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De
"atar las naves" a "Rascacielos"
(Entrevista
y poesía de Enrique Winter)
Por
Ernesto González Barnert
Enrique
Winter (1982) es dueño de un registro poético grácil,
de alto nivel formal, pulcro. Sin duda, no ha hecho del vómito el estilo.
Ni ha dejado de poetizar donde muchos otros temen parecer superficiales o vanos.
La poesía para un buen poeta se esconde en cualquier lugar y solo
depende del valor, el tesón y la seguridad del poeta para intentar plasmarla
en su lengua. Enrique tiene ese tridente. Pocos como él pueden internarse
con tanta audacia y agilidad en tal pantano. Y menos aún salir tan bien
parado. Es decir, no exento de belleza. La belleza no tan efímera (como
algunos quisieran creer) de "Come cerezas sobre un plato blanco./ El roce
del colmillo y la caroza/ corta el aire/ como si en sutileza/ ella pinchara un
globo/ terráqueo que palpita (Corazón de paloma) o "He roto
mi bolsillo de la izquierda/ Si guardo en él, doblados, tus mensajes,/
rozarás mis rodillas nuevamente" (19.). Todo esto lo vislumbro primero
Armando Uribe Arce. Y para variar, aquí tampoco yerra.
-
¿De qué manera los viajes han ido marcando tu poética?
-
Primero fue un deseo, consciente de su necesidad: el viaje constituía a
las personas. La única fidelidad que le debe Ulises a Penélope es
volver, pero él se constituye en Ulises en tanto viaja. Ojo que lo que
debe no es poco: rehacer su camino y dejar todo cuanto le haya encantado en él.
Casi nadie que leamos se quedó inmóvil, aunque Kant sea de los pocos
ejemplos en contrario. Confío en la perspectiva, como el lugar desde donde
pensarse. Sabemos que Europa aprendió mucho más sobre sí
misma desde la llegada a América. En mi obra hay una intención cada
vez más marcada de ser el otro, un ejercicio antropológico que requiere
a lo menos conocer a ese otro. La complejidad de las realidades sociales no suele
retratarse más que en dicotomías marginalidad-burguesía o
tradición-vanguardia, y esa es una deuda que debemos saldar entre todos,
yendo a terreno, denunciando. A mí me interesan los monólogos del
teatro, que hable el personaje. Porque a quién le importa lo que sólo
yo tenga que decir, como para bancarse un libro entero. El éxodo implica
una misión: Cortés deja que sus naves se vayan, porque no puede
volver sino habiéndola cumplido. El viaje no tiene comprado el boleto de
regreso y ese axioma debiera regir mi escritura, la ausencia de riesgo es un espanto.
En el mundo actual siempre que se va, se sabe hasta la hora de vuelta a la misma
partida: sea turismo o el llano peregrinaje de las micros.
"Atar las
Naves" se sitúa en lugares tan reconocibles como imposibles de individualizar.
Por el contrario, "Rascacielos" nombra hasta que el ejercicio de nombrar
se vuelve absurdo. En los textos mismos puede verse México: Brenda en el
bus pirata de Juárez a Chihuahua y el camionero Manuel que me llevó
a Querétaro, por ejemplo. Prefiero eso sí, la frase al voleo como
en la salsa: que la tragedia tremenda pase colada en los siguientes pasos de baile.
De esta manera, los cuerpos muertos por la guerrilla en Quezaltepeque, El Salvador,
no son más que otra imagen sobre la resistencia o la cruel belleza. Los
piedrazos que me tiraron en Cuba son apenas dos versos del inédito "Quedarte
Afuera de tu Propia Casa Justo Cuando Pensabas Construirla".
Me interesa
rescatar lo que significa dejar atrás una ciudad o una pareja, en cuanto
a lo que continua en ellas luego de la ausencia de uno. Los viajes son pura ausencia:
no se es de allá porque uno viene, ni se es de acá, porque se fue.
El desajuste, el desacomodo desde el que se crea, es la misma base de los viajes.
Algo falta y se sale a buscarlo. Philip Larkin no salió ni a comprar el
pan, pero entendió mejor que nadie la falacia de la pertenencia en "Lugares,
Seres Queridos". ¿Qué es eso de encontrar tu lugar, tu persona?
