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“Nazis” chilenos:
La Matanza del Seguro Obrero y la generación fusilada


Por Macarena García Lorca
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blicado en The Clinic, 4 de septiembre de 2017


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El periodista y fotógrafo, Emiliano Valenzuela, publica la primera investigación acabada sobre el Movimiento Nacional-Socialista chileno, organización que fue parte de la vida política nacional entre 1932 y 1938, y cuya historia terminó de forma trágica. Sus miembros fueron masacrados en la Matanza del Seguro Obrero por el presidente Arturo Alessandri. En entrevista con The Clinic Online, el autor de La Generación Fusilada, asegura que los nazis chilenos poco tuvieron que ver con la ideología alemana.

 

Emiliano Valenzuela (37) fotógrafo y periodista de la Academia de Humanismo Cristiano, fue cronista urbano en La Nación Domingo. Se ha especializado en temas de memoria y rescate patrimonial. En 2006 ganó la beca de la Fundación Pablo Neruda, en ese momento empezó a sentir la necesidad de narrar la derrota de un país y de un pueblo, que suele ser masacrado cuando se levanta contra el poder y luego sus víctimas son olvidadas. De ahí surgió la idea de profundizar en la Matanza del Seguro Obrero, ocurrida un día 5 de septiembre como hoy, hace 79 años.

Esa jornada, jóvenes militantes del Movimiento Nacional Socialista chileno —los nazis con C (Nacis) para diferenciarse de los europeos—, intentaron generar maniobras distractivas para alentar a los tropas del Ejército, leales a Carlos Ibáñez del Campo, a dar un golpe de estado contra el presidente Arturo Alessandri y así evitar el triunfo en las elecciones de 1938 del candidato de la derecha ultra conservadora, Gustavo Ross. Pero todo salió mal y fueron masacrados en el edificio de la Caja del Seguro Obrero, donde actualmente se ubica el Ministerio de Justicia, a unos pasos de La Moneda.

Valenzuela se dedicó por años a investigar el Movimiento Nacional Socialista chileno y el resultado es su último libro, “La Generación Fusilada, memorias del nacismo chileno 1932-1938”, editado por Editorial Universitaria, que será lanzado hoy en la casa central de la Universidad de Chile y que pretende desmitificar la historia del nacismo en Chile y sus vínculos con el nazismo alemán.


—¿Cómo surge tu interés por investigar el Movimiento Nacional Socialista (MNS) en Chile?

Hace años le preguntaba a mi madre por su pasado. Ella hablaba poco de eso. Cuando le empezó a dar Alzheimer, en ciertos episodios de su delirio, relataba raros pasajes en que aparecían amigos fusilados, gente acribillada en una casa, alguien a quien le disparaban debajo de una mesa. Aparecía ella misma corriendo a orillas del Mapocho, cruzando una noche de Santiago de hace mucho tiempo. Eran sus recuerdos de la dictadura. Siempre terminaba en silencio y remataba con la misma conclusión: “Esas son cosas muy tristes”. Después, vi un video con la entrevista que le hicieron al último sobreviviente de la masacre del Seguro Obrero (se salvó debajo de los cadáveres), Carlos Pizarro; en un minuto, él no pudo seguir hablando y remató con la misma frase de mi mamá: “lo que pasa dijo es que esas son cosas muy tristes”. Me quedé pensando mucho en el correlato de ambos. Eran sobrevivientes de momentos políticos donde la impunidad resguardada por el Estado y sus cómplices en la prensa y en la sociedad civil, dejaban caer su velo sobre las pequeñas personas y sus cadáveres. Estas eran las víctimas olvidadas de un país; los restos del naufragio de proyectos idealistas que fracasaron y de los que no queda nada.

