ASTURIAS, 
          25/10/2001
                    
          
            SOCIEDAD
                Ramón Díaz 
                  Eterovic, escritor chileno, premio «Dos Orillas» 
                  del Salón del 
                  Libro Iberoamericano de Gijón: «En literatura sólo es nueva la mirada 
                  particular del autor»
              
              «La novela americana 
                actual es menos pretenciosa y más directa»
                
                
              
              Gijón, Ángel C. SUARDÍAZ 
              
              
            
          
          «Heredia es 
          un hombre de unos 50 años que abandonó sus estudios de Leyes cuando 
          perdió la fe en la justicia chilena». Pero Heredia es, antes que nada, 
          la criatura que ha permitido el ingreso de Ramón Díaz Eterovic (Punta 
          Arenas, 1956) en el selecto grupo de escritores hispanoamericanos que 
          publican en España. «Los siete hijos de Simenon», protagonizada por el 
          detective Heredia un solitario instruido y borrachín, es el 
          título de la novela que ha merecido el premio «Dos Orillas» 2000 con 
          el que el Salón del Libro Iberoamericano de Gijón ha distinguido a la 
          mejor obra de cuantas concurrieron a la pasada edición del certamen. 
          Seix Barral la ha publicado ahora en España.           
          
¿Por qué cultiva la literatura de género y por 
          qué precisamente novela negra? 
          Como 
          lector, el género policiaco siempre me resultó muy atractivo. Los 
          códigos de la novela negra favorecen la denuncia de las situaciones 
          injustas y del abuso de poder. El aire de criminalidad que envuelve 
          este género es muy apropiado para abordar la realidad social chilena, 
          tanto durante la dictadura como después. Además, escribí mi primera 
          novela policiaca en 1987 y fue recibida con entusiasmo por algunos 
          lectores, lo cual me animó a darle más fuerza al detective Heredia, el 
          protagonista de toda mi obra negra. 
          
¿Cómo es Heredia? 
          Un 
          cincuentón solitario que vive en un apartamento de un barrio popular 
          de Santiago de Chile con la única compañía de «Simenon», un gato 
          blanco y gordo que invadió su morada un buen día y escogió como cama 
          las obras completas del autor belga que le ha dado nombre. Es, además, 
          un gran lector que matiza muchas de sus reflexiones con citas 
          literarias. 
          
          Después de Cortázar, Borges, Bioy, Márquez, 
          Onetti, Rulfo o Monterroso, ¿le resulta complicado a un 
          hispanoamericano decidirse a escribir?
          La 
          tradición literaria latinoamericana es fortísima y está llena de 
          autores importantísimos que han dejado un sello indeleble. En 
          literatura, sin embargo, no existen muchas novedades. Lo único nuevo 
          que un escritor puede aportar es su mirada particular sobre las cosas 
          y el modo de expresarla. Escribir desde un género constituye también 
          la búsqueda de un discurso diferente al de los grandes maestros 
          iberoamericanos, que perseguían la novela total que refleja el mundo 
          en su conjunto. Los narradores actuales nos fijamos más en realidades 
          parciales y mínimas. Tal vez nos ciñamos exclusivamente a la esquinita 
          donde vivimos, pero desde ese rincón también pueden explicarse 
          situaciones globales.           
Nació usted en el confín sur americano, ¿ha 
          influido en su obra su compatriota Francisco Coloane, que tan 
          sugerentemente ha descrito ese ámbito austral? 
          Coloane es paisano mío y uno de mis escritores 
          favoritos. Es el gran autor de mi infancia. Me descubrió una Patagonia 
          mágica, una región preñada de un sinfín de historias atractivas. 
          
¿Cuál es la situación y la tendencia de la 
          literatura sudamericana actual?
          Nuestras novelas tienen menos carga ideológica en 
          el sentido más amplio. Son menos pretenciosas. Autores como Rivera o 
          Sepúlveda se la juegan por el placer de contar historias sugerentes, 
          en las que emplean un lenguaje directo. Eso contribuye a ganar 
          lectores, al menos en un país con índices de lectura tan bajos como 
          Chile. 
          
¿Qué engancha a esos nuevos lectores? 
          
          La 
          identificación con los ambientes y con los personajes, que tienen 
          mucho que ver con la vida cotidiana. Durante los últimos diez años, 
          los lectores chilenos han vuelto a interesarse por sus escritores, 
          como demuestra lo mucho que se lee a Letelier, Sepúlveda o Isabel 
          Allende. Las nuevas promociones de autores tienen un buen respaldo, 
          aunque las tiradas de libros sean todavía muy inferiores a las de 
          cualquier país europeo.