. Creo que Emporio Noziglia (2010) evidencia de alguna manera esa condición. Emporio es un breve relato que narra la pérdida de la infancia, la experiencia que vive el sujeto al entrar en la adultez. Yo soy un hombre con alegrías particulares y lo relatado en ese texto me sucedió. Adolecí la conciencia de la madurez.

Para Giorgio Agamben vivimos un momento de la historia en que el hombre está privado de hacer experiencias ya que estas son realizadas por otros debido a la primacía de la imagen. La experiencia, si se le puede llamar así, se impone desde fuera. Desde este punto de vista, Emporio es una restauración de ese momento de quiebre y crisis. ¿Qué piensas sobre ese tiempo de ingenuidad que desaparece en el horizonte biográfico del sujeto?
— Te respondo con un poema. En “Sólo seré feliz” (1990) se encuentra esta doble condición. El hombre que piensa su futuro en torno a los recuerdos del pasado…Me define bastante. Soy un cruce de tiempos: “Sólo seré feliz en esta forma: las flores, de madera. Por las ranuras del piso todos los caminos de la infancia: estaciones y trenes y papeles que indican el próximo viaje. En mis manos el botón de la lluvia, el globo, las cortinas. El abismo con su red enorme. El avión suspendido por hilos transparentes. Y silencio absoluto debido a la muerte de conversaciones y gritos en la casa sola”.

Los objetos que se empalman son frágiles: el botón de lluvia, el globo, las cortinas, los hilos transparentes.
— La memoria es débil. Por eso importa la palabra. Decir es superar la muerte. Yo pretendo entregar “otra” realidad, ofrezco una realidad distinta. La armo como puedo, con los elementos que encuentro a mano y que traduzco. Esta idea ya la conoces, está en el texto de Luis Figueroa.

“El silencio instala en el mundo una dimensión propia, un espesor que envuelve las cosas e incita a no olvidar lo que hay de personal en la mirada que las ve”. Palabras de David Le Breton sobre la ontología del silencio. ¿Qué lugar cobra este en tu obra?
— El silencio revaloriza a la palabra. Se puede decir mucho – o más bien sugerir– con muy poco. Creo que la modernidad es el primer atentado contra él. El ruido de los objetos, la palabrería incesante hacen que el hombre olvide el verdadero sentido de lo dicho. La palabra posee una dignidad natural que es agredida cuando se le deja de escuchar. En la poesía, el silencio es una forma de significar, una relación con el mundo.

Vienen a mi mente Roberto Juarroz, Emilio Adolfo Westphalen, entre otros. El silencio construye un discurso entorno a lo no dicho, a la evasión. No es perífrasis retórica, sino elipsis: estar en torno, pero sin enunciar. Una verdadera fenomenología del acto de habla.
— Concuerdo contigo. Para mí, el silencio tiene dos causas. Primero, el pudor. Creo que la poesía no puede ser evidente, desnuda. Segundo, el valor del lector. Este debe completar la idea, la imagen. Quiero involucrarlo con su participación, no quiero cerrar el espacio del poema, clausurar la escritura.

No te gusta aparecer en público, tampoco los homenajes.
— No puedo subir a una tarima y recitar mis poemas, porque no voy a lograr el efecto de espectáculo que el público espera. No me gusta leer mis poemas porque estamos condicionados desde niños a esperar un determinado ritmo y mi poesía no lo tiene. Sí creo que se debe hacer un cambio general y drástico sobre esta situación. Mi poesía intenta limpiar esta incrustación.

¿Te sientes cercano a la poesía de tu generación?
— Tengo algunas cercanías pero no con toda mi obra. Lo mío es un intento de no hacer lo que se hacía, ya que para repetir no vale la pena. Pienso que todo ha sido dicho con Huidobro, Neruda, Mistral, Rojas, Parra. Sin embargo, no es suficiente. Se debe escribir pese a todo. Un crítico amigo me dijo que el poema “He permanecido” mostraba esa condición retraída de mi trabajo (busca el poema en Playa de invierno): “He permanecido bajo tierra siguiendo el caminar del pequeño insecto que circula entre columnas de expedientes y trepa pisos y perfiles, incansable, para hundirse en una letra, husmear y proseguir su lectura subterránea. ¿Es esta la vida entre sombras y papeles? Arriba, en la superficie, el sol ilumina el pasto y el camino, y los vehículos se transforman en carros coloridos o proyectiles”.
Yo siempre he estado en un margen – la orilla del mar, el puerto, una esquina– y es desde donde observo el espacio urbano. Sin embargo, siempre motivado por un recuerdo, un pasado no fechado. Mira, yo de chico estuve interno en Quillota por lo que recurrí
tempranamente a la imaginación. Estábamos en la época de la Segunda guerra mundial y eso te da una dimensión distinta de las cosas. Aparecieron los aviones, el desarrollo tecnológico y la conquista del espacio. Fue el avance de la técnica lo que más me impactó ya que el mundo cambio para siempre.

¿Cuál es tu lector implícito?
— Un lector inscrito (ríe). Debe comprometerse con el acto de leer. En mi poesía las temáticas no son siempre evidentes, está la posibilidad de otras lecturas. Al lector no hay que subestimarlo. Por ejemplo, me gusta trabajar la puntuación, el uso de la coma. Hay que otorgar rapidez al texto, que el lector no se quede estancado allá atrás. Desafío su capacidad de entender y penetrar, le dejo a él la decisión de que esa coma corresponda a la frase anterior o al agregado que viene. Es una mala costumbre el dar todo armado. Para mí la poesía es acercamiento, nunca llegada.

¿Cómo deben relacionarse la poesía y la política?
— Con precaución. La noche lo tenía dentro de mi cabeza hace mucho tiempo, pero no lo quería tomar porque me daba cuenta de que era compromiso con la circunstancia, con la realidad inmediata y contingente. Es muy fácil estropearlo, porque se puede caer en el panfleto, en la publicidad barata. La poesía política es la búsqueda del desprestigio brutal y directo del contrincante y eso no sirve. Yo quería hacer algo sin abandonar la poesía, que la poesía primara por sobre el libreto, que la poesía primara por sobre la bestialidad y brutalidad. Por eso esperé y es la única razón. Incluso no solo en este caso, sino que también en mi juventud. Yo publiqué mi primer libro a los veinte y ocho años y es porque me gané un concurso, de no ser así, no lo hubiera publicado. Siempre he sido un buen lector, lo que me ha retenido como escritor.

Gracias Ennio. No te quiero quitar más tiempo.
— Yo tengo todo el tiempo para ti.



 



 

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Brevedad y silencio: di álogo con Ennio Moltedo
Por Macarena Roca Leiva
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