 

 

—¿El libro busca rescatar la memoria de las víctimas y sus luchas sociales?
Se me hizo patente la necesidad de escribir sobre la derrota de un país y de un pueblo. Mi lugar en esa historia y en esa derrota, la violencia que nos determina, quién era yo, por qué mis padres y sus dolores eran el único lugar en el mundo donde yo podía existir. Fue entonces cuando recordé esa vieja historia del Seguro Obrero. Mi abuela me relató cómo ella había visto a los nacistas en su casa muchas veces y que uno de sus primos y mi bisabuelo pertenecían al movimiento. Ella recordaba la masacre y cómo habían corrido los horrendos rumores de su acontecer por toda la ciudad ese día cuando ella tenía 8 años. Paralelamente empecé a perder a mi vieja en ese mismo tiempo. Su memoria se fue extinguiendo. Todo tomó los ribetes de la gran metáfora de una borradura, de una memoria personal y colectiva que desaparecía. Se me hizo imperioso relatarlo. En el fondo, este libro sobre el nacismo, es un pretexto para hablar sobre las pequeñas memorias un hombre, una mujer, un campesino, un obrero, un estudiante de quienes sostienen proyectos políticos que empujan la historia hacia adelante, con candidez y esperanza, y cómo esa candidez y esa esperanza han terminado hechas pedazos.

—¿Y qué descubriste en esas historias?
Que esta es una historia, no del nazismo alemán ni las conspiraciones de poca monta que alimentan la mitología marginal, sino una historia del nacismo chileno, diferente diametralmente ya que en él se puede armar una reflexión que relata el poder, la política, la tragedia, los ideales truncos. ¿Qué tiene que ver un obrero chileno que jamás conoció Europa con esa ideología en los años 30? Pues nada. ¿Qué tuvo que ver un estudiante chileno de los años 30 con el nazismo? Nada. Era más bien el gesto de una voluntad política lo importante en ese ejercicio de vestirse de uniforme e imitar a las tropas de asalto marchando en plena calle. Ese ejercicio no habla de nazis, como me dijo una vez el poeta Gonzalo Rojas “esos no eran nazis”, fue su frase exacta, sino más bien de una idiosincrasia chilena: la ingenuidad, la solidaridad, el idealismo, la búsqueda de la acción social y un activismo lleno de entrañable ternura.

 

 

—Entonces, ¿planteas que el nacismo chileno no tuvo que ver con la ideología nazi? ¿El libro trata de desmitificar ese vínculo?
Sí, la gente hace la asociación entre nazismo y nacismo apresuradamente, porque un material de consulta como este libro nunca estuvo disponible. No están vinculados. Habían simpatías, antes de la guerra, pero nada más que eso. Eso después cambió. Tenían elementos rituales, como los uniformes, pura estética. Esta es la historia de cómo una generación, la de 1938, quiso pensar su país. Cómo enfocaron los recursos discursivos disponibles en el panorama internacional. Era un Chile donde se encarnaron las grandes disputas ideológicas mundiales en proyectos que quisieron pensar lo nacional por primera vez desde un estrato popular con identidad política definida en partidos. Hablar de eso es muy complejo además, ya que al estar asociado al nazismo alemán en el nombre, causa resquemores razonables en quien escucha.

—Sí, bastante, eran fascistas además.
El tema me pareció atractivo para hablar de los quiebres históricos, escapando de 1973. El agotamiento del sistema político y de sus figuras de representatividad pública viene acompañado de un necesario cuestionar las escrituras épicas de la memoria. No es que el contenido de esa memoria ni sus muertos se haya vuelto sospechoso. Eso jamás. Eso siempre será lo más importante. El problema es quienes representan esa memoria hoy, en su mayoría profetas hipócritas y traidores. Me parece que presentar reflexiones sobre nuestra memoria y habitar territorios de escritura inexplorados como este tienen un mérito y para mí suscitan de inmediato un interés. Creo que esta historia ofrece una posibilidad interesante siguiendo la línea de lo que hace el poeta Bruno Vidal, por ejemplo. Cuestionar el monumento. Echar a correr puntos de vista que se contraponen.

 

 

—¿En qué contexto surge el nacismo en el país y qué motivos explican que germinara en la sociedad chilena de los años 30?
La ideología surge en la crisis económica del 29. Fue una manera de pensar el país y proyectar soluciones a las problemáticas sociales, no desde el nazismo, sino desde una voluntad política propia que interpretaba construyendo un discurso que si bien toma elementos rituales de la ideología alemana, corresponde a un gesto particular. Ese gesto es un ejercicio precioso, y que te habla mejor que nada del contexto. Un momento histórico en que por primera vez las clases populares levantan una demanda política organizándose en fuerzas con representatividad electoral real. Es el tiempo en que se formaba el Frente Popular; el tiempo además de la guerra civil en España y sus reacciones en la sociedad chilena.

