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Dios te salve, Pohlhammer
Por Juan Manuel Vial
La Tercera Cultura, sábado 2 de junio 2007
El singular conjunto de plegarias reunido en Vírgenes de Chile -título del cuarto libro de poesía publicado por Erick Pohlhammer- amplía el alcance de la invocación religiosa hasta límites desconocidos, liberándolo de cualquier atisbo de mojigatería y enalteciéndolo a través de giros llenos de sinceridad y humor. Esto sólo es posible gracias a que los múltiples hablantes que dan voz a este volumen -pecadores chilenos, como casi todos nosotros- están convencidos de que la Virgen María, bajo cualquiera de las 35 identidades propuestas por el autor (Virgen de Linares, Virgen de Melinka, Virgen de Quebrada de Alvarado, etc.), es, de verdad, Nuestra Mamacita Linda, o sea, es un ente tibio y accesible, muy diferente en ello al Padre Todopoderoso: "Para Marx al menos soy un factor de producción/ Para Dios en cambio sólo soy un trompo/ En manos de un niño pérfido".
En el primer verso del poema Virgen de Concepción, el hablante le pide a la "Luminosa Señora Amorosa" del título "que nos salvemos todos sin excepciones". Una estrofa más adelante, el generoso petitorio sigue así: "Tú que todo lo puedes grita a todo pulmón/ Sálvese el aguatero del Arrieta Guindos/ Sálvense el pintor de brocha gorda y el pintor de domingo/ Sálvese el cura de aldea por más pedófilo que sea/ Sálvense los deudores y los acreedores/ El agente encubierto sálvese/ La cajera del supermercado Las Brisas sálvese/ Las vecinas del quinto piso sálvense/ Los maestros chasquillas y los maestros serios sálvense".
Otras veces, el pedigüeñeo se hace más franco, detallado y preciso, y es en esos momentos de confianza -o de franca patudez- que las plegarias alcanzan niveles máximos de simpatía, como en Virgen de Viña del Mar: "Santísima Cancerbera de las Puertas Perladas del Edén/ Acéptame como jardinero del Paraíso"; o en Virgen del Parque Forestal: "Revierte mi convicción de que valgo callampa/ Estoy desesperado por ser alguien en el mundo de las letras/ Por ganarme un concurso literario/ Me muero por firmar libros en la feria de Guadalajara// Si ello no es posible/ Si no está en tus manos cursar mis deseos/ Transfórmame en vocero de las metáforas celestiales/ O hazme un instrumento de tu pus".
En un par de ocasiones, la piedad del hablante da pie a la confesión lúbrica. Es el caso del poema Santa Magdalena, Virgen de las Oficinas de Santiago Centro, alocución en que la funcionaría que invoca a la Magdalena bíblica admite, muy suelta de cuerpo, haberse revolcado con medio mundo -"Me acosté con el jefe de recursos humanos/ Me acosté con mi jefe directo/ Me acosté con el encargado de despachos/ Me acosté con el encargado de mantenimiento/ En la mesa de la sala de reuniones/ Me acosté con el encargado del aseo"-, aunque no por ello queda liberada de rogar por discreción: "Misericordiosa y cerúlea Santa Magdalena/ Tú que entiendes de estas cosas/ Probablemente con lujo de detalles/
Sólo te pido que te muerdas la lengua/ Y no le cuentes nada al júnior".
Los poemas de Pohlhammer están construidos con la argamasa de la antipoesía -el autor no le teme a la rima consonante, se engolosina con suculentas enumeraciones, utiliza expresiones llanas-, pero, al mismo tiempo, hay en ellos ciertos giros culteranos que contribuyen a descoyuntar con frecuencia el ánimo antipoético imperante, lo cual, a su vez, permite que este libro, de por sí unitario, deleite al lector con una exquisita cantidad de variaciones sutiles. Por otro lado, el peso lírico de algunos versos es innegable; prueba de ello es que pueden citarse fuera de contexto sin perder profundidad ni resonancia: "Líbrame de mi buitre subjetivo"; "Esfúmame entre tus faldas"; "Recuérdanos que la muerte jamás fracasa"; "Desnudos somos todos crespos".
En resumidas cuentas, sólo queda rogarle a la Altísima que Erick Pohlhammer no tarde otros 20 años en publicar su próximo poemario. Lamentablemente, el último verso del libro no nos asegura nada al respecto: Virgen del Humo: "Ya somos uno".