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CUADERNO DE
BITÁCORA
Me parece haber seguido un camino brusco y accidentado,
sobre todo en lo referente a las actividades que me ha tocado
realizar. No es raro en este medio, en estas sociedades tecnocráticas,
en que todas las relaciones humanas se desprenden como la ropa
interior de las parejas antes del amor, paulatinamente, para dejar al
fin al individuo, hombre o mujer, absolutamente listo para lanzarse de
cabeza al mercado de trabajo lo más pronto posible.
En la
tierra en que he nacido, rodeado de mujeres altas y cimbreantes, con
rasgos polinésicos, y que ostentan la mancha mongólica en la base de
la espina dorsal, en un territorio que es como una lonja de pasto
cortada cuidadosamente por la pala del jardinero, aprendí a exprimir
mis propios excrementos, como todos los niños hacen. Más adelante
descuartizaba insectos o bien los quemaba con ayuda de la lupa de mi
abuelo materno. Junté cajetillas de cigarrillos y jugué al trompo y a
las bolitas. En la adolescencia comencé a leer y a masturbarme. Cuando
recorro el sector céntrico de estas ciudades boreales todos mis
cabellos están erizados como antenas, prontas a captar las ondas del
entrecruzamiento activo-vengo de la clase media-de las diferentes
instancias de la emulación en la tarea a realizar, ya sea en las
entrañas de una bodega que sólo funciona con luz artificial y donde un
amigo mío cosecha hongos. O en las oficinas, que antes limpié todas
las tardes, con botellas de whisky en algún anaquel.
Entre las
relaciones que frecuento pueden encontrarse secretarias de bellas
piernas largas y voces roncas, profesoras de inglés, siempre a la
espera de la nueva oleada de inmigrantes varones. Hijas de directores
de escuela, que por tradición suelen estudiar en la universidad y en
los momentos de reflexión en que se preparan para las tareas del día,
encerradas en el baño haciéndose la toilette, se ven escindidas entre
el deseo de casarse con un intelectual o un hombre de negocios. Como
variados saltamontes se dirigen hacia las tareas del día los miembros
de esta raza de piernas largas.
II
Cuando ya no observaba tanto y no vivía tan rápido, es
decir cuando comencé a acercarme a la madurez, rápidos cambios
rasgaban el cadáver geográfico de mis antiguos territorios. Que no
sonmíoss. Es una manera de hablar. Más exactamente, fui expulsado de
los mismos de una manera que no podría recordar y menos aún hablar de
ella. Iba todo el tiempo a la Biblioteca Pública. Vivía en el centro,
donde la comida, el trago, las estampillas y la locomoción estaban a
la mano. Yo, el mismo que en años pasados acarreó una porción
importante de su propio peso sobre los hombros a través de los
terrenos más accidentados, los pantanos más pestíferos. Allí fue (no
en los pantanos, en la Biblioteca), que un libro cayó en mis manos de
la manera más casual. Cuando hacía que trabajaba en una recopilación
detallada de los títulos y temas de unos libros que me interesaban
sobremanera, seguía cada movimiento de una niña que trabajaba allí y
que arreglaba, utilizando una escalera portátil de tijera, el desorden
que dejaban los estudiantes secundarios que, bajo el pretexto de hacer
tareas, utilizaban la Biblioteca como un campo para su concupiscencia
furtiva y marginal. En este hemisferio, gracias a sus ingresos y su
número creciente, me han expulsado de las tabernas que frecuentaba
antes. Pero ése es otro capítulo. Andaba con anteojos negros y miraba
a esa niña y sus piernas, allá arriba, cuando el título en letras
rojas de un volumen encuadernado en negro asaltó mi imaginación,
haciendo que eruptara en mi cabeza una marejada de pasados estudios en
otros Templos del Saber, como un volcán que diezmara una islas
densamente pobladas. "Dependencia y desarrollo" , por un autor con un
nombre ustedes no podrían pronunciar, cuya fama se disolvió hace
algunos años, y cuya misma existencia es negada por algunos.
Acostumbraba a decir que el se bien el Centro se mueve lentamente, la
Periferia se mueve bastante rápido. Desde entonces, he tratado de
imprimir a los movimientos de mi vida cotidiana un ritmo frenético
hace mucho desaparecido, lo que es muy duro para mi estado físico
actual. Lo soporto en silencio. En busca de un vínculo con mi vida
pasada y llevado por un espíritu de deber moral, eso es lo menos que
puedo hacer.
III
Porque en realidad es triste la situación de los
exilados, toda esa gente que ha perdido sus raíces, que no tiene el
derecho a vivir en su patria, desarraigados, expulsados de su dulce
patria natal
-Ya sea en la ya moribunda Europa, donde
sobrellevan variados modos de existencia, pero ya asimilados como las
larvas en las lonjas verdes del mejor queso, en ese continente que
desarrolló una tan importante civilización y cultura. Todos debemos
volver la cara hacia Europa, enarbolando como una bandera una
expresión de profundo respeto. Los exilados españoles y griegos
recorrieron los alucinantes y sin embargo calmos paisajes naturales de
nuestra América Morena, rodeados del cariñoso afecto de nuestros
hermanos de raza, tan hospitalarios. Como industriosas abejas, los
provenientes de la Europa del Este y los alemanes aunaban esfuerzos
cada uno por su lado, junto a árabes y judíos, hermanados en el noble
afán de conseguir un bienestar económico, un pasar, que legarle a los
hijos. Una curtiembre, una industria textil. Los más furibundos
anarquistas de inconfundible perfil vasco y boina fueron enterrando
las banderas negras como una armada de murciélagos claudicantes.
Tomando en cuenta la impaciencia de los naturales, tan
atraídos por las novedades, su desorganización alegre y esa concepción
de mundo que se abría como una ambigua flor invisible cuyos pétalos
fueran los lóbulos del cerebro del continente. "Pasémoslo bien total
nos vamos a morir de todas maneras", dice el vulgo en sus remoliendas
y farras. Chile, un joven gañán sanguíneo y fornido, que duerme largas
siestas, que come demasiada carne, como decía Vicuña Mackenna. Los
indígenas, que, similarmente a los de la parte Norte del continente,
según Sergio, atesoran su cultura resentida a espaldas del
conquistador colono. "En esta tierra de salvajes hemos de construir un
nuevo hogar", decían los conquistadores. En México y en otros países
florecieron las empresas de exilados. Chile no es un país para eso.
Esta morosa historia viene a cuenta si consideramos el motivo de esta
disertación. Las viscicitudes del personaje se derivan en parte, sino
totalmente, de sus antecedentes genéticos y sociales, de su condición
de trasplantado, de una biografía que se entrecruza como la prole de
dos pájaros, uno negro y otro blanco.