—¿Cuáles serían las bases teóricas en que se asentó en Nacional Socialismo chileno?
Más que sus planteamientos ideológicos que existían, pero eran difusos y dúctiles a los nuevos objetivos que iban apareciendo, lo interesante era la voluntad política de su acción y moral. Existían propuestas que estaban desarrolladas en el ámbito teórico, aunque decir desarrolladas es mucho. En verdad, solo eran anuncios en diversas materias políticas que apenas daban para un par de hojas de folletería. El tema es que un programa rígido era imposible: aunque existía praxis en algunas ideas como el servicio del trabajo, por ejemplo. Esto se debió a que eran movimientos demasiado nuevos: se hablaba de corporativismo, se hablaba de justicia social y fin de politiquería, fin del capitalismo parasitario y explotador, fiscalizar la probidad de las instituciones públicas, un rol interventor del Estado. Eran puras cosas muy difusas y muy ingenuas que se proyectaban desde una colectividad con nula experiencia política en un inicio.

—¿Qué grupos sociales integraban sus filas?
En su mayoría eran clase media baja; gente que buscaba representatividad en el sistema de partidos y no se identificaba ni con la derecha ni la izquierda. Había obreros seducidos por sus ideas de dignificación del trabajo y la reivindicación social. Atraídos también por los servicios sociales -clínicas dentales y atención médica gratuita, bolsas del trabajo, roperos populares- que ofrecían a sus militantes. Había estudiantes que buscaban la vanguardia en un socialismo propio del siglo XX, o sea el fascismo. Era la manera que tenían de enfrentarse además a la generación anterior que encarnaba lo caduco y deducir espiritualmente la época en que vivían, donde se sentía la política en todas partes, en Chile y el mundo, y no se podía no tener una opinión o estar al margen. En esa época el repertorio para pensar y luchar socialmente eran los grandes metarrelatos hoy destrozados, pero en ese tiempo, antes de la guerra, vigentes en su totalidad.

—¿Cuáles eran sus tradiciones y principales actividades?
Hacían muchas marchas, mítines y concentraciones; actividades de propaganda en plena calle. Todo era muy precario, armado con recursos propios o colectas entre militantes. Tenían un diario y una revista que era su manera de entrar a los barrios populares con sus ideas. Era muy habitual que la juventud vendiera el diario Trabajo por las tardes en Valparaíso, Santiago y otras ciudades. En ese momento era donde se protagonizaban encuentros callejeros con otros grupos rivales y sucedían las famosas muertes.

—Decías que el movimiento chileno no estaba vinculado al nazismo alemán, ¿pero incorporaron el componente racial?
Al comienzo había voces disidentes dentro del movimiento. Estaba René Silva Espejo –conspirador de larga data y director del Mercurio posteriormente- y el periodista Fernando Ortuzar Vial. Ellos tenían una visión más ultranza y criticaban la poca rigidez ideológica de este nacismo a la chilena impulsado por Jorge González a quien intentaron derrocar en un cuartelazo. Estos personajes, que además dirigían un diario llamado el Debate con claros favoritismos germanófilos, le daban al movimiento esa impronta en varios textos y artículos. Era una suerte de relación unilateral por cierto, de admiración. Una vez expulsados estos personajes, eso cambió. Jorge González, el líder del movimiento, llegó incluso a prohibir la militancia en el MNS de miembros de la Jugendbund alemana nazi del sur de Chile, calificándola de desnacionalizadora. Además cuando estalló la guerra civil española y cómo una forma de erigirse como una trinchera nacionalista contra el comunismo internacional, los nacistas terminaron de renegar de esta primera admiración difusa al nazismo, fortaleciendo una posición nacionalista contraria a los fascismos europeos. No existió nexo con la embajada alemana. Se buscó apoyo económico en negocios alemanas alguna vez, pero fue infructuoso. Hitler por su parte fue indiferente totalmente con el movimiento chileno. No hubo ninguna reacción de su parte por la masacre del Seguro Obrero.

