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Resistencia neobarroca en
Claustro Cordillera de Álvar Lázaro, una épica, una poética

Cierre del Taller Avanzado de Moda y Pueblo,
dirigido por Diego Ramírez desde 2007, en la Carnicería Punk.

Por Eugenia Prado Bassi



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Recibió nalgadas para despertarle el sentido de respiración mediante
alaridos de congoja. En ausencia del contacto humano, el encarne Abdón
empleaba sucesivas paletas de corteza de Cirio Nocturno como superficie de
contacto (pág. 9).

El primer libro es siempre un espacio inaugural. Implica abrirse a una experiencia íntima y tan única como es “escribir”. Es exponerse, estar dispuestos a compartir imágenes, obsesiones, incluso nuestros miedos.

No es lo mismo que el mundo atraviese tu humanidad a que decidas cómo o qué hacer con lo que eres de humano en el mundo.  Entregarse con fuerza a las pulsiones y pasiones por el oficio puede ser una salida para no enloquecer en las fauces de un modelo neoliberal infame y desatado.

Escribir es una forma de tomar la iniciativa, atreverse y mirar el mundo. Diría que, una vez que empiezas no hay vuelta atrás. Eso, jamás se detiene. Poner palabras en el mundo es complejo pero profundamente necesario. Bastaría con permitir que los flujos de ideas oxigenen nuestros intercambios y, así, sobrevivir al ombliguismo autista y tecnológico que nos enferma.

No quiero hablar del contenido del texto, sino de la política de su escritura.

El autor, logra su mayor fuerza y atractivo en el riesgo de su propuesta.

A través de las técnicas del bricolaje (montaje y desmontaje de piezas) sobre una tela o canvas que aloja poesía, narrativa, prosa poética, voces, grafías, signos y símbolos del alfabeto, ambientaciones, escenografías visuales, se irán entrelazando con los textos, para configurar una urdiembre disidente. El texto incluye además, definiciones enciclopédicas de base científica; ilustraciones botánicas de fines del siglo XIX (para acompañar las descripciones de cada uno de los cuatro jardines). Elementos que irán abriéndose de pliegues para potenciar los múltiples significados y sentidos del texto.

El Claustro es secreto. Recinto de oscuridad o de luz, según desde dénde se experimenta. Una lengua de semánticas desbordadas propone la mixtura de este cuerpo clausurado que, al igual que Frankenstein, es un engendro hecho de partes y costuras. El protagonista de este Claustro es el texto. En él conviven cardenales y fieles, penitentes, pecadores y abusos.

Cómo respiran estos restos de personajes que, como en caída libre, fueron expulsados de la civilización en algún momento y al perder la memoria, deambulan despegados ya de una voluntad o humanidad conscientes, sometidos a su condición subalterna, ocupados únicamente de ejecutar sus rutinas. Cómo se oxigena la letra entre las abreviaturas y taquigrafías que nos remiten a la comunicación por el chat y a toda velocidad.

En el acople de todas estas piezas, Álvar Lázaro, propone la “otra” forma de sobrevivencia. La invitación es a sumergirnos en un laberinto inclusivo de lo otro, lo raro.

El auto-placer, irá moviendo los hilos de un proyecto complejo y arriesgado en que más que contar una historia pareciera existir una voluntad por ocultarla. Es el tiempo de los encarnes. O me sigues o te vas. Tú eliges.

Pienso en el escritor Severo Sarduy.

En las escrituras neobarrocas.

En escribir sobre la base de textos o hipertextos en una trasposición de sustratos lingüísticos. Pienso en escrituras como universos “polisignificantes” que portan la evidencia de su hibridez.

Versus los actuales intercambios donde se desarrolla el mercado de los libros, contra una lectura fácil, mediante un lenguaje alterado en su sintaxis y tozudo de intención, Álvar Lázaro instala este corpus escritural denso, complejo, creativo, que con un repertorio de recursos estéticos y de estilo logra ambientar estas formas inusuales, humanas, híbridas, animales o de plantas.