IV
Esta
démarche, como dicen los franceses, puede ser considerada como una
empresa moderna. No sólo a nivel de aeroplanos y rascacielos, la
búsqueda inalcanzable por parte de los científicos del Rayo de la
Muerte, cuyo secreto se dice que poseían los nazis. En muy cierto que
en los estudios situados en Norteamérica, en Soho, Montréal viejo, las
Rocky Mountains, los pintores producen una pintura fatigantemente
abstracta, mientras el sol entra a raudales por los enormes
ventanales. Todo artista que se precie debe habitar una gran casa
atiborrada de todo tipo de objetos artísticos y culturales. Cuando se
es famoso se pueden conceder entrevistas en esas casas. Así los
periodistas tienen algo más de qué ocuparse, especialmente los
reporteros gráficos. Porque a la postre-qué lata-todos los hombres
somos iguales.
Es la post modernidad lo que hace a los jóvenes
vestir de un modo tan llamativo mientras ejecutan la parábola de una
violencia que en secreto detestan. La combinación del hit y de la
imagen dejaría con la boca abierta a Bretón o al Marqués de Sade.
Mirando los videos, Rimbaud tendría un entretenimiento mucho mejor que
mirar postales y hojear catálogos de
florerías.
V
Parece que
ya no tenemos la energía ni las ganas de arrugar todo esto como un
kleenex, o como quien apaga un pucho. Mientras se tararea una música o
se escucha, mientras se mira a la gente que entra y sale del café,
para ver si viene algún conocido.
Porque no tenemos la
necesidad de hacerlo y por eso mismo es que tenemos los medios de
hacerlo, como el Roberto que se pasa el día en cama en Montréal
mirando la tele, fumando, tomándose un traguito. Y yo le decía el otro
día que leyera alguna cosa sobre la explotación en nuestros países y
él decía "Esto lo sabe todo el mundo". Los hay que se levantan o se
mueren. No nosotros, que somos como los saltamontes que siempre
podemos pegar un salto (hacia otra tierra, hacia adentro). Siempre nos
queda el olor del sexo, las delicadezas enervantes del afecto, que
alumbran la oscuridad de la mente como luciérnagas de fuego. Hagamos
un esfuerzo. Mira. Hagamos algo que sea. Ya no volveré a tocar temas
trascendentales. Ya no hay asuntos trascendentales. Todo lo que
aparece en los libros depende del editor y de lo que se dice en las
aulas. Del presupuesto de la universidad. He traicionado tu confianza,
parece, con esta última afirmación. Mejor terminemos antes de pasar
adelante. Volvamos cada uno a nuestra posición inicial.
VI
Hay una
nueva intención acurrucándose, como un feto prematuro, detrás del
vértice que forma la intersección de los dos senos frontales sobre la
nariz. Nuestra, es decir, de nosotros. Como que parece que llegó el
tiempo de dejarse ir un poco loose, como se dice por aquí, o terminar
con úlceras. No nos vamos a resignar a vernos atados de pies, o con
anteojeras. No de manos, ya que en realidad no estamos haciendo nada.
Es muy difícil poder incluso expresarse. Uno empieza aclarándose la
garganta con la mejor de las intenciones, cuando ya los contertulios
dejan que sus ternos se conviertan en corazas, y nos devuelven cada
una de las palabras proferidas en forma de tábano o de cualquier bicho
dañino. Más adelante se reunirán en conciliábulos, cuchichearán
juntos, pese a ser los únicos en la sala de reuniones, y menos que
nadie yo, para emitir juicios condenatorios. Luego el lunes, algunos
de los más circunspectos mandarán algunas cartas prohibiendo la
pronunciación (no pronunciamiento) de nuestro nombre, la escritura de
nuestras iniciales, por cualquiera persona que se respete en los
cuatro ángulos del mundo.
VII
Pese al
postcolonialismo, no se puede desacreditar demasiado al pensamiento y
la cultura occidentales. Después de todo, ella es la que nos brinda el
puchero. "Cómo se podría justificar en otro tipo de sociedad esta
enorme preocupación por mí mismo"-Eso me decía un amigo que no puedo
nombrar, mientras consideraba en forma resentida el subordinado papel
de los poetas frente a los funcionarios del partido, única elite
permitida, ahora pasada a economía-luego de un corto viaje a los ex
países socialistas. El día comenzaba a enfriarse, en un proceso común
aquí e inconcebible en otras latitudes: Amanece bastante agradable, y
a medida que avanza el día comienzan a manifestarse el viento y el
hielo. Yo recordaba uno de los motivos que me impulsaron a buscar una
salida al cabo de tanto tiempo, como una especie de gusano que duerme
dentro de un tubo de fibra contráctil, y se producen dos fenómenos,
sin que podamos decidir el que tiene precedencia. O bien el gusano se
hincha de tal forma que tiene que salir del tubo mientras puede. O
bien el tubo comienza a estrecharse. Hubo un tiempo en que comencé a
frecuentar los congresos y los mítines que se llevaban a cabo en los
diferentes centros del saber. Había un hombre joven que mostraba una
fácil y liviana erudición en cada tema que le tocara en suerte. Era
como si la atmósfera se poblara repentinamente de abejas. Recuerdo que
a veces los conferenciantes perdían el sentido de la
realidad.
El sujeto mencionado anteriormente solía decir por
ejemplo "¿Alguien tiene un cigarro?", e inmediatamente se levantaba un
sabio de espejuelos y barba y decía "Como dice el señor x, aquí
presente ¿Quién tiene fuego?"
Y como uno que ha venido de otras
latitudes donde cada evento es como una flor que brota, es decir, que
pasa sobre todo a nivel visual, y no hay mucha necesidad de emplear
muy a fondo la materia gris del cerebro, sino más bien hay que dejarse
llevar por el tipo de matiz que baña lo que está pasando, cosa que
sobre todo compromete a la pupila.
Los días pasaban sobre
nuestras cabezas imponiendo un tiempo natural, como una cúpula de luz
lenta, que abolía todas las inquietudes de cada uno de los brotes
individuales de vida, y los mayores, quizás sin esperanza, brotes de
vida colectiva, sin que ayudara a los llamados individuos, como
prismas de muchas aristas, a desarrollarse más allá del nivel de
pequeñas florecillas, como las nomeolvides-antes decorativas que
imponentes-, y que se atrofiaban tan pronto brotaban de la tierra, al
recibir esa luz pesada de que hablábamos.
Si el vecino me
hubiera dicho, mientras regaba su antejardín con una enorme regadera,
a mí, que era ya casi un adolescente, y regaba las rosas del huerto de
mi madre, rodeado de gorriones que volaban y de gatos que ronroneaban,
que él había decidido ésto o aquello, que sus derechos eran éstos o
aquellos, yo lo hubiera mirado con desconfianza y sorpresa, le hubiera
vuelto la espalda y hubiera corrido a refugiarme en el regazo de las
mujeres de la familia; la tía que había decidido vivir para siempre
entre la infancia y la adolescencia, la abuela de frente leonina y
estirpe incierta, un ojo verde y el otro pardo, que indicaban una
profusa presencia étnica, tema nunca discutido en el país. La madre de
mirada terrible y boca dulce, de enorme comprensión soleada y
despreciables y pequeñas obsesiones, como pequeños animales
inidentificables, tan sólo contradiciendo algo ese mismo sol, o quizás
justificándolo.
