Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Pablo Neruda | Autores |
PABLO
NERUDA, JULIO VERNE y
LAS LÁGRIMAS DE MARÍA CELESTE
Por
Enrique Robertson
La casa frente al mar adquirida por Pablo Neruda en 1939,
ampliada y decorada por él con objetos, muebles y cosas que
había comenzado a atesorar allí desde hacía más
de una década, fue cedida a fines del año 1951, por
el verano que entonces comenzaba, en préstamo y al cuidado
de una persona conocida y de confianza del vate. Esa persona era -y
debía ser- ajena a las ideas políticas del poeta. Éste
requisito, en las circunstancias del momento, era indispensable. Neruda
estaba ausente de Chile; exiliado para escapar de la persecución
de un ya casi olvidado aprendiz de tirano. Su casa no podía
permanecer cerrada por más tiempo o parecer abandonada; el
peligro de que cualquier noche fuese saqueada, quemada o destruída,
era inminente.
Arturo Aldunate Phillips y su esposa Lucía pasaron en eIla
los meses de enero y febrero de 1952. Tanto les agradó el costero
lugar, que ese mismo verano compraron un terreno en la vecindad. Y
tan pronto como pudieron iniciaron la construcción de una vivienda;
que, más que casa, imaginaron barco. La inauguraron a fines
de febrero de 1953 bajo el nombre de María Celeste. Y desde
entonces fue el María Celeste, si un día era
bergantín. Y la María Celeste, si al otro amanecía
como goleta. Como la casa de Neruda, el o la María Celeste
de los Aldunate Phillips nació mirando al mar. Pero, como precisó
el poeta, mirándolo desde la otra punta de la Isla.
Así fue como, hace algo más de medio siglo, se construyó
en Isla Negra un bergantín goleta que no era
tal, en la otra punta de una isla que tampoco era isla ni tenía
puntas. Éste si es no es, -que puede ser o no ser- es
la característica principal de lo que aquí relataremos.
En su libro de recuerdos Mi pequeña historia de Pablo Neruda,
Aldunate Phillips cuenta la historia de ambas casas; y relata cómo
y por qué, durante 40 años, mantuvo una estrecha, leal
e inalterable amistad con el poeta.
Esa amistad se inició en 1939, cuando Neruda volvió
de Francia a Chile y buscó por todo Santiago al personaje que
un par de años antes, el 26 de junio de 1936, en la Posada
del Corregidor y en el marco de las actividades de la Sociedad Amigos
del Arte, había dado una charla titulada El nuevo arte poético
y Pablo Neruda. Había sido él, Arturo Aldunate Phillips,
quién dió esa exitosa charla, repetida poco después
en forma de conferencia en el Salón de Honor de la Universidad
de Chile (1).
Por eso era que Pablo Neruda quería conocerle personalmente.
Poco después, el poeta volvió a buscarle. Ésta
segunda vez llegó a pedirle apoyo para tramitar ante don Carlos
G. Nascimento un asunto relacionado con un proyecto editorial. Esperaba,
claro, acordar con él la edición de un libro.
Pero además quería obtener del editor, al firmar el
contrato, un inmediato adelanto que le permitiese financiar la urgentísima
compra de una casa a medio construir, que se vendía entre el
puerto de San Antonio y las playas de Algarrobo. Se trataba naturalmente
de la que ya hemos mencionado, que con los años se transformaría
en su famosa casa de Isla Negra. La casa -y, sobre todo, su entorno-
había de tal modo fascinado a Neruda, que por ningún
motivo quería perder la oportunidad de comprarla. Aldunate
Phillips logró mediar positivamente entre su reciente amigo
y don Carlos Nascimento. Resultó de ello un acuerdo, en el
que el mismo Aldunate Phillips se comprometía y que hacía
posible el milagro financiero; 30.000 pesos en adelanto por los derechos
de la edición de una selección de poemas -que vino a
editarse finalmente en 1943- hicieron realidad el sueño del
vate. La mediación del ingeniero Aldunate Phillips no ha de
haber sido necesaria sólo porque 30.000 pesos de la época
eran una nada despreciable suma; sino también porque Don Carlos
no podía decidir tan extraordinarias condiciones para un libro
de poesía, sin antes contar con la aprobación de su
socio principal, un ingeniero también. Lo que debió
primar para que éste colega de Aldunate -escritor además,
y editor de vocación- sin vacilar se manifestase de acuerdo,
ha de haber sido su muy fino sentido
del humor. Raúl Simón, que así se llamaba, firmaba
como César Cascabel sus celebrados artículos humorísticos
en el diario La Nación. Con su nom de plume,
Raúl Simón homenajeaba a Julio Verne, francés
como sus progenitores. Como todo buen lector de Julio Verne sabe,
César Cascabel es el personaje protagonista de la novela del
mismo nombre (1890). Quede ésto dicho, como pretexto para mencionar
por primera vez a Julio Verne en ésta cascabeleante anti-investigación.
