Creemos ser país, y apenassomos paisaje, escribió Nicanor Parra.
Me costó mucho conseguir este libro. Había huellas de él por todos lados, pero no existían copias. Creo que tiene varias versiones y, por fin, logré encontrar una versión española que me costó bastante dinero, porque en Chile los libros son muy caros. María José Ferrada es de Temuco (nacida en 1977, periodista con un Master en Estudios de Asia y el Pacífico), al menos sé que tiene familia acá en la ciudad. Me encantaría conocerla, pero no he logrado saber cuándo anda por estos lados. He leído ya varios de sus libros, como por ejemplo Kramp, Los niños (Dibujos de Jorge Quien), el maravilloso libro casi infantil La tristeza de las cosas, Agua y ahora El hombre del cartel (Editorial Alianza, 2021).
En este libro El hombre del cartel (Alianza Editorial, 2021) nos encontramos con un trabajador que abandona su mundo conocido (como tantos personajes de la literatura) para irse a vivir arriba de un letrero. No se va, sino que busca aislarse en las alturas. Ramón es un obrero en la fábrica de PVC y sube al cartel de la Coca-Cola irónicamente a la orilla de la carretera y un canal de agua y decide armar casa ahí arriba. Abandona a todos. La razón es que los dueños de la fábrica le han mandado a cuidar las luces del letrero para que no se las roben, no importándoles que además se quede allá arriba para siempre. Ramón, nuestro personaje principal y que le da el título a la novela, vive en algo parecido a un nido, empieza a observar las estrellas y a conversar con los pájaros, y al final, se parece a uno. Pero, no nos adelantemos.
La obra es minimalista, económica de lenguaje, clara. Entretenida y ocurrente, escrita en viñetas o capítulos que se leen rápido. Dividida en tres partes: “Primera semana (lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo)”; “Los días siguientes” que es la parte más contundente y “Los días finales”.
En la primera semana, Ramón reconsidera su posición y decide cambiarse al cartel, construye una choza pequeñita, pone un anafre para cocinarse, cojines, una silla, una mesita, lleva ropa y mucha cerveza, etc.; construye una escalera y se las ingenia para subir todo. Mientras tanto el narrador de la obra que se muere por ver lo que hay arriba, insiste a su tía Paulina que lo lleve y que suban a visitarlo. A mí me parece que Paulina siente algo por Ramón y a Miguel, sobrino de Paulina, también le encanta escuchar a Ramón. Tiene once años y ya sabe que los mayores no poseen ninguna lógica, en especial, Ramón que tenía la cabeza siempre en otros lados y que fue un problema para su madre desde el día en que nació. Simplemente no encajaba en ninguna parte. Todo parece suceder en un barrio de la periferia de Santiago, a lo mejor cerca del Canal San Carlos.
Ramón comenzó a gozar su nueva vivienda. Buscaba el silencio. El espacio desde arriba, el espacio lejano, los árboles, la Villa cercana, la carretera, las noches y las estrellas. Comenzó a estudiar lo que se llaman las coincidencias y las relaciones entre lo que pasa arriba y lo que pasa abajo.
“Había hilos, explicaba. Hilos delgados que conectaban las cosas. Esta mañana escogía los zapatos azules y en el momento exacto en que te los atabas, un astrónomo descubría un par de estrellas de tipo espectral que, debido a su elevada temperatura, brillaban con un color azulado. ¿había ayudadoen algo tu elección?” se preguntaba.
Paulina y Miguel visitan a menudo a Ramón en su casa del cartel. Ellos también se consideran solos y medio marginales. Miguel va al colegio en donde no se acostumbra, cuenta la historia de “su familia” desmembrada, de Paulina y la madre que posee un negocio de mercaderías variadas. Miguel es un flaneur. Cuenta de la Junta Vecinal de la Villa, los esfuerzos por unirse como por ejemplo en el día del Niño y luego inserta en la historia algo oscuro. Se trata de la muerte de Eduardito que se ha ahogado en el canal. También narra cuando aparecen bajo el cartel tres niñitos, una niña con dos niños, que juegan con barro, construyendo una “ciudad” o casas. Estos niños vienen con el grupo de los Sin Casa u “okupas” que se han instalado cercanos a la Villa, tal vez en espera de anexarse o que el Estado les construya una nueva, lo cual podría demorar años.
