................. .........Ramón Díaz Eterovic
 






El ojo del alma


Ramón Díaz Eterovic



LOM ediciones,
Santiago, 2001.
247 págs.

El 19 de septiembre de 1971, la Revista Mensaje publica un artículo de Carlos Droguett en el que con virulencia y claridad sin par, acusa a la literatura chilena de frívola, pequeña, sin garra, viviendo de espaldas a la realidad chilena. Según Droguett toda nuestra historia estaría inédita para nuestros narradores, al respecto se pregunta: “¿Dónde estaban nuestros soñadores literarios cuando se planteaban y se cumplían implacablemente estos crímenes? Estos crímenes que históricamente se han seguido cometiendo y quedando impunes mientras no llegue esa inapelable justicia que es en definitiva el arte, el arte que ayuda a vivir...”. Sus palabras claman por una literatura que se comprometa e intervenga ante las desigualdades o estados de opresión. Este deseo pareció cumplirse durante la dictadura, pero luego comenzó a producirse una desvinculación cada vez más fuerte de lo político. Sólo unos pocos autores sostienen hoy en día una discursividad que vincula arte y política. Hoy vivimos en un continuo ánimo no confrontacional, sin polémicas ni denuncias, que “funen” nuestra noción cada vez más debilitada de entender la democracia. Nuestra vigilada libertad produce un efecto atrozmente paradójico: como nunca antes se ha acelerado y diversificado la circulación de contenidos estéticos, pero a su vez, nunca antes tales contenidos parecieron tan ineficaces para intervenir en el debate público, para afectar aunque sea muy pequeñamente el devenir de los acontecimientos.

La obra de Ramón Díaz Eterovic (1956) en este contexto, sigue un camino aparte. Desde hace más de una década, su narrativa refunda la necesidad de microprácticas de resistencia. En 1987, aparece por primera vez La ciudad está triste en la que Heredia va tras la huella de una joven universitaria asesinada por los servicios de seguridad, iniciando una serie de volúmenes inscritos en el registro del neopolicial latinoamericano. Es decir, asumiendo el formato convencional del género negro, pero interviniéndolo con problemáticas adheridas a Latinoamérica. Atrás ha quedado la distinción que encasillaba al relato policial en el ámbito de la fiel dependencia con la escuela dura norteamericana o dentro de los llamados despectivamente subgéneros o géneros paraliterarios.

Ramón Díaz construye relatos en los que conviven la degradación urbana y de su protagonista, un investigador privado tremendamente fiel a sus principios. Heredia no tiene religión, ideología ni vínculos de familia. Su decadentismo cohabita con su lealtad hacia el pasado, el de las utopías y la posibilidad de rearticular sus escombros. Heredia, en palabras del propio personaje: “resistía a su manera, con la ira de los rebeldes que nunca serán invitados a la mesa del banquete... Sólo pedía una oportunidad para transformar la nostalgia del pasado en la fuerza que necesitaba para mantener vivo el fuego”. El ojo del alma mantiene la omnipresente figura del dictador al fondo del escenario, desenmascarando, a su vez, la política de los acuerdos como un intento fútil de no dejar aflorar una memoria pertinaz. El neopolicial al que se adhiere Díaz Eterovic, asume más fuertemente que ninguno de los otros géneros narrativos que en Chile se desarrollan hoy, problemáticas como la corrupción política, de la justicia, las redes del narcotráfico. En definitiva, se expone una crítica a la modernidad y a sus presupuestos ideológicos. Además, sus textos están tensionados por un reiterado cuestionamiento de la noción de verdad, la que se vuelve baladí: descubrir el origen de un delito o determinar culpabilidades, es decir, la verdad, para qué sirven frente a las enormes redes de resguardo mutuo que mantienen los poderes.

Heredia se enfrenta en esta novela a la desaparición de un ex amigo, militante de izquierda a quien conoció en sus años universitarios y de quien se presume haber sido informante de los organismos dictatoriales. El protagonista rearma el pasado y descubre una serie de traiciones; sin embargo, todo trae consigo el halo de lo inútil. De qué servirá encontrar a un culpable, aclarar, perseguir o denunciar a delatores, torturadores u oscuras complicidades entre la dictadura y quienes apostaron por la democracia. Para el autor el hacer literario se vuelve un acto de recopilación y de focalización en microhistorias sometidas al relativismo de la subjetividad, a la ambigüedad de los universos simbólicos y la hibridez de las relaciones y contextos que constituyen el texto. La importancia central de este libro, que nos lleva a los primeros días del año ’74, radica en instaurarse como confrontación a los paradigmas de poder vigentes, cualquiera que éstos sean.

A través de la serie de relatos sobre Heredia, hemos podido ir advirtiendo cada vez con mayor fuerza la cristalización de un lenguaje seco y austero en su fraseo. La escritura de Díaz se mueve entre el escepticismo y el reencantamiento. La historia se nos aparece desde una escritura ansiosa de metafísica. Heredia es uno de los personajes más seductores, desamparados y honestos de la literatura chilena. El ojo del alma está llena de aguda ironía, tristeza y sentimentalismo del bueno. Hace rato que Díaz Eterovic alcanzó la agudeza necesaria para jugar con un policial en el que su protagonista, siempre al filo del total fracaso, avanza sin ningún dato que le permita esclarecer el caso. Es éste un relato de una fuerza excepcional y además, legible, entretenido. Un arte que ayuda a vivir, como diría Droguett.

 

Por Patricia Espinosa

revista Rocinante.

 

 

 
 


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