En 1953, una década después de la aparición de
la selección de poemas nerudianos que estuvo a su cargo, se
hizo realidad el sueño de la veraniega casa-barco en Isla Negra
del prologuista de aquella edición tan curiosamente gestada.
Por qué Aldunate Phillips le dió el nombre de María
Celeste a su casa, no queda explicado en su libro de recuerdos. Su
lectura, que prueba que Neruda no estuvo en la fiesta de bautismo
e inauguración, no deja entrever indicios que permitan sostener
que fue el poeta quién se lo sugiriera. Resulta incluso posible,
que lo contrario haya sucedido. Pero es más probable que la
misteriosa historia del navío María Celeste fuese conocida
de Neruda desde antes de saber que Aldunate Phillips había
bautizado su casa con ese nombre. Legendaria desde el comienzo, esa
enigmática historia -como la de El Holandés Errante
o la de El Caleuche chileno- reaparece fantasmalmente de tiempo en
tiempo -en revistas, diarios y libros- especialmente cuando se conmemora
alguna fecha relacionada con ella. Como nadie ignora, enigmas de ese
tipo fascinaban a Neruda. Sin saber si es o no es pertinente, diremos
que Neruda escribió El fantasma del buque de carga en
1932, año en que se conmemoraba el sexagésimo aniversario
del inexplicable misterio del María Celeste. El enigmático
caso dió mucho que hablar en todos los puertos del mundo; y
dió lugar a muchas especulaciones. Algunas de ellas las hicieron
autores que Neruda leía. Tal es el caso de Sir Arthur Conan
Doyle que escribió su propia versión y solución
del misterio en 1884; dato que también importa mencionar aquí
porque Neruda fecha los hechos relacionados con el buque de carga
María Celeste en 1882, orientándose en el relato de
Conan Doyle. Lo cierto es que la verdadera historia aconteció
diez años antes. Más pruebas de que Neruda se interesó
por ese gran misterio de los mares, son fáciles de encontrar
en sus memorias; y también en Isla Negra. Allí está
el tan bello y conocido mascarón de proa que lleva ese nombre.
Hay también pruebas de menor volúmen, que están
envasadas en botellas herméticamente selladas: los barquitos.
Antes de proseguir, para entendimiento de lo que plantearemos después,
mencionaremos dos datos periodísticos fechados en noviembre
de 1922. El uno recordó en varios semanarios de la época,
que se cumplía medio siglo desde que el María Celeste
zarpara el 7 de Noviembre 1872 del puerto de Nueva York. Pocos días
después, en alta mar, el capitán, su esposa e hija,
y todos los miembros de la tripulación, desaparecieron misteriosamente
de esa nave; inexplicablemente y sin dejar huella alguna.
Y el otro, que el 14 de Noviembre 1889, y también desde Nueva
York, había emprendido su sensacional viaje alrededor del mundo
la joven periodista Nellie Bly. El
motivo para rememorar el famoso viaje de Nellie Bly en las noticias
destacadas de 1922, fue que ese año había fallecido
la destacada pionera del periodismo femenino. Faltando aún
toda una década para la llegada del siglo XX, Nellie Bly dió
la vuelta al mundo en 72 días, superando sola y en carne y
hueso -sobre todo esto último, porque regresó a su punto
de partida con un pié fracturado- el literario récord
de Phileas Fogg y su criado Passepartout, famosos personajes del no
menos famoso Julio Verne; autor que queda así mencionado aquí
por segunda, pero no por última vez.
