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"Atar las
naves", de Enrique Winter
Por José
Ignacio Silva A.
en Revista
Plagio
Enrique Winter (Santiago, 1982) hace su aparición en
el mundo de la poesía con su opera prima "Atar las
naves" (Ediciones del Temple, 2003). La lectura del libro
da cuenta de que Winter es uno de los valores novísimos de
la poesía criolla, y entrega un libro que confirma también los diversos galardones que ha recibido a su corta
edad. Esto es, entrega un libro de poemas a los cuales cuesta entrar,
pero no por una oscuridad arbitraria y caprichosa, usual "bomba
de humo" con que algunos poetas disfrazan su falta de pericia.
Winter despliega una "niñez" que conjuga crueldad
y ternura, tal como se ve en el poema "Soltar la cuerda":
"Nunca aprendimos a saltar la cuerda/ Mis padres la olvidaron/
en el bazar de Presidente Errázuriz/ dos nueve cero uno./ Al
techo del lugar sigue amarrada,/ balanceando a mi abuelo".
Pero los poemas que siguen demuestran a un autor que sabe manejar
a su beneficio la sintaxis y las imágenes, pintadas con la
dosis justa de recuerdos, sentimientos y observaciones de lo interior
y lo exterior. "Terminales comunes", quizás uno de
los puntos más altos del volumen así lo confirma: "Sólo
la vuelta de otras niñas en bicicleta/ da origen a la plaza
en donde puedo escribirte.// Los círculos concéntricos
del cielo/ trazan decenas de gaviotas// mientras tu mano se esculpe
a sí misma/ (vuelos de águila sobre el tocador).// Estos
retoques a la piel del mar/ hacen de los pelícanos cucharas/
en las pestañas del océano.// El agua es tu perfil,/
oculto por la niebla de los puertos/ girando en bicicleta".
Winter entrega una poesía de interesantes cualidades estilísticas
y de lenguaje, a la vez que demuestra la habilidad de crear imágenes
que apariencia pueden ser confusas, pero que realmente poseen una
capacidad sugestiva, y que, por decir poco, demuestran un talento
del autor de conjugar con sutileza el impulso poético (usualmente
caótico y desbocado en personas de la edad del autor) y lo
sucinto de un lenguaje, tenue, pero desafiante, que no es difícil
porque sí, ni por apariencias, sino por bagaje, por carga interior
del autor.
Winter despliega en este libro una suerte de poesía "neolárica",
siguiendo en cierta medida la línea de Jorge Teillier; sin
embargo, en Winter es Santiago y no Lautaro la cuna de los recuerdos,
con todo lo que ello conlleva. Memorias de infancia, fiestas adolescentes
y pinceladas del paisaje urbano son las estaciones del viaje que recorren
las naves de Enrique Winter, naves que zarpan y atraviesan un itinerario
estilizado (el autor prodiga aliteraciones y algunas otras destrezas
formales) con imágenes delicadas y poesía breve, pero
cargada de significados, referencias y anclajes con el pasado y las
vivencias del autor y la interacción con el paisaje urbano.
Atar las Naves
Enrique Winter
Ediciones del Temple,
Santiago, 2003, 88 págs.