He sacado ese mismo tipo de mentalidad, cuya
santidad clara y un tanto fría nos impulsaba a una especie de Nirvana,
a la inmovilidad, que es lo mismo, por si alguien no entendiera el
término. Pasaba los días sentado en las gradas del porche, entre el
comienzo de la temprana primavera y el final del prolongado verano,
mirando hacia los terrenos baldíos que se extendían sin tregua tras
los barrotes de fierro forjado de la reja del antejardín.
Espiando la llegada de los circos, siguiendo con la vista los
movimientos de las mujeres que al inclinarse en forma descuidada
dejaban ver un buen pedazo de muslo, o a veces más.
Mirando los
cerros que a la distancia cerraban en forma total esos mismos campos
baldíos, bañado en una luz que era como una justificación y aceptación
de todo, en que los estudios pasaban como vilanos llevados por la
brisa y las personas como hojas llevadas por la brisa, y mi cuerpo de
dorada estatua de casi la apariencia de un Buda Joven era cuidado por
esa gente
madre hermanas abuelas tías criadas, que eran como la
materia viviente de esa casa, de la que sin embargo fui expulsado más
que nada por la mano de la genética, que plantaba ralas flores negras
en los trigales, soltaba negras cucarachas en los algodonales, en un
proceso largo y sostenido que en realidad comenzó en el nacimiento,
pero que vino a completarse bastante más adelante, una vez alcanzada
la adolescencia. Quizás se trata de un mal endémico de nuestra
población. ¿Porqué no podemos vivir tranquilos?. Nuestras generaciones
se diferencian por sus diversas maneras de explotar, pero somos muy
palabreros. En realidad, con toda esta violencia contenida, no hemos
llegado nunca a ninguna parte. Una suerte de desinterés por el mundo
se apodera de nuestras frentes sureñas una vez pasada la más inmediata
juventud. Todo nos parece poco. Nos produce una especie de risa
sardónica la simple y endeble utopía de otros pueblos encaminados en
la acción. Sólo nos movemos a la postre por sentimientos
morales.
Entonces, como dije, luego de dejar caer la regadera,
corrí hacia el interior de la casa, atravesé sus portales, pisando ese
piso de mosaicos lleno de figuras semejantes a las del ajedrez, pero
en un color más claro. Crucé esos pasillos y atravesé esos salones d
ventanales amplios y siempre hospitalarios, uno vuelto hacia la salida
del sol, otro hacia el poniente.
Y me aproximé a mi tío, de una
alegría histérica y sin embargo cálida, de bigotes, y ojos suaves bajo
el cráneo dolicocéfalo. A mi abuelo inválido e infinitamente viejo,
sentado en su sillón de mimbre con el bastón al alcance de la mano, de
enormes y fríos ojos azules y orejas sefarditas, no muy distante de
los caballeros ingleses que beben whisky semirrecostados en sillas de
reposo en los porches de casas no muy distintas a las nuestras, pero
situadas en los tres continentes que ellos conquistaron (Es que la
influencia inglesa es todavía fuerte entre nosotros)
A ellos me
dirigí en busca de consejo. No podía concebir el absurdo de querer ser
algo único, que no lo son ni las casas, ni los innumerables pedruscos
que componen la cordillera, ni las estrellas, ni la gente, ni los
sauces a orillas de mares y lagos.
VIII
Ese don
sólo podía venir de las oscuras cohortes de la Iglesia, ahora un tanto
dulcificada, desde que decidió mezclar un poco de vino en su vinagre.
¿Puede un sujeto saltar como langosta hacia lo que aquí llamamos
individuo o persona?. El girasol que sólo se manifiesta en su plenitud
rotatoria y amarilla-redonda, contradiciendo nuestras concepciones del
buen gusto en el fondo románticas, con su enorme corola de dibujo de
niños. Pero lo que nos interesa recalcar a modo de comparación es que
sólo el sol, algo externo y que viene de arriba, lo hace girar en su
dirección. Como el amante de Aristóteles mueve al amado, si es posible
la expresión en forma más exclusiva que como lo hicieron los árabes,
que también-y porqué no decirlo-entran en nuestra cultura, y por la
puerta ancha, y con caballo y todo.
O se recurre al corte y la
vigencia del traje, el corte de pelo en las reparticiones públicas.
Pablo de Rocka parecía profesor primario. El joven hace la práctica en
provincias, vestido de gris o negro, rodeado de la mirada de los niños
maravillados, morenos y de ojos redondos como los dibujos de Pedro
Lobos, mientras afuera cantan los choroyes, unos pájaros muy
multicolores, parecidos a loros o tucanes, y que parece que están en
extinción.
IX
Nos paseábamos por las aulas en los diversos grados del
estudio, desde el parvulario que allá lleva un nombre alemán, a los
post-grados universitarios, sin llegar a romper esa urdimbre que me
unía desde el forro de mis entrañas a mis semejantes-como un par de
mitones unidos por una hebra de lana
Haciendo unas vociferantes
manifestaciones de individualidad, intentando por último convertir
ideologías, lecturas y pasiones en otras tantas cámaras de tortura que
pudieran despertar algo que pensábamos era como una semilla que podría
brotar en nuestra carne, cubriendo nuestro cuerpo como ciertos troncos
se cubren de flores en forma inesperada, fuera de estación o cuando se
supone que están petrificados.
X
-Pero sólo
aquí es que, como una bandada de barbudos adolescentes tardíos hemos
entendido esa cosa abismal y sin embargo tan simple que el vecino o la
niña de abajo llevan más pegado que el olor desde que nacen, y que es
como si la mencionada niña golpeara la puerta y me dijera "yo soy otra
cosa que todo y todos", y eso no es ninguna maravilla. Entonces todos
pasamos por un momento de reflexión. Cada uno eligió un boliche
diferente para ir a fumarse un cigarro, tomarse una cerveza o un café,
decidiendo luego mudarse a barrios diferentes. Y se juntaron por
última vez y se miraron con extrañeza antes de perderse cada uno por
su lado en medio de un complejo de monosílabos y silencios largos. Es
que la Gran Urbe Occidental took over, como el viento dobla las
espigas. Desde entonces no me tengo mucha consideración. Una amiga
gringa me dice "You don't have self-respect, Horhe".