Dicho lo anterior, retomaremos el hilo relatando una anécdota
que cuenta Aldunate Phillips en su pequeña historia de Pablo
Neruda; se trata de una que, en el gran anecdotario nerudiano, solamente
él ha contado.
Arturo Aldunate Phillips recuerda que años después de
la construcción de su casa -no cita la fecha exacta, pero como
en su texto hay un claro antes y después del quinto aniversario
de su María Celeste, celebrado en 1958, se puede deducir que
fue un poco antes- Pablo Neruda le invitó para mostrarle un
mascarón de proa que había sumado a su colección.
Era, dice, la hermosa imágen tallada en madera de una joven
cuyo rostro tenía un parecido con el de Lucía, su esposa.
El vate llamaba María Celeste a esa figura, explicándole
que cuando así la bautizó ignoraba que su casa barco
tenía el mismo nombre. Considerando que lo lógico sería
que pasase por eso a poder suyo, Neruda le habría hecho la
oferta de cedérsela a cambio de un cuadro que él poseía:
un simbólico óleo llamado Los atributos del hombre,
cuadro por el que ya anteriormente el vate había mostrado gran
interés. La historia deriva en detalles relacionados con defunciones
y herencias. Pero en resúmen: no se llegó en esa ocasión
a un acuerdo de trueque del cuadro por la mascarona, y cada cual se
quedó con lo suyo.
No tenemos por qué poner en duda lo que en su libro relata
Aldunate Phillips. Pero sosteniendo, también sin duda alguna,
que ha de haberse tratado de otra figura; y no de la enigmática,
conocida, envidiada
y más bella de todas las mascaronas de proa, la nombrada María
Celeste en la colección nerudiana. De eso no puede caber a
nadie ni la menor duda. Porque nuestra afirmación tiene un
fortísimo sostén; que salta a la vista con sólo
mirar la ilustración de la portada del libro de Aldunate Phillips.
La fotografía de la mascarona que él allí identifica
como María Celeste -repitiéndola en la página
160- permite comprobar de inmediato que no es ella. La figura que
él identifica como María Celeste es Jenny Lind, el ruiseñor
de Suecia, la amada de Hans Christian Andersen.
¿Por qué esa confusión?. Ah!. Misterios nerudianos.
El evidente parecido de las facciones de Lucía de Aldunate
con las de esa figura, que incluso hace malpensar que hubiese sido
tallada así a propósito, es una rara curiosidad que
no debió escapar a la observación del poeta. Ello explicaría
por qué Neruda estuvo dispuesto a cedérsela a cambio
del cuadro. La, llamémosla por ahora "la auténtica",
María Celeste -que, como veremos, aún no poseía-
no la habría cambiado él por ningún tesoro del
mundo.
¿Cabría la posibilidad de que la verdadera María
Celeste fuese aquella con la que Arturo Aldunate Phillips ornó
en 1979 la portada de su pequeña historia; es decir, (Lucía)
Jenny Lind?. Esa pregunta se puede contestar con un rotundo no. Un
no, válido por lo menos a partir de comienzos de los años
sesenta. Porque en Una casa en la arena, editado en 1966 en
Barcelona, la María Celeste que aparece allí retratada
en todo su esplendor, es la que conocemos con ese nombre; la mascarona
más querida e historiada de toda la colección del poeta.
Dice el poeta, en éste libro suyo, muy anterior al de Aldunate
Philips:
"Alain (2) y yo la sacamos
del mercado de las Pulgas donde yacía bajo siete capas de olvido.
En verdad costaba trabajo divisarla entre camas desmanteladas, fierros
torcidos. La llevamos en aquel coche de Alain, encima, amarrada, y
luego en un cajón, tardando mucho, llegó a Puerto San
Antonio. Solimano (3) la rescató
de la aduana, invicta, y me la trajo hasta Isla Negra. Pero yo la
había olvidado. O talvez conservé el recuerdo de aquella
aparición polvorienta entre la ferraille. Sólo
cuando destaparon la pequeña caja sentimos el asombro de su
imponderable presencia.
