En el año 2008 vine a Chile desde Estados Unidos con la escritora estadounidense Carolyne Wright desde Seattle, WA., haciendo una gira literaria con ella, palpando en el caso mío el grado de cultura que existía entonces en mi país que había dejado atrás en 1975. La ciudad de Temuco es mi lugar de origen y mi barrio fue desde los cuatro añitos Pueblo Nuevo; mi viejo hogar está aún casi localizado al lado de la Maestranza de Ferrocarriles Museo Pablo Neruda. Me eduqué en el Colegio Santa Cruz al frente del Edificio de Correos y Telégrafos y después seguí estudios de Castellano en la Universidad Católica, donde continué como profesora. En ese tiempo se llamaba si mal no recuerdo Escuelas Universitarias de la Frontera.
"El Chasqui", mural en Oficina de Correos de Chile, Temuco
Mi libro de poesía bilingüe, publicado por una editorial de Nueva York, traducido por Wright, nace en este viaje. Se titula Trazas de mapa / trazas de sangre / Map Traces Blood Traces. En la página 52 de este libro escribí una “Postal a Temuco”, siguiendo una costumbre mía, la carta y la postal. Crecí en el mundo de la radio Cooperativa y el intercambio de postales, cartas y amistades dentro del país o fuera del país. De esta manera, siempre fui asidua visitante del Correo de Temuco, las estampillas y la casilla 816 adonde me llegaba la correspondencia. Mi familia tuvo esa casilla desde los años 50 hasta el 2011.
Escribí el siguiente texto ahí mismo, dentro del Correo, en el cual me sentí muy extraña por los cambios o no cambios que notaba en mi ciudad. En realidad, por el silencio de lo que iba envejeciendo y desapareciendo. Escribí esta postal y no se la mandé a nadie. He aquí un fragmento:
A quien le concierna:
Me sentí como una estrofa suelta rondando tus calles. Entonces compré una postal en el mismo kiosco de antaño, en tu edificio de Correos. Casi nada ha cambiado – la misma escalera de entrada y el mismo color humo de las paredes y el rostro absorto en las ventanillas. Miro tu mural emblemático y me pregunto ¿Es ésta la misma pintura de Celia Leyton amiga de mi madre? Temuco, te hablo con un lenguaje que nos arropa a ambas sin que nadie nos escuche.
Luego en la página 122 aparece una nota explicativa de quién era Celia Leyton y por qué era importante para mí. Desde entonces hasta hoy nunca pude encontrar ningún dato biográfico de Celia Leyton en los medios que tenía a mi alcance.
"Millaküyen", autorretrato.
(ca. 1950) Museo Nacional de Bellas Artes
La artista se representa ataviada con indumentaria y joyería mapuche donde destacan el trarilonko, chaway y la trapelakucha.
Además se destacan en la cintura dos trariwe.
No pude dejar de sentir alegría cuando en una conversación el periodista / historiador de Lautaro, Héctor Alarcón me cuenta que un libro había sido editado en la Universidad Católica sobre Celia Leyton, biografía y muestras de sus pinturas. Y aún más, me regala una copia.
Yo escuchaba sobre ella de niña cuando mi madrina de bautismo la Sra. Guillermina Tepper y mi madre, Lucy Renner Malig recordaban a su amiga pintora. Las tres se reunían en la casa de mi tía Mina donde Celia pagaba la pensión, vivían en segundo piso que aún recuerdo, donde la pasaban bien conversando en las frías noches de los inviernos de Temuco. Yo era testigo. Contaban también que se vestían de mapuche, porque Celia tenía joyas y vestimenta, una vez le pidió a mi madre retratarla y mi mamá que era tímida dijo no. Yo poseía una fotografía de estos hechos, donde estaban vestidas de mapuche, pero cuando la busqué después de la muerte de mi madre en 1986, no la encontré. Pero la recuerdo.
Este libro es un tesoro, se titula Celia Leyton Vidal. Caminos de Millaküyen. Autores: Lorena Villegas, Renzo Vaccaro y Alex Mellado (Ediciones Universidad Católica de Temuco, 2020). Está muy bien escrito, de diseño impecable. Un gran aporte a la cultura.
Celia Leyton (1895-1975) debería tener muchos más homenajes en Temuco, como corresponde. El señor Hugo Alister me llevó a ver su mural en el Liceo de Niñas donde, como Gabriela Mistral, Celia Leyton fue maestra y enseñó su especialidad, el dibujo. Otra amiga, profesora jubilada de inglés y estudió en el Liceo, la recuerda como su profesora de Dibujo. Increíble. Hasta donde yo sé fue una luchadora y fue apasionada de su profesión, algo que admiré en ella, porque en el Temuco donde me eduqué no se veían pinturas de la cultura mapuche por ningún lado, con la excepción de unas estatuas de guerreros, creo salidos del poema épico “La Araucana” de Alonso de Ercilla y Zúñiga.
