Las madres y el primer
objeto del deseo
A partir de la escritura De Eugenia Prado Bassi
Diego
Ramírez
1.-
Mi madre nos obliga al amor
Las madres tienen la culpa de todo. De lo que hacemos y de lo que
dejamos de hacer. Las madres castradoras y fascinantes, las madres
buenas y malas. Las madres que nos espían, las madres que nos ocultan
/ protegen, las madre que no dicen, las madres que escriben pero no
dicen. Las madres como el primer objeto de deseo. La lucha edipica
del cuerpo, que castiga y lastima, los hermanos, la madre omnipresente
que escribe, el hijo menor: preferido y perverso, el cariño
y la lástima, todas estas posibilidades maternas son parte de estos
Objetos del silencio (Ed. Cuarto Propio), la quinta novela
de Eugenia Prado, considerando la novela instalación Hembros,
y dando una lectura a las coordenadas narrativas de sus propuestas:
siempre fracturadas, fragmentarias, desarticulando voces, giros y
cuerpos deshabitados por una propuesta política que evidencia en este
ultimo trabajo los secretos sexuales de infancia, los cuerpos de niños,
los primeros acercamientos, los primeros miedos, el primero deseo.
“Mi madre nos obliga al amor”-, sentencia uno de los personajes
centrales de esta novela, para luego mencionar literalmente: “Mi
madre, ella es la culpable de todo”. Y es que no puedo pensar
en otra lecturas mas que esa, una madre que aparece desde la dedicatoria
en la primer página, una madre que esta presente en el habla de sus
personajes, y mas aún, una madre que esta ausente y desde esa no vigilancia
aparecen estas confesiones, estas historias de amor, estos roces,
estos deseos desperados e iniciales que portan estos cuerpos infantiles
como un registro permanente que se oculta de la mirada social y de
la autoridad materna. Y la posibilidad de estas madres, presentes
en esta novela son también madres de país, de autoridad pública y
política, que ejercen la otra lectura: la moral, la derrota, y el
miedo de un país que desconoce su cuerpo, sus muertos, su historia,
sus deseos.
Esta novela escribe de lo que no se puede decir, y ese gesto es la
propuesta rebelde de esta autora para contarnos esas bocas, esos quiebres,
esos cortes, representados desde una estética apenas develada por
sus protagonistas que tiemblan de amor y que tiemblan de deseo irreparable.
Lo cuentan, lo confiesan, lo escriben, palabras y recados forman esta
construcción corporal de lo que se enmudece por miedo a las madres
de Chile. Pienso en esta figura, y pienso citar necesariamente a Patricio
Marchant y su definición de la madre como una ideología, como una
invención del hijo. Cito: “Precisamente porque el hombre como un
ser abominable, sabe que no tiene madre, precisamente por eso, afirma
que si la tiene. El hombre vigila la ausencia de la madre. Y si la
madre es para el hombre como una casa, esa casa, en tanto vacía, es,
entonces, tumba(1).”. Pienso
también al leer esta novela en las madres del psicoanálisis, en la
madre madre- productora, la madre amante y la madre - muerte. Y desde
ahí, como este hombre huérfano busca sustitutos maternales a partir
de estos objetos del silencio, pienso, en las nanas, los hermanos,
las hermanas, los hijos, las hermanastras, el padre, las casas, los
abuelos, el profesor, las criaturas de dios, los sacerdotes, el perro,
entre otros, como esa posibilidad de emerger sobre la huerfandad.