Puro conformismo, mucho más me interesa la búsqueda. "Los que
piensan así son incapaces de quedarse una vez que se enamoran" me
dijo una amiga mexicana. Me cagó, pero si me voy es porque puedo. Ya "Atar
las Naves" se trató de quedarse y de por qué nos quedamos,
desde las cargas familiares a las amorosas. Cervantes lo apuntó clarito:
"El que lee mucho y anda mucho; ve mucho y sabe mucho". De Virgilio
a Goethe hay mejores citas sobre viajes, pero me gusta la parquedad y arrogancia
de este español. Sobre todo, la contradicción: es obvio que él
se instaló y que mucho más temprano que tarde (sin haber escrito
"El Quijote"), haré lo mismo.
-
¿Cómo entraste a la literatura?
- Era curioso, tenía
catorce años y comenzaba otro aburrido verano. Mi primo me recomendó
"El Extranjero" de Albert Camus y "El Loco" de Khalil Gibran,
marcando un quiebre con mis lecturas colegiales. Mis padres se separaban y a mí
me gustaba una niña. Al rato mi inquietud fue más política,
al participar de grupos más diversos.
-
¿Qué significa para ti la poesía?
- Asombro
y cuestionamiento, los sentidos despiertos.
- ¿Qué
poetas, escritores, artistas o experiencias han marcado tu cocina literaria y
también la propia vida?
- No me creo capaz aún de
individualizar a mis mayores influencias. Comencé con Gonzalo Rojas, Ernesto
Cardenal, Eduardo Anguita y Juan Luis Martínez de los hispanoamericanos.
Los rusos son fundamentales para el tratamiento de las personalidades. Lecturas
como los beats, que rasguñaron la seriedad de adolescente melancólico
escritor de versos. A los diecisiete años, Floridor Pérez confió
en mis textos, a la vez que como huaso ladino, desconfiaba de mí. Mezclarme
un año después con poetas mayores que yo y mucho más leídos
fue un desafío. El rigor de Juan Cristóbal Romero fue fundamental
en "Atar las Naves". Entonces empecé a distanciarme de una melomanía
de años. La mayor marca se la debo a la música: el rock y los sesenta
como base, para caer de cabeza en los clásicos, el folclor, el tango, el
bossanova, el jazz, el noise, los boleros y otras vergonzosamente románticas.
La economía de recursos a la que obligan los patrones cantables me interesa
mucho. Creo que la libertad se expresa mucho mejor en espacios restringidos: meter
un baño y una pieza en tantos metros cuadrados, comer una semana con tantas
lucas o condenar la explotación económica en los dos versos del
coro. Me interesa más ese dilema que el del intertexto, excusa tantas veces
de falta de creatividad.
Creo no haberme maravillado nunca con un autor
o estilo particular, pero acepto de muy buena gana opiniones en contrario. El
punto es que hoy sospecho más que cuando disfruté el boom latinoamericano
o bien a C. P. Kavafis y Ted Hughes, leídos muy joven gracias a un profesor
de inglés que viajaba buscando pájaros raros. Películas que
tratan el abandono, también la transición de imágenes y los
quiebres de Jarmusch o Lynch. La política, desde la teoría a la
contingencia. La filosofía alemana. Las personas con que me cruzo siguen
gatillando mis poemas, pero esta vez desde personajes a los que les falta un escenario.
Son ellos los que narran el texto, gracias a esa distancia entre la primera persona
del discurso y la primera persona del autor, que cuesta tanto a los críticos
establecer como obvia.
Sinceramente, entendí mejor la desproporción
del enamoramiento en las japonesas con "Lo Bello y Lo Triste" de Yasunari
Kawabata. Entre otros, me traje "Botchan" de Natsume Soseki; porque
transcurre en la provincia de Ehime, donde fui acogido como un hijo. Mucho antes,
la parquedad de algunos poetas ingleses y peruanos, más los haikus marcaron
mi ejercicio poético como contraposición a mi excesiva comunicación
verbal. "Atar las Naves" es pura contención, en una época
verborreica. Y en un intento por subvertir algunas formas, ese haiku que brilla
por ser efímero, deja de serlo una vez que lo reconstruyo, variándolo
varias veces en un mismo poema.
Quise a una mujer que retenía todos
los detalles. Le pregunté cómo y respondió que mientras en
las micros yo leía, ella recordaba. Sinceramente, pulir el recuerdo es
tanto más útil para quebrarle la mano a Hume y darle a las ideas
la fuerza de las impresiones. Ella saca fotos, pero debiera escribir mis novelas.
Lo mismo amigos cuyas cosmovisiones a veces alcanzan una coherencia envidiable.
- ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo
trabajas hasta concretar un poema?