En un juego de inestabilidades comprensivas y mediante una cuidada señalética, Álvar Lázaro, irá tejiendo, acoplando, interviniendo materiales que suman dificultad a la lectura del texto pero, lo vuelven más cautivante en su hermetismo. Si se considera la proliferación de libros de corto tiraje, artesanales o auto-editados en los últimos diez años, libros-objeto, barrocos o neobarrocos que circulan y se acoplan a la gran vitrina global, así como las actuales y diversas formas de producción, de soportes, de impresión de libros, la variedad es enorme. Siempre habrá lectores para los textos.

De la historia, diré que Claustro Cordillera se articula en torno a cuatro jardines Ingresamos en el recinto. Un todo de encierro, habitado de seres ambiguos, únicamente concentrados en sus rutinas, que sin propósito ni identidad fija, circulan entre sotanas y silencios deambulando por los patios, escondidos bajo sus sotanas.

Digamos que este libro nos cuenta la historia de Tristán y de cómo llegó a ser el Abad Mayor del Clan Orquídeas para convertirse en Porfirio Orquídeas. O, de cómo operan los escalafones al interior del clan, siempre bajo las órdenes de un Abad Mayor, que lleva por nombre el del jardín al cual pertenece.

Tristán decidió asignar el rojo lleno de fucsia, para distinguirse de la elegancia aparente, ya que los cardenales consideran que es el color de la sangre y que es el color más glorioso al que se puede aspirar en una encarnación. (Pag. 48).

En estos jardines, al igual que en todos los lugares donde nos agrupamos los humanos hasta un color pudiera ser motivo de envidias o discordia.

Es de encierros que operan estos relatos. Los personajes más parecen excedentes o restos de cuerpos vegetales, híbridos, ilegales, enfrentados a una tecnología de cuerpos que habita de manera subterránea.

Hoy, que las tecnologías y máquinas agudizan sus definiciones y resoluciones (calidad de imagen en pixeles), todo es inmediato. Todo se escribe y describe. La necesidad de compartir y documentar nuestras experiencias vitales, emocionales, como únicas, crece en el colectivo. Los saberes hacia campos cada vez más específicos y precisos se amplían y nos permiten observar el mundo.

Flujos de sonidos, textualidades y paisajes se acumulan en los chips de I.Phones o Tablets para ir a dar a alguna zona del ciberespacio o al gran agujero negro que todo lo devora haciéndonos desaparecer bajo una amalgama productiva de lo humano. Unos contra otros los textos, neobarroco, vintage, lo nuevo viejo, lo post porque así es como se nos da la vida en los espacios de la letra. Un escenario sin libros, ni bibliotecas, sin conocimientos. De seres concentrados en patios como racimos de una fruta, que encadenados a sus rituales para la sobrevivencia deambulan por los jardines. Un ello, algo, esto o aquello, orgánico y más inclusivo se reproduce como encarnes en el Claustro. Son formas de especies que se relacionan sin tiempo, sin ansiedad, sin sentidos, ni objetivos. Cito: la ausencia de relojes en esta gente hace de por sí impropia la ansiedad dado el avance imparable del tiempo. Una forma de vida habita allí, suspendida en sus rutinas. Atentos a las distintas fases del cultivo, las gentes marcan el paso o sobreviven.

Bien curcuncho nos criaron y bien curcuncho nos quedamos bien. El olor a Macho era invasivo, todavía. Esta es la clase de niños que se asoma hoy también. Allí y sin intercambio de fluidos mediante. Esta es la clase de ritos que trae niños al Recinto (…) Y puro rencor en ese lugar todo niño nace encogido y sin antojo. (Pag. 9).

Entrar en este texto me conectó, además, con una memoria profunda.

Poco después de egresar de la Universidad, me invitaron a trabajar en el diseño del libro “Tiempo de celebrar la vida”, con ocasión del centenario de las Carmelitas descalzas de Viña del Mar. Era mi primer trabajo profesional.

