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“RASCACIELOS” DE ENRIQUE WINTER

Por Juan Francisco Gore
El Ciudadano N° 86, segunda quincena de agosto de 2010

 

Rascacielos
Enrique Winter / Colección Limón Partido / Ediciones Literal
México, 2008
99 páginas

Vivimos en tiempos donde lo híper es determinante de lo que debe ser considerable, y hasta incluso perdurable. De esto sabía muy bien Gilles Lipovetsky cuando nos propuso la definición de la hipermodernidad, fundada principalmente en un eje: el individualismo hipermoderno que siente la tensión proveniente de vivir en un mundo que se ha disociado de la tradición y afronta un futuro incierto. Esto teniendo por consecuencia individuos corroídos por la angustia, que el miedo se ha superpuesto a sus placeres y la ansiedad a su liberación.

Esta ansiedad y angustia existencial es, en base, lo que va determinando la acción de los diferentes actores de nuestra sociedad, fundando su paradigma en el mercado y las ciencias, construyendo como natural el tecnicismo de físicos nucleares, microcirujanos y empresarios petroleros.

De esto se da cuenta ágilmente Enrique Winter (Santiago de Chile, 1982), proponiéndonos en Rascacielos una latinoamérica urbana, llena de problemas legales, familias disfuncionales y soledad, donde el solo hecho de vivir es un acto poético, encadenado a la miseria propia del que rasca el cielo/suelo.

Soy joven. No soy pobre
porque no tengo un niño.
Los pobres tienen muchos hijos.
La mayoría adolescentes.
Algunos de ellos son fornidos
y la mamá los toca.

Para esto el escritor asume un viaje eclíptico donde es el verbo el que funda el gesto poético, en una especie de crónica que avanza en la austeridad adjetival, pero que confía a pie junto en sus complementos. Winter asume una primera persona que refuerza la frontera lipovetskyana, esa que naturalmente parte desde la individualidad, pero que se va componiendo en la conjugación social.

Ahora bien, esta acritud adjetival es plausible, pero tiende a dejar muy desprotegida la profundidad de sus personajes y situaciones, convirtiendo el ritmo de la composición en una materia difusa, pero estable.

Creo que Rascacielos da en el clavo en su grado argumental (y es difícil encontrar un argumento de obra/libro dado a que se reinventa poema a poema), ya que se decide a no reconocer fronteras geográficas, en demostrar el movimiento propio de lo que están viviendo, dedicándose, más que a fijar la imagen poética (casi siempre es lograda en contraposición), a concentrar la intenciones en flujo natural del movimiento propiamente humano.

Reconozco en Winter a un observador acucioso, con un excelente oficio, que incluso se da el lujo de jugar con haikus, décimas y rimas, teniendo por objetivo principal (y gracias por eso) el atarnos a esa realidad sangrante y cotidiana, con sus notas más altas en la vorágine social, donde el barrio bajo es tosco y no ciego, y las clases no se olvidan sino que se conjugan, convirtiendo a Rascacielos en un libro gratamente moderno y con olor a escuela, pero no a academia.

 

 

 

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“RASCACIELOS” DE ENRIQUE WINTER.
Por Juan Francisco Gore.
El Ciudadano N° 86, segunda quincena de agosto de 2010