- Sigue siendo inspiracional.
Un lápiz en el bolsillo para anotar lo que me provoque. Algunas veces desde
otros autores, la mayoría desde experiencias. La lectura corrida de mis
libretas da cuenta de qué demonios se repiten y cuáles otros se
relacionan como causas y consecuencias de las tensiones sociales que me interesan.
Como una sola pelea, de varios asaltos indistinguibles. Que el libro funcione
como un todo no me parece excusa válida para descuidar el poema. Por eso
muestro cada uno como un cuerpo individual a mis pocos lectores preliminares.
Trabajo sobre sus críticas, aunque al final casi nunca les hago caso. Lo
que sí considero son los libros especializados en los temas que pretendo
tratar, mezclando disciplinas que jamás debieron separarse.
Suelo
combinar textos de una misma época o tema, imágenes que se sobreponen
unas a otras, ritmos que se ahogan y respiran gracias a quiebres posteriores a
la escritura, en la cocina literaria como la llamas tú. También
se me ocurren ideas poéticas sin los versos en sí mismos, y me costó
años que las palabras borradas no me llevasen de vuelta al verso clásico.
Para violar las normas de la tradición hay que conocerlas, pero claro,
después no hay que olvidar violarlas. O pervertirlas un poquito. Ahora
bien, el texto pudo inspirarse muy auténticamente, pero si no interpela,
no me interesa en lo más mínimo. Respeto el tiempo del lector, las
pajas hay que guardárselas.
- ¿Cómo
ves la poesía actual chilena? ¿Y en ella a tu generación
con respecto a las anteriores?
- Está sanita y cinco o diez
años delante de países con tradiciones poéticas tan fuertes
como la nuestra, al hacerse cargo de los nuevos cuerpos sociales. Obviamente no
se trata de una línea histórica como las de la educación
primaria, sino de rupturas y vasos comunicantes; pese a lo cual acepto por comodidad
el discurso de las generaciones. Sin el quiebre de "La Nueva Novela"
o "La Tirana" para la generación del ochenta, ni menos Parra
y los primeros libros de Uribe, Lihn y luego Millán, para los del cincuenta
y sesenta; nuestra generación tiene también un comienzo distinguible.
Para mí, en 1987 con los adolescentes libros de Sergio Parra y Víctor
Hugo Díaz, donde la unidad de sentido del poema se construye desde un lenguaje
callejero; luego la notable producción de Malú Urriola. Mayor que
ellos, Bruno Vidal publica "Arte Marcial" poco después. A todos
los leo en cada nuevo libro de mis coetáneos, lo cual es justo, pero lamentable:
nos venden novedad y en general no veo que se extiendan más allá
de sus referentes. "Libro de Guardia" duele y vale por todos, desde
que implica a torturados y torturadores en la misma clase social.
En un
plano crítico se descuida la tradición lárica, que en cantidad
de autores está más viva que nunca, principalmente en el valle central
y en el sur. Jaime Huenún y Cristian Cruz no están tan lejos, aunque
visitar a este último sea lo más parecido a un western chileno,
con sus cantinas, putas y bailes religiosos. Lo mismo sucede con autores más
contenidos y con los deudores del objetivismo anglosajón, que salvo que
traduzcan (lo cual sin duda se agradece), son negados bajo el mote de académicos
en una pobre lectura de Gilles Deleuze. Aunque tiendan nuevos diálogos,
como lo último de Cristián Gómez. Allí la generación
del noventa no es más que un constructo mediático. Hay autores que
me interesan mucho como Andrés Anwandter y Germán Carrasco, cuya
madurez poética no ha hecho sino distanciarlos. ¿Qué tienen
en común Héctor Figueroa, que sí profundiza los temas del
'87 en la marginalidad y desacomodo del neoliberalismo concertacionista, con el
también extraordinario "Cementerio de los Disidentes" de Claudio
Gaete? Y si consideramos a este último por edad, ¿no debiera autodenominarse
novísimo? A quienes así se nombran les agradezco aportar al antiguo
intento de desacralizar la escritura, y sus encuentros internacionales. El diálogo
con buenos lectores mexicanos y peruanos, por ejemplo, ha golpeado un poco la
inocencia y la flojera. Veo en los últimos veinte años una generación
que chupa junta y que pese a los intentos críticos de distinguirse una
de otra, no lo logra. Experimentación formal, larismo y marginalidad; todas
atravesadas por la desilusión e injusticias post-dictatoriales, marcan
mi generación hasta el momento. Si no considerara la necesidad de saber
de mis colegas, a sólo unos pocos que combinan estas aristas y otras, los
leería. Como los que tienen mi edad aún no publican, habrá
que ver de qué lado masca la iguana en los próximos años.
