CÓMO LEER A EZRA POUND
Por José Kozer
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Los Cantos de Ezra Pound (Hailey, Idaho, 1885 - Venecia, 1972) resultan “una poesía que nos entraña en la dificultad a veces ígnea, a veces tediosa del mundo que heredamos y al que damos en gran medida la espalda por desidia”.
1. Leerlo en inglés. El inglés de los poemas de Ezra Pound es fácil de leer, en comparación con el inglés de sus ensayos. Lo difícil de leer en sus poemas es el griego, latín, chino, japonés, italiano del Renacimiento, imitaciones del habla popular inglesa o de la pronunciación del inglés en boca, por ejemplo, de un hablante alemán. Menos difícil de leer es su francés, italiano y alemán modernos, o su deficiente español, tan defectuoso como el de Hemingway.
2. En caso de no saber mucho inglés leerlo en el original apoyándose en un diccionario como el Larousse bilingüe y en alguna traducción o versión de los Cantos (ejemplo: la de Javier Coy en Cátedra, Letras Universales, edición bilingüe). Vale incluso la pena leer de antemano (ejercicio espiritual preparatorio) alguna biografía. Conozco dos excelentes: The Life of Ezra Pound de Noel Stock y A Serious Character: The Life of Ezra Pound de Humphrey Carpenter (más completa y al día que la de Stock). Una lectura ardua pero enriquecedora, insuperable, es la del extraordinario libro de Hugh Kenner The Pound Era. Leerlo es enfrentarse de plano con Pound, la modernidad y la mayoría de lectores perezosos que soslayan la ardua tarea de leer a un poeta como Pound. Vale la pena leer a Kenner como postre, después de los Cantos.
3. En total hay 116 cantos (cuatro, finales, incompletos) más el 117 que es fragmentario (apuntes de carácter testamentario y doloroso por referirse a la sensación de que su vida termina, de que deja a la amada Olga Rudge y de que su antisemitismo fue un error, cosa que no dice aquí directamente pero a la que alude). Incluso se habla de 120 cantos. Quedémonos a todos los efectos con los 116 que aparecen en la asequible edición de New Directions, The Cantos of Ezra Pound (mi edición de 1998 es la catorce).
4. ¿Cómo leerlos? Para mejor responder esta pregunta me centraré en la lectura de uno de los cantos más importantes de Pound, el número XIII, cuya extensión es típica, y su dificultad media. Recomiendo leerlo, antes de leer el libro, a modo de introito, como una invocación a los dioses pidiéndoles ayuda a la hora de nuestra dificultad. Más tarde, al llegar al Canto XIII leerlo de nuevo para corroborar que una segunda lectura añade profundidad a la primera. Léase el canto en voz alta, dejándose llevar por la sabiduría de su ritmo, su maravillosa intertextualidad: compruébese su asequibilidad, compruébese que dicha asequibilidad no carece de oscuridad, que como todo texto fuerte participa más de la penumbra que de la luz.
5. Canto XIII. Cuando no entendemos algo decimos que “eso para mí es chino.” En inglés se dice “That’s Greek to me.” La expresión inglesa viene de la Edad Media, de cuando los monjes traducían textos latinos al vernáculo. Al encontrar una palabra en griego ponían al margen del manuscrito “griego” o “esto es griego” significando así su desconocimiento y dejando la traducción en manos de un monje experto. Dejemos nosotros en manos de los eruditos poundianos las innumerables referencias y palabras extranjeras (en particular griegas y chinas) que desconozcamos. Leamos, saltándonos descaradamente lo que no entendemos: leer poesía no es entender sino acceder por la misteriosa vía del desconocimiento al conocimiento intuido de un texto. Durante la lectura de un poema de Pound, de la mano de cuanto no se entiende hay, por suerte, un caudal de cosas que se entienden, sea por la vía de la razón y de la lógica o por la de la intuición. En el Canto XIII, primer canto chino y confuciano de los Cantos, no hay ni chino ni griego que entorpezcan la lectura o que nos asusten y nos hagan desistir, aterrorizados.
Este canto tiene dos páginas y cuarto. En escena Confucio y sus amigos o discípulos. Se hace referencia al rey Wu Wang y probablemente al Chuang Tzu en la imagen que remata el poema. El Maestro Kung aparece caminando junto a un templo, se introduce en un bosque de cedros y va a parar a la parte baja de un río. Todo ello expresado con claridad. Aparecen sus discípulos, hay una especie de debate, a las preguntas el Maestro Kung responde con claridad y sabiduría. Al final del diálogo Thseng-sie quiere saber quién ha respondido mejor. Y Kung dice: “Todos han contestado correctamente,/ Es decir, cada cual según su naturaleza”. Voilà! De eso se trata, sólo hay que respirar con tranquila emoción las palabras de Kung, los versos de Pound, para sentir a fondo el espíritu del poema. Espíritu ético, por cierto; tonalidad e intención didascálica, por cierto; pero más que nada, aura poética, pautada, pausada, inscrita verso a verso como enunciado diáfano, enriquecedor, que nos transporta al reino de una tradición, de una Edad de Oro basada en el orden (palabra que aparece diez veces). Un orden que implica el “aura mediocritas” clásico: “Cualquiera puede excederse,/ Nada más fácil que pasarse de la raya,/ Lo difícil es permanecer firmes en el medio”. Más adelante, conseguir A Guide to Ezra Pound’s Selected Poems de Christine Froula: su exégesis utiliza el ideograma “jen” que establece una simpatía entre el individuo y la comunidad (Pound lo traduce como “humanitas” en el Canto LXXXII). Esa simpatía para Pound, vía Confucio, es la esencia del orden; y éste la base práctica de la felicidad. Esa felicidad, dice el canto, es hija de la armonía y ésta tiene carácter cotidiano y no trascendente: Confucio “nada dijo de la vida después de la muerte.”
Hay cantos más enmarañados que éste, lo reconozco. Reconozco que leer a Pound es adentrarse en una interminable retacería muchas veces inabordable. Pero reconozcamos también que perderse en esa jungla moderna, como Benjamin recomendaba perderse en una ciudad, es un modo de acceder a una poesía ápice de la modernidad: una poesía que nos entraña en la dificultad a veces ígnea, a veces tediosa (reconozco que muchos de los cantos de Pound son tediosos) del mundo que heredamos y al que damos en gran medida la espalda por desidia.