XI
"¿Adonde
habré de volver los pájaros serenos de mis pupilas?. En esta tierra
inhóspita, en esta era inhóspita". Dice la Gabriela llegando a
Santiago, parada en medio del portal, como una perla engastada en una
carie--muy al Norte, los peñascos agrietados por el sol, el sexo
enardecido de los cactos, irritados sus pelitos parados que en
realidad son espinas--"¿Adonde habré de volver los pájaros resentidos
de mis pupilas?". Los niños reducidos a ser por siempre unos enanos
morenos discurren entre las rocas de la costa como los langostinos de
los que se alimentan. Los hombres viejos de barba pétrea se meten en
la cama de sus hijas las modistas tan pronto a ellas las acomete el
menor momento de sopor. "No nos hagamos más trizas la cabeza
recordando esos cielos tan claros y ese olor tan pútrido del mar que
nos envilecía el alma. Acudamos a la severa religión como a un barco
de velas blancas".
XII
Como un
sombrero intangible y amplio, con alones, se cernía sobre Nuestra
Patria la imperiosidad de las ideologías. No sé porqué se recurre
siempre a imágenes que implican una cierta presencia del cielo. Lo
atribuyo en primer lugar a la claridad indiscutible del mismo y a la
ya tan mentada presencia católica. Los noruegos han elegido una
hermosa zona en el Norte Chico para construir un observatorio. A lo
mejor se debe a la presencia de las dos cadenas de montañas, los Andes
y la Costa, que nos provocan una sensación de encierro, haciéndonos
mirar hacia arriba y respirar, buscando aire. Una enorme parte de la
imaginería nacional gira en torno a los pájaros. En los lugares en que
hemos desarrollado el uso del lenguaje casi en términos normales, es
decir, cerca de la capital, un dialecto rápido se entrecruza en todas
direcciones, como un enjambre de pájaros diminutos, cautivos en un
invernadero.
XIII
-Desde los
tiempos de la Sociedad de la Igualdad, pasando por los socialistas de
Marmaduque Grove y de mi abuelo, profesores radicales de comienzos de
siglo, que le paseaban la calle a las señoritas cotizadas de la
capital. A veces pasaba Alessandri, con su perro, levantando con su
bastón la falda de las niñeras y empleadas domésticas. Luego entran
algunos miembros de las fuerzas armadas, que leían los tomos violeta
de la Annie Besant y la Blavatsky, y los marcaban para no perder la
página con los emblemas dorados de la masonería y un retrato de Lenín.
luego vienen los Radicales Guatemaltecos como empleados de banco
yéndose a la montaña. Recuerdo haber leído cuando contaba tiernos
años, en esos días de soles lentos de la década del cincuenta, la más
enorme cantidad de autores traducidos, editados por Ercilla,
Nascimento, Zig-Zag y Thor. Esos soles eran como fermentos de una flor
que llevó demasiada savia a sus venas de repente parece.
Cuando
en los últimos años de la primaria o los primeros de secundaria los
muchachos alumnos levantaban de pronto la vista del cuaderno donde
escribían, en abril, con los dedos entumecidos y una difícil letra
redonda; veían una como premonición en el aire, sin forma definida,
pero se estremecían, y acaso los más sensibles (yo entre ellos),
pidieran permiso para ir a las casitas. Las instantáneas de las
mujeres faltan en estas recopilaciones. No las veremos como
confidentes, compañeras y camaradas, ni sus primeras menstruaciones y
masturbaciones, debido a la ausencia en esos días de una política
coeducacional.
XIV
Todo eso
está muy lejos ahora y de algún modo corresponde a la parte
institucional de nuestra etiología. Hoy nos hemos levantado
nostálgicos, un poco más tranquilos por la inminente presencia de la
primavera, como una mujer con la que uno está tomando café y no se
sabe si realmente está interesada en uno, porque no suelta prenda,
pero de pronto hay un levísimo aroma que podemos sentir ahora que
dejamos casi de fumar, y sabemos que en realidad está
excitada.
XV
Como una
mariposa muy bien delineada, pero con el dibujo de sus alas dotado de
una complicada urdimbre. La presencia indiscutible de la ciencia se
pasea por estas calles, intentando abatir de una sola plumada los
vastos siglos de superstición, los milenios de irracionalismo, quizás
anclado firmemente en la condición humana. Tal como en otra parte he
dicho, la mano con pulgar oponible pertenece esencialmente al hombre.
Moteadas sin embargo sus alas (de la mariposa, seamos claros.
Atengámonos por motivos didácticos a una sola imagen).
Moteada
sin embargo la tirante piel que cubre sus alas, casi traslúcida, como
el papel de seda se extiende sobre los palitos que forman la armazón
del volantín. Moteada por unas manchas negras insondables,
correspondientes por ejemplo a la génesis de las enfermedades mentales
y físicas, por lo general de carácter neurológico; la génesis de la
esquizofrenia, el origen y la constitución del genio y del talento, el
origen del arte. La existencia de Dios y el destino del universo ya
han dejado de importarme. Una cura contra el cáncer y el sida podría
ser para muchos amantes de la vida una esperada revolución.
XVI
El
promedio de vida en los países disminuye a medida que nos alejamos de
este centro. En mi infancia de pájaro salvaje, en mi dulce país natal,
donde todos los niños nacen con una uva verde, sin pepas, en la boca,
donde todos los soles son como la miel, especialmente en el Norte
Chico, región que casi no conozco, pero que tengo cerca del corazón.
Nunca he vuelto a ver verdes como el de las hojas de boldo
cerca del Maule. Nunca he visto una greda más roja que la constituye
el suelo de esa misma región. Por esos caminos apenas quitados a los
abrojos, a la mora y a los espinos, pasean a caballo envueltos en
ponchos negros como fragmentos de noche, los más perfectos tipos
españoles.
Cuando muchacho aún imberbe era despertado en las
mañanas por el canto de los gorriones, nada parecido a los torpes
vestigios que frecuentan estas latitudes. Ellos cantaban,
ensordecedores, envalentonados por la luz potente y fresca del sol
madrugador, gordos, ebrios de vida, trayendo a mi memoria de muchacho
introvertido, y casi digamos recién nacido, los vestigios imponentes y
claros de mis sueños, cada uno como una utopía engastada en una
diadema cosmológica, que se entrelazaban noche tras noche formando una
sólida red de luz vibrante en medio de un universo
oscuro.
Esquema este último que ya se desarrollaba en forma
incipiente detrás de mis senos frontales. Hay que aclarar que la
conciencia de encontrarnos a but du monde, la proximidad del polo y
las cordilleras que como dos muros grises nos encierran, han provocado
entre nosotros los chilenos esta concepción fatalista.
Cuando
muchacho, aún de músculos poco desarrollados, con miembros como
cordeles, la tradición católica que se respira como una segunda
atmósfera, que transforma a nuestras mujeres, las mejor dotadas para
el sexo, en unas histéricas peligrosas, que absuelve terremotos y
sequías, regímenes tiránicos y los crímenes más espantosos como
designios divinos, esa tradición me hizo entrever la necesidad del
desarrollo de mi ser moral. De aliviar (en parte y de manera
simbólica), los sufrimientos de los menos favorecidos, física y
socialmente. De los más necesitados de alimento y abrigo- en el
siempre húmedo sur del país. De los privados de la luz de la educación
y la inteligencia.
