Proyecto Patrimonio - 2004 | index | Ramón 
            Díaz Eterovic | Autores |
           
           
           
          LOS SOBREVIVIENTES 
            DE LA UNIÓN CHICA
          Por Elisa Montesinos
           
          
            Los más jóvenes del grupo 
              hablan de la Universidad de Nueva York 11. Se trata del Bar Unión, 
              donde a diario se encontraban escritores y poetas, entre ellos Jorge 
              Teillier y Rolando Cárdenas. Muy pronto vivos y muertos volverán 
              a reunirse. 
           
          Leonora Vicuña llega desde Carahue. El escritor Ramón 
            Díaz Eterovic viene con su último libro, El Ojo 
            del Alma, bajo el brazo. El poeta Álvaro Ruiz está 
            a punto de volar a México y también se lleva su libro: 
            La Virgen de los Tajos. Roberto Araya, ex vendedor viajero, 
            trae las fotos del último encuentro de sobrevivientes. Los 
            escritos de todos ellos, junto a los de una veintena de ex parroquianos, 
            aparecerán próximamente en la antología Vagabundos 
            de la Nada.
           
          
           
          Nos sentamos en la misma mesa que durante toda la década de 
            los 80 compartieron con los poetas Jorge Teillier y Rolando 
            Cárdenas, sus amigos muertos. La entrevista parece una 
            buena excusa para volver a franquear las puertas del bar. La reunión 
            comienza cerca de las 12 del día, como entonces, alrededor 
            de una botella de vino.
          "Estos encuentros me dan ganas de fumarme veinte cigarros al 
            mismo tiempo", dice Leonora, la fotógrafa que por estos 
            días atrapa imágenes de bares antiguos. Hace poco regresó 
            de Francia. Fuera de las muertes, otros aspectos han provocado que 
            el grupo se alejara del bar. "La diáspora, el éxodo 
            que hubo", explica Roberto Araya. Muchos viajaron, otros están 
            en la provincia, como el pintor Germán Arestizábal 
            que vive en Valdivia.
          Todos hablan al mismo tiempo. Casi no es necesario hacer preguntas. 
            La historia se va armando con los retazos que cada uno recorta de 
            su memoria.
          Las condecoraciones de botones negros que inventaba Jorge Teillier, 
            a la usanza de una orden antimilitarista. O cuando descubren que todos 
            eran de provincia, menos Roberto Araya, y éste se puso a llorar 
            como un niño. "Decidimos nombrarlo hijo ilustre de Negrete 
            para que no se sintiera menoscabado", comenta Díaz Eterovic.          
          "Peleábamos mucho; era una escuela de ataque y defensa", 
            dice Álvaro Ruiz. Roberto Araya cuenta cuando leyó un 
            poema y Ruiz se lo pisoteó en el suelo. "Es que eran muy 
            malos", se defiende el aludido.
           
          Los libros sobre la mesa 
          El primero en llegar se paraba en la barra a esperar a los demás. 
            Ahí Ramón Díaz conoció a Germán 
            Arestizábal, quien en esa época saludaba con un cabezazo.          
          "Eran tiempos difíciles, entonces las botellas se vaciaban 
            con monedas", dice Araya. "Es que éramos pobres", 
            le responde Leonora, "y cuando llegaba alguien que tenía 
            un poco más de plata todo el mundo se alegraba". El fotógrafo 
            Jorge Aravena vivía en Alemania y mandaba plata para 
            el vino de los poetas. "Había un día que no había 
            problema, cuando cobraba el arriendo o la jubilación el chico 
            Molina; ese día era chipe libre", recuerda Araya.
          Alguien pone sobre la mesa la segunda edición de la obra completa 
            de Rolando Cárdenas. Brindan por él, por supuesto. "No 
            fueron más de dos veces que lo vi sin corbata", dice Díaz. 
            "Un caballero", opina Ruiz. 
          Díaz Eterovic describe cuando lo tuvo que ir a sacar de la 
            morgue y como estaba sin corbata le puso la que él llevaba. 
            Además de poeta, un gran cantante. "Ya nadie cantará 
            Corazón de Escarcha", lamentan todos. 
          Recuerdan a Iván Teillier; "polémico" 
            y guapo como Cristopher Reeves. "Cuando quería tomarse 
            un trago decía: necesito kriptonita".
           Un gran lector de solapas o lector solapado, el Chico Molina. 
            "Su máximo orgullo era no haberle trabajado un día 
            a nadie". Comentaba libros de autores inexistentes. Una vez le 
            preguntaron por alguien apellidado como el vino que estaban tomando 
            y él se explayó sobre las bondades de su obra. "Todos 
            eran mitómanos", advierte Araya.
          "Molina contaba que estaba escribiendo una novela que se iba 
            a llamar El Gran Taimado, y después Lafourcade publica 
            una con ese nombre", acusa Díaz Eterovic. Lafourcade también 
            frecuentaba a Teillier. "Jorge le daba una serie de datos", 
            dice Leonora. "Son amistades particulares; las verdaderas amistades 
            de Jorge eran estas de aquí" (golpea la mesa). "El 
            conde de Lafourchette", bromean. "Cuando venía miraba 
            a huevo porque encontraba un poco rasca, como es medio siútico", 
            se burla Ruiz.
          La poeta Stella Díaz Varín era otra de las mujeres 
            que franqueaba las puertas del bar. "Una diosa; prendía 
            los cigarros en los zapatos", se admira Leonora. "Personaje 
            nacional", sintetiza Roberto Araya. A Ramón la primera 
            vez que lo vio le pegó un combo; ahí se hicieron amigos. 
            "Tuvo muchos amores con Jodorowsky", recuerdan. "Nicanor 
            Parra la cortejaba, González Videla también. Era 
            agresiva, provocativa, transgresora", dice Araya.
          Alguien saca la antología Nueva York 11, editada por Carlos 
            Olivarez, otro de los contertulios que descansan en paz. "Nos 
            tenían catalogados de borrachos, de buenos para nada, pero 
            estábamos publicando", alega Ruiz.
          