2.- Mi
historia de amor
A partir de la lectura de lector a la autora, no puedo dejar de mencionar
la otra posibilidad de cariño. De cuando nos conocimos, de cuando
leí esta novela por primera vez, no puedo pensar en los riesgos, en
la enfermedad esta que nos lleva de la mano por bordes terribles y
salvajes, no puedo dejar de pensar en ti, en tu boca rebelde, en tus
ganas de decirlo, en tu furia por decirlo, en tu riesgo desbordado
y exquisito que hace posible las musicalidad desperada y la poética
fascinante de esta novela. Novela que es también poesía y que exige
leerse como una prosa despatriada que busca y no busca considerarse
desde el desafío de los padres, de los géneros literarios, de los
abusos y los maltratos. Es cierto, que debo decir - aunque no sea
necesario pero debo - es cierto, que nos conocimos queriéndonos, que
no nos conocíamos y nos esperamos. Es cierto que quizás fue una lectura
juntos, una misma textura presente, un bosque en el norte, un signo,
una mirada, el peligro de sabernos cerca para siempre, románticamente,
como hermanos que se tocan con furia en el pasillo de una casa semi
vacía. Es cierto que nos defendimos, que nos inventamos barricadas,
que fuimos resistencia, quizás fue la primera noche, quizás fue tu
forma de mirarme, quizás fue la manera de bailar juntos, quizás fue
lo poco que me sale el habla, lo afeminado, quizás fue el silencio,
el objeto del silencio, es cierto que fue un riesgo desesperado, una
histeria, una historia de amor, un roce crisálido agónico, un grito,
un cuerpo, dos cuerpos, tu sonrisa, mi pelo, el frío, la separación,
la nieve, te acuerdas de la nieve?, te acuerdas de la noche y de la
nieve?, te acuerdas de la primera noche inmensa en que aparecieron
estos nombres?, entonces en una cima de un departamento céntrico,
mas cerquita del cielo que de los amantes nuevos, aparecieron todos:
Benjamín, Ana, Lorena, Javier, José, entonces los hermanos, entonces
mi grito de amor, entonces nuestras madres, entonces mi cariño, entonces
mi cariño encima, entonces, hablamos. Yo no alcance a confesarme o
quizás si, yo falte en la caricia y el frote, yo falte, pero en realidad
era una forma de protegerse porque lo sabíamos todo, lo imaginabas
todo, y la construcción política de esta novela, fue de alguna manera
la relación con tu corazón salvaje, con tu posibilidad de escuchar,
registrar, instalar: cuerpos, niños, adolescentes, furias, miedos,
que no se podrían reconstruir sino fuera por el riesgo de tu boca
y de tu letra.
De alguna manera estos aterradores objetos de mi cuerpo, de tu cuerpo,
y del cuerpo de lector victima de su memoria, (de sus primeros roces
debajo de la cama, en la ultima sala de la escuela, en el borde de
la plaza publica, en la ultima fila del trafico, en la primera noche
del microtrafico), todas esas posibilidades se abren, se contraen,
en la lectura totalizadora de esta novela, de esta lectura final,
que brota en partecitas y pequeños roces, para ruborizar lentamente
la posibilidad de todos los lectores de ser niños, de ser nuevamente
niños y tocarse lentamente en las zonas del riesgo, la fatalidad de
asumir la clausura para estos secretos permanentes.
Estas páginas, esta novela, son la madre que somos todos,
son nuestra autoridad, nuestros miedos, nuestros aterradores objetos,
nuestros silencios. Y es la madre porque es el primer habla, es el
gesto de alianza con lo femenino del recado, del boca en boca, del
murmullo, de la confesión cómplice, y de la posibilidad de volvernos
salvajemente maternales al iniciar el desdoblamiento de este texto.
3.- las historias y los nombres
Es cierto que estos cuerpos atrapados son liberados
a partir de estos ejercicios de estilo que como confesionario epistolar
retoman el dialogo desafiante en la primera parte de su construcción
dramática:
Lorena cuenta detalladamente la escena, tiene que especificar
los roces y el rito de esos cuerpos abusados por el deseo, para volver
a gatillar ese roce inicial del abuso por el morbo y la fantasía masculina
de la pareja testigo que quiere entender, escuchar, participar, y
tocar, que quiere ser repetir el poder que aprisiona, y raspa. Benjamín,
enfrenta su cuerpo de niño a la extraña 5 años mayor, pasa desde los
vestidos y el primer travestisaje encerrados en la pieza a las primeras
manos y frotes de esos hermanastros cruzando la insistencia y la manipulación.
Adriana y la otra madre, las nanas, los cuidados, las ausencias,
el cuerpo femenino representado sobre estos pechos maternales que
hacían de madre pero no eran la madre, la boca incestuosa “nos
quedamos totalmente solos y me dijo que fuéramos a su habitación”.