Aun siendo educada bajo el alero del dios católico, por alguna extraña razón, nunca he sido tocada por la fe. Aún así, confieso que apenas puse los pies en el interior del claustro mi cuerpo, totalmente en desacuerdo con mi voluntad, no podía parar de temblar a medida que avanzábamos por los corredores y pasillos encerradas o cobijadas bajo esos muros enormes, todo me pareció extraordinario. Nunca olvidé mi estadía en ese lugar aquel frío intenso que se colaba por alguna parte y que, desde la extrañeza, no me permitía recibir la auténtica alegría de las monjas, tan encantadoras, amables y felices de acogerme porque el claustro me conectó con esa memoria arcaica, profunda, del dios castigador en un mundo de fieles, y que entrar en un recinto cerrado al mundo, puede ser una experiencia emocional movilizadora.

, siempre habrá secretos, justificados o no, que nos obliguen a encajar en la gran máquina de condenados o privilegiados a poblar mundos. 

Pienso en Sor Juana Inés de la Cruz y en la rebeldía de algunas mujeres de épocas antiguas que se jugaban la vida. Pienso en las lesbianas, las intelectuales, las literatas, en el encierro como lugar de retiro y de separación pero, a la vez, un punto que conecta mundos tan separados. Cómo es adentro es afuera, o lo que separa a los fieles del mundo.

Y acá, hago complicidad con el autor y su riesgo, creo que siempre se podrá intervenir o instalar una mínima inscripción que sume color a los espacios que poblamos los humanos, con todo a cuestas, bondades y mezquindades. Pero, cuando se trata de enfrentar lo que nos incomoda, molesta o duele, por lo general, sucede todo lo contrario, en vez de aclarar todo se oscurece y pesa. Culpa. Moral. Post-colonial.

Entonces, si escribir tiene que ver con una fuerza poderosa, con algo que nos mueve y que está dando vueltas todo el tiempo. Hay poder en este Claustro, pero también hay algo en el cuidado de los encarnes que no cierra o que no alcanza a abrirse.

Nos internamos en un laberinto neobarroco que nos invita a recorrer un recinto que opera por asociación de especies, de orgánicas de cuerpos, plantas, flores, en qué cardenales, orquídeas, girasoles se abren a las descripciones de escenas, del acontecer y de la gente, para configurar un universo artificial de asociación de especies y formas que circulan por el cuerpo clausurado, diseminado en su encierro, por lo tanto colectivo y, a la vez, singular.

Así, luego de sucesivas encarnaciones nos enfrentamos a una tecnología de cuerpos que habitan como si hubieran sido expulsados de la tierra en un recinto cerrado que propone actualizar registros que habitan el o los encierros, corporales, mentales, emocionales, parciales, familiares, cualquiera de ellos, y que, pudieran hacer eco en los propios. La tragedia es el olvido. Nadie sabe ni se acuerda por qué está ahí, remitiéndonos al vértigo de simultaneidades y convivencias del mundo globalizado que nos obliga al olvido y a borrar el disco duro cada vez más seguido por exceso de sobrecarga de información.

–Imaginemos que hubo un golpe militar –me dice el autor, en una de nuestras conversaciones–­. Y que luego de la masacre esas gentes trataron de sobrevivir pero algo pasó. Allí murió gente y fue torturada otra gente pero ha pasó tanto tiempo que lentamente se fueron olvidando de todo.

La escritura avanza por los significados, las plegarias, los simbolismos proponiendo varios accesos. La letra, la escena, la imagen, nos permiten ir recorriendo el texto pero, hay algo más, cómo si para llegar al fin o acceder al nuevo mundo, el requisito fundamental fuera entrar en lo profundo de la lengua, la lingüística, el inconsciente y dejar que la palabra brille anclada a ciertas claves.

Su séptima vértebra dorsal pronuncia cosas que no puede oír pronuncia una joroba que carga con su gentío pronuncia al son de un himno le pronuncia en el más sinsentido pésame del himno en su verso más escueto y moral. Bien curcuncho nos criaron y bien. (Pag. 26).

Junio de 2015.



 



 

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