Estas dos situaciones, las fogatas de los okupas al atardecer y la existencia atractiva de Ramón en el cartel que muchos observan desde sus casas son motivos para el gran conflicto, aumentando los sentimientos egoístas, abuso y rechazo.
En una Junta Vecinal que funciona como herramienta de represión, la tabla de tres puntos que discutirán los vecinos incluye Ramón, a los Sin Casa y la urgencia de que se vayan todos. Ramón que se retire del cartel, quien para ellos de loco ha pasado a peligroso. Los vecinos resienten a los okupas, pues temen perder el orden y lo que ellos han conseguido por vivir allí con gran esfuerzo. Se consideran más.
Comienzan a presionar a Ramón y éste termina por irse, despidiéndose de sus dos amigos, desapareciendo. Los rumores decían que nunca había existido, que estaba en República Dominica colocando carteles para la Coca-Cola o que se convirtió en pájaro.
Varios niños de la escuela suben al cartel y destrozan las pertenencias que dejó Ramón atrás. Pero sucede algo. La altura les juega a estos niños una mala pasada y deviene la desgracia. Suben siete niños, bajan seis. El último pierde el equilibrio, bajando rápido y cae, lo cual al mismo tiempo trae recuerdos del pequeño ahogado. Esto a su vez mezcla las cosas y se producen unos eventos atrabiliarios que les llaman “guerra” entre los Sin Casa y los habitantes de la Villa. Una especie de paranoia colectiva.
Paulina, cansada o triste por tener que despedirse de Ramón y de arreglar perfumes en el supermercado emprende la partida con Miguel y el niño la sigue sin cuestionarse. Estos personajes están hastiados, porque saben que no pertenecen ahí. La historia termina cuando ambos llegan a la ciudad, bajan al metro y caminan por el andén del subterráneo sin punto fijo.
La idea de la novela El hombre del cartel nace de un caso real según la escritora y es una obra plagada de significado. Es poética y de lenguaje simple. Recuerda una novela japonesa y el tema se acerca a Italo Calvino.
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Palabras finales
Las pérdidas en nuestro país y la no existencia de la felicidad, la empatía, la generosidad o la ética (al menos como se los imaginaba antes, azucarados y algodonados, junto a la disolución de ciertas jerarquías o nuevas divisiones de las clases sociales que están funcionando), producen este cisma en el barrio de la novela presentada. Pareciera ser que bajo la jerarquía fija de clases sociales que existían antes, las sociedades se han subdividido además en otros grupos. Se han formado comunidades populares e independientes que tienen proyectos propios. Algunas coinciden en sus objetivos y otras, no. Algunos barrios dan cabida a grupos dedicados a negocios ilegales, dan cabida a los llamados “narcos” o las gangas. Estas son sociedades o reinos pequeños, como iglesias de todos los credos, Centros de Vecinos y otros grupos en el centro de las comunidades. Lo mismo puede observarse en las clases sociales altas. Muchos con permiso de las autoridades de la ciudad.
Por ejemplo, no porque vas a ser rico o pobre no tienes orgullo y por ello, compites, peleas y defiendes tus conquistas, vengan de donde vengan. Según una nueva clasificación económica, por nivel de consumo, en Chile se definen las siguientes categorías sociales: en AB (clase alta), C1a (clase media acomodada), C1b (clase media emergente), C2 (clase media típica), C3 (clase media baja), D (vulnerables) y (pobres), inmigrantes y en situación de calle (de Mario Poblete: Estratificación social y clase media en Chile). Comisión de Desarrollo Social, junio, 2019).
Desde la perspectiva marginal y del niño se observan en la novela ya muchos problemas y grietas por donde cae la realidad. La ciudad no es feliz ni sana, al contrario, se ha poblado de conflictos, el crecimiento urbano se hizo de parches. Sin duda es un mundo vulnerable. La acción, la reacción y las contrariedades van en escala. Aumentan y se llenan de preguntas. A Miguel no le sirve la escuela ni el barrio en que vive. A Ramón tampoco, así que sigue otro camino y ha descubierto otros mundos.