 

 

—¿No eran antisemitas?
El ingrediente racial que propugnaban no era el de la superioridad aria ni de ningún otro tipo. No se sentían superiores a otra raza ni le daban importancia a ello. Es más, en sus últimos años impulsaban un nacionalismo continental similar al aprismo, de unión entre países de la región en contra de las políticas intervencionistas norteamericanas e inglesas que impulsaban no ser neutrales en la guerra. Existía en ellos un valor de chilenidad, entendido como una pertenencia al espíritu de lo nacional; la raza chilena como un valor que decía relación más bien con una moral en el ser y actuar. Ellos hablaban de aristocracia nacista. Esta debía ser horizontal totalmente. No creían en las diferencias sociales ni en la lucha e clases. Existía eso sí una crítica a los judíos, pero no eran vistos como “una raza inferior” ni mucho menos. Esta crítica era netamente económica, al considerarlos la representación del monopolio del poder económico.

—¿Llegaron a ser relevantes en la política nacional de la época?
Sí y no. Fueron la fuerza a nivel individual más grande en el estudiantado de la Universidad de Chile y su Centro de Alumnos por varios años. Tuvieron más de 30 mil militantes y tres diputados. Uno de ellos, Jorge González, fue clave en la creación de Corfo, y su hito histórico más importante, la masacre del Seguro Obrero, determinó la elección presidencial de 1938 a favor de Pedro Aguirre Cerda. Fue la primera vez en la historia que un movimiento con sus características terminó apoyando un proyecto netamente antifascista como fue el Frente Popular triunfante en esos años. Esa fue su relevancia; encontró sentido en la búsqueda final por insertarse en el sistema político apoyando al general Ibáñez, un personaje oscuro y ambiguo en el juego de sus ambiciones y que los usó junto a su camada de colaboradores para cumplir su aspiración a la presidencia, la que por cierto terminó como sabemos.

 

 

—¿Y qué pasaba con las milicias, tenían entrenamiento militar?
El MNS tuvo tropas de asalto, o milicias, como las tuvo además el Partido Socialista. El ingrediente paramilitar se estilaba en esa época; había milicias republicanas, milicias socialistas y Tropas nacistas de Asalto. Estas recibían un entrenamiento que comenzaba en la infancia, cuando el militante era miembro de la Jota –o juventud nacista que se llamaba así antes que el PC adoptara este nombre para sus cuadros juveniles-. El entrenamiento era en su mayor parte sobre cómo usar el cinturón y defenderse en la calle. También tenían cursos de oratoria y reforzamiento escolar.

—¿Defendían la violencia como estrategia política?
La violencia y la política son eternas conocidas; sobre todo cuando el litigio de la primera se realiza en las calles. Toma ribetes más trágicos cuando es propiciada por el Estado, como ha sido siempre en Chile, para mantener ese “orden” afin a los poderosos. Más que una estrategia diría que la violencia fue algo natural en la época, una moneda de cambio en la pelea por sostener demandas que se pensaban correctas. Un gesto que acompañaba a ideologías que buscaban un movimiento o un dinamismo: chilenos a la acción, decía la frase de combate de los nacistas, y el himno de los socialistas decía: socialistas a luchar. Los nacistas agredían y recibían de vuelta la misma respuesta. Así fue siempre con sus contendores directos en la calle. La violencia fue como una suerte de elevador de los ánimos más oscuros, y no fue patrimonio de nadie en específico, sino un elemento transversal. Como te dije antes, toma ribetes siniestros cuando está avalada por La Moneda. Solo ahí se convierte en estrategia, porque los estados tienen el monopolio “legítimo” del uso de la fuerza para reprimir a la sociedad civil, como tanto lo hizo Alessandri en esos años. Tenía para eso a Investigaciones y Carabineros.

