"Papeles en los bolsillos", de Cristián Brito Villalobos
Mago Editores, 2012
Prólogo
Erick Pohlhammer
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Soñé que escribía un prólogo a un vate vidente que
era a la par antipoeta evidente. La línea que separaba
a la antipoesía de la poesía era delgada. El autor de
los versos me extraía a veces una lágrima triste; otras,
una sonrisa feliz; una carcajada espontánea y hasta
un grito de la más pura algarabía, entre escéptica y
nihilista, simbolista, y hasta dadaísta. Cristián Brito
era el soñador de esos realistas papeles, y uno, entre
tanto otros, memorable, entre onírico y romántico,
tan trascendente como sucinto; de título Visiones,
decía: «Soñé/ que/ ya no/ deliraba/contigo en sueños».
Seguí soñando de lo lindo, que leía y releía, papeles
que iba sacando, de un vago bolsillo de un mago
inquietante. De otro –papel– también recuerdo, entre
eslogan publicitario y chiste poético para variados gustos
de polémicos amantes, Publicidad de sostenes: «En
bustos/ no hay nada escrito». Creí soñar que el autor era
discípulo, lejano de Catulo, o alumno de la escuela de
publicidad y poesía del único y sin par Eduardo Anguita.
Un neo antipoeta, por cierto, una voz clara y distinta,
con pinta de erudito perito en literatura –castellana–
vieja y novísima. Definía así al Poeta, bajándolo del
altar, al lagar de una agusana egolatría: «Pobre/ocioso/
esperando/ tener/ admiración»; yo diría: «Rico/ocioso/
en su litera/ admirado/ de la Creación entera». Pero en
eso, por fortuna, éramos distintos (sin ocio profundo el
negocio es infecundo).
Desperté, de pronto, en el sueño, con este otro papel
entresacado del onírico bolsillo, Soñar es gratis: «en
soñar no hay engaño/ el engaño/ es despertar/ y darse
cuenta/ que todo fue un sueño». Dicen los esotéricos,
doctorados en el Libro Tibetano de los Muertos que a
estos –los muertos, es decir nosotros– no bien estiran
la pata, les acontece eso: despiertan y se percatan que
todo fue un sueño.
Tan seguros estamos que la materia es real, que
hasta nos olvidamos de la eterna rosa esencial.
Ah y entre, soñando y despierto, intuyendo que
todo en este mundo es cuántico y maia, iluso e vacío,
una sombra, una ficción, que toda la vida es sueño y
los sueños sueños son, tras haber soñado leer uno a
uno esos papeles bolsillísticos, desde el niño eterno que
soy, quedéme sollozando, de nostalgia gozosa y anhelo
inmortal tras extraer soñando este Último deseo:
«Cuando estos latidos/ se detengan/y este cuerpo/ que
visto/ sea alimento/ para gusanos/ deseo/ que el niño/
que un día/ se vistió de carne pueril/ sea la eternidad».
Diez mil gracias, irónico y jovial, escéptico y
romántico, despierto y soñador, poeta Cristián Brito.
Gracias por sus bolsillos, sencillos y sofisticados; y sí,
Señor, por favor: sea la eternidad un niño infinito.