-
¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
- Sólo
"Ulises", pero no por falta de entusiasmo. En mis primeros tres días
en Berkeley no conocía a nadie y leí una doscientas páginas.
La honda experiencia se acabó con la llegada de las clases, las fiestas
y principalmente, la fiebre de carreteras, como canta ese fascista querible de
Merle Haggard. Pese al tatuaje de "Retrato del Artista Adolescente"
y "Dublinenses", "Ulises" sigue en barbecho. Lo retomaré,
pues bien descansó un año el marcador en la mitad de "Bajo
el Volcán" por Malcolm Lowry, y lo terminé la semana pasada.
En su maravilla y dolor. "Los Detectives Salvajes" confirma que México
es demasiado grande para sus paisanos: para escribir de México hay que
venir de afuera.
- ¿Qué podrías
decirme de Santa Rosa 57, taller de poesía en el que participas desde su
inicio hace más de tres años?
- Es un espacio que
alguna vez no tuvo pretensiones y que hoy las tiene. Pero qué va, sus integrantes
leen, escriben y discuten sobre ello. Me parece más que suficiente. Además
el tiempo está de su parte, cada vez me convencen más tu "Higiene"
y la obra de Ángel Valdebenito, por nombrar a dos fundadores. Qué
decir de Marcelo Guajardo, cuyo "Teseo en el Mar hacia Cartagena" fue
de cabecera un rato. A veces violenta, la discusión es siempre relevante
en un medio donde se habla mucho más de los poetas que de su obra.
-
¿Cómo ves la política cultural del gobierno con respecto
a la poesía?
- Cada vez dan más becas y compran más
títulos para las bibliotecas. Las editoriales independientes salvan el
año con el concurso de adquisición, lo que se agradece. Pero siento
que queda entre nosotros, por falta de difusión. Los escolares no conocen
la poesía contemporánea, ni los intelectuales leen poesía.
El gobierno debiera desarrollar las políticas culturales más allá
del caldillo de congrio de Neruda, hacia la creación y los hábitos
de lectura.
- ¿Como parte del comité
editorial de Ediciones del Temple, dedicada a escritores principalmente jóvenes,
que reflexión sacas de esa labor?
- Que hay demasiado ego
para tan poco espacio. Es terrible decidir si alguien tiene o no un libro publicable,
porque al fin y al cabo, a quién le ha ganado uno. Me enorgullece el catastro
que hemos hecho de una época literaria en Chile, por sobre grupos de influencia;
guiados solamente por el gusto literario. Ningún autor ha puesto jamás
un peso, ni nosotros obtenido alguno produciendo libros de gran factura; muchos
de los cuales no habrían existido, como el indispensable "Exquisite"
de Gustavo Barrera. Es que a Federico Eisner y Matías Cociña, aparte
de tener algunos poemas tan notables como desconocidos, les importa un carajo
hacerse un nombre y ven esta labor como un deber. Tal vez como una fotografía
futura. Veo muchos intentos naciendo con el mismo espíritu, como Ripio
Ediciones, cambiando la situación de hace unos años. Hoy todos los
proyectos interesantes que he leído tienen donde ser publicados; de hecho
muchos que no convocan interés alguno ya están en librerías.
Por eso sacamos nuevas colecciones que me entusiasman, así la recuperación
histórica que comenzó David Bustos con "Vírgenes del
Sol Inn Cabaret" de Alexis Figueroa.
- ¿Qué
autor chileno no leerás jamás?
- No necesito elegirlos,
para saber que ni el tiempo ni las ganas alcanzarán para leer la mitad
de ellos.
- ¿Qué palabras le dirías
a alguien que está comenzando en esto de la poesía, alguien que
ha decidido ser poeta?
- Que es una esclavitud y que hay formas
más fáciles de engrupirse minas.
-
¿Cuál fue el último libro de poesía chilena que leíste?
-
"Pozo" de Lanzallamas.
- ¿Qué
libro estás leyendo ahora?
- Me pegué un poco en Australia.