XVII
-Entonces,
con esa generosidad de muchacho que apenas pisa el pavimento y recién
sale como quien dice del regazo materno, de su dormitorio de infante,
lleno de imágenes y crucifijos y fotos en sepia de parientes
corpulentos con levita y bigotes, rodeados de matronas gordas,
presumiblemente la parentela femenina.
Porque hay que tener en
cuenta que estamos hablando de un buen segmento de tiempo atrás. Pocas
son las generaciones que desfilan hacia atrás, como un reloj medieval,
en que van girando figurillas, a mis espaldas, hasta fundirse en el
limo de esta tierra nueva.
XVIII
Aquí hay
una hachita que afilar. En este último par de días han sucedido un par
de cosas muy comprometedoras. Llevado por la soledad o los
acontecimientos me he apersonado ante quien antaño fuera uno de mis
más acerbos enemigos. En el background sonaban cien distintos
teléfonos, zumbaban las computadoras, encendiendo una variedad de
luces en sus tableros. Se podía apreciar toda la extensión de la
ciudad por la ventana, recortando su estructura de cemento sobre la
vegetación de una manera trabajosa. De vez en cuando la gente pasaba
por el pasillo en puntas de pie para evitar ser vista o saludada, para
pasar sin saludar o ser vista, para enterarse de lo que se conversa.
No me cabe ninguna duda de que detrás de cada tablero, dentro de cada
ampolleta, en el vértice de toda mampostería, acecha toda una red
vibrante de micrófonos, mientras los funcionarios, que se sienten
amenazados pese al ingente volumen de información que manejan, de los
estipendios que reciben, se han hecho construir una sala blindada
cuyas paredes interiores no son más que los componentes de un vasto
tablero cuadriculado en que cada panel es en realidad una pantalla de
televisión de circuito cerrado. Yo nunca he comprendido el mecanismo
que hace que los recién ingresados en la cofradía vayan disminuyendo
paulatinamente de tamaño. Después de algunos años llega el momento en
que incluso prescinden de salir a la calle y circular donde la gente
circula y no se les vuelve a ver fuera de las instalaciones
(facilities). Pero también me ha dicho una amiga que ha sido amante de
algunos de ellos-muy joven, medio entradita en carnes-cuya pericia
sexual no es tan sólo el producto de una innata mezcla de genes-como
de sol y grasa-, sino también de su práctica con los delgados e
inagotables negros de Las Aleutas, donde su madre tiene una mansión.
Con el aliento pasado a cerveza, mientras con el dedo cordial me
rozaba el miembro, mientras esperábamos el bus, me hizo estas
confidencias.
XIX
Amiga
mía: Cuando te llamé ayer por la mañana te estabas masturbando.
Quizás aprovechaste el sonido de mi voz grave para proferir el último
estertor, como una pequeña nube del gas letal que los alemanes no
alcanzaron a utilizar en el último conflicto y cuyos depósitos se
encuentran en algún lugar, bajo los hielos eternos del ártico. Antaño
yo he gozado de una clara consciencia moral y política. Quizás me
encoja sobrecogido por la culpabilidad al referirme a estos temas.
Quizás cuando ordene por última vez mis papeles, esas carillas
cubiertas de una letra minúscula y poco menos que ilegible, mi compás
y mi escuadra (símbolos masónicos), una foto tuya caiga revoloteando
lánguidamente, como cuando bajas las pestañas, sobre la alfombra que
está necesitando desesperadamente una limpieza.
Ahora que
pueblos enteros se dividen en distintos bandos que obtienen armas no
se sabe de adonde. Es fácil construir armas atómicas incluso para los
pueblos que no pueden aspirar a ninguna vía de desarrollo. En la
década de los sesenta los hippies editaron un manual para engañar a
las máquinas traga monedas. Espero alguna vez poder abandonar este
tono paternal que siempre guardo para contigo. Tu cercanía siempre me
dio, es estas tierras semiboreales, la solidez de adulto que tanto
necesitaba. Sin tu presencia siento como el volumen pétreo de mi
cuerpo se tiende a convertir en un gas más liviano que el aire. No
peco al decir que tú eres una especie de ancla que me ata a la
realidad, pero que tiene el inconveniente de impedirme salir del
puerto a mar abierto. El plomo que pones en mis alas, una especie de
lacre que mezcla mi semen de los días jueves y tus períodos, me acerca
al mundo adulto, al que siempre aspiré desde lo más hondo de mi
fragilidad estructural sobre todo situada en mi esqueleto, como vez
muy difícil de superar.
XX
Los turcos
como gente de un país muy extraño se paseaban, uno en particular, con
unos pasos largos y un cuello arqueado como dromedario--La luz del sol
anulaba los volúmenes y la gente se diseminaba mirando los diversos
puestos como un enjambre de apretadas hormigas. En ninguna parte del
país que no fuera esta calle estrecha de un Medio Oriente ahora
convulsionado podría darse este espectáculo. Dejemos estas reflexiones
a unos señores académicos defensores de la nacionalidad, y porqué no
decirlo, de la tradición española. Embebamos nuestros sentidos y sobre
todo los ojos en ese aparataje barato de los Mercados Persas--En esa
época no era consciente de la red invisible que entramaban sus vuelos.
Hoy aparece aquí un hijo del Medio Oriente, pero no llegado en
alfombra mágica sino desembarcado en Pudahuel--Yo como niño no podía
saberlo. No podía tampoco empuñar una serie de categorías y
experiencias, como un sastre enarbola la pesada regla de más de un
metro para medi y cortar. Una apacibilidad blancoamarillenta se
dibujaba entre uno y sus acciones, entre uno y sus intenciones. Los
niños rebosantes de calma como flores o gatos dejaban al sol --muy
democrático-- pasearse por cada poro de sus pequeñas pieles. En el
hemisferio Norte las mañanas tienen algo de eléctrico --con el primer
sol viene algo así como una mano a introducirse en mi cerebro y a
revolver todo el cordaje de mis nervios-- Me echo en el diván mientras
urdo por milésima vez una estrategia para dejar de fumar.
XXI
Yo no
tengo nada que ver contigo huevona. Cogiendo uno de los pocos
cigarrillos que me quedaban en la cajetilla lo encendí y aspiré. Me
introduje la cajetilla en el bolsillo del saco y me encaminé hacia el
otro extremo del local, donde colgaba de un perchero un trenchcoat
obscuro .
Y tú estabas aún sentada en ese local, envuelta un
poco en el humo azulado producto de la combustión del tabaco, cuya
contraparte es ese otro humo negro, que se acumula en las otrora rojas
entrañas y conductos de los seres vivientes, en este caso los hombres,
provocando una extraña dislocación de los procesos cibernéticos que
controlan y regulan el equilibrio de la estructuración y producción
celulares. Todos somos un poco culpables. Como he dicho en otra parte,
el promedio de vida ahora ha llegado a ser muy alto. Antes la gente
reventaba a los 45.