Ella era simpática, culta y muy trabajadora. Para mí fue una pionera, porque en las Artes temucanas dejó una huella histórica indeleble. No “creó un cosmos mapuche”, sino que lo estudió realmente y sus pinturas constituyen así un colectivo mapuche. A mí me educó, porque gracias a ella, supe que los incas llegaron hasta esta zona y que el pueblo mapuche usó el sistema de comunicación llamado quipus. No debemos olvidar que hacia los años 30 sucedían en Chile varios movimientos feministas que no creo Leyton haya desconocido. Pero como Gabriela Mistral en su tiempo no logró la apreciación que se merecía en esta ciudad en particular. Ella y otras mujeres de esos tiempos cambiaron su vida, ganaron sus derechos.
Por este libro descubrí muchas cosas en común con ella como maestra, investigadora, amante de esta tierra y sus etnias. Como ella pasé temporadas de mi infancia y adolescencia en la Isla de Maipo donde vivieron unos tíos y el pequeño Quilaco que visitaba yo con mi padre en sus viajes de vendedor de piezas de hierro fundido en Mulchén y Quilaco, zona mapuche, mezcla de árabes y también españoles. La historia de Temuco que aparece en este libro, los datos, la perspectiva. Es un repaso general, pero muy bien hecho. Leí ciertos capítulos que, aunque todos claves para mí, éstos sobresalen por su temática; después de todo Celia fue una mujer sola en una zona y en un contexto muy machista; de seguro, trabajó contra la corriente. Sin embargo, llegó a crear en Temuco la Academia de Bellas Artes. El mundo artístico e intelectual siempre ha estado lleno de complejidades, pero acá en especial era y es más desafiante. Ella misma expresa en sus escritos que trabajaba 32 horas en el Liceo, más horas extras. Además, hacía clases a dueñas de casa de arte decorativo, mi madre fue una de sus alumnas. Pero después de hablar con su amigo Pacheco Altamirano a causa de muchos disgustos profesionales y sentimentales, se decidió a seguir su sueño: pintar el pueblo mapuche. Conocer sus costumbres, observar su vida y plasmar sus imágenes en bellos retratos costumbristas, rostros, joyas, textiles.
"El Toqui". Museo Regional de La Araucanía de Temuco
Hizo exhibiciones en variadas comunas de la región, recorrió el país y llevó sus pinturas. El pueblo mapuche llegó a conocerla y apreciarla. Y Chile conoció el mundo mapuche a través de sus ojos y su paleta, a lo mejor por primera vez. En 1941 abrió una Academia Pictórica en la Casa de Estudios llamada Escuela Industrial en Temuco, donde estudiaba mi padre Metalurgia.
Celia Leyton viajaba mucho por la zona, por caminos que no estaban ni ripiados. Se llamaba a sí misma “mapuche” y, curioso mi madre que nació en Púa, también se decía “mapuche” y no de otra descendencia. Fueron dos mujeres muy activas. Mi madre estudiaba Artes Aplicadas y asistió a la Escuela Técnica Femenina en esos tiempos y se casó en octubre de 1944.
Temuco comenzó a crecer de los años 30 adelante. Entonces tenía unos 36.000 mil habitantes. Mi madre recordaba haciendo fila con amigas y hermanos para ver la película Ana Karenina en el cine Paramount que pasó a ser el teatro Central, al cual fuimos después asiduos clientes, la filmografía era el paseo más popular donde la gente - en los cines- hacían vida social y también era un lugar donde se exhibían los personajes conocidos de la ciudad, damas vestidas a la moda y parejas bellas que se iban a casar con gran pompa. Con el tiempo se construyeron los cines llamados Teatro Austral, Cine Real, Cine Central y la Sala Bulnes, el último. Era una época floreciente en la bella ciudad de Temuco, pero no había mucho interés de desarrollar una vida cultural y artística.
La ciudad estaba centrada en su infraestructura, las comunicaciones y carreteras hacia otros poblados, el tren desde el norte y hacia el sur, la producción industrial principalmente fierro, cocinas y estufas a leña para combatir los crudos inviernos, los repuestos de tractores y placas de hierro para nombrar las calles (guardo varios de estos fundidos en la fábrica de mi padre); la industria agrícola y sus molinos, en su mayoría en manos de inmigrantes extranjeros y la ganadería. Era una época para tener agua potable en las casas, electricidad y alcantarillado. Las calles eran de tierra y algunas de adoquines. La transportación en la ciudad se basaba en automóviles para personas que podían costearlos (hacia 1919 había unos 200 automóviles en la Araucanía), pero en general gran cantidad de carretas y carretones de sangre, como se llamaban. Había en la ciudad abrevaderos de caballos para los que venían del campo. También aparece el hombre que empujaba una carretilla de madera y más tarde, los triciclos. Todos hacían fletes. Era una ciudad pujante, limpia, la perla del Cautín.
