EL HILO 
            Aquel laberinto lame sus adoquines. 
              Descubre el himen 
              y el espejo de unos lazos. 
            En  la vieja ciudad, Ariadna
               pasa entre sus muslos el hilo                                                                                              
              antes  de entregarlo como un mapa
            y  brinda por un nómada corazón, 
              por  la esmeralda, 
              por  las huellas encendidas del tigre. 
                              
              El  carnaval cuelga de los balcones, 
              mitad  incógnita, 
              mitad  de un viaje en el asombro.
             
             
            LAS MANZANAS SOBRE  LA PIEL
            ¿Dónde está el corazón  escindido?
              Un año causal entra  sorbiendo a Eros.
            Que suene el saxo, que  no se detenga,
              que caiga toda la nieve  que antoje
              y duermas a mi lado.
            Voy a donde no haya  estado antes
              y el cielo me levante de  la tierra,
              me cante una larga  balada
              antes que devore la  fibra mía en cada elemento.
            Es el sabor de las  manzanas añejas  
              sobre la piel de los  treinta,
              la limosna de algún  dios.
             
             
            EL NOMBRE DE SUS  AMANTES EN LA OSTRA
            Su infancia fue la  lluvia.
              Creció entre ciudades y  casi paraísos.
            Su presencia era flecha,  instante de luna,
              cuenca  y cauce, amaneciendo.
            Muchas veces pensó  escribir 
              el nombre de sus amantes  en la ostra
              y no mirar atrás el  fatídico desenlace.
            Sus aliados fueron el  distante almendro,
              el ovillo con que tejía  sus días y sus noches.
             
             
            DEL HOMBRE, SU SABOR A NECTARINA 
            Recoge las redes y  descubre con exactitud 
              el rumbo del viento, 
            si la piel de la fruta  se oculta a tu boca, 
              se debate ahora por el  deseo o la fuga. 
                          
              ¿Es que hay algún  insospechado lugar 
              para este mástil  vagabundo? 
                
              Tierra íntegra, cuerpo  donde acostar tu bruma, 
              tu flor,  tu antorcha, en la gustosa hoja de la vid.
            Recoge las redes y ama  la semilla del instante 
              y siente y abraza del  hombre su sabor a nectarina. 
             
             
            DE TU  CUERPO AL MAR 
            De  tu cuerpo al mar hay sólo un beso 
              que  permanece en la distancia como ola, 
            de  tu cabello enhebrado de luna 
              a  la noche del agua. 
                   
              Esbelto  y destellante lo que tu cuerpo 
              encubre,  guarida y luz implacable, 
            morada  del fuego y pirueta, 
              la  cúspide de cualquier estación, 
            los  puentes no cruzados                            
              y  los caminos que esperan, 
            una  costa dorada o 
              un  desierto indescifrable,
            tu  celeste cuerpo, 
              oliendo  a tierra después de la lluvia, 
            la  fuga ritual del día 
              cuando  pongo en mi boca al mundo.
             
             
                              UN ASTRO FUGAZ SE PASEA POR SU SEXO
            El instante, que no  tiene velos ni celda ni siquiera piel para mutar,
              se posesiona de sus labios  y rasga el disfraz.
            Inaprensible es el beso  de la muerte a nombres,
              a ocupaciones viejas, a  horas laborales.
            Cada latido, una  vivencia cumplida en la marea,
              un barco de luces que  parte, desata hilos.
            Recordándose a sí misma,  busca el blanco toro,
              los acantilados, la  tranquila soledad que no le duela.
            Un astro fugaz se pasea  por su sexo
              y come del misterio sus  algas.
             
             
            DE LA NOCHE AL ALBA 
            Será  mi nombre crisálida,
               bruja, Mar del Egeo. 
                
              Dirán  del poeta que no tema 
              que  de la noche al alba 
            conmigo  copuló 
              mientras  reía olvidándose como un río. 
            Reinventándonos a plena luz, 
              entre  blues y agua,                                  
                         
              bebimos  una abierta frontera, 
              la  hazaña de nuestra propia conquista. 
                     
              Mejor  danza no la hubo en nueve lunas 
              ni  fuego  ni  constelación para nombrarla.
             
             
            EMBRIAGADA DE SABERSE SOLA, CAMBIANTE
            La mañana de invierno  siempre ha sido
              una indecisa amante del  mar.
            En fuga, nada más  apetecible que la vastedad,
              el nutrido cuerpo de  vida y sal, de horizonte y destello.
            La mañana insinúa besos,  olvidos, libertades…
            Su desnudo paso  transitorio
              lame los hombres que  faenan sobre el agua.
            Acomoda las barcas sobre  el vaivén de su piel
              y se tiende embriagada  de saberse sola, cambiante. 
             
             
            EL CÍRCULO DE LA  SERPIENTE
            Alto el mar, su  impulso sobre mi lengua
              nace entre las cosas que  casi duermen.
            Un estrecho margen  ceñido de fechas asoma
              como astro funesto,  espina y lumbre que desea
              la cintura del tiempo.
            Algo han de cuidar los  días,
              ahora que el dardo no va  a mi costado.
            Mi propia pasión golpea  hasta enmudecerme,
              me arroja distante otra  vez.
            Roto el hechizo, queda  el mar.
              Responde azul y alza su  vaso único al olvido.
            La noche tiende sus  algas mientras camino. 
              Desasida de nombres, protejo  mi círculo de la serpiente.
             
             
            LA DANZA 
            Sobre  mi último aliento 
              que  dancen palomas y estrellas en el mar, 
            la  primavera de los hombres bellos 
              y  el alba.
            Testigo  de lo que acontece, que dance 
              el  aroma  difundido del momento, 
            los  peces de fuego 
              que  nacerán de mi madera. 
                
              Oh,  dulce sortilegio y abandono, 
              fragmento  de cielo imperfecto, 
            el  nombre ancestral de los días, 
              que  dance.