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Mi experiencia poética

Eliana Navarro
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blicado en AISTHESIS: Revista Chilena de Investigaciones Estéticas; No. 5 (1970)


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I) Me parece que lo fundamental en mi poesía podría definirse con una palabra que no goza hoy en día de gran prestigio, a la que se mira de soslayo, como a una parienta venida a menos: es lo que vulgarmente se ha llamado el sentimiento, la sinceridad. Quiero decir que no podría escribir un poema con verdadera intensidad si no hubiera sido tocada profundamente por la situación a que el poema se refiere. No soy un poeta intelectual, ni alguien que haga juegos formales o retóricos. La forma me preocupa sólo en cuanto contribuye a realzar el contenido. Sobre esas palabras que brotan imperfectamente desde el espíritu conmovido por una situación o hecho determinado, trabajo hasta darle la forma que me parece más adecuada. Existe, además, acaso subconscientemente, un deseo de sencillez. En mis lejanos tiempos de colegio, escribiendo una especie de poética, pedia para mi verso en una muy mala estrofa: "Que como un evangelio / brote simple y uncioso / más cerca de los pobres / que de los poderosos / más para los sencillos / que para los retóricos".

Creo que mi poesía conserva algo de esta intención.

II) Me referiré en esta parte a los autores que he leído con fervor, a los que considero mis maestros, puesto que mucho de ellos debe haber en mi poesía. Hablo especialmente de la adolescencia, que es la edad en que los libros nos estremecen profundamente:

Leí de todo, sin mayor discriminación. La poesía me atrajo siempre.

Entre los poetas chilenos preferidos, debo destacar a Gabriela Mistral ("Desolación fue mi libro de cabecera), Jorge Hübner Bezanilla y Pedro Prado. De los hispanoamericanos me gustaban mucho Amado Nervo, Rubén Darío, Herrera y Reissig, Vallejo, y las poetisas Delmira Agustini, Juana de Ibarbouru y Alfonsina Storni. De los españoles, en primer lugar, Antonio Machado. Siempre tuve sus libros al alcance de mi mano y actualmente vuelvo siempre a él y lo leo y releo con el mismo fervor. En segundo lugar, debo señalar a San Juan de la Cruz. En mis años universitarios, García Lorca me deslumbró.

Durante mi infancia, ocuparon un lugar preferente: Cervantes (todas las noches leía a mi padre un episodio de "El Quijote"), Selma Lagerlóf, con su "maravilloso viaje", los Evangelios, los dramaturgos del siglo de oro español, Salgari y Julio Verne.

III) No sé si esta pregunta se refiere a la relación entre el público y mi poesía o a la relación entre público y poesía en general. Contestaré, por lo tanto, las dos.

En cuanto a lo primero: Me ha sorprendido en muchas ocasiones la forma entusiasta con que la gente ha acogido mis poemas en recitales y otros actos públicos. Como soy tímida, cada recital me produce la misma ansiedad de los exámenes del colegio: el típico "ascensor" en el estómago. Así, soy la primera en maravillarme y sentir una gran alegría cuando, al escuchar mis poemas, se acercan personas a hablarme de ellos con tanto entusiasmo. Son muchas veces personas ajenas a la literatura y que se acusan de no "entender" literatura. Esta acogida, que seguramente halaga mi natural vanidad de poeta, me interesa especialmente porque creo que el arte debe alcanzar a todos y no proyectarse sólo en un círculo restringido, de iniciados para iniciados. Además, me parece importante encontrar una respuesta, establecer un diálogo, sentir que ese mundo interior que toda creación contiene, puede ser captado y revivido por otros.

Por lo que se refiere al segundo punto, es decir, a la relación entre poesía y público en general, muchos aseguran que se advierte una falta de interés por la poesía. Creo que éste es un fenómeno aparente. El auge de los medios de difusión más directos que la lectura, como el cine, la radio y la televisión, pareciera haber relegado a segundo plano la poesía, que requiere para su aprehensión, especialmente auditiva, una mayor capacidad de concentración. Por otra parte, el nacimiento de la canción-protesta y el gran cultivo de la canción, en general, cuya letra es en muchas ocasiones un poema compuesto por el mismo autor de la música y muchas veces también un poema de autor famoso, hace que resulte un tanto árida la simple lectura de poesía y tenga, por ello, menos adeptos. Acaso llegue el día en que los poetas tengamos que volver a ser como los rapsodas o los trovadores medievales, para llegar al público con mayor eficacia. Esto no me parece terrible, en modo alguno. Lo encuentro hermoso.

Lo que sí me parece dañino es el deseo exagerado de llegar rápidamente al gran público, de alcanzar pronto renombre y fama, porque en este afán se puede descuidar el trabajo honrado, paciente, muchas veces doloroso del creador. El éxito es algo accidental. Puede acompañar o no a una obra de arte, pero no agrega nada a su valor intrínseco. Sirve, claro está, para estimular al autor, para hacer que éste se sienta seguro en su camino y lo siga con gozo, para divulgar su obra.

Indudablemente es duro no encontrar acogida. No se trata solamente de satisfacer la propia vanidad. Se trata de algo mucho más hondo; se trata de la necesidad de comunicación, del vehemente deseo de romper ese muro que separa nuestro ser íntimo del ser íntimo de los demás y destruir así parte de la soledad en que todos vivimos. Tan imperiosa y vital es esta necesidad de comunicación que muchos creadores han llegado al suicidio, al sentirse incomprendidos y no encontrar la respuesta que buscaban.

Desconozco realmente las causas que influyen en el mayor éxito, digamos mejor en el más fácil acceso del público a una obra literaria. Tendría que llegar a encontrar la definición de obra de arte y analizar sus elementos para saber por qué se impone y llega a todo el mundo. Cervantes, Shakespeare, Moliere, Lope, están vivos aún. El público, que los acompañó en vida, sigue acompañándolos todavía.

Podría señalar algunas causas accidentales que influyen en el mayor acercamiento del público a determinadas obras. Son, por ejemplo, las modas o escuelas, las posiciones políticas, y un factor que hoy en día ha adquirido gran importancia: la publicidad. La propaganda comercial invade todos los campos. Estamos agobiados de "slogans", que recomiendan un producto, un candidato político, un espectáculo, un viaje. Las obras del espíritu no escapan a esta invasión y entran en la competencia mercantil.

En todo caso, pienso que el gran juez es el tiempo. El va separando inexorablemente las obras que el hombre gustará siempre, acaso porque se encuentra en ellas a si mismo. El es, en última instancia, quien aleja o atrae al público, al realizar esta selección.




 



 

 

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Publicado en AISTHESIS: Revista Chilena de Investigaciones Estéticas; No. 5 (1970)