Terminé "El Verano de la Décimo Séptima Muñeca"
de Ray Lawler, obra seminal de ese teatro y duro golpe para quienes no queremos
envejecer; junto a "Grandes Cuentos Breves Australianos", que cabe en
cualquier bolsillo, ideal para la micro. Son parecidos a los bucólicos
relatos chilenos de lectura obligatoria: cotidianos, tiernos y lentos. Ahora leo
la compilación que el poeta Les Murray hizo de su obra, "Aprendiendo
humano", cuya religiosidad y relación con la naturaleza dan otra vuelta
a nuestra posmodernidad. Felizmente saqué los brazos de esa isla: "Aforismos"
de Lichtenberg", por una oferta inexplicable en el Paseo Bulnes, "El
Hábito Elemental" de Maurizio Medo y "Los Días y las Noches
de José Carlos Yrygoyen" que incluye los tres últimos libros
del poeta peruano. El primero, escrito a los veintiuno, ya me parece preclaro.
-
¿Quién debería ganar el Premio Nacional de Literatura?
-
Efraín Barquero.
- ¿Cuáles
son los 10 libros que recomiendas leer?
- Los libros sagrados de
varias religiones, "La Odisea" de Homero, "La Divina Comedia"
de Dante Alighieri, "Fenomenología del Espíritu" de G.W.F.
Hegel, "Cantos de Inocencia y Experiencia" de William Blake, "Crimen
y Castigo" de Fedor Dostoievski, "Las Elegías del Duino"
de Rainer Maria Rilke, "Trilce" de César Vallejo, "En el
Camino" de Jack Kerouac y "De la Seducción" de Jean Baudrillard.
-
¿A qué le tiene miedo Enrique Winter?
- A convertirme
en lo que critico.
- POESÍA DE ENRIQUE WINTER
-
De
"Atar las Naves"
SOLTAR LA CUERDA
Nunca
aprendimos a saltar la cuerda.
Mis padres la olvidaron
en el bazar de Presidente
Errázuriz
dos nueve cero uno.
Al techo del lugar sigue amarrada,
balanceando
a mi abuelo.
En
la acera de un pueblo chico, hincarse
es darle un fulminante gancho de box
al tiempo,
y a la ruma de libros ......... y a
las monedas ......... y a ti.
EXORDIO
A SOLTAR LA CUERDA (TENDENCIA A LA AFONÍA)
Y a
estos ojos blancos, a echar la puerta abajo
a camionazos del Goliat.
A cincelar
en la garganta bordes
del pasillo de rugby. Al padre envuelto en banderas.
Dolor
de cuello. Afuera la lengua y balbuceos,
gringo proleta o vieja solterona
limando
sus perfectos muebles. Flaco,
tendencia a la afonía y al bostezo.
A
inflamar estas naves, las amígdalas
y las palabras graves. Modulación
en falta.
Tendencia al yeso y a perder papeles,
al mal riego sanguíneo.
A caerse en canales.
Perdimos nuestras fichas de ludo. Se atoraron
con dulces
nuestras cuerdas. Y para este jueguito
del amor, nudos en la tráquea.
De
"Rascacielos"
VANGUARDIA
Los
jóvenes poetas. Peligrosos
como artes marciales milenarias
en el
gimnasio del burgués.
MANTRA
Con
las heridas de los dedos pinto
unos cuadros que compran a buen precio
los
que me las hicieron.
ESTA CASSETTE TOCA SU VIDA
Luego
de cinco órdenes de arresto
mi mamá invita a mi papá a
la casa,
se pone linda, le cocina rico.
con tres borgoñas y solos
mi
papá me confiesa lo que eso indica: que lo ha hecho bien,
que las piernas
que abre se mantienen abiertas.
Lo dice porque le conté del viernes:
cinco
años sin verla y me tomó de la mano.
Esta cassette toca su vida
vida
que rozo apenas
si con el dedo rebobino.
Mi papá y yo seguimos solos.
ANDRÉS,
LOS PECES CAMBIAN DE NOMBRE CUANDO LOS PESCAN
He comenzado a valorar
la prudencia burguesa
cuando alojo en la casa de mi novia
con los carretes
del vecino, la radio a máximo volumen,
las peleas, la tele que no apagan,
sobre
todo las risas que se oyen al frente.
En mi casa materna hay silencio,
no
venden leche ni matraca el gas.
Me reí mucho cuando un ex compañero
de colegio
interrumpió mi baile para decir que siempre quiso
darle
a mi ex. En otro sitio habría
que pegarle. Los más pobres se
ofenden
si no ofrezco los puños. Si no los llamo juran ley del hielo.
Como
éste es facho, brindaría si al fin le confesara:
todos los resentidos
que conozco
se enamoran
de la primera cuica que los pesca.