He decidido marcharme de este lugar porque
esta ciudad es muy chica. Me cansé de dar vueltas como trompo,
envejecer viendo pasar los días como otra gente cuenta ovejas antes de
dormirse, o como el frío amante bisecta el absoluto abandono de la
delgada mujer bajo el peso de su cuerpo, contando cada uno de sus
jadeos que la aproximan al paroxismo, esperando por esta vez que esa
visión del rostro desencajado, la boca entreabierta, húmeda y
gimiente, los ojos entrecerrados, no lo obliguen a abandonar su
actitud vigilante sumiéndolo en un espasmo de placer físico que anule
completamente su conciencia. Luego rodé sobre el lecho, herido por el
placer, sin ver nada, gritando, momento en el cual ella se abalanzó
sobre mí (esa es la reconstitución posterior) y me mordió la oreja,
ocasionándome una descarga eléctrica que sumió mi hemisferio izquierdo
en la parálisis.
XXII
Y
justamente nos decidimos a dar este paso al encontrarnos en la
paradójica y nada excepcional situación de no tener un palo de donde
ahorcarse, como dicen los venezolanos, luego de haber visto a las
palomas de nuestros amigos volverse cuervos, o mejor murciélagos, a
nuestras mujeres dejar arrugar sus senos en nuestra presencia,
avinagrar para nosotros sus jugos lubricantes, mientras sus dientes se
aguzaban más para morder que para besar. Y bajo las Instituciones, que
flotan supervigilando cualquier actividad, como los discos voladores
de las películas de ciencia ficción; las necesidades concretas,
felices y satisfechas al fin, bailando ronda tomadas de la mano, por
haber sido sacadas a bailar antes de que se termine la
fiesta.
Pero no estamos dispuestos a ir a tu casa el día de
mañana vistiendo un traje de tres piezas y con un maletín negro lleno
de documentación y un frasquito de prozac. No seré yo el que me pase
la mano por el pelo cortado casi al rape al tocar el timbre de tu casa
(que no suena). Esperando para poder entrar a saludarte, pisando el
suelo con una falsa seguridad, mientras hago sonar en el bolsillo del
chaleco las llaves del auto.
XXIII
Interlocutora en el parque
"Sed como las aves del
campo"--Vedlas evolucionar, las palomas gordas y torpes, o dar sus
pequeños pasos cortos, saltando, acostumbradas a recibir su alimento
de manos de los paseantes, que a su vez se ven despedidos de la
corriente principal (mainstream) de la humanidad y vienen a dar aquí,
a la plaza, y no tienen más que hacer si no es perpetuar la estupidez
de estos animales estúpidos--palomas--, símbolo de la paz.
No
nos hagamos ninguna ilusión sobre las intenciones mejores de los
Dueños de Restoranes para querer emplear a gente que realmente lo
necesita. Es absurdo, risible, y altamente ridículo el que tú estés
sentado aquí, en este banco cuya estructura misma es la negación total
de cualquier bienestar y por tanto de la vida, pese a ser un producto
en última instancia de la ciencia, de la tecnología, la arquitectura--
Los gatos no cruzarán nunca los pasillos de mi casa, si algún día la
tengo, sin verse expuestos a ser tomados por la cola, hechos girar en
el aire un par de veces por lo menos, para luego ser proyectados de
cabeza contra las paredes con estas mismas manos, y con una fuerza tal
que los sesos, de una consistencia pastosa, y que mezclan el blanco
tirando a rosa con el gris, afloran del cráneo roto y quedan
estampados, como una flor más del empapelado, secándose, si yo no los
limpio con un kleenex y los tiro afuera por la ventana. Los perros
arrastran sus patas grandes y sin gracia, se humillan de un modo
lamentable. Casi tan ridículo, casi tan provocador de la risa que
retuerce las entrañas, viniendo de lo hondo del estómago, hinchando
paulatinamente la garganta en convulsiones, y que sale por fin afuera,
esparciéndose interminablemente por el mundo. El amor es risible, así
son de risibles los matrimonios modernos, las parejas de jóvenes
amantes y los niños que juegan, asimismo tú, saturados de cosas
risibles y todo aquello que brilla bajo el
sol.
XXIV
Este no
era mi territorio y aquí comenzaron a hacer agua mis pensamientos,
mientras mi cerebro se transformaba en una pera muy madura, en un
avocado (palta), y tú estabas en tu hermosa casa estilo inglés, que
habías hecho traer del sur de Estados Unidos, y desde donde, sentada
en la veranda, supervigilabas la agonía lenta de los corpulentos
negros entre los algodonales, mareados bajo el sol que parece seguir
tus órdenes, y el látigo de tus capataces. Tu perfil parecía
empurecerse con ese espectáculo, y yo sabía que bajo el doble faldón y
los calzones largos de muselina tu sexo era una fuente tibia, fétida,
poblada de parásitos y permanentemente irritada. Tu casa de pilares
ingleses, y tú sentada en el porche (se llama), donde en Sudáfrica los
hombres de blanco sombrero de corcho premunidos de carabinas y
transidos de un ansia silenciosa te jugaban a los dados, lo mismo que
en Australia, mientras bebían whisky, y las fieras se desataban un
poco antes de la caída de la noche. Yo nunca le he trabajado un diez a
nadie. Yo no te rendiré ni una coma de pleitesía. Hemos de seguir este
duelo cuando los últimos habitantes de las ciudades hayan caído en las
últimas escaramuzas y emboscadas, víctimas de sus últimos virus y
hambres y radiaciones, en este único modo de vida posible.
XXV
Interlocutora Lacra. Tú eres una lacra para la
sociedad. Para este hemisferio o para el otro. No tienes sentido de la
responsabilidad y tus dotes (skills) y calificaciones no se adecúan a
ningún mercado de trabajo. Hemos llegado a un acuerdo que podemos
considerar universalmente válido. Todas las mujeres unidas, en acuerdo
con la Historia, decidimos hace ya tiempo que las únicas actividades
válidas son las actividades productivas. A pesar (in spite of) de los
discursos que se levantan como una adolescente percibida por la mirada
ávida del vecino, igualmente joven, que todos los días la mira
vestirse y desvestirse, acostarse y levantarse. Así toda la sociedad
humana y universal, al menos en los países civilizados, ha seguido con
pupilas dilatadas el desarrollo de estos argumentos como una cinta
multicolor. Eso nos ha dado un cierto lustre, una manito de gato en
esta época de nuevos humanismos. Pero en realidad todavía promovemos
al Caballero Blanco, al cazador y al proveedor (provider). Una cosa
hemos aprendido en estos países del Norte. Estos jugadores de Rugby y
Hockey son más manejables que esos otros niños neuróticos de nuestros
hombres latinos.