Fue hecha de madera oscura y tan perfectamente dulce! Y se la lleva
el viento que levanta su túnica! Y entre la juventud de sus
senos un broche le resguarda el escote. Tiene dos ojos ansiosos en
la cabeza levantada contra el aire. Durante el largo invierno de Isla
Negra algunas misteriosas lágrimas caen de sus ojos de cristal
y se quedan por sus mejillas, sin caer. La humedad concentrada, dicen
los escepticistas. Un milagro, digo yo, con respeto.
No le seco sus lágrimas, que no son muchas, pero que como topacios
le brillan en el rostro. No se las seco porque me acostumbré
a su llanto, tan escondido y recatado, como si no debiera advertirse.
Y luego pasan los meses fríos, llega el sol, y el dulce rostro
de María Celeste sonríe suave como la primavera. Pero,
¿por qué llora?".
En Confieso que he vivido, agrega:
"Yo tengo mascarones y mascaronas. La más pequeña
y deliciosa, que muchas veces Salvador Allende me ha tratado de arrebatar,
se llama María Celeste. Perteneció a un navío
francés, de menor tamaño, y posiblemente no navegó
sino en las aguas del Sena. Es de color oscuro, tallado en encina;
con tantos años se volvió morena para siempre. Es una
mujer pequeña que parece volar con las señales del viento
talladas en sus bellas vestiduras del Segundo Imperio. Sobre los hoyuelos
de sus mejillas, los ojos de loza miran el horizonte. Y, aunque parezca
extraño, estos ojos lloran durante el invierno, todos los años.
Nadie puede explicárselo. La madera tostada tendrá talvez
alguna impregnación que recoge la humedad. Pero lo cierto es
que estos ojos franceses lloran en invierno y que yo veo todos los
años las preciosas lágrimas bajar por el pequeño
rostro de María Celeste".
Y reitera en Para nacer he nacido, mirando quizá una
fotografía que en 1964 aparece en Genio y Figura de Pablo
Neruda (Margarita Aguirre) "...de este largo cajón
parecido a un ataúd sale un dulce rostro de mujer, altos senos
de madera que cortaron el viento, unas manos impregnadas de música
y salmuera. Es una figura de mujer, un mascarón de proa. La
bautizo María Celeste porque trae el misterio de una embarcación
perdida. Yo encontré su belleza radiante en un bric à
brac de París, sepultada bajo la ferretería en desuso,
desfigurada por el abandono, escondida bajo los sepulcrales andrajos
del arrabal. Ahora, colocada en la altura navega otra vez viva y fresca.
Se llenarán cada mañana sus mejillas de un misterioso
rocío o lágrimas marinas".
Esas lágrimas, su frase: "La bautizo María Celeste
porque trae el misterio de una embarcación perdida ",
y un párrafo de un artículo suyo aparecido en 1966 en
la revista Ercilla y después en Confieso que he vivido:
"El maestro Hollander me deleitó también haciendo
para mí dos versiones de la María Celeste que desde
1882 se convirtió en estrella, en misterio de los misterios"
nos incitaron a anti-investigar estos enigmas, pero sobre todo esas
lágrimas...
También influyó el que en parte conociésemos
la historia del barco y la versión fabulada por Conan Doyle.
Y también porque conocimos al maestro Holländer. Aclararemos
primeramente ésto
último, haciendo gratos recuerdos a la manera de Aldunate Phillips:
Al sur de Concepción, cruzando el Bío Bío y siguiendo
hacia la Zona del Carbón, en el Golfo de Arauco a orillas del
mar, entre Lota y Schwager, está Coronel.Allí, en la
calle Los Carrera 254, vivió hasta comienzos de los años
60 el pintor don Tulio García París con su esposa la
señora Norma Albisini -Asistente Social de los mineros del
carbón- una hija y un hijo. Éste último fue compañero
de estudios del autor de éstas líneas en la Universidad
de Concepción. La casa de los García Albisini fué
una de las pocas que, en esa sufrida calle Los Carrera, no resultó
dañada por el terremoto
de mayo de 1960.