El golpe militar en Chile (1973) que fue un golpe diferente a otros golpes, entre otras cosas trajo un planificación que se impuso de los años 80 para adelante. Transformó radicalmente la mentalidad y el pensamiento de la sociedad chilena. Fue un trabajo consciente, se trastrocaron todos los valores conocidos antiguamente para aparecer otros que llegan a dominar la sociedad, por ejemplo, aparece el consumo, el dinero, el progreso que significó trabajar duramente y con una sonrisa en la boca, el conseguir éxito a toda costa y costo y en la búsqueda de diferentes tipos de felicidades. Y eso que aún no estaban en el mundo Margaret Thartcher y Ronald Reagan. Este plan trajo el rechazo de todos los elementos conocidos. La historia se trató de borrar.
Pero cuando sube Trump en Estados Unidos vuelve a cambiar la terminología, surge la distorsión, viene lo que se ha llamado la posverdad. Se trata de que no hay verdad ni mentira. Los límites se han perdido y toma posesión la relatividad en todo. Tiene razón el uno y el otro o no hay razón alguna para comportarse de determinada manera. El individuo cree solo en sí mismo, es egoísta y pierde la empatía. La informática ayuda apoderándose de las comunicaciones y las distorsiona. A este viraje le sucede una serie de cosas nocivas, el cansancio, el aislamiento, el fuguismo, la depresión, la incertidumbre, el oscurantismo cultural. Las relaciones personales de los individuos se deterioran y se hacen difíciles o complejas. La familia se rompe. Deviene en algunos casos, una ola de suicidios en las sociedades, ataques crueles y sistemáticos a la mujer y a niños en sus escuelas o el hogar; se declaran guerras, caen murallas y se inicia la construcción de otras; se quiere una cosa hoy y otra mañana, devienen rechazos, negaciones, incumplimientos o estatismo. Es un mundo constantemente en movimiento.
Se observa el crecimiento y la división de las ciudades también en unidades o barrios, blocks, Villas, Condominios que dan la apariencia de seguridad, confort y cuidado, pero que esconden violencia y desavenencias en sus casas. Miremos Santiago de Chile, hay islas, calles claves y lugares icónicos como la plaza Dignidad, Estación Central, como las calles Baquedano, Vicuña Mackenna, Barrio Yungay; como Las Condes y Ñuñoa o Vitacura y la Dehesa. Miremos la ciudad de Temuco, la ciudad donde nací, que era pequeña y paradisíaca cuando me fui en 1975. Hoy no se reconoce. Lo mismo otras como Concepción, Puerto Montt, la Isla de Chiloé. Suma y sigue.
La ciudad ya no es una unidad. Hay hoteles que tienen de todo. Hay hospitales que son verdaderas ciudadelas, tienen sus reglamentos y servicios más allá de lo necesario que se pueden adquirir a alto costo. Lo mismo está sucediendo con los aeropuertos, he sabido que hay aeropuertos en Europa con museos, cines, sala de conferencias, hoteles, restaurantes, etc. En Europa los turistas no ven la periferia, los inmigrantes concentrados y la pobreza. Se confecciona un turismo centrado y comercial. No hay ecología urbana en absoluto.
Sería interesante estudiar las ciudades literarias. María José Ferrada nos entrega un ejemplo pequeño con El hombre del cartel a través de un caso casi absurdo. Y debe haber muchas más obras en nuestra literatura chilena y mundial, porque Santiago no es la única gran ciudad sufrida con grietas por todos lados. Y no podemos ignorarlas. La pregunta que queda en cartera es: ¿Qué está sucediendo con los campos y la naturaleza?
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El hombre que se fue a vivir arriba de un cartel.
Novela de un rechazo.
"El hombre del cartel" de María José Ferrada.
(Editorial Alianza, 2021) 2021, 160 páginas.
Por Eugenia Toledo Renner