Contamos con todo el peso de los medios, las
instituciones y la moral, pública y privada. Sólo los arduos
trabajadores y los proyectistas a largo plazo, vendedores exitosos del
producto de su talento o genialidad, vestidos ya sea correctamente de
terno o con una tenida deportiva, podrán asomar la punta de su
virilidad en nuestro cada vez más selectivo sexo.
Hemos de
marginarlos a ustedes, hacedores de bolitas de dulce, cuya ropa es
como una segunda piel, de todo lugar honorable bajo la luz del sol,
que alguna vez llegaremos a controlar. Cazadores de ánimas, ad
portas.
XXVI
Il'a longtemps que Je t'aime et jamais je ne
t'oublierai. Los buses han de seguir recorriendo las mismas calles,
con nieve o con un sol radiante, los días girando y más o menos
veremos a la misma gente si nos cambiamos, cosa probable por
ahora
-Y se nos va quemando de a poco el pétalo del tiempo.
Embebidos en una suave amargura, ya que no somos jóvenes, nos
seguiremos fijando en las vitrinas, que cambian su mercadería y la
disposición de las mismas cada dos o tres semanas. Sigo muy preocupado
por los acontecimientos mundiales mientras me encierro en esta rutina
como una alta mujer de ojos claros, todavía casi en la juventud y que
se comporta como tal: Se llena de trabajo y obligaciones tan pronto
como llega la primavera para no salir de la casa. Porque nadie sabe lo
que puede pasar.
Ya que no somos jóvenes y por tanto el tejido
no me da para las grandes angustias del pasado, abridoras de un
vértice negro en el pecho, como la punta de un triángulo púbico, cuya
base se hunde en las alturas. El abanico negro de la desesperación ya
no se despliega como antes ocultando totalmente del mundo la sonrisa
cálida y sin embargo hecha como para la foto, como cuando éramos muy
jóvenes, espantando y alejando el enjambre de las abejas doradas del
pensamiento, inscribiendo eso sí sobre su superficie negra y lustrosa
el relieve de los nervios, sacados a la intemperie y por eso
vibrantes. Ahora que ese género es como una película de tenue
transparencia, como la capa más superficial de las cebollas. Todos los
hombres viven inmersos en esta edad, si no se han muerto, en la
problemática personal. Salvo los verdaderos políticos y los genios. He
decidido convertir esta biografía en una especie de ejemplo. Cuando
éramos más jóvenes hacíamos cosas muy simbólicas y generalmente
válidas de frentón. Ahora nos encogemos un poco de hombros "qué le
vamos a hacer". Esta escritura es lo que resulta.
XXVII
Luego de
haberme enterrado por años en el propio sufrimiento y la vacuidad de
cualquier tarea o empresa, me sentí obligado a irme a aliviar los
sufrimientos del Tercer Mundo. Era un problema la decisión de con
quién habría de llegar a trabajar allá. Los ayudas de Cámara y los
Attachés de distintas embajadas querían hablar conmigo. Los
predicadores de cien evangelios de sangre y utopías me entregaron sus
libros sagrados. Confundido con homosexuales y heterosexuales de todas
las nacionalidades, principalmente francófonos, que se abalanzan en
estas tardes lúgubres y llenan como una ola ambigua todos los cafés.
Comencemos de nuevo. Yo me eduqué en el dolor, entonces estoy
capacitado para ir al Tercer Mundo. No podía soportar sino una vida
que salta del estallido de una explosión, en la noche, al sobresalto
de la patrulla cercana cuando se está precariamente escondido.
Cualquier elemento de tranquilidad que no sea el reparador sueño y el
reconstituyente alimento. Cualquier respiro que no sea el dulce dejar
que la fatiga se extienda como un agua caliente, pesada, por el
cuerpo, o la necesaria introspección que precede a la acción, sea ésta
un fracaso o un éxito. Podrían llevarme a ser víctima de las cien
arañas múltiples del dolor. Te llevas la tranquilidad de mi vida junto
al no pudo ser de una madurez estable. Tus semejantes lo pagarán algún
día con su tranquilidad, quizás su sangre. Muchos hombres semejantes a
nosotros se incuban en los innumerables conventículos de las ciudades
modernas. He aquí cómo uno discurre por las calles céntricas, soñando
despierto, después de leer a Isidoro Ducasse, después de una cita con
Isadora Duncan.
XXVIII
Uno de mis mejores amigos se sonreía para sus adentros,
mientras yo desarrollaba para él la explicación de mis futuros pasos.
En ninguna época ha sido tan preciosa la vida humana. Las sociedades
de ayuda al necesitado y al pobre, los proyectos integrados de
desarrollo, los proyectos de ayuda de altos organismos
internacionales, todos se ciernen sobre los necesitados de grandes
escleróticas dilatadas, cuyos vientres hinchados y miembros tan flacos
nos llaman desde innumerables fotos de revistas, documentales de
televisión, diapositivas, ocasionalmente cine. Su falta de energía es
total y completa. Yacen de espaldas o como mejor pueden en hamacas, el
simple suelo, o sobre aquello en que puedan recostarse, mirando hacia
nosotros, los habitantes de la metrópoli, que sentimos nuestro corazón
derretirse ante su llamado. Yo conozco personalmente un centenar de
personas que trabajan en este tipo de organizaciones, y en esta ciudad
tan chica. Estuve a punto de acostarme con una mujer todavía joven que
actualmente ocupa un puesto directivo en una de estas agencias
internacionales. Como nunca los furgones de la Cruz Roja Internacional
cruzan por los abigarrados campos de batalla atendiendo a los heridos
y recogiendo a los muertos, sin discriminación relativa al bando de
los afectados. Esta es una era de humanismo pleno. Todo el mundo está
de acuerdo con estos grandes predicamentos: los hombres son todos
iguales, y tienen el derecho a la vida, a la educación y al trabajo,
el reposo, el alimento y el bienestar, extensibles a toda la población
humana, incluso a algunas especies animales y vegetales. Y de hecho
vemos cómo las guerras, antes restringidas a las grandes potencias,
ahora son movidas por todos los países, sin importar lo alejados y
pobres. Hemos visto a los aborígenes de la más pintoresca apariencia
dignificados por el uniforme verde y la máquina moderna de matar. Esta
es la era más compasiva. El cristianismo se ha hecho universal.
XXIX
Luego comencé a hacer una serie de averiguaciones. Tenía la
opción de hacerme sacerdote y enrolarme en algún plan de emergencia,
de alfabetización, de reconstrucción, de transferencia de tecnología,
de urbanización y puericultura, desistiendo a las finales debido a mi
falta de vocación para la vida rural y al hecho de necesitar
socialmente una gran variedad de gente
Los horizonte planos me
enferman, aunque recuerdo que en mi juventud viajaba muy largos tramos
para poder mirar el mar o cualquier otra extensión grande, y eran
aventados escandalizados los pájaros de mis más fuertes inquietudes.
La sensación de amparo que antaño me proporcionaron los cerros-vengo
de un país de montañas-se ha visto reemplazada por una de opresión y
encierro.