Ello permitió que los cuadros del pintor, sus dibujos, sus
libros y objetos, que tenía en gran número en esa casa,
se salvasen del cataclismo como si poco o nada hubiese sucedido. Para
alegría de Don Tulio, cuyo interés por todos los aspectos
de la cultura era -es, puesto que está vivo- inagotable. Por
muchos años, e inmejorablemente, representó él,
en Coronel y toda la zona, a la intelectualidad de su partido. La
importancia político-social de la Zona del Carbón, hacía
posible que a Coronel llegasen visitas de gran importancia. Justo
al lado de la casa de Don Tulio, en una casona que muchísimos
años antes se llamó Hotel La Bomba que sufrió
las consecuencias del sismo de tan mala manera que después
tuvo que ser demolida, estaba el Bar Restaurante Hidalgo, perteneciente
a un republicano español de gran actividad política.
Allí, en ese Bar que ya no existe, estuvo el gran pintor mexicano
Diego Rivera, el poeta Pablo de Rokha y mucha otra gente interesante.
Neruda estuvo en el Bar Hidalgo más de una vez. Una de ellas
se hizo acompañar por don Tulio García hasta una modestísima
vivienda ubicada a unos 800 metros del Bar, en una angosta callejuela
de arena apisonada que, sin ser una continuación, era, al límite
sur de Coronel, una especie de prolongación peatonal de la
Calle Los Carrera. En las ventanas de esa casita, utilizadas a modo
de vitrina, se exhibían para su venta unas manualidades que
maravillaban al poeta: los barcos que con increíble maestría
construía dentro de botellas don Carlos Hollander. Allí
vimos una vez al maestro.
Neruda
le compró toda una flota al maestro Hollander. Y, como habían
conversado en cada visita que le hizo, un día resumió
todo lo que sabía de él y escribió un artículo
que publicó en una revista de gran difusión; el poeta
presentó a don Carlos a todo Chile. Además, una vez
le hizo un doble encargo: construir un barco muy especial, el María
Celeste, dos veces. Por qué y para qué quería
tener el María Celeste por partida doble?; Neruda no lo explicó.
Y nunca nadie se lo preguntó. Don Tulio tampoco. Acaso fuese
para cambiar una, por otra vista por ahí. Pero, si así
fue, el trueque no se llevó a cabo; las dos botellas idénticas
están en Isla Negra. Podría decirse que, tallada o embotellada,
la María Celeste no se dejaba cambiar de buenas a primeras.
Don Carlos Holländer contruyó dos veces la miniatura en
el interior de una botella, sin saber si era igual
a la original. Porque, al no disponer de fotos u otros datos gráficos
de la nave, hubo de atenerse a descripciones; procurando que tridimencionalmente
le resultasen miniaturas que se viesen como probablemente se vió
la María Celeste del gran misterio de la mar. Lo mismo vale
para un grabado conocido desde hace muchas décadas; y también
para los sellos de correos de Gibraltar que muestran su presunta imágen.
Así reproducida, la María Celeste es y no es. En Gibraltar
se examinó la nave. Tratándose de exámenes que
pretendían aclarar aspectos judiciales y criminalísticos,
fueron protocolados minuciosamente por escrito. Se describe la nave
de proa a popa y de babor a estribor; en dichos protocolos no hay
mención alguna de que su proa estuviese adornada con un mascarón.
Es decir, carecía de adornos de ese tipo.
Ésto no debe hacernos pensar que Pablo Neruda asegurase lo
contrario; o que pretendiese hacer creer que él poseía
en su colección, la mascarona de proa de aquel navío.
Nada de eso. En los párrafos citados anteriormente queda clarísimo
que descubrió esa muñeca de madera en una parisina Brocanterie
del mercado de las pulgas; y que pensó -o puede que así
se lo dijese el comerciante que se la vendió- que había
ornado en tiempos pasados la proa de una embarcación fluvial
del Sena, una nave desaparecida para siempre. Tal vez fuese eso lo
que más le interesó. Las naves de río tienen
importancia en la biografía del poeta; a bordo de una de ellas
descubrió el mar.
