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Una novela vitricida
-a propósito de-
“Objetos del silencio – secretos de infancia”, de Eugenia Prado Bassi

Por Tania Ulloa Cuadra

 




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Eugenia Prado sale a comprar el pan en bicicleta, va a la feria en bicicleta, disfruta de amigos y amigas entrañables que visita seguido, comparte una bella familia y cuida rigurosamente de un felino que aunque diabético vive feliz no sé qué número de su gatuna vida.

Pero así pequeña, delicada y absolutamente inofensiva como se le ve, debería estar rumbo al limbo, esperando un rápido ingreso lateral al infierno, sin mucho papeleo que pueda llamar la atención, no vaya a ser que otras latitudes ofendidas quieran sumarse a la galáctica demanda colectiva que pende sobre esta novela desnuda.

Estamos claros en todo caso que esto de no llamar ‘demasiado la atención” implica moverse sin mucho ruido... y eso es difícil...muy difícil, porque Eugenia grita, le gusta gritar – y chilla chilla chilla chilla-  con toda su alma, como los niños vitricidas, capaz de hacer estallar el cristal más bravo, estableciéndose como una autora vitricida, porque la escucharás, aunque no quieras.

Absolutamente no apta para fundamentalistas de cualquier inclinación.

No apta para moralistas eruditos mayores de 18 años con criterio de-formado.

Porque este es más que un lanzamiento común, porque ella se lanza sola. Primero se niega tres veces, luego se llena a si misma de los pecados suyos, los de ellos y los otros y se va a sentar sola, al medio del desierto, esperando que alguien le lance una primera petra.

Y es que el texto es una bomba, y tal como indica la autora... aumentada y corregida.

Leí la novela prácticamente de un una sola vez, llevada por una mano a través de la oscuridad que en este caso acompaña la soledad de los secretos muy, pero muy guardados.

La industria de armas de destrucción masiva es una ordinariez al lado de este estallido de testimonios fragmentados que cortan como cuchillos la intimidad disfrazada de gustos y preferencia. Como si pudieran ser elegidas. Como si quedara elección. Como si no se establecieran inevitablemente a raiz de estos relatos.

Porque todas las memorias son diversas, como el origen del amor o del odio, así como algunos odian otros aman... a veces incluso en torno al mismo individuo... con la misma intensidad, solo que opuesta.

Existen las memorias de historias abusadas. Y coexisten con memorias de amores consentidos.

Sea como sea, para que estas historias se generen se requiere de UN sujeto que tome la iniciativa sobre el otro. Si no estaríamos ante secretos monólogos en materia de masturbación solitaria. El erotismo de a dos, -numéricamente hablando- ya es la depravación del UNO...que hizo que se partió en DOS? Probablemente tuvo un orgasmo sin saber siquiera qué lo golpeó.

Lo erótico cruza la humanidad indiscriminadamente y sin pedir permiso, ya la describen en esa otra gran novela que narra la iniciativa de una individuo sobre el otro,  incitándolo a morder la manzana de ese árbol prohibido que brilla por sobre todos los demás en el paraíso.

Es el fruto censurado y clandestino que crece en el jardín de las delicias.....que atrae de tal manera que es inevitable, y aunque está negado, proscrito y vetado se le devora igual o quizás justamente por eso con más intensidad.

El pecado original conlleva al castigo original de ser expulsados del paraíso. Entonces se institucionalizan los castigos, con todas las genuflexiones religiosas y las castraciones espirituales que sostienen como la estrella de la muerte el esqueleto de nuestra moral.

Se abren los closets, se caen las cortinas, se desatan cascadas, se rompen cabezas, se mata a las perras, se establecen los puzzles.

Rompecabezas, -cajas con más de 8.000 piezas con las que se entretienen las abuelitas en la playa- mientras las madres toman sol y mientras los niños juegan,  juegan y se erotizan y los castigan o se auto castigan, pues creen, creen en todos los monstruos y luego crecen... y ya nada es ni será lo mismo, nunca más. Lo bello, lo ardiente, lo erótico, el instante infinito por el que vale la pena perder la vida ...se termina, dando paso a una adultez, controlada o no, desviada o no , normal o no, encausada o si. En fin, lo absurdo nuevamente abriéndose paso.

Y entonces luego de leer todo este estremecimiento, recordé a Günter Grass y su novela El tambor de hojalata, de 1959, sobre la Alemania de su infancia.......se me apareció Oscar Matzherath, ese niño que a los cinco años decide no crecer más, por desprecio a la idiotez del mundo adulto, Oscar el niño que hace ruido, y es gritón, no.....es chillón! y chilla chilla chilla chilla-  con toda su alma, como la niña Eugenia, como los niños vitricidas, capaz de hacer estallar el cristal más grueso, decepcionado del cegado y corrupto siglo veinte de adultos en permanentes guerras. –Bueno, no ha cambiado mucho la cosa, no?-

Pero no fue solo por eso que decidió dejar de crecer, fue también para poder seguir eternamente al cuidado de su niñera, -en la película- magistralmente actuada por la bella Katharina Thalbach. Entonces eran él y su voz, ella y su soledad perdida en la guerra... y los juegos en la playa.... y los jugos en polvo.

En mi caso el tambor fue esa experiencia que fue total, expansiva, explosiva, espeluznante y exorcizante.

Y encontré ese viejo recuerdo, para mí fue casi un porno, y lo encontré no en una memoria escondida, no en un doloroso secreto, lo encontré ahí, saludando la vida en su más empírica versión.

Por sobretodo disfruté que así como no estaba sola, al parecer nadie lo está.

Y, querida Eugenia, es verdad,  la madre siempre tiene algo que decir. Y para eso si la tecnología me acompaña, me gustaría regalarte solo por unos segundos, la voz de David Bennent, y la opinión de la madre del niño actor que protagonizó a Óscar Mazerath en el tambor de hojalata, en esta ocasión entrevistado en 1979.

Video min.: 00:00 – 01:08 y Stop. (https://www.youtube.com/watch?v=fRqDk40CVnA)
David Bennent:                 ...a mí me gusta el pequeño Mazetrath cuando chilla desde la torre y todos los cristales explotan, o cuando lo llevan al doctor y chilla y chilla y chilla...
Entrevistador a David:     y que es lo que te da pena de Oscar Matzerath?
David Bennent:                 bueno, primero cuando muere su madre, segundo cuando muere su padre, y tercero, cuando tiene que emigrar y está obligado a dejar a su abuela atrás.
Entrevistador a David:       la figura de Oscar la sientes más cercana ahora? Entiendes a Oscar?
David Bennent:                 si, si lo entiendo muy bien a él, .........entiendo perfectamente porque no quería seguir creciendo. Con todo esto de los nazis, entiendo muy bien que no quería seguir comprendiendo lo idiotas que son los adultos.
Entrevistador a la Madre: usted cree que la filmación cambio a su hijo?
Madre:                               Si un poco...
Madre:                               se hizo más seguro,
Madre:                               se siente más fuerte.

Hay tantos acercamientos posibles cuando una se mete en este lio de presentar el libro de una amiga...ciertamente se le puede tomar desde cualquier ángulo, pero hay algo que no es posible hacer con este libro. Y es que sea ignorado. No será ignorado, Pues se aparecerá el mismísimo demonio mostrándose a cara limpia, Eugenia aquí no ofrece la otra mejilla, porque esta novela es la primera bofetada, que es la indispensable.



 



 

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