XXX
A medida que comenzamos a conocerte adoptamos ciertas
costumbres que para otros podrían parecer perniciosas. No bien
terminábamos de ganar algunas libras cuando ya nos veíamos forzados a
volver a fumar. Despertábamos con café negro. Entonces empezaban de
nuevo los dolores en la espalda que nos hacían abandonar cualquier
tarea física apenas comenzada, dejándonos entregados a los
pensamientos y recuerdos. Para equilibrar una sensación con otra
jugaba con mi gato irritándolo hasta hacerlo clavarme las uñas en el
antebrazo. Cuando joven encontraba consuelo en las cosas del mundo y
no podías engañarme con tus súplicas y tus ojos húmedos. No podías
martirizarme con el olor de tu transpiración cuando hacías gimnasia,
cruzabas cerca de mí (o muy lejos). No podías enardecerme al rozar,
dizque casualmente, mis manos, al conversar.
-Ni perderme en un
carrusel paranoico al enunciar las diversas señales que aludían al
siempre enorme foso de tu vida al que yo no alcanzaba, haciéndome
abandonar por semanas o meses la elaboración de ese Sistema Nuevo de
Pensamiento que habría de hacer tambalearse de una puta vez al
Occidente, que estaba pidiendo mucho algo como eso, pero no había otro
que tuviera el tiempo o el interés de hacerlo. Cuando era joven y me
paseaba por las pajarerías del jardín de mi padre antes de abandonar
quizás para siempre el dulce suelo natal, y contemplaba sus pájaros
mientras se alimentaban con su mirada estúpida y por eso mismo amable,
y me paseaba, con un brillo nonchalante en los ojos, mientras crecía
asediado por un montón de particularidades, todas valiosas, que como
otras tantas mujeres de pubis ensortijado se bajaban los calzones
ofreciéndoseme, ya sea de espaldas a mí proyectando su trasero, o bien
de frente, el sexo como un liquen trepidante. Alguna sospecha
abrigábamos de que no todo era miel sobre hojuelas. Tu rostro se
asomaba a veces detrás de algún visillo a medias corrido, y tu risa
entonces perseguía mi paso leve pero rápido de adolescente aterrado de
súbito, muy circunspecto y bien vestido, tan hermoso que no había
mujer que no me mirara con todos los ojos. Tan distinto a como se es
ahora.
XXXI
Entonces fue que salí del café, sin poder evitar la
mirada conminatoria de ese sub-producto del género humano, últimamente
más disminuido y reducido, rezumando un odio que supura como la
pústula expulsa la pus, o el órgano masculino el blanco y espeso
líquido en la boca perfectamente delineada de la
amante.
Seguramente, camuflado como una araña en el rincón más
obscuro de una penumbra granate, como un pequeño tumor que asilado en
el tejido parietal de un órgano vital esperara superar su modorra para
estirar sus patas zancudas.
Envuelto en un sinnúmero de
proyectos y trabajos diversos, asistía a mítines más o menos secretos,
actividades todas que me era necesario realizar manteniendo un low
profile, relacionadas como estaban con mi inminente partida hacia
países de un cielo más puro (casi podía sentirlo con mis fosas
nasales, sensibles como las de un caballo). Eran esas tareas sin
embargo silenciosas e invisibles, para no excitar la curiosidad y
ansias de destrucción de los competidores. Eran como los trabajos del
viento: ante los ojos de los que no fueran hojas carecían de sentido,
y si lo tenían, era sólo para dejarse llevar.
Y por eso el
ovillo negro que algunos años atrás fue un hombre, me miraba con su
único ojo, instalado debajo del reloj blanco y grande, y yo casi podía
escuchar su voz admonitoria ante mi aparente vagancia: "chucheta",
mientras yo nadaba entre el humo, hacia afuera, hacia el pasillo,
sintiendo en la espalda clavarse como palillos las miradas de las
muchachas codiciosas, y pensando en cien distintas solicitudes que
debía llenar, y relaciones que debía encaminar--desde los abismos
negros del odio y las montañas rojas de la pasión--a la simple
colaboración profesional.
XXXII
La
concepción que nos hemos hecho de las palabras es sumamente rara. No
nos ha parecido nunca oportuno atenernos a discutir problemas tales
como el del origen del conocimiento, el carácter fluido o permanente
del ser, la precedencia de la esencia respecto a la existencia o
viceversa. No pretendo negar que gasté mucho tiempo de mi primera
juventud, antes que leyendo, pensando en estos problemas. Como una
hermosa polilla de seda parda giraba por los parques observando a las
parejas de enamorados y terminaba por caer a la Biblioteca Nacional.
La ficha bibliográfica de mi primer libro de poesía, que espero que no
sea el último, puede que figure en los ficheros. Como una marejada de
aire nuevo alguna vez mi poesía se detendrá sobre ese país entre
montañas, y se apozará un poco en esa cavidad cambiando el modo de
vida y pensamiento de la gente. (Para estas y otras cosas es para lo
que necesito un seudónimo). No me preocupa la opinión que tengas de
mí, sólo me preocupa el no poder ser consecuente en cada uno de
nuestros encuentros, a los que acudo siempre como un rompecabezas
defectuosamente armado que tuviera la facultad de desplazamiento.
¡Tienen que saben que no tenemos alma! (Necesito poner algún juicio
trascendental aquí. No todo ha de ser puras trivialidades, ¿No
crees?).
XXXII
Y llegará un día en que habremos de juntar, tú y yo,
nosotros, toda esta furia clara y resonante, si de algo sirven las
vitaminas y los remedios que al igual que los alimentos más variados
llenan los anaqueles de todos los grandes complejos comerciales, como
el Rideau Centre, Bayshore, recorriendo a veces, cuando andamos un
poco volados, tú y él, nosotros
Cuando estamos en la onda, tú y
yo, con ganas de hablar, o nosotros andamos con problemas, o los
estragos de la edad se insinúan detrás del horizonte, como la sombra
de un pájaro negro, y yo me pongo al nivel tuyo, o de ustedes, y les
desenvuelvo el esquema del universo como un abanico inmaterial, en el
que tú, y él y ella, y nosotros, estamos finamente dibujados, y los
edificios y los ríos y los escaparates de las tiendas más tenuemente,
ya que no son tan importantes como la gente, es decir, tú,
nosotros.
Cuando podremos prolongar la excitación que sentimos
al conversar, coronados y ocultos por pájaros color crepúsculo, y esos
pájaros se tiñan de un rojo violento y consuman la ciudad como un mar
discontinuo o cuántico de llamas. Uno siempre se muestra descontento
de lo que tiene. Cuando se le empieza a tomar el gusto a la vida uno
se está muriendo. Mira. Oye. Yo te voy a hacer alcanzar las gradas del
Palacio Presidencial, y voy a sentarte a la mesa de los emperadores,
que todavía existen. Te voy a introducir en el lecho del Papa por la
puerta principal, como la Magdalena entró en los
Evangelios.
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