 

 

—Cuéntame de Jorge González, el líder del Nacional Socialismo en Chile.
Jorge González era un Jefe muy ingenuo en sus optimismos. Ese fue su gran pecado. Saber en el fuero interno las limitaciones de su campaña, pero seguir adelante con la misma. González fue un híbrido, ni chileno ni alemán, su motor anímico palpitaba en una suerte de limbo. Era ingenuo totalmente, aunque carismático. A eso podía sumarse su valor y su duro convencimiento. Todos estos elementos le jugaron en contra y lo destinaron a chocar contra el muro infranqueable de una realidad y un fracaso que dejó la gran estela de víctimas que recoge el libro. Más de 60 muertos, entre los que cayeron en el Seguro y los otros que cayeron antes en las calles del país, peleando contra sus adversarios.

—¿Cómo fue la matanza del Seguro Obrero que se recuerda hoy?
La masacre fue el clímax político del movimiento. Consistía en apoyar al ejército supuestamente contactado por enlaces militares entre el nacismo y las tropas. La misión de los complotados era tomarse los edificios de la Universidad de Chile y el Seguro Obrero para crear revuelo público; unos cortarían la energía eléctrica, otros lanzarían la proclama por una radio llamando a la revolución. Finalmente ya sea porque las conversaciones se basaron en presunciones apresuradas por la ingenuidad o torpeza de los enlaces, ya sea porque Ibáñez los desautorizó, las cosas no resultaron y el Ejército en vez de prestar apoyo voló la puerta de la Universidad de Chile, dejando que Carabineros entrara, apresara a los estudiantes, los llevara al Seguro donde fueron fusilados en las escaleras. Impacta porque sucedió en un lugar reconocible, en las escaleras de un edificio público cercano a La Moneda.

—¿Cuál es tu visión como investigador de este movimiento?
Fue un movimiento romántico; lo valioso en ellos no es su ideología si no el gesto de sostenerla como manera de participar en las luchas sociales de su época. Gonzalo Rojas, el poeta, estuvo en la morgue reconociendo el cadáver de su amigo César Parada el año 38 y me lo dijo: no eran nazis sino luchadores sociales. Ese gesto habla de otro Chile y de una voluntad que siempre ha existido en los que luchan por construir territorios de habitar históricos. Eso eran. Otro poeta de la época, Enrique Rosemblatt, los definió durante una entrevista que le hice, como dulces nacistas. Me parece una definición precisa.

 

 

—Tras este periodo que estudias entre el año 32 y 38, el Nacional Socialismo siguió vigente o más bien se extinguió?
La ideología terminó en Alemania en 1945. En Chile como movimiento se acabó en 1938. Lo que hubo después fue una continuidad en los años de Pedro Aguirre Cerda basada en una reformulación ideológica que no funcó y fue embotellada además por la guerra. Se extinguió el año 43, cuando se alió a otros movimientos nacionalistas. Sus militantes fueron a diversos partidos: unos al liberal, otros siguieron con Ibáñez, estuvieron en el PADENA, en el Agrario Laborista y continuaron luego a la DC. Otros se fueron a la izquierda con Allende. Uno fue ministro de Salud de la Unidad Popular (Oscar Jiménez) e inventó la medida del medio litro de leche a niños menores de 6 años. Existía además un comité pro homenaje de la matanza, conformado por familiares, que se acabó finalmente el año 2000. Los viejos decidieron dejar de ir molestos por la presencia de tribus urbanas neonazis en el lugar. El nacismo no uso las swastica ni alimentó el odio racial de este tipo de grupos. Era violento para ellos al final ver la deformación que esta gente hizo de sus homenajes.

—¿Ves huellas del MNS en los movimientos actuales que adscriben a esa ideología?
En cuanto a si tienen parecido con ideologías actuales: un rotundo no. Ellos existieron y murieron en 1938. Lo que existe hoy son puras pandillas que tienen que ver con modas o tribus urbanas.

 




 



 

 

 

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“Nazis” chilenos: La Matanza del Seguro Obrero y la generación fusilada.
“La Generación Fusilada, memorias del nacismo chileno 1932-1938”, de Emiliano Valenzuela.
Editorial Universitaria, 2017. 504. págs.
Por Macarena García Lorca.
Publicado en The Clinic, 4 de septiembre de 2017