A esta ciudad llegó Celia Leyton, viniendo de Concepción donde ya se había formado una sociedad cultural. Celia obtuvo allá sus primeros galardones. El acervo cultural era acá muy precario. Hay que considerar que en 1960 se abrió la primera Universidad Católica en Temuco. Recuerdo que como había escasez de intelectuales y profesionales, se trasladaron algunos ellos muy conocidos desde la ciudad de Concepción y ellos comenzaron la casa de estudios, funcionando en un edificio de la calle Vicuña Mackenna. Allí estudié yo y llegaron a ser mis colegas y mentores cuando llegué a enseñar como profesora de Castellano más o menos desde los años 1969 a 1975.
Se nombraban en la escena cultural chilena otros pintores de Temuco. Llegué a conocer algunos como el Sr. Sebastián Ellena, Bravo y Andwanter. Otros nombres que se hicieron conocidos desde la capital fueron Israel Roa y Osvaldo Reyes que traía de México la influencia muralista. Leyton debió conocerlos, porque ella, tal como Neruda en su poesía de esta época, fue influenciada por los muralistas mexicanos.
Hacia 1962 Celia Leyton inauguró su Mural en el Edificio de Correos y Telégrafos de Temuco. Este mural y el del Liceo de Niñas que pinta después no fueron propiamente apreciados por la comunidad temuquense. Esa fue la percepción de la artista, quizá porque los temas eran mapuche. El fresco del Correo y Telégrafos era escritura incásica. La “primera carta escrita” entregada en una cuerda con nudos. Fue un mensaje para el Toqui. Ya a Celia no le interesaba la pintura de caballete, sino que la belleza de la frontera la embelesaba. Se convierte en la primera mujer en abordar el tema y en posicionarse en la corriente indigenista de Chile o Latinoamérica. José María Arguedas publicó en 1956 Los ríos profundos. Y Jorge Icaza publica Huasipungo en 1927 en Ecuador. En Chile ¿habrá sido uno de los primeros indigenistas el poco conocido Lautaro Yankas?
Ese año yo salía de Humanidades en el Colegio Santa Cruz que estaba al frente del Edificio, así que fui testigo de su construcción. Este es un hermoso mural. No fui invitada a la inauguración, por supuesto. Pero recuerdo haber ido con mi padre a verlo. En 1963 entré a estudiar en las Escuelas Universitarias de la Frontera, el edificio de Avenida Alemania. De ahí en adelante recuerdo bien el inicio de los estudios indigenistas desde el Departamento de Castellano y de Antropología y lingüística que comenzaron a publicarse en esa Casa de Estudios. Para entonces Celia Leyton estaba trabajando su tema.
La actividad artística, pictórica y también literaria de Leyton fue intensa, obviamente, por la cantidad de trabajo que muestra el libro. La Biblioteca Municipal fue clave en el desarrollo intelectual de la ciudad y también el Hotel de la Frontera antiguo que mi padre visitaba mucho los fines de semana; en esos años los días domingos antes del almuerzo, después de la misa infaltable, salí a jugar cacho y tomar vainas con su amigo de siempre, nuestro amigo, Don Guillermo (Mito) Klagges. Reuniones a las cuales, aunque parezca raro, cuando tuve mi “mayoría de edad” me sumaba yo. Bueno, era una vida sencilla y “sana”, muy entretenida. El año 1963 entré a estudiar Pedagogía en Castellano y ahí en el Hotel de la Frontera se hacían exhibiciones de artistas, entre ellos, estaban los cuadros de Celia Leyton para mirar, era un buen panorama.
Difíciles y complejos tiempos nos tocaron. La vida artística y escritural estaba supeditada al dominio masculino, sobre todo para una persona que trataba de crear un lenguaje de apreciación entre dos culturas y dejar un archivo de costumbres y belleza estética. No es famosa la ciudad de Temuco por el cuidado del patrimonio o el orgullo de sus artistas (mucho menos si se era mujer) o por la valoración y recuerdo de sus agentes culturales, sociales, industriales, agrícolas, etc. que conformaron esta región. Pareciera que todo se mantenía en el silencio. No había espacio público para otras culturas, más que la preponderante.
Estos son mis recuerdos. Celia viajó al Norte con sus pinturas, viajó a Europa y se quedó en Santiago. Falleció en la capital el 28 de noviembre de 1975. Ese año me fui a Estados Unidos.
Gracias a Lorena Villegas, Renzo Vaccaro y Alex Mellado por este valioso y maravilloso trabajo. Se lo agradezco. Sacaron del silencio a Celia Leyton quien como otras mujeres, Gabriela Mistral y Laura Rodig, pasaron un día por la Araucanía. Esta es la ruta, puede que tenga miles de kilómetros, pero la mujer que la recorre no va sola. Celia Leyton pasó por aquí también y dejó su impronta.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El silencio desvelado:
Celia Leyton o la reivindicación histórica
Por Eugenia Toledo Renner