Manuel anuncia que creció en tierra de hombres, hombres inclinados
y confiesa haber sido inclinado por su padre. Esa inclinación, es
el dejarse, el poseerse, la victimización como posibilidad de deseo,
Manuel sentencia: “mi padre me enseño a sentir placer y me condeno
al silencio”. Ana y sus descubrimientos en femenino, Ana
y su cuerpo como reflejo en la otra amiga, los sueños, las cercanías,
las ganas de los nueve años, la envidia, los dientes, los frenillos,
la separación y una declaración para volver al imaginario madre de
la novela, cito: “Mi primer deseo tuvo que ver con tu madre”.
Una erotización que enfrenta y pervierte todas las zonas de un cuerpo
niña / mujer: “Tus pechos pequeños crecen distintos a los míos.
Como un lactante, busco. Sueño con que sangras. Nos bañábamos. Nos
tirábamos al agua. Reíamos durante horas. Éramos felices. Sueño contigo
por las noches. Sueño con que somos hermanas, que te amo y que seremos
inseparables. Celebramos ambas. Señoritas y desnudas”. Javier:
el verano, el calor, el helado, lo rojo de sus labios, la camioneta
y su conductor como imagen del deseo infantil homosexualizado, el
“nunca hables con un desconocido”, la amarra de los pantalones,
de nuevo la madre que no sabe y no pudo anudar bien esos pantalones,
un “No serias mi copiloto” y los labios pintarrajeados. La
Catita y la nana testigo que quiere moralizar el juego infantil
“Chupándose el ombligo y subiéndose el vestido”. Carmen
y el miedo al ser descubierta, el registro de la vergüenza, Bony,
su perro, las lamidas y los juegos, el cariño furioso de su quiltro,
- “Me siento repleta de su baba”- sentencia al final del relato.
El José que no podía quedarse callado, porque era brutalmente
ultrajado, maltratado por la prima mayor, como sujeto femenino victimario
que desde el sótano transgrede las normas y la satisfacción del cuerpo
de un niño. La impotencia. Las amarras. Laura: y el cuerpo
ahogado de culpas. -“Naufragar en este desierto pensó”-, el
sujeto femenino esta vez es victima desde niña al placer culpable
de dejarse querer y desear por la brutalidad de lo masculino, cito:
“Aprendo su crueldad y hacia tanto daño para ser tan chico”,
pero ella se deja, y no importa el dolor, y no importa el pecado y
no importa.
4.- Los hermanos
La segunda parte de la novela “Reminiscencias” (Engranajes, anclajes,
residuos y partes) instala la historia de amor y de miedo de los hermanos.
Historia de amor porque se sienten, se tocan, se crecen, se saben
cerca, deseados, amantes. Historia de miedo, porque se esconden, porque
les duele, porque le duele que le duela, porque tiene culpa, porque
la madre espía, confía, observa, registra.
El hermano menor y la experiencia sexual con su hermano dos años
mayor presentan un epistolario del deseo, donde construyen bellamente
desde la palabra, ese incesto temprano, pero también el desafío político
que esto enfrenta, porque en la búsqueda de amor del hermano mayor
sobre el mas pequeño, esta también la aprobación materna, la cercanía
con esa madre, que complace, prefiere y elige al niño menor, mas frágil,
al niño pequeño afeminado y demasiado parecido a ella, y demasiado
poco parecido a él: el padre. Aquí el padre y marido existe pero no
existe, esta absolutamente ausente desde una presencia cercada por
la inmensidad del control materno. La historia de amor es entonces,
el pretexto y la furia que envuelve y arma esta estética diversa de
voces y estilos, cito “Que me haces que me siento que me muero.
A mis nueve tu tenias once, eras de los hermanos el mayor”. El
menor sabe seducir, sabe moverse, contraerse, arrastrarse hasta las
zonas y los miedos del hermano mayor que no se resiste, que no se
perdona, que no quiere volver a hablar: “Cuando huyes y niegas
y te burlas en provecho del deseo tuyo, porque eres el mayor y tu
poder es evidente”. Recorto fragmentos, frases, palabras y armo
este recado familiar a escondidas, de ese amor bajo de la cama, en
la ultima sala olvidada de la casa, cuando la mamá no esta está presente:
“Te metes en mi cama y me tocas entero” “Y te alejas, y
hasta lloras, me sabes lastimado”, “Te aferras”, “Te
apegas a mi”, “Me suplicas”.