Desde Carahue a Puerto Saavedra navegó Neruda antes de ser
Neruda; y después también.
Eran embarcaciones que carecían de mascarones; pero tenían
ojos. El Saturno, por ejemplo, devoraba con sus ojos de proa, al flacuchento
y soñador adolescente que esperaba ansioso en el muelle, unas
cartas que quizá viniesen a bordo. Y si no era el Saturno,
era el Cautín; o el Naguilán; o la Estrella del Sur.
Pero el Saturno fue el que le hipnotizó con sus ojos. Por eso
nunca lo olvidó, aunque no haya muchas pruebas de ello. Después
del terremoto de 1939, la navegación fluvial por el río
Imperial, desde Carahue a Puerto Saavedra, se redujo a un mínimo;
y luego desapareció con todas sus naves. Incluso El Estrella
del Sur desapareció; de nada le valió que llevase el
nombre de una novela que Neftalí Reyes o Pablo Neruda leyó
un verano en Puerto Saavedra*: La Estrella del Sur, de Julio Verne.
Volvamos a lo que nos ocupaba: al mascarón llamado María
Celeste. Sarita Vial y Alain Sicard coinciden en señalar que
esa figura de madera descubierta en París, debió llegar
a Isla Negra en los primeros años de la década del sesenta.
Alain Sicard, amabilísimo como siempre, confirma lo dicho por
Neruda en Una casa en la arena y responde a nuestra pregunta
acerca de "aquel coche suyo" diciéndonos que era
su Renault cuatro cuatro de entonces, nada lujoso pero cómodo
para ese tipo de menesteres. Sarita(4),
por su parte y con su sin par simpatía, nos cuenta que, orgullosísimo,
Pablo Neruda le presentó a la recién llegada María
Celeste en Isla Negra, que de inmediato ocupó un especial lugar
en su casa. Nadie sabe cómo se llamó en Francia la muñeca
de oscura madera, y de ojos de porcelana que a veces lloran. El hecho
es que Neruda la bautizó -o rebautizó-
María Celeste en Isla Negra. Sin que ello signifique que el
desguazado barco de cuya proa se la desmontó para que, después
de quizá qué peripecias, fuese a dar al mercado de las
pulgas de París y desde allí a Chile, haya tenido que
llamarse también María Celeste. Tampoco la figura de
su colección que (¿después de haberse llamado
María Celeste?) lleva el nombre de Jenny Lind,perteneció
al barco que llevó ese nombre; el poeta se tomó la poética
libertad de llamarla así, aunque poco parecido tenía
con la famosa sopranista; de la que Hans Christian Andersen se enamoró
perdidamente. La auténtica figura de proa, hecha a imágen
y semejanza de Jenny Lind, el ruiseñor de Suecia, existe. Sí;
existe y está a buen recaudo en un Museo que no es el de Isla
Negra. Neruda debía saberlo; pero, como poeta, tenía
licencia para bautizar o rebautizar sus juguetes, casas, amores, etc.,
tal y como se le diese la lúdica y poética gana. Creemos,
por ejemplo, no equivocarnos al decir que si bautizó Isla Negra
a Isla Negra, fué porque cuando visitó el lugar por
primera vez, más que la casa fue el paraje lo que le fascinó,
al recordarle vivamente el lugar desde el que algunos años
antes, en oriente, como un Sandokán en Mompracem, veía
la Isla de Sumatra; en una de las cartas que desde allá envió
a Eandi, denomina Isla Negra a Sumatra.
De tanto divagar y elucubrar acerca de éstas y otras cosas,
y de consultar una y otra fuente de información e imaginación,
no nos dimos cuenta hasta mediados de noviembre de que el año
2005 tocaba a su fin. Ésto transformó todo el asunto
en una urgencia. Porque el 2005 es el año de Julio Verne!.
Era
necesario pues, escribir y publicar, en lo que restaba de año,
ésto que ahora el sufrido lector está leyendo.
Revelaremos pues, para terminar, qué queremos decir con ésto.
