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Sabato radiactivo


Por Sonia Lira
La Tercera Cultura. Sábado 18 de octubre de 2008

 

Ernesto Sabato (1911) caminaba de un lado a otro por el patio de su casa ubicada en Santos Lugares, Buenos Aires, cuando una visión lo paralizó por completo. Era junio de 1998, la escritura de sus memorias lo tenía agotado e insistía, una y otra vez, en una extraña enfermedad que lo estaba dejando ciego. Por eso, cuando se detuvo de improviso tras sorprender a una rana camuflada entre el follaje y exclamar "¡Pobrecita criatura, es tan inocente!", el primer pensamiento que asaltó a su interlocutor fue que este señor no tiene tan mala vista después de todo. Su obsesión con la pérdida de la visión, plasmada en Informe sobre ciegos, correspondía en realidad a una especie de coquetería intelectual; a una forma de continuar esa complicada y ambivalente relación que el escritor mantuvo con su compatriota Jorge Luis Borges, ciego desde temprana edad.

Hoy, cuando Sabato se acerca a los 100 años, es probable que sus ojos ya no puedan observar con nitidez anfibio alguno en su jardín. Quizá ni siquiera consiga escribir en aquella máquina que conservaba en el estudio y que por entonces sólo cobraba vida gracias a la memoria de sus dedos. Se trataba, en efecto, del mismo aparato donde puso punto final a los dos ensayos ahora reeditados por Seix Barral: Uno y el universo (1945), y El escritor y sus fantasmas (1963).

Uno y el universo fue su libro inaugural. Decepcionado del mundo de la ciencia -al que renunció unos años después de doctorarse en fisica, en 1938- decidió dedicarse profesionalmente a la escritura. No cuesta imaginar a Sabato mientras realizaba una beca en el Laboratorio Curie: entre electrómetros y probetas, de pronto un pensamiento cualquiera lo distraía del mundo abstracto de la ciencia. ¿Qué hacía Sabato investigando radiaciones atómicas en París? Para los lectores de sus ficciones puede parecer un sinsentido. Pues para el autor también: decidió escribir un ensayo y denunciar la idolatría de Occidente por la razón y por un progreso, que ya estaba en entredicho. Claro que Sabato es Sabato y, a pesar de su escepticismo, finalmente reconocería el valor de esta disciplina como "una escuela de modestia, de valor intelectual y de tolerancia: muestra de que el pensamiento es un proceso, que no hay gran hombre que no se haya equivocado, que no hay dogma que no se haya desmoronado ante el embate de los nuevos hechos".

Uno y el universo es, además, un diccionario de términos científicos y filosóficos; o una mezcla de ambos, donde se da espacio para divertimentos del estilo "Gengis Kant: bárbaro conquistador y filósofo alemán".

En sus páginas también desliza algunos de sus delirios por personajes como Dalí y Borges, en el apartado de las expresiones que comienzan con la letra "D" y "B", respectivamente.


Héroe de chicos dark

Pasaron 18 años, Sabato ya había publicado dos de sus novelas fundamentales -El túnel y Sobre héroes y rumbas- y es el oficio de escribir lo que ocupa sus pensamientos. Sus reflexiones tomaron cuerpo en el ensayo El escritor y sus fantasmas, especie de diario donde aborda las miserias y grandezas de la literatura.

El mismo Sabato que escapó de las arideces matemáticas para acabar rendido ante sus amigos surrealistas, ahora toma distancia de este mundo. Dispara contra Dalí -a quien llama "farsante"- y otra vez aparece Borges: lo admira en una línea para en la siguiente ignorarlo y terminar aceptando su genio a regañadientes.

En ambos volúmenes asoma la voz del profesor cascarrabias, pero afectuoso, que usa Sabato para dirigirse a sus lectores. Su tono es pretendidamente trágico y tremebundo, lo que explica que una tira de historietas argentinas lo presente como el héroe de un adolescente dark. Como si un cómic chileno incluyera a un chico emo cuyo superhéroe es Armando Uribe.

A 35 años de escribir El escritor y sus fantasmas, mientras paseaba por su casa de Santos Lugares, a Sabato lo perseguían las mismas obsesiones. Luego de ver la rana, recordó que estaba quedando ciego y algo dijo sobre Borges para enseguida cambiar olímpicamente de tema. "Inocentes criaturas", exclamó y dio por terminada la conversación.

 

 

 

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Por Sonia Lira.
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