          Ni santos, ni profetas, ni poderosos 
           El segundo salud es por Jorge Teillier. "En alguna parte está 
            vivo", dice Leonora. De las múltiples veces que estuvo 
            interno, de las posibles causas de su alcoholismo, de sus contradicciones. 
            "Era un conservador en muchas cosas", resume Ruiz. Se ríen 
            porque le gustaba que la gente se uniera "con libreta". 
            "Un caballero del sur", acota Díaz Eterovic. Seductor, 
            concuerdan todos.
          
          
             
 
          
          "Jorge detestaba a los pedantes y a los oficiales", 
            celebran. "Mucha de la gente no sabía lo que pasaba aquí; 
            lo que siempre se mantuvo era casi una cofradía; una sobreviviencia", 
            dice Leonora. "La poesía fluía sola", agrega 
            Ramón. La mejor escuela de literatura, concuerdan. "Ahora 
            es un mito este lugar", dice Ruiz.
          "Lo otro bonito es que cada vez que salía un libro se 
            festejaba", dice Díaz Eterovic, quien saca a colación 
            las actas que llevaban: "muy divertidas; puros pelambres e invenciones".
          "Las mujeres eran como un trofeo", ironiza Leonora Vicuña, 
            quien nunca lo fue. Su casa en San Isidro los amparaba del toque de 
            queda. La fotógrafa recuerda noches con gente durmiendo "hasta 
            en la tina".
          "Eran tiempos terroríficos", dice Vicuña. 
            "Los tiempos en que la delación era una virtud", 
            dice Ruiz parafraseando a Teillier. Díaz Eterovic lo cita: 
            "Hermanos, seamos felices, llegó la medianoche y aún 
            estamos vivos".
          "Nunca le dieron el Premio Nacional; Cárdenas y Jorge 
            lo merecían", reclama Araya. Los demás le rebaten: 
            "Eso no es importante, lo que importa es la poesía".
           
          
          
          Si en algo están todos de acuerdo es en no estar 
            del lado del poder. Ruiz lee un poema escrito a la muerte de Cárdenas. 
            A ratos la mesa es un barco y podemos sentir el viento sobre el rostro. 
            Cantan Corazón de Escarcha, tema preferido de Rolando Cárdenas, 
            el Chico para sus amigos. Se acaba la última botella. Son las 
            seis de la tarde; se cierra la sesión. 
          
           
          
             
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                    "Don Jorge ya no está" Eso fue lo primero 
                    que don Wenche, el dueño de la Unión, dijo a 
                    Leonora cuando logró volver tras la muerte del poeta. "Siempre va a estar. Si ustedes no estuvieran, yo no 
                    soportaría estar acá; se aparecen los fantasmas", 
                    dice Ramón. "Yo sé que cuando me muera 
                    voy a llegar a un bar donde va a estar Jorge, va a estar Cárdenas, 
                    y vamos a chupar eternamente. El paraíso tiene que 
                    ser un bar", parece decir Heredia, el personaje, pero 
                    habla Ramón Díaz, su autor. "¿Falta una persona?", pregunta el mozo. 
                    "Sí, falta, pero esa persona ya no va a poder 
                    venir", responde Leonora y deja fluir sus recuerdos: 
                    "Jorge asociaba la poesía al boxeo, hay una evidente 
                    similitud, es la lucha contra el mundo, a ti te pegan golpes 
                    y pones la cara. Tú lo que quieres hacer es ganar algo 
                    que es indecible, pero es tu lucha. Lo tiene escrito, toda 
                    su cosa del trago o la autodestrucción, para él 
                    tiene el sentido de preservar en forma pura la poesía. 
                    Es a costa de eso. Y él lo logró; traspasa esa 
                    barrera".   También se refiere a la enemistad con Enrique Lihn, 
                    originada por una mujer. "Beatriz Ortiz de Zárate 
                    era la novia de Lihn y Jorge se la quitó. Enrique Lihn 
                    jamás le perdonó que se casara con ella. No 
                    sólo era bella, sino extraordinariamente magnética, 
                    del mismo magnetismo de Jorge. Después Enrique Lihn 
                    trató de reconciliarse y Jorge no quiso". Aquí 
                    Álvaro Ruiz interviene para contar que al final sí 
                    se reconciliaron y que él mismo fue testigo del abrazo 
                    entre ambos. Un abrazo, eso sí, sin mucha convicción.                     | 
          
           
          
          Rolando Cárdenas, Ivan Teillier, 
            Jorge Teillier
           
          (Todas las fotografías: Leonora Vicuña)
          Fecha: 13/11/2001, Santiago.Chile