Señoras y señores: sumándonos a los homenajes
rendidos éste año a Julio Verne (en ocasión del
Centenario 1828-1905/ 2005), vamos a dar a conocer el nombre original
de la bella figura de madera que Pablo Neruda, cuando la sacó
de la caja en la que había cruzado los mares para llegar a
su destino en Isla Negra, rebautizócon el nombre María
Celeste. No nos vamos a extender en detalles relacionados con los
métodos empleados para llevar a feliz término ésta
holmesiana anti-investigación; el tiempo apremia y la contundente
prueba gráfica que ofreceremos, habla por sí sola. La
nerudiana figura de proa de una embarcación del Sena, que en
la colección de Isla negra se llama María Celeste, llevó
en Francia el nombre de una dama muy joven y bella -además
de muy valerosa- que visitó un día en su casa de Amiens
a Julio Verne para comunicarle que estaba dando la vuelta al mundo
al igual que Phileas Fogg; pero muy segura
de poder hacerlo sola y en menos de ochenta días. Y, puesto
que efectivamente lo logró, se hizo famosísima en su
tiempo; aunque hoy ya casi nadie recuerde su extraordinaria aventura.
Con su nombre se bautizaron locomotoras, barcos, coches y otros medios
de transporte: Nellie Bly. Éste nombre, tomado de una
canción del popularísimo autor de Oh, Susana,
cuyo nombre tampoco recuerdan muchos, fue el nom de plume de
Elisabeth Cochrane; jovencísima periodista del New York World,
el famoso diario de Joseph Pulitzer. Su nombre de familia hace pensar
que Nellie Bly pudiese tener un parentesco con Lord Cochrane, pero
no es así. Por cierto, Julio Verne nombra a -nuestro-
Lord Cochrane en el capítulo III de El Archipiélago
en Llamas, publicada junto a La Estrella del Sur. Pero
eso corresponde a otra historia, que nada tiene que ver con la que
ya estamos terminando de relatar.
El regreso de Nellie Bly a New York, el 25 de enero de 1890, fue celebrado
en Broadway apoteósicamente. No era para menos: Nellie había
tardado 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos en dar la
vuelta al mundo!!.
La espectacular noticia llegó por cable a Amiens ese mismo
día; y le fue comunicada de inmediato a Julio Verne.
En Francia, un artista, cuyo nombre hoy ya no se conoce, talló
magistralmente, en madera de encino de Amiens, un bellísimo
mascarón de proa para una embarcación fluvial francesa,
en homenaje a esa joven, casi una niña; y a Julio Verne.
La figura tallada a imágen y semejanza de Nellie Bly, resultó
de un parecido asombroso. Muchos años después, en un
lejano país, la figura lloraría; porque todo aquello
que le dió fama un día, cayó en el olvido. Y
porque el barco fluvial cuya proa ornó, desapareció
del río para siempre. Y, sobre todo, porque allí, en
el otro extremo del mundo, aunque muy querida y admirada, la llamaban
-quizá también para siempre- con un nombre que no era
el suyo: María Celeste.
Por eso lloras, Nellie Bly!
_______________________________
NOTAS
(1)
Publicada posteriormente en forma de libro por Editorial Nascimento.
(2) Prof. Alain Sicard. Gran estudioso
de la obra y amigo de Neruda. Poitiers, Francia.
(3) Manuel Solimano, `el gran cacciatore';
genovés chileno, gran amigo de Neruda.
(4) Sarita Vial. Poetisa y periodista.
Autora de Pablo Neruda en Valparaíso, gran amiga del vate.
(*) ...yo me nutría de Salgari y Julio Verne en Puerto Saavedra
(P.Neruda, entrevista BBC Londres).
Principales Obras consultadas:
- Obras Completas de Pablo Neruda. Tomos
I -V. (a cargo y con notas del Prof.Hernán Loyola).
- Las Furias y las Penas. Tomos I y II. David Schidlowsky.
- Obras Completas de Julio Verne.
- Mi pequeña historia de Pablo Neruda, Arturo Aldunate Phillips
Santiago, Editorial Universitaria, 1979