El hermano mayor, no quiere saberlo, no quiere y no puede. Él sabe
que la madre esta conciente. El hermano mayor es lágrimas, culpa.
Su corazón tiembla, actúan en silencio, ellos saben que los espía,
ellos quieren quizás que los espíen para hacer menos terrible el pacto
corporal que los hace irresistibles, el pacto corporal que surge desde
el inicio maternal que los contiene y los hace cómplices. En la tercera
parte “Desviaciones del galanteo” (Mapeos perversos, complacencias,
complicidades) aparecen estas Criatura de dios, la omnipresencia maternal,
la poética de las imágenes y sus desbordes “Suaves gimen. Lampiños
corren”. “Su corazón por dentro. Mojar las carnes”. “Tengo
miedo”. “Duele? Cuanto duele?” La violencia como romance,
como sustitución de culpas y -“Te haría desaparecer”- Le confiesa
el hermano desde la irresistible posibilidad de cariño. Esta seducción
poética la instalan estos jóvenes / niños amantes que les crece el
cuerpo y les crece el amor salvaje por estar juntos. En el Epilogo
(Ideologías, justificaciones y faltas), la madre como resistencia
a esta corporalidad incestuosas de la que es portadora y cómplice,
afirma -“Habitamos la tradición y la clase”-. Aquí aparecen
esos “niños míos”, ese misterio finamente guardado en estas paginas.
Finalmente el “Apéndice”, sirve como conexión con otro lenguaje, con
las palabras de los otros, con los niños que no son Ángeles, con los
hábitos solitarios, el psicoanálisis, esos pequeños mounstros perversos
polimorfos, con las parafilias como letanía poética, La filosofía
en el tocador, las estadísticas, El delito. El abuso.
La novela Objetos de Silencio opera sobre el gesto escritural como
la inscripción de estos cuerpos castigados que desafían la condena
de una mudez irreparable. La estética trabajada en este libro, esta
inscrita desde el reclamo del cuerpo, ese cuerpo castigado y silenciado
por la frontera perversa del lenguaje, que intenta develar lo que
se esconde en el ultimo rincón de la casa, en el limite social, en
los contratos legales, en las fracturas de una ciudad sobre vigilada
y cercada. Sobre esa ciudad, esta la sobrevivencia, el lenguaje que
sobrevive a estos cuerpos atrapados que se callan por el miedo que
“crece en bocas adultas”.
La escritura de Eugenia Prado habla desde la imposibilidad de la
palabra. La palabra cercada, todos estos secretos de infancia son
una historia a penas revelada por la confesión, la letra, el epistolario
familiar, por el desborde de la escritura. En contraposición a ese
no decir, aparece esta revelación que nombra estos “pequeños cuerpos
habitados por una lengua”, que se atreve a nombrar desde la multiplicidad
de voces y sujetos que entrecruzan e intervienen el discurso de lo
silenciado. Aquí aparece la denuncia y el arrojo de trazar esas declaraciones
sobre los márgenes de la palabra y por sobre la clausura de estas
bocas, rescatadas por la autora desde su propio registro y que operan
como marca, como una cicatriz permanente del recuerdo, articulando
un testimonio desde el amor y desde el miedo. Los “aterradores objetos”
de esta novela, están inscritos desde el reclamo del cuerpo amordazado
por la histeria del deseo. “¿Qué haces que me siento que me muero?”
de ese amor (terrible) que debe habituarse al encierro. Los primeros
deseos que crecen en ausencia de las madres, en ausencia de la autoridad
que castiga. En este libro, todos son victimas y cómplices, todos
están instalados como resistencia contra el horror de volver a enmudecer.
La novelística arriesgada de Eugenia Prado, desafía todas las formas
de genero al plasmarse en fragmentos de poesía, documentos, bibliografía,
discursos; exigiéndonos una lectura desde esa desconstruccion, para
poder dimensionar la significancía radical